Read La cruzada de las máquinas Online
Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson
Tags: #Ciencia Ficción
Mientras escuchaban, otros hombres y mujeres que llevaban años junto a él, fingieron seguir trabajando. Sin embargo, ahora que el proyecto había sido clausurado, no quedaban capataces que vigilaran sus movimientos. En el laboratorio y el hangar, solo aquel tlulaxa desabrido se molestaba en darles una ocupación; a Keedair no le interesaban las fiestas de lord Bludd, que es donde estarían la mayor parte de humanos libres. Conseguía que se mantuvieran en su puesto agitando de vez en cuando ante ellos una pistola aturdidora, esperando minimizar así las pérdidas de VenKee.
En el interior cavernoso y resonante del edificio, mientras una parte de los esclavos fingía seguir con su trabajo con su habitual falta de entusiasmo, Ishmael continuaba hablando con los demás entre susurros.
—Si denunciamos a Aliid, quizá los arrestarán a él y a los suyos —dijo una mujer de mirada dura con el pelo blanco, aunque era mucho más joven que Ishmael— y nos dejarán en paz.
—Es la única posibilidad que tenemos. De otro modo, los dragones nos matarán a todos —comentó un hombre mayor, totalmente de acuerdo—. En comparación, lo que le pasó a Bel Moulay no será nada.
Ishmael los miró furioso.
—No valoro tanto mi vida como para traicionar a un amigo. No estoy de acuerdo con los métodos de Aliid, pero ninguno de nosotros debe poner en duda su determinación.
—Entonces debemos luchar a su lado y rezar para que ganemos —insistió Rafel, sujetando el brazo de su esposa. Chamal parecía insegura pero valiente—. Merecemos ser libres, todos. Los esclavistas nos han oprimido durante generaciones, y ahora Budalá nos ofrece esta oportunidad. ¿No tendríamos que aprovecharla?
A Ishmael la cabeza le daba vueltas. Por su triste experiencia sabía que incluso si denunciaban la inminente revuelta, lord Bludd nunca se mostraría razonable. Pero tampoco podía convertirse en un animal salvaje, porque siempre se había guiado por métodos pacíficos y tranquilos.
Aliid tenía intención de incendiar la ciudad de Starda y ocupar edificios, granjas e incluso las minas situadas más al norte. Sería una revuelta en la que los esclavos zenshiíes se levantarían contra sus amos y los matarían; asesinarían no solo a los dragones, sino también a mujeres y niños. Después de generaciones de ira reprimida y sufrimiento, no era muy probable que la muchedumbre enfervorecida se contuviera. Sería una carnicería.
—¿Qué otra opción tenemos, padre? O denunciamos el levantamiento o participamos en él. —Chamal obvió los aspectos más complejos del conflicto en un intento por encontrar una respuesta clara. Cuando hablaba así, a Ishmael le recordaba a su madre.
—Si nos acobardamos y no hacemos ninguna de las dos cosas —señaló Rafel—, gane el bando que gane nos mostrará su desprecio. Es una elección difícil.
Los otros murmuraron completamente de acuerdo.
Mirando a su padre con ternura, Chamal se adelantó un paso hacia él.
—Padre, tú eres quien más familiarizado está con los sutras. ¿La palabra de Budalá puede ofrecernos consejo?
—Los sutras coránicos siempre son una guía —dijo Ishmael—. Pueden encontrarse versículos que pueden aplicarse a cualquier situación, que podrían justificar cualquier decisión que tomemos.
Miró la vieja nave en la que Norma Cenva y sus ingenieros escogidos habían trabajado durante meses. Solo Keedair seguía a bordo, yendo y viniendo entre la nave y sus oficinas, reuniendo solicitudes y archivos financieros.
Ishmael entrecerró los ojos.
—Aliid olvida nuestro objetivo último. Valora la venganza por encima de todo, pero nuestra prioridad tendría que ser recuperar la libertad de nuestro pueblo.
El líder zensuní tenía que tomar una decisión que le permitiera proteger a Chamal, a su marido y a toda aquella gente, incluso si ello significaba no volver a ver a su esposa ni a su otra hija.
—Ishmael, debemos unirnos a la lucha o ponernos del lado de los esclavistas —dijo Rafel—. Son nuestras únicas opciones.
—No es cierto. —Dedicó una mirada significativa a la enorme y silenciosa nave—. Yo veo otra salida.
Sus seguidores se dieron la vuelta para seguir su mirada y sus rostros adoptaron una expresión de reconocimiento e incredulidad.
Ishmael siguió hablando.
—Sacaré a mi gente de este lugar, de este planeta… y los llevaré hacia la libertad.
Aunque el resto de la ciudad estaba ocupada en aquella nueva celebración de lord Bludd, Tio Holtzman tenía cosas más importantes en la cabeza. El inventor no había vuelto a pensar en Bel Moulay desde su ejecución, que tendría que haber acabado con las quejas de los budislámicos de Poritrin.
Como pasa con los niños, a los esclavos se les tiene que ver, pero no oír.
Era una tarde fría, pero había querido comer en la terraza de su casa, que miraba hacía el río Isana. Se abrigó bien e indicó a los cocineros que le sirvieran la comida fuera; si estaba a gusto, podía pasarse horas en aquel mirador, pensando en diferentes posibilidades, como se suponía que tenía que hacer un savant. Una sirvienta se apresuró a limpiarle su silla y luego la sujetó para que se sentara.
El savant pidió su comida habitual. A Holtzman le gustaba tomar algo concreto cada día, de acuerdo con un programa preestablecido. Prefería hacer las cosas de forma predecible, para poder así planificar cada día sin distracciones ni pérdidas inútiles de tiempo. La esclava que servía la mesa, una bonita morena con un vestido blanco de blonda, apareció con una bandeja con café humeante. Le sirvió una taza del tamaño de un cuenco de sopa, y él bebió con tiento.
Allá abajo, en el río, una barcaza cargada con productos agrícolas se deslizaba lentamente en dirección a Starda, donde descargaría. Aquel vehículo acuático no tenía mucha compañía. Buena parte del tráfico fluvial se había desviado a causa de las celebraciones. Holtzman suspiró; lord Bludd siempre estaba celebrando algo.
Holtzman se había pasado toda la semana estudiando las notas y los planos de Norma, tratando de averiguar qué hacía con aquel viejo carguero. Tal vez lo que tenía que hacer era ir y confiscar la nave, a pesar de las airadas protestas de Tuk Keedair y sus dichosos documentos legales.
Pero VenKee Enterprises tenía tanto dinero como él, y no quería enzarzarse en una interminable batalla legal. Ante todo, lo que buscaba con aquello era echar a Norma Cenva y arruinar su reputación.
Pero si conseguía averiguar qué se llevaba entre manos, tanto mejor.
Dando sorbitos de café, Holtzman pensó si sería bueno consultar a otros expertos en el asunto, pero finalmente decidió no confiar los documentos a nadie más. Ya había tenido bastantes problemas con Norma.
Seguramente todo esto no es más que una pérdida de tiempo
—pensó, limpiándose la boca con una delicada servilleta—.
Norma Cenva es una loca empeñada en una misión disparatada.
Durante horas, los trabajadores zensuníes se comportaron como si fuera un día más y siguieron desmantelando el hangar para que Holtzman pudiera cerrarlo. Tuk Keedair hacía inventario y supervisaba el trabajo, pero su corazón ya parecía estar en otro lado. Pronto se marcharía.
Con creciente exaltación, la voz corrió rápidamente entre los zensuníes del hangar. Las posibilidades y las conjeturas hicieron que los susurros contenidos y el brillo de los ojos se fueran extendiendo como hondas en el agua. Habían estado esperando que Ishmael recibiera una señal de Budalá, y ahora estaban impacientes por seguirle.
Ishmael temió haberles animado durante demasiado tiempo a mostrarse pasivos. Tenía miedo de que los zensuníes hubieran olvidado cómo ser fuertes. Pero aquel no era momento para dudas.
Antes del mediodía, en la lejana ciudad de Starda empezaron los actos preliminares de la celebración. Toda la ciudadanía, incluso los dragones, se mostraba satisfecha y confiada.
Cuando el sol se pusiera, Aliid iniciaría su revuelta. Ishmael sabía que tenía que alejar a su hija, a su marido y a todos los otros esclavos antes de que estallara el conflicto.
Como si estuviera realizando algún trabajo, abrió la rampa de embarque de la enorme nave. Su gente, también disimulando, empezó a cargar tambores de agua y suministros que tenían en los barracones y en el hangar. Keedair, después de descubrir asombrado que la nave aún parecía operativa, ya les había ordenado que cargaran buena parte de su material y de sus objetos personales. Dado que, en breve, todo el material del proyecto iba a ser confiscado por lord Bludd, el mercader tlulaxa había decidido llevar la nave a órbita, donde sería remolcada hasta un muelle espacial y reconfigurada. Inicialmente su idea era llevarse todo lo que pudiera con camiones suspensores, pero finalmente llevarse la nave le parecía mejor.
Sin embargo, Ishmael tenía intención de llevar el prototipo a otro lugar, a un nuevo planeta, lejos de los negreros y de las crueles máquinas pensantes. Le daba igual dónde estuviera; lo único que quería era un destino donde nadie les molestara. Tiempo atrás, los seguidores de la fe budislámica habían huido de la Liga de Nobles, tras negarse a participar en la guerra contra las máquinas. Pero no se habían alejado lo suficiente, y perversos comerciantes de carne como Keedair habían saqueado los asentamientos de Harmonthep; la Yihad había destruido la ciudad sagrada de Darits, en Anbus IV.
Ahora Ishmael tendría la oportunidad de guiar a su gente hacia la libertad que merecía, y se convertiría en el líder que esperaban que fuera.
A media tarde, los esforzados trabajadores estaban al límite de su paciencia. Chamal no se separaba de su marido, y no dejaba de lanzar miradas inquietas a su padre. Ishmael no podía pedirles que esperaran mucho más. Había que actuar, y pronto. El nerviosismo aumentaba por momentos, como una descarga de adrenalina corriendo por sus venas.
Keedair miró furioso a los zensuníes, refunfuñando, como si su comportamiento hubiera empezado a parecerle sospechoso; luego volvió a sus oficinas.
Finalmente, Ishmael hizo una señal y los esclavos dejaron sus puestos y se reunieron en el centro del hangar. Él estaba en pie ante la escotilla abierta de aquel gigante tan bien aprovisionado; emitió un aullido agudo y sibilante, un extraño aullido que no había utilizado desde su infancia, cuando cazaba en Harmonthep.
Los cautivos zensuníes emitieron gritos similares, característicos de sus respectivos planetas y culturas. A pesar del tiempo que llevaban esclavizados, no habían olvidado su pasado.
Rafel y un par de compañeros corrieron hasta los mandos que controlaban el techo en voladizo y lo abrieron. Con gran estrépito, las planchas corrugadas superpuestas fueron desplazándose hacia los lados y dejaron el prototipo a cielo abierto. El cielo estaba salpicado de nubes, el aire olía a libertad, y una poderosa sensación de euforia hizo que todos empezaran a lanzar vítores.
Al oír el estrépito, el mercader tlulaxa salió a toda prisa de las oficinas y vio con incredulidad a los cien esclavos apiñados bajo la nave, como si estuvieran esperando a que pasara revista.
—¿Qué estáis haciendo? Volved al trabajo. ¡Ahora! Solo tenemos un día para…
Antes de que Keedair pudiera sacar su pistola aturdidora, quince esclavos lo rodearon, cerrándole toda vía de escape. Rafel los dirigía y, por una simple cuestión numérica, disuadieron enseguida a aquel hombrecito, haciendo caso omiso de sus protestas, de sus insultos y sus farfulleos. Lo cogieron de los brazos. La joven Chamal, con fuerza y decisión, le tiró de su larga trenza como si fuera una argolla sujeta a su cabeza.
Keedair gritó de dolor y de rabia.
—¡No podéis hacerme esto! ¡Me encargaré de que cada uno de vosotros sea ejecutado!
Lo llevaron a rastras ante Ishmael, que miró con desagrado y desdén a aquel hombre, responsable de su esclavitud.
—¡Serás castigado por tu necedad! —le prometió Keedair.
—No lo creo —dijo Ishmael—. Esta es nuestra única oportunidad. En una hora, en Starda se iniciará una revuelta sangrienta. No queremos participar en esa matanza, pero insistimos en recuperar nuestra libertad.
—No podéis escapar —dijo Keedair, no con tono desafiante, sino realista—. Los dragones os seguirán a donde vayáis. Os atraparán.
—No si salimos del planeta, señor negrero. —Rafel se pegó más al antiguo comerciante de carne, intimidándolo—. Tenemos intención de marcharnos a un planeta muy lejano.
Ishmael le clavó el dedo en el pecho.
—Y tú nos llevarás… en la nave de Cenva.
Escoge tus batallas con cuidado. En última instancia, la victoria y la derrota dependen de las decisiones que tomes, tanto si son cuidadosas como imprudentes.
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LALOC
,
Puntos débiles del Imperio
Como si fuera una señal, la salpicadura rojiza de la puesta de sol de Poritrin determinó el inicio de la violencia.
En los muelles del delta, Aliid y sus endurecidos camaradas zenshiíes permanecían tras las vallas mientras los técnicos en explosivos preparaban los cartuchos de polvos incandescentes. Transportar las piroflores se consideraba un trabajo de riesgo, que solo realizaban los esclavos, y Aliid no se quejó. No, él y unos cuantos seguidores escogidos estaban preparando una sorpresa para sus insensibles captores. Después de generaciones, por fin había llegado el momento.
Lord Niko Bludd estaba sentado con sus amigotes en un podio elevado y ventoso sobre las aguas, rodeado de estandartes que ondeaban al viento. El fatuo noble había declarado que aquel espectáculo sería el más impresionante de todos.
Con expresión sombría, Aliid prometió que aquel evento no solo sería memorable, iba a ser legendario. Por toda la ciudad se habían ido pasando mensajes. Ninguno de aquellos amos confiados sospechaba del peligro, pero los esclavos de todas las casas estaban preparados. Por toda Starda y los diferentes asentamientos de Poritrin, sus compañeros zenshiíes estaban impacientes por empezar. Aliid no tenía ninguna duda de que el dominio de los nobles iba a caer instantánea y definitivamente.
Los dragones estaban apostados en los márgenes del río para la celebración, y las familias adineradas habían dejado a sus esclavos en el interior de las mansiones construidas en los acantilados. La conflagración sería tan repentina y generalizada que los dragones no podrían reaccionar a tiempo. Los esclavos se armarían con antorchas, palos, cuchillos improvisados, cualquier cosa que pudieran encontrar. Además, Aliid sabía dónde encontrar armas más potentes.