La cuarta alianza (28 page)

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Authors: Gonzalo Giner

BOOK: La cuarta alianza
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Esperó en el salón de los espejos al papa Inocencio IV. Sin lugar a dudas, esta vez se sentía mucho mejor que en la anterior audiencia. Deseaba hacerle entrega del anhelado relicario para demostrarle la posición inequívoca del Temple: siempre obedientes a su voluntad y prestos a la hora de cumplir cualquier misión que se les encomendara.

—¡Pax vobiscum,
hijo mío, qué alegría me da verte!

El papa Inocencio acababa de entrar al salón junto con su secretario personal.

—Et cum spirita tuo!
—contesto Cardona, puesto en pie.

Tras los saludos se sentaron, y sin mediar más palabra el maestre sacó de una bolsa de terciopelo negro el relicario de plata que contenía la santa reliquia, depositándola con extrema delicadeza sobre la mesa. El Papa mantenía los ojos enormemente abiertos, conteniendo la respiración, hasta que la pudo coger con sus propias manos.

—¡Bellísima! ¡Gracias a Dios ya está con nosotros! —Le miró emocionado y siguió—: Estoy muy agradecido por vuestro fiel compromiso ante éste, y lo reconozco de corazón, difícil encargo. Ansío que me cuentes cómo lo lograste, pero primero muero de ganas por saber si también traes contigo el cofre y el papiro, y segundo, deseo saber si has tenido algún problema con ese Esquivez, que imagino que no.

—Ningún problema, Santo Padre. El engaño ha funcionado. Santidad, estad completamente seguro de que nunca sabrá que le ha sido cambiado su relicario por otro. Todo se ha llevado de la forma más discreta y el asunto está libre de toda sospecha —contestó a la segunda cuestión, informando después de su absoluto y total fracaso con la primera. No había obtenido ni un solo indicio del lugar donde podían estar escondidos aquellos dos objetos.

La dulce y radiante expresión de alegría del Papa no había variado demasiado pese a aquella mala noticia. Inocencio pasó el relicario al secretario para que de inmediato lo llevase a un pequeño taller del que disponía Letrán y, una vez allí, fuera abierto con extremo cuidado y lo antes posible. Le ordenó que estuviese presente en todo momento, y que todo lo que encontrase en su interior le fuera llevado a su presencia, sin que nadie lo pudiese ver antes que él. El secretario partió a toda velocidad con el relicario.

El maestre aprovechó la espera para narrarle el plan que habían ideado, nada más salir de la anterior entrevista con él, y todos los hechos previos a la recuperación del relicario. Le pareció oportuno, para la empresa de su gran maestre Armand en Tierra Santa, hacer una única mención a los elevados gastos que había tenido que acometer para cumplir la misión. Finalmente, Guillem recordó su audiencia con el rey Jaime I, adelantándole la noticia de su campaña prevista contra los musulmanes para recuperar Murcia.

—Al rey Jaime le tengo especial aprecio. Su labor en la cruzada por expulsar a los impíos es encomiable y del todo efectiva. De no ser por el estado de aquellos lugares, le animaría a encabezar una nueva cruzada a Tierra Santa. Su valor y nobleza serían garantía de éxito. ¡Excelente rey y excelente cristiano es mi querido Jaime!

El secretario entró por la puerta con el semblante completamente pálido y lleno de sudor. Se acercó al Papa y le susurró algo al oído, lo que provocó que Inocencio abriese de par en par los ojos con un gesto de enorme decepción. Se sujetó el rostro con las dos manos y suspiró profundamente. Esperó unos minutos, levantó ligeramente la cabeza, le miró y dio la noticia a Guillem.

—Hijo mío, lamento haberos comprometido en toda esta historia. Me acaban de informar de que no se ha encontrado nada dentro del relicario, aparte de la propia reliquia de la cruz. Ahora me siento profundamente desconcertado. Cuando decidí recuperarlo fue porque coincidían en él una serie de circunstancias que me empujaron a pensar que Honorio III había ocultado en su interior un importante secreto. Pero veo que no era más que el fruto de mi imaginación. ¡Mi teoría no tenía ninguna consistencia! El relicario no contenía nada. —Suspiró hondo—. Lamento vuestros sacrificios, pero al menos, os recompensaré con generosidad. A mi fiel De Périgord para que pueda acometer su nueva campaña, a ti con lo que razonablemente me pidas.

El Papa demostraba no tener el mayor interés en que aquella audiencia se prolongara. Con un indisimulable gesto de fracaso, se levantó y forzó la despedida de Guillem de Cardona, no sin dar órdenes al secretario para que éste le pagara una generosa cantidad como ayuda a la orden en su provincia. También le indicó que anulase todas las visitas que tenía pendientes para toda la jornada.

Inocencio IV, una vez solo, no conseguía que en su cabeza le dejase de asaetear la misma pregunta.

Si no estaban en el relicario de la Vera Cruz, ¿dónde habría escondido su antecesor, Honorio III, los pendientes de la Virgen María? ¡Seguro que tenían que estar en el otro relicario, el que mandó a Éfeso!

Capítulo 8

Iglesia de la Vera Cruz. Segovia. Año 2002

Fernando Luengo aparcó su coche en una pequeña explanada contigua a la iglesia, al lado de un autocar que había llevado a una treintena de turistas de la tercera edad a una visita guiada. En ese mismo momento, el grupo se disponía a acceder a su interior siguiendo a una joven que iba explicándoles los primeros detalles relevantes sobre el simbólico templo.

Dentro del coche, Fernando y Mónica esperaban a la doctora Herrera. Habían quedado a las doce de la mañana de ese sábado, 23 de enero, para visitar la Vera Cruz y pasar luego la tarde con su hermana Paula. Se habían adelantado un cuarto de hora y cada uno viajaba por sus recuerdos.

Fernando repasaba la visita del pasado fin de semana a Jerez de los Caballeros y las revelaciones de don Lorenzo Ramírez. Éstas le habían dado suficientes motivos para querer visitar esa iglesia, que no le era del todo desconocida pues parecía estar llena de significados ocultos y de misteriosas implicaciones.

Habían quedado con la doctora Lucía Herrera por ser una de las mejores expertas en la Vera Cruz. La había llamado pensando que sólo ella podría esclarecer sus enigmas, paso necesario para seguir descifrando la historia del brazalete.

Mónica permanecía acurrucada en su asiento, recordando la conversación que había mantenido con Paula ese mismo jueves. El motivo fundamental de su llamada había sido ponerla al corriente de la información que había conseguido sobre la doctora Herrera. Inicialmente, le había hecho gracia que la hermana de Fernando se hubiese molestado en buscar referencias sobre aquella mujer. Estaba recordando algunos de los detalles de aquella conversación.

—Mónica, he estado averiguando cosas sobre la doctora Lucía Herrera, y, créeme, no me ha resultado nada fácil. Te cuento lo que he sabido hasta ahora de ella. Aunque Segovia ha crecido muchísimo, para algunas cosas sigue siendo como un pueblo, y por tanto, aquí casi todo se sabe. Pero con esta mujer ha sido diferente. Sabemos que no es de aquí. Que llegó a Segovia cuando consiguió la plaza de directora del Archivo Histórico, y de esto, hace ya unos cinco años. Tenía sólo treinta años cuando empezó a dirigir el archivo. Debido a su juventud, se suscitaron todo tipo de comentarios; favorables unos, por su destacada inteligencia, pero otros no tanto. Muchos piensan que consiguió el trabajo por un enchufe de un alto cargo de la Junta de Castilla y León. Como te digo, no me ha resultado nada fácil indagar sobre ella. Además, no es una mujer que se deje ver demasiado en los corrillos de sociedad de Segovia. Personalmente, no la conozco más que de vista y, siéndote sincera, físicamente la encuentro de lo más normal, pero parece ser que, a todos los que la han tratado en profundidad, tanto cultural, como intelectualmente, les ha llamado mucho la atención.

—No es de extrañar, por su particular trabajo. ¿Sabes aquel refrán que dice que el hábito hace al monje? En su caso, la convivencia diaria con tratados, manuscritos, tesis o ensayos históricos tiene que haber moldeado una personalidad con una destacada capacidad cultural. Pero fuera de ahí, quién sabe cómo es... —Mónica no trataba de rebajarle méritos intelectuales, pero sembraba sus dudas sobre el resto.

—En ese sentido, he averiguado algunas cosas acerca de su vida personal. Sé que se casó hace algo más de un año y que enviudó poquísimo tiempo después, tan poco como que, entre uno y otro hecho, sólo transcurrieron tres semanas. ¿Qué te parece?

—De lo más sorprendente, la verdad. Pero ¿has llegado a saber lo que le ocurrió para enviudar en menos de un mes?

—Mi información proviene del propio archivo. Una amiga mía, Marisa, es íntima de una mujer que trabaja allí y, ésta ha sido la que me ha contado todo lo que hasta ahora te he expuesto. Según parece, su apenas recién estrenado matrimonio se quebró por la muerte de su millonario marido, en accidente de avioneta, durante un viaje de negocios. Pero espera a oír lo siguiente, que no tiene desperdicio. —El teléfono de su casa estaba sonando insistentemente, pero nada podía ser más interesante que aquello que le estaba contando Paula. Prefería seguir pegada a su móvil—. Como resultado del lamentable deceso, Lucía heredó una gran fortuna. Su marido, de edad parecida a Fernando, era un importantísimo empresario de la construcción que disfrutaba de un gran patrimonio. Además de mucho dinero en el banco, Lucía heredó una estupenda finca en Extremadura con una enorme hacienda y cerca de mil hectáreas, repartidas entre zonas de cultivo, caza y ganadería. También tiene dos casas más en la playa, una en la Costa Brava y otra en el Puerto de Santa María, además de la de Segovia, donde vive. También heredó un par de vehículos de lujo y un ochenta por ciento de las acciones de la constructora.

Mónica se había quedado con la boca abierta. Desde luego, la imagen que se había hecho de Lucía no encajaba mucho con la de una rica heredera que conducía coches de lujo o repartía su tiempo libre entre alguna de sus muchas posesiones. Ni tampoco la veía dando órdenes a sus sirvientes.

Atendiendo a su forma de vestir, cuadraba más con un tipo de mujer prudente, discreta y hasta modesta. No la imaginaba simultaneando un trabajo relativamente anodino, como investigadora y gestora de un archivo oficial, con una vida económicamente desahogada y llena de comodidades.

—A primera vista —Paula trataba de sacar alguna conclusión lógica—, parece que mantiene una doble vida, lo que da una primera imagen bastante distorsionada de ella, Mónica. En mi opinión, nos enfrentamos a una mujer que encierra una compleja y difícil personalidad, ciertamente marcada por un terrible suceso. Teniendo en cuenta tus sentimientos por Fernando, que me confiaste en Zafra, mi consejo es que tengas mucho cuidado, que no des por sentado nada y, sobre todo, vigila sus movimientos.

—Te lo agradezco mucho, Paula. De todos modos, creo que Lucía no encaja demasiado con el tipo de mujer que pueda resultarle interesante a Fernando. Como sabes, lleva unas semanas muy ilusionado con toda esta historia del brazalete, y entiendo que en Lucía sólo ve una ayuda más para avanzar en sus descubrimientos.

—Bueno, puede que tengas razón, pero creo que debes tener precaución cuando se vean. Sabes muy bien, Mónica, que las mujeres podemos hacer lo que queramos con los hombres. Y, aunque ahora no estés demasiado preocupada por ella, me temo que nos enfrentamos a una mujer fuera de lo normal en todos los sentidos. No quiero preocuparte más de la cuenta, pero recuerda, estate muy atenta. Ábrele los ojos a Fernando siempre que puedas, mi niña.

Un potente rugido de motor la rescató de sus pensamientos y la hizo descender de nuevo a la realidad. Había llegado la doctora Herrera.

Lucía primero saludó con un besó a Fernando y luego se acercó a Mónica para hacer otro tanto. Su aspecto no había mejorado demasiado desde la entrevista en su despacho.

—¡Me alegro mucho de volver a veros! —Se volvió para colocarse frente al templo—. ¡Aquí tenéis: la famosa iglesia de la Vera Cruz! —Miró a Mónica—. ¡Espero que te guste! Intentaré, a través de mis explicaciones, compartir con vosotros los muchos misterios que encierra.

Mónica todavía no había hablado con Fernando de la llamada de Paula, y por tanto, tampoco de lo que sabían de Lucía. Viéndola allí, sin ningún otro motivo, y sin entender muy bien por qué, su sola presencia conseguía que volvieran a aflorar, en parte, sus pasadas inseguridades. Instintivamente, se puso en alerta con ella.

Tras recorrer apenas quince metros desde los coches, se detuvieron delante de la puerta principal, donde Lucía empezó a describir algunos detalles históricos sobre los motivos de su construcción. Empezó datando su construcción a principios del siglo XIII, discutiendo, a continuación, la atribución más generalizada de la misma a la orden del Santo Sepulcro, teoría que ella consideraba errónea y que adjudicaba, como sus promotores reales, a los monjes templarios que poseían en heredad una gran hacienda en la vecina villa de Zamarramala, donada al Temple unos cuarenta años antes. Puntualizó que recientemente había descubierto el nombre de un comendador templario que dirigió esa hacienda, contemporáneo a su construcción y a otros posteriores sucesos. Su nombre —les invitó a quedarse con él, porque saldría muchas más veces a lo largo del día— era Gastón de Esquivez.

Hizo especial hincapié en hacerles ver lo difícil que resultaba para los investigadores encontrar buena información, contrastada, sobre los templarios. Dos razones lo justificaban. A partir de su disolución en el siglo XIV casi toda la documentación había desaparecido, fue quemada o simplemente se había perdido. El segundo motivo se debía a la existencia de un material excesivo sobre el tema templario, la mayoría manipulado o, cuando no, bastante controvertido, coincidiendo con un fuerte boom editorial.

—Con la ayuda de un becario estoy consiguiendo recopilar bastantes datos sobre las actividades de ese templario, del cual estamos descubriendo cosas muy interesantes, de su peculiar vida y de algunas extrañas actuaciones que parece que emprendió. Aunque aún es muy pronto para sacar conclusiones más definitivas. —Satisfecha tras explicar su teoría templaria, pasó a referirse a datos más concretos sobre la iglesia—. Entrando ya en las peculiaridades y estructura de este templo, sabemos que, inicialmente, fue bautizada como iglesia del Santo Sepulcro, hasta que el papa Honorio III, al donar una reliquia de la Santa Cruz, hizo que cambiase de nombre al actual de la Vera Cruz.

»Su planta es dodecagonal y, aunque otras iglesias templarías también son poligonales, muy pocas se parecen a ésta, ya que predominaba más la estructura octogonal, como recordatorio de la actual Mezquita de la Roca, en Jerusalén, que fue su iglesia de culto, cuando éstos residieron en la Ciudad Santa. El origen de esas peculiares plantas hay que buscarlo, en torno a los siglos XII y XIII, en templos muy semejantes, construidos en Bizancio y Tierra Santa. El caso de la Vera Cruz recuerda en parte a la basílica del Santo Sepulcro, por la presencia del edículo central y su deambulatorio casi circular. El actual Sepulcro no se parece mucho al que encontraron los cruzados, al haber ido padeciendo los efectos de varios incendios y ampliaciones. Pero los que conquistaron Jerusalén durante la primera cruzada tampoco la conocieron tal y como es en la actualidad. Dentro descubrieron una segunda construcción, a modo también de templo y de ocho ángulos, que contenía el sepulcro que ocupó Jesucristo por tres días. Después, trataron de reproducir la basílica en distintos lugares a lo largo de toda Europa. Cuando pasemos a su interior, veréis que en su eje central existe una estructura hueca, similar a la que os acabo de describir, aunque en este caso es dodecagonal.

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