Read La crisis ninja y otros misterios de la economía actual Online
Authors: Leopoldo Abadía
Tags: #Ensayo
D
ISCURRIR
Y aunque volváis a pensar que me voy por las ramas, quiero hacer hincapié en la palabra «discurrir», que no es lo mismo que estudiar, leer libros, recoger documentación o aumentar la erudición. No. Discurrir, según el
Diccionario
de la Re al Academia Española, significa «reflexionar, pensar, aplicar la inteligencia».
Lo que pasa es que, para la misma voz, el diccionario da otra acepción: «Andar, caminar, correr por diversas partes y lugares».
Y yo lo que quiero hacer es lo primero, porque tengo una tendencia innata hacia lo segundo. Seguramente, esta tendencia innata es fruto de la naturaleza caída, que hace que me apetezca más lo que cuesta menos esfuerzo, y al revés. O sea, que, ante un problema, me resulte más cómodo meterme en Internet para ver qué dice el último autoproclamado gurú, norteamericano a ser posible.
Si en vez de eso te pones a discurrir, quizá no pases de ser gurú en tu pueblo, pero el ejercicio de discurrir siempre da resultados. Algunos pueden ser espectaculares, otros humildes. Pero el esfuerzo de discurrir ya es un logro.
En mi vida profesional he visto personas de renombre que cuando escribían algo siempre se referían a lo que habían dicho fulanito, menganito o zutanito. Y yo me quedaba con ganas de preguntarles: «Y tú, ¿qué dices? ¿Qué piensas de todo esto?». Y también con ganas de recomendarles: «Lee menos y discurre más».
Como podéis comprender, no digo que no leamos. Digo que, como todo en la vida, debe tener su justa medida. Y que, en algún momento, hay que pararse a discurrir, con una hoja en blanco y un bolígrafo.
Si al cabo de un rato resulta que no se nos ocurre nada, tenemos que seguir discurriendo, porque, en la vida, todo, pero todo, cuesta esfuerzo. Y el que diga que no, o quiere presentarnos la vida como un jardín de dulces delicias en el que todos seremos guapos, felices y no pegaremos ni golpe, o no se ha enterado de que el paraíso terrenal se cerró el día que Eva se comió la manzana e invitó a Adán. Y si se ha enterado, miente como un bellaco.
Creo haberlo contado alguna vez. Cuando empecé a trabajar en el IESE tuve de jefe a Antonio, que era muy exigente. Un día me dio un encargo que a mí me parecía difícil. Lo intenté y volví a verle diciéndole que no podía hacerlo. Antonio me contestó que lo intentase otra vez. Lo hice y no lo conseguí. Me pidió que lo intentase de nuevo, hasta que le dije: «¡No sé hacerlo!». Me miró y me contestó que perfecto, que lo intentase otra vez. Pensé: «Este tío no me ha oído». Pero, por si acaso, me callé, fui a mi despacho y rumié: «Leopoldo, o se te ocurre algo, o saldrás con los pies por delante». ¡Y lo conseguí!
Fui a verle, se lo presenté y me dijo: «¿Ves cómo sabías hacerlo?». Me fui a casa más feliz que feliz y pensando en la importancia de discurrir y de no dejar de intentarlo nunca.
Yo le he tenido siempre mucho respeto a la capacidad de discurrir de la gente. Así, cuando monté la empresa de consultoría cogí chavales que, además de ser majos, me pareció que tenían ganas de trabajar y capacidad de discurrir.
Algunos hijos míos y otros amigos en los que confiaba y sigo confiando. En el despacho había un cuadro del Tío Sam cuando reclutaban soldados, que en vez de decir
«We want you for the US Army»,
proclamaba: «Más vale que se te ocurra algo». Porque yo creo que los mayores avances del hombre los ha hecho gente que es posible que leyera bastante, pero que es seguro que discurría más, y, por supuesto, que tenía ganas de trabajar y le echaba horas. No sé qué pasa, que cuando no le echas horas al trabajo no sale, o sale una chapuza de esas con las que nos encontramos con una cierta frecuencia por ahí.
Y como me ha dado por discurrir sobre la globalización, quiero empezar pensando sobre el mundo, que para un modelo global debería ser el ámbito en el que pensar un poco.
E
L TAMAÑO DEL MUNDO
Resulta que, sin darnos cuenta, el mundo se ha empequeñecido. Un autor, Herbert Marshall McLuhan, que nació en las praderas de Canadá y se educó en Manitoba y Cambridge, inventó, además de otros muchos conceptos interesantes, lo de la
aldea global.
(Supongo que se le ocurrió en Manitoba, que suena a sitio ideal para discurrir. Aunque yo, que he estado en Cambridge, puedo aseguraros que allí tampoco se discurre nada mal).
A mí me gustó cuando lo oí por primera vez. Me pareció que hablaba de un mundo más acogedor, más pueblerino, más cercano, donde todos nos conoceríamos, donde todos nos encontraríamos en el supermercado, charlaríamos en el bar, iríamos a misa de ocho de la tarde los sábados… O sea, San Quirico en grande.
Bueno, la idea no estaba mal, pero, como me ocurre con frecuencia, no se correspondía en casi nada con la realidad. McLuhan, que es bastante más listo que yo, lo explica con muchísima claridad: el mundo se ha hecho más pequeño, porque las comunicaciones se han hecho instantáneas.
Cuando en un par de horas recibo mensajes desde Burundi, Japón, Finlandia, Brasil y Nigeria para hablarme de mi
Informe sobre la crisis,
hago dos cosas: la primera, maravillarme de que a alguien en estos países le importe algo lo que yo diga sobre la crisis; la segunda, darme cuenta del instrumento que tenemos en las manos y con el que podemos hacer un bien enorme o un daño espantoso.
Cuando la vecina de arriba me explica que se ha ido con su marido unos días a la Antártida, me da la impresión de que el que no va a la Antártida es porque no quiere. Me acuerdo de que mis suegros tenían una casa a diez kilómetros de Zaragoza. En verano, cuando iban allí a pasar un mes, enviaban una furgoneta con los colchones, y hasta que no estaba todo preparado no iban. Si mi vecina hubiera tenido que mandar los colchones a la Antártida, aún no habrían llegado (los colchones).
La aldea global no nos deja posibilidad de escapatoria. Yo, en San Quirico, puedo escaparme de mi casa al bar, a la caja de ahorros, que procuro evitar, o a la iglesia. Y poco más, porque se me acaba el pueblo. Pues eso es lo que pasa ahora en el mundo.
Con miles de consecuencias: en primer lugar, con la necesidad absoluta de cambiar de mentalidad, los viejos y los jóvenes, pensando que aquello que querían nuestros padres y también nosotros, un empleo estable en nuestra ciudad, a ser posible en la calle en que vivimos y a ser posible, en nuestra propia acera, ha cambiado. Hoy hay millones de oportunidades. Sí, hoy, con la «crisis que nos azota», como tituló alguien de una manera un poco cursi mi informe, hay muchísimas posibilidades. Lo que pasa es que los hombres necesitaremos convencer a nuestra mujer, o ella a nosotros, de que en Cincinatti se puede vivir muy bien, aunque su mamá, o la nuestra, diga: «¿Cómo os vais tan lejos? ¿Habrá buenos colegios para los niños allí?».
Ha pasado siempre: cuando mi mujer y yo nos casamos en Zaragoza, fuimos a vivir a un piso que estaba a diez minutos andando de la casa de mi madre, que, con lágrimas en los ojos, me dijo: «Es como si te fueras a vivir a otra ciudad». (En descargo de mi madre, que era un sol, tengo que deciros que yo era hijo único).
No podemos afrontar un mundo global con una mentalidad provinciana, de poco riesgo o de «apalancamiento». El mundo global requiere ciudadanos globales.
Ahora todos vivimos en el mismo pueblo. Y esto tiene grandes ventajas y algunos inconvenientes. Para que estéis tranquilos mientras leéis estas cosas, os anuncio que más adelante he puesto unas recetas sobre lo que tenemos que hacer, no para sobrevivir en la globalización, sino para triunfar en ella por goleada. Porque si yo antes estaba decidido a triunfar en San Quirico, ¿por qué no puedo ahora luchar por triunfar en el globo terráqueo, que de ahí viene lo de la globalización?
T
ODO FORMA PARTE DE UN TODO
El mundo está interrelacionado. Eso ha quedado demostrado. Y puestos a discurrir, empecé a pensar qué significa eso de que está interrelacionado y de que todo forma parte de un todo. Y después de varios minutos, y de ver al petirrojo paseando esta vez por la mesa de mi despacho de San Quirico, se me ocurrió que el mundo está interrelacionado a nivel económico, político y sociocultural.
Y ahí lo iba a dejar, pero me pareció que me tenía que explayar un poco, más que nada para demostrar lo que se puede hacer discurriendo. Seguramente fui un poco imprudente, porque igual pensáis que para lo que se me ha ocurrido no valía la pena discurrir mucho.