La cruzada de las máquinas (90 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La cruzada de las máquinas
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—Con los años, he ayudado a avivar la llama, pero ahora la conflagración ha quedado reducida a unas simples ascuas. Como un vendaval, vos debéis avivar esas ascuas y convertirlas en un holocausto imparable. Desde el principio los dos hemos despreciado a la gente que no estaba dispuesta a sacrificarse. Bien, pues ahora hay algo que debéis hacer.

Serena esperó.

—¿Os acordáis de cuando Erasmo mató al pequeño Manion? En aquella ocasión, os arrojasteis contra el robot sin preocuparos por vuestra seguridad.

Serena se apartó, como si el mismísimo Shaitan le estuviera susurrando al oído. Sabía que Iblis tenía sus propios planes y que se beneficiaba de su posición. Sin embargo, también sabía que, aunque jugaban con diferentes normas, los dos querían lo mismo.

Iblis siguió hablando, con mayor fervor.

—En aquel momento iniciasteis la Yihad. Erasmo enseñó a los esclavos que veían la escena desde la plaza lo monstruosas que pueden llegar a ser las máquinas, pero vos les enseñasteis que un simple humano podía devolverles el golpe y ganar.

Serena escuchaba, mientras las lágrimas caían por su rostro. No se molestó en limpiarlas.

—Ahora, después de años de lucha, la gente ha olvidado la maldad de nuestro enemigo. Si pudieran recordar el terrible asesinato de vuestro hijo, ni una sola persona aceptaría la paz con Omnius. Debemos abrirles los ojos y enseñarles lo perverso que es el enemigo. Tenemos que recordarles por qué es necesario destruir a Omnius y a todos sus esbirros.

Sus ojos llameaban y, por un momento, Serena vio billones de ojos ardiendo en su interior. Incluso desde su pequeño pulpito en un vehículo privado, incluso después de una noche de juerga, Iblis seguía siendo un hombre sólido, no lo podía negar.

Con tono conspirador, Iblis dijo:

—La llama se ha apagado. Debéis hacer un gesto grandioso, algo que la gente no pueda olvidar.

Serena estudió su rostro. Después de años de dudas, finalmente decidió que Iblis tenía más cosas buenas que malas. A pesar de sus motivaciones egoístas, sabía que se aseguraría de que la lucha continuaba. Y eso era lo único que importaba.

—Hace falta mucho valor —dijo Iblis.

—Lo sé. Creo que tengo la suficiente determinación.

Serena estaba ante la asamblea de la Liga con gesto orgulloso. Ella e Iblis habían planeado aquello cuidadosamente, habían puesto los engranajes en movimiento. Yorek Thurr y sus misteriosos agentes se estaban ocupando de los detalles. Hasta sus serafinas tendrían un papel en todo aquello, aunque Niriem protestó enérgicamente. Aun así, Serena era la sacerdotisa de la Yihad, y cuando daba una orden, sus guardianas no podían oponerse.

Tal como temía, y esperaba, la asamblea había aceptado por votación el cese de las hostilidades negociado por los pensadores. La Liga retiraría sus ejércitos de los Planetas Sincronizados, con la orden expresa de que no se molestara a las fuerzas de las máquinas I pensantes. Omnius tomaría medidas similares. Ahora los representantes tenían que decidir a quién enviaban como emisario de la humanidad libre, quién debía ir a Corrin y firmar el tratado con la principal de las encarnaciones de la supermente.

Serena los sorprendió a todos. Solicitó hablar desde el estrado, porque tal era su derecho como virreina interina, título al que nunca había renunciado formalmente. La audiencia gruñó; pensaban que intentaría aleccionarlos una vez más por los inaceptables términos de aquella paz.

Pero no fue eso lo que hizo.

—Después de pensarlo mucho, he decidido que yo soy la persona que debe ir a Corrin. —Por la sala se extendieron murmullos de sorpresa, como olas que un huracán inesperado levanta en el mar. Nadie había previsto aquello. Serena siguió hablando con una sonrisa sincera—. ¿Quién mejor para llevar el estandarte de la humanidad libre que la sacerdotisa de la Yihad?

99

Mejor que el reloj de este disparate religioso aún no tenga toda la cuerda, no todavía. El universo aún no está preparado para un sonido tan fuerte.

P
ENSADORA
K
WYNA
,archivos de la
Ciudad de la Introspección

Convencidos de que el hecho de que Serena Butler aceptara personalmente el acuerdo de paz era justo la señal que Omnius necesitaba, el Consejo de la Yihad y el Parlamento de la Liga aprobaron su solicitud. Estaban encantados de que se hubiera inclinado por la causa de la paz, para que humanos y máquinas pudieran coexistir en armonía. Los actos de celebración desbordaban las calles de Zimia.

A Xavier Harkonnen el plan de Serena le aterraba. Sospechaba que no había cambiado realmente de opinión, aunque también sabía que nadie le haría caso. Sobre todo en aquellos momentos.

El Parlamento ofreció a la sacerdotisa una nave diplomática pequeña y veloz. Con ella viajarían cinco de sus serafinas escogidas como guardia de honor, pero se negó a llevar ningún otro cuerpo de seguridad ni acompañamiento.

—A Omnius no le impresionaremos más por actuar con mayor pompa, y si las máquinas intentan alguna traición, ¿qué cambiarían una docena de guardias, o cien, o incluso mil? —Y con una sonrisa triste, añadió—: Además, ¿por qué llevar soldados a una misión de paz? Les estaríamos dando una impresión completamente equivocada.

La gente, agotada después de casi cuatro décadas de lucha encarnizada, estaba delirante ante la perspectiva de una reconciliación. Elogiaban a Vidad y a sus compañeros pensadores. Prepararon exuberantes desfiles, soñando ya con lo diferentes que iban a ser sus vidas sin el temor continuo a los ataques de las máquinas. Necesitaban desesperadamente creer en la posibilidad de un futuro seguro.

En opinión de Xavier eran todos unos idiotas si confiaban en las promesas de Omnius. Seguramente Serena pensaba lo mismo, y por eso no acababa de entender qué se llevaba entre manos.

Ataviado con su uniforme verde y carmesí, con todas las medallas e insignias que tenía, el viejo primero se dirigió con un vehículo terrestre militar hasta los arcos de entrada a la Ciudad de la Introspección. Desde el vértice de la arcada principal, la figura estilizada de un niño angelical —su hijo— contemplaba el complejo.

En señal de deferencia, los yihadíes se apartaron para dejarle pasar, pero las mujeres de túnicas blancas no. El sol brillaba sobre sus capuchas doradas.

—La sacerdotisa de la Yihad no recibe visitas.

—A mí me recibirá. —Xavier sacó pecho y alzó la vista hacia la figura idealizada del bebé asesinado—. Lo exijo en nombre de mi hijo, Manion Butler. —Esto hizo que las serafinas titubearan. Así que Xavier cruzó las puertas y penetró en el complejo amurallado donde Serena había querido recluirse durante tanto tiempo.

Serena lo recibió cerca de los estanques de peces del jardín, sonriente y expectante. Mucho tiempo atrás, los había convocado a él y a Vorian en aquel mismo lugar para reclutarlos para su Yihad. Cuando Xavier la vio en aquel lugar tan pacífico, una avalancha de recuerdos lo asaltó y sintió que sus rodillas flaqueaban.

Por un momento, se quedó ante ella sin decir nada, así que Serena tomó la iniciativa.

—Mi querido Xavier, desearía que hubiéramos podido pasar más tiempo juntos como amigos. Pero la Yihad nos ha tenido demasiado ocupados…

—Si no te fueras a Corrin, podríamos pasar juntos todo el tiempo que quisieras. —Su voz era un tanto brusca—. La idea de que voluntariamente interrumpas las hostilidades contra tu enemigo a muerte es tan falsa como la sonrisa de un robot.

—Las máquinas están dotadas de una programación rígida, pero una de las ventajas que tenemos los humanos es nuestra capacidad de cambiar de opinión. Y hasta de ser… caprichosos cuando hace falta.

—¿Y esperas que me lo crea? —Xavier quería abrazarla, o al menos acercarse, pero ella no se movió de su sitio, y él permaneció tan rígido como una estatua.

—Cree lo que quieras —dijo ella con una sonrisa agridulce—. En otro tiempo sabías leer en mi corazón. Ven, sígueme. —Y lo guió por el camino de gemagrava hacia una zona privada.

Mientras caminaba a su lado, Xavier dijo:

—Me gustaría que las cosas hubieran sido distintas, Serena. No solo lamento la pérdida de mi hijo, sino también el amor y los años de alegría que habríamos podido compartir. —Dio un suspiro—. Aunque por nada del mundo cambiaría mi vida con Octa.

—Os quiero a los dos, Xavier. Debemos aceptar el presente, por mucho que queramos que el pasado hubiera sido distinto. Me alegra que tú y mi hermana pudierais encontrar un poco de felicidad en medio de esta tempestad. —Serena le acarició la mejilla afeitada, mirándolo con expresión decidida—. Estamos marcados por nuestras tragedias y nuestros mártires. Sin el pequeño Manion, los humanos jamás habrían tenido el valor de levantarse y luchar contra Omnius.

A Xavier el corazón le dio un vuelco cuando vio adonde le llevaba. Hacía muchos años que no visitaba el altar principal, y en aquel momento vio el ataúd cristalino, la cripta con paredes de plaz donde se conservaban los restos mortales de su hijo. Aún se acordaba de cuando sacó el cuerpo del
Viajero Onírico
, cuando Vorian Atreides escapó de la Tierra con Serena e Iblis.

Serena intuyó que Xavier quería retroceder, y lo apremió para que siguiera.

—Esta Yihad es por nuestro hijo. Todo lo que he hecho desde hace décadas ha sido para vengarle a él y a los hijos y las hijas de los humanos cautivos en todos los Planetas Sincronizados. Ya oíste los vítores en el Parlamento. La Liga quiere aceptar esa ridícula propuesta de paz. Si yo no voy a Corrin, irá otra persona, y eso provocaría un desastre mayor.

Serena y Xavier permanecieron en silencio, muy cerca, mirando al pequeño inocente asesinado por el robot Erasmo. Xavier había visto cientos de altares y monumentos en memoria de su hijo en diferentes mundos de la Liga, adornados con caléndulas y adorables pinturas. Se notaba la garganta seca, y su profunda sensación de pérdida e indignación aumentaba por momentos.

Refunfuñó.

—Pero si nos rendimos sin resolver nada, será como el primer golpe que asestamos en Bela Tegeuse. Al poco tiempo las máquinas habrán vuelto con más fuerza que nunca, y todas nuestras batallas y el sacrificio de nuestros héroes caídos habrán sido en vano.

Serena dejó caer los hombros.

—Si no consigo inspirarles un mayor fervor, la Yihad caerá en el pozo de la historia. —Sus labios formaron una mueca disgustada, sus ojos torturados mostraban una desilusión profunda e innombrable, una expresión que jamás mostraba ante su público exultante—. ¿Qué otra cosa puedo hacer, Xavier? Lo pensadores ofrecen una salida fácil, y todos están deseando aceptarla. Mi Yihad ha fracasado por la falta de voluntad de la gente. —Hablaba tan bajo que Xavier a duras penas la oía—. A veces siento una vergüenza tan grande que me cuesta alzar la cabeza y mirar al cielo.

El sol se reflejaba como fuego en la superficie de cristal del ataúd. Maravillado ante la calidad del trabajo de reconstrucción, Xavier se inclinó para mirar más de cerca el rostro pacífico del pequeño, del hijo al que habría querido conocer. Manion parecía tan sereno…

Y entonces, en la base del mentón, vio un pliegue de algo que parecía polímero, el pequeño destello de un hilo metálico, y líneas de adhesivo que, después de décadas de exposición al sol salusano, amplificado por la cámara prismática, empezaban a arrugarse. Era imposible que fuera el niño destrozado que habían recuperado en medio de la revuelta en la Tierra. ¡Era una copia, un engaño!

Serena lo miró, vio las dudas y los interrogantes en su cara, y habló antes de que él pudiera decir nada.

—Sí, yo descubrí la trampa hace años. Nadie viene aquí y mira con tanta atención como yo… o como tú. Iblis hizo lo que consideró necesario en aquel momento. Sus intenciones eran buenas.

Xavier respondió en un susurro, para que las serafinas no pudieran oírle.

—¡Pero esto es un fraude!

—Es un símbolo. Cuando me di cuenta del engaño, la gente ya se había reunido en torno a la figura de Manion y había jurado luchar por la Yihad. ¿Qué hubiera ganado poniendo el engaño al descubierto? —Arqueó las cejas—. Supongo que no creerás que todos los objetos que hay en los altares y los relicarios por todos los mundos de la Liga son reales, ¿verdad?

Él frunció el ceño.

—Yo… nunca me había parado a pensarlo.

—Esto es un altar a nuestro hijo, que fue asesinado por Erasmo. Eso es algo real, innegable. —Pasó las yemas de los dedos por el cristal liso, con expresión distante y soñadora. Y entonces hizo acopio de valor y lo miró directamente—. No cambia nada, Xavier. Lo que yo creo, lo que la gente cree, es lo único que importa. Un símbolo siempre es mucho más poderoso que la realidad.

Xavier tuvo que darle la razón a regañadientes.

—No me gusta este engaño, pero tienes razón: eso no cambia lo que le pasó a nuestro hijo. No cambia nuestros motivos para odiar a Omnius.

Serena lo rodeó con sus brazos y, cuando la abrazó, Xavier sintió un profundo pesar por todos los años que habían perdido.

—Si todos mis seguidores fueran como tú, habríamos derrotado a Omnius en un año.

Él dejó caer la cabeza.

—Ahora no soy más que un soldado viejo y cansado. Los otros oficiales son mucho más jóvenes. Han olvidado la determinación que hizo de la Yihad una lucha tan furiosa. Nunca han conocido otra cosa, y a mí me ven solo como un abuelo que cuenta viejas historias de guerra.

Serena se alisó la túnica.

—Xavier, necesito que pienses en el futuro. Yo iré a Corrin y me enfrentaré a Omnius, pero tú debes quedarte y continuar con mi lucha. Iblis me ha prometido que él lo hará. También tú debes hacer lo necesario para que no perdamos todo aquello por lo que tanto hemos luchado.

—Nada de lo que diga te hará cambiar de opinión, ¿verdad?

La sonrisa de Serena era distante.

—Debo hacer lo que pueda.

Xavier abandonó la Ciudad de la Introspección con un fuerte presentimiento. Algo en la mirada de Serena y en el tono de su voz le decía que iba a hacer algo terrible, irrevocable, y él no podría detenerla.

100

Siento que mi corazón tira de mí a un lado y a otro. ¿Por qué tienen que tirar el Amor y el Deber en direcciones opuestas?

P
RIMERO
V
ORIAN
A
TREIDES
, diarios privados

Se suponía que no era más que un viaje para probar las naves que se habían construido para el ejército de la Yihad. Los motores con efecto Holtzman diseñados por Norma Cenva le permitirían viajar de los astilleros de Kolhar a donde él quisiera en un tiempo muy reducido.

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