Una novela que navega por las extrañas aguas de los fenómenos místicos, las mal llamadas casualidades y la existencia de una extraña "quinta columna" que controla nuestro mundo desde dentro. Rigurosamente histórico, este misterio nos traslada a la época en que los primeros misioneros españoles en América deciden conquistar para la fe cristiana los territorios que hoy corresponden a Nuevo México, Arizona y Texas. En 1598, llegaron las primeras avanzadillas de españoles a esas remotas regiones, aunque no será hasta 1629 que semejantes expediciones se organizarán de forma sistemática, buscando objetivos concretos.
Javier Sierra
La dama azul
ePUB v1.0
libra_86101024.05.12
Título original:
La Dama Azul
Javier Sierra, 1998.
Editor original: libra_861010 (v1.0)
A las monjitas del Monasterio de la Concepción de Ágreda, en recuerdo de aquel providencial
encuentro del 14 de abril de 1991.
Y a Carol Sabick y J. J. Benítez, oportunas «herramientas» del
Programador
En algunas reservas indias del sudoeste de los Estados Unidos, quedan todavía ancianas que acunan a sus nietos con curiosas historias heredadas de sus antepasados. A los pequeños se les explica que cada vez que los cielos amanecen pintados de añil, o que las praderas se quedan envueltas en un impenetrable silencio, la Dama Azul está cerca. Sus abuelos, y los abuelos de sus abuelos, pobladores indígenas de Arizona, Nuevo México y Texas, sintieron su presencia hace más de tres siglos, y la veneraron como si de una poderosa diosa se tratara. Afirmaron entonces haber visto una doncella bella y refulgente que les habló de la fuerza todopoderosa que sostiene el Universo, que les advirtió de la llegada de los hombres blancos.
De hecho, fueron éstos, y especialmente una clase muy determinada de ellos —los franciscanos—, los que más a fondo investigaron tan extraña «leyenda india», y quienes —según la Historia— llegaron a identificar la verdadera naturaleza de la Dama Azul.
Nuestro relato cuenta parte de esa historia real, aunque lleva las conclusiones de la investigación eclesiástica oficial más lejos de lo que nadie habría podido suponer jamás.
Javier Sierra
Tres citas, tres señales:
«La casualidad es, quizá, el seudónimo de Dios cuando no quiere firmar.»
ANATOLE FRANCE, Premio Nobel de Literatura (1921)
«Teniendo a Yahvé por refugio,
al Altísimo por tu asilo,
no te llegará calamidad
ni se acercará la plaga a tu tienda.
Pues te encomendará a sus ángeles,
para que te guarden en todos sus
caminos.»
Salmos 91, 9—11
«Lo mental y lo material constituyen dos aspectos de un proceso conjunto que están únicamente separados en el pensamiento y no en la realidad. Más bien existe una única energía que está en la base de toda realidad… Nunca existe una auténtica división entre el aspecto mental y el material…»
DAVID BOHM, Físico (1986)
El aviso
Diócesis de Santa Fe, Nuevo México, agosto de 1650
El joven franciscano se enjugó por enésima vez los chorros de sudor que empapaban su frente, al tiempo que humedecía de nuevo su pluma para seguir transcribiendo tan extraño interrogatorio. Frente a él, inexplicablemente ajeno a aquella asfixiante temperatura, permanecía impertérrito Gran Walpi, el nonagenario chamán y cabecilla del Clan de la Niebla de la tribu de los jumanos, arrestado por los soldados de Su Majestad Felipe IV dos semanas antes en su asentamiento de la Gran Quivira.
—Tome buena nota de lo que le voy a decir —rugió el anciano en perfecto dialecto
tanoan
.
—Estoy preparado.
—Está bien, escuche: jamás he violado ninguno de los secretos que me transmitieron mis antepasados. Nunca he trascrito, ni copiado sobre las rocas rojas, las fórmulas que han permitido a los Hombres Sagrados de mi pueblo volar a los territorios del más allá y recibir de los Espíritus Guía la sabiduría necesaria para vencer las dificultades a las que se ha enfrentado la nación Jumana. Ni tampoco pienso hacerlo ahora. Lo único que admito es ser el único de mi estirpe que aún no ha sucumbido a las presiones que desde hace más de dos décadas vengo sufriendo por parte de los Castillas
[1]
para abnegar de mi don y entregarme a vuestro Dios.
—Y, sin embargo —balbuceó el fraile mientras terminaba de transcribir las palabras del indio—, el resto de su poblado pidió ser bautizado hace tiempo…
—Sí, así es.
El anciano susurró aquella respuesta como si acabaran de arrancársela de las entrañas.
—Pero déjeme contarle algo que quizá no sepa —prosiguió—. Yo soy el primogénito de una estirpe de Hombres Sagrados, instruidos desde la noche de los tiempos en el arte de hablar con los espíritus. Durante generaciones, mi familia ha actuado como intermediaria entre los habitantes del más allá y mi pueblo. Gracias a los hongos sagrados y al son de los tambores mágicos he podido reunirme con antepasados fallecidos hace cientos de lunas, recibiendo de ellos sus enseñanzas o escuchando con mis propios oídos su sabiduría.
También he podido caminar por el sendero que todos recorreremos algún día al morir, y he visto con los ojos del alma la enorme diversidad de seres que pueblan esos territorios. Seres que si decidieran tomar cuerpo físico podrían caminar entre nosotros dos sin que nos apercibiéramos de su naturaleza superior, y que incluso podrían modificar el rumbo de nuestra conversación, o de nuestra vida entera, si ello figurara en sus planes.
El franciscano resopló de impotencia.
—¿Ángeles?
—Los suyos los llaman así.
—Pero ¿no vio usted a la Dama Azul? ¿No le mostró ella cuál era la única fe verdadera? ¿Por qué no se convirtió como el resto de su pueblo?
—El hermano del manto marrón no entiende nada… —Gran Walpi, el anciano, fijó sus hundidos ojos grises en los del fraile—. La Dama Azul, en efecto, nos visitó y nos trajo las señales que vaticinaban la llegada de los
Padres
. Pero lo hizo gracias a la ayuda que ella recibió de esos seres de los que le hablo. Y eso nadie lo tuvo en cuenta. Puede creerlo o no, de hecho muchos Castillas con los que he conversado en este tiempo de arresto dicen que es imposible hablar con ningún ser del más allá en tanto uno viva en su cuerpo de carne y hueso, pero no importa. Yo he visto, he oído y he sentido. Y eso me basta. Comprenda que fue mi padre quien me inició en estas prácticas, y a mi padre fue mi abuelo quien le mostró el camino. Y a éste, su padre, y el padre de su padre. Y aunque es cierto que ninguno de ellos me habló de la llegada de la Dama Azul, sí me prepararon para recibir visitas como ésa, que podrían cambiar para siempre el orden que un día instauraron los Espíritus Guía en estas tierras.
Gran Walpi hablaba pausadamente, como si quisiera que el fraile, pese a sus rudimentarios conocimientos de aquel dialecto indígena, pudiera entender hasta la última de sus palabras.
—No sé si sabe las penas que se dispensan a los practicantes de brujería…
Gran Walpi no reaccionó ante aquella velada amenaza. Es como si supiera que la muerte se lo llevaría pronto, antes incluso de que cayera sobre él el peso de la justicia.
—Un tribunal del Santo Oficio de España ha solicitado que entrevistemos de nuevo a todos aquellos que vieron a la Dama Azul para poder determinar su identidad. Por eso le hemos llamado. Y no quisiera que sus declaraciones sirvieran para abrirle a usted un proceso que le perjudicara.
—No pueden comprender la naturaleza de la Dama Azul. Nadie puede. —El anciano tosió levemente antes de continuar—: Vino aquí en su cuerpo físico, traída por voluntad de los Superiores de los que le acabo de hablar, y aunque algunos llegaron a disparar sus flechas contra ella, nunca fueron capaces de abatirla o de hacerla retroceder. No. Ella fue alguien muy poderosa, y trajo consigo un mensaje igualmente potente, cuyo alcance no es para esta época.
—¿Qué quiere decir?
—Los Hombres Sagrados, los Hombres Medicina, somos capaces de transgredir el orden del tiempo. Durante nuestros viajes más allá de nuestro cuerpo entramos en un mundo donde el pasado, el presente y el futuro se confunden.
—¡Brujerías!
—Llámelo como quiera, pero tome nota de lo que le voy a decir, porque sólo lo escuchará una vez de mis labios: en un momento que está aún por llegar, cuando alguno de los herederos de mi linaje esté preparado para ello y los Espíritus Guía consientan en allanar el camino, se sabrá toda la verdad acerca de la Dama Azul.
El franciscano arqueó sus cejas mostrando su incredulidad, mientras garabateaba aquellas palabras en su pliego de papel sin perder detalle.
—¿Cuándo será eso?
—No antes de trescientos veranos como éste.
—¿Y cómo sabremos que el momento ha llegado?
—No se preocupe. Quienes vengan después de usted lo sabrán.
Trescientos cuarenta y un años después
Con paso ligero, el padre benedictino Giuseppe Baldi cruzó la plaza de San Marcos a última hora de la tarde.
Como de costumbre, caminó en dirección a la orilla de los Schiavoni donde tomó el primer
vaporetto
con destino a la isla de San Giorgio Maggiore. Consultó su reloj de pulsera, aflojó el último botón de su hábito tratando de exprimir un poco de relax a la cargada atmósfera veneciana y, mientras aguardaba a que quedara algún asiento libre, aprovechó para limpiar concienzudamente los cristales de sus gafas.
—
Pater noster qui es in coelis
… —comenzó a susurrar en latín.
Tras ajustarse las lentes sobre su nariz, descubrió que el habitual horizonte neblinoso de la ciudad de los cuatrocientos puentes resaltaba especialmente aquella tarde.
—… sanctificetur nomen tuum…
Sin soltar su letanía, que repetía una y otra vez como si tratara de descubrir algo en ella, el padre Baldi se abandonó contemplando cómo los tonos ocres del crepúsculo se reflejaban en las aguas de la desembocadura del Gran Canal.
No era difícil deducir que la primavera estaba ya a punto de estallar.
El sacerdote contuvo un suspiro, repitió en alto un par de veces «
¡Pater noster! ¡Pater noster!
», y echó un discreto vistazo a su alrededor. Un grupo de tímidos turistas nipones, cámara en ristre, y un par de jóvenes que identificó rápidamente como internos del orfanato Giorgio Cini de la isla, auguraban una travesía sin contratiempos.