Las emociones también se transmiten o comparten en gran medida en forma no-verbal. En sus gestos laxos un individuo dejará entrever su total abatimiento; de igual manera otro dejará traslucir su miedo a través de su cuerpo tenso. Teóricamente, no es absolutamente necesario el equilibrio emocional en una relación; sin embargo, la conversación se hace bastante difícil sin la presencia de éste. Tratemos de imaginar un encuentro entre un individuo que sufre la pérdida de un ser querido y otro que acaba de ganarse la lotería y comprenderemos el significado de lo dicho en el párrafo anterior. Las emociones son contagiosas y si se les da un cierto lapso para asimilarlas, cada uno de los participantes comenzará a absorber algo de la coloración emocional del otro.
Las señales no-verbales definen los papeles que le tocará jugar a cada uno. Tratamos a las personas de manera distinta, según su sexo, edad y clase social; también nos comportamos de acuerdo a lo que se espera de nosotros y de nuestro papel en la vida. Algunas personas desempeñan el suyo de manera obsesiva y nunca varían su comportamiento, independientemente de la situación que les toca vivir. Hay mujeres que constantemente parecen cortejar a los hombres o, para emplear uno de los clásicos ejemplos de Birdwhistell, el médico que insistirá en desempeñar su papel profesional aun en una reunión social. Su porte, su manera de moverse y penetrar en nuestro propio espacio, parece insistir para que se le pregunte cuál es su ocupación; si eso no ocurre, él lo dirá de cualquier manera. También se da el caso de una maestra recordada y querida de nuestra infancia, que nos demostrará al visitarla, al cabo de muchos años, que no puede dejar de actuar como tal. Hablará con demasiada precisión para una persona corriente y su porte será algo exagerado.
Por supuesto, existen personas que tratan de afirmar constantemente su femineidad o masculinidad a través del lenguaje no-verbal, con definiciones genéricas que pueden ser parte de una negociación (definir si una relación será o no sexual) y otras que simplemente reflejan aseveraciones básicas que nuestra sociedad hace al distinguir entre hombres y mujeres. Las diferencias en el lenguaje corporal entre el hombre y la mujer son profundas y fascinantes. Las mujeres en nuestra cultura tienen una tendencia a pararse más cerca una de la otra; a tocar más a la otra persona; a mirarla más directamente, con mayor frecuencia e intensidad; a mezclarse más íntimamente en los ritmos corporales. Su comportamiento no-verbal refleja, en general, que son más abiertas las relaciones personales y que les atribuyen mayor importancia. Claro está que el papel de los sexos se está transformando cada vez en algo menos rígido, y es posible que en el futuro las diferencias del código corporal entre los sexos sean cada vez menos notables.
Hemos recorrido tan solo algunas de las formas en que los seres humanos se comunican entre sí de manera no-verbal cuando están frente a frente. Si nos detenemos a pensar en todo lo que se expresa mediante el lenguaje no-verbal, nos parecerá raro que la gente se preocupe tanto por lo que se dice mediante el lenguaje hablado. Aparentemente, los primates no humanos no tienen problema en comunicarse sus emociones e intenciones. Lo hacen mediante expresiones faciales, posturas, gestos y gritos característicos. Michael Argyle ha sugerido que el lenguaje es innecesario para transmitir emociones y actitudes comunicativas y que debe haberse desarrollado para otros fines; probablemente para comunicar hechos producidos a la distancia y para referirse a objetos ausentes. Claro está que luego se extendió a la expresión de hechos más inmediatos, pero Argyle sugiere que no es la forma más efectiva de hacerlo.
Por supuesto, la comunicación no es tan simple como para enviar información por un canal verbal y las emociones por otro que no lo sea. En el nivel verbal, las emociones pueden ser definidas y tratadas de manera precisa. No solamente enviamos señales de nuestra emoción, sin darnos cuenta de ello, sino que también las recibimos de otros sin ser conscientes de que reaccionamos ante ellas; podemos llegar a la conclusión de que otra persona está enfadada cuando en realidad no lo está; transmitir nuestra desaprobación sin intención y no indicarlo con suficiente claridad cuando realmente así lo pensamos; todo esto ofrece un amplio margen de desentendimiento.
También existen algunas señales no-verbales como las "señas" o el "sistema de stress" descubierto por Birdwhistell, que están contenidos en el lenguaje verbal y no tendrían ningún significado fuera de él. Más aun, existen claves no-verbales únicamente para regular el lenguaje hablado, de la misma manera que las luces regulan el tránsito en las calles. Éstas son indispensables en la conversación cotidiana. Antes de que dos personas puedan empezar a hablar, ambas deberán indicar que están prestando atención; deberán estar ubicadas a una distancia razonable, dirigir sus cabezas o sus cuerpos una hacia la otra e intercambiar miradas de tanto en tanto. Cada uno necesitará del otro una cierta proporción de aprobación no-verbal mientras habla; una mirada relativamente fija y ciertas pautas de comportamiento: movimientos de asentimiento con la cabeza, reacciones faciales adecuadas y tal vez ciertos murmullos de aprobación como "m-hm..." y "sí..." Si nos encontráramos con la total ausencia de estos ingredientes, la conversación se interrumpiría repentinamente. Hay señales no-verbales que regulan el fluir de una conversación de tal manera que cada persona hable cuando es su turno y se produzcan pocas interrupciones o silencios incómodos y prolongados. Este método de hablar cada uno a su turno es sutil y complejo. En la conversación diaria, la gente lo hace sutilmente —no dicen "ahora le toca a usted" o "basta, ahora es mi turno"— no obstante, la mayor parte del tiempo el que escucha está listo para tomar el hilo de la conversación cuando finaliza el que habla, como si respondiera a un código preestablecido. Algunas veces habrá comenzado a mirar hacia otro lado, cambiando la posición de la cabeza o de otras mil maneras habrá anticipado que se aproxima su turno. ¿Cómo puede saber que el otro le cederá el terreno?
Hace algunos años, un estudio realizado por Adam Kendon (descripto en el Capítulo - 9) indicaba que el comportamiento visual era parte del código de señales. Durante una conversación entre dos personas, el que habla mirará a su interlocutor cada tanto y luego volverá a mirar hacia otro lado; estas miradas hacia otro lado duran tanto como las de contacto mutuo. Al llegar al final de un párrafo, mirará a su interlocutor por un lapso algo más prolongado y esto aparentemente le indica que está listo para tomar la palabra.
Estudios más recientes han demostrado que existe toda una serie de indicadores para tomar la palabra. El profesor de la Universidad de Chicago Starkey Duncan Jr. realizó un trabajo con dos video-tapes de conversaciones; una entre un terapeuta y un posible paciente y la otra entre el mismo terapeuta y un colega. En cada caso, Duncan efectuó un análisis exhaustivo de los primeros diecinueve minutos del tape. Tardó casi dos años en transcribir el comportamiento verbal y no-verbal, pero al terminar había hallado indicadores para la toma de la palabra en movimientos corporales, en lo que se decía y en la forma en que se lo hacía.
Observando lo que se decía, descubrió que cada uno de los que hablaba empleaba frases estereotipadas que indicaban que estaba listo para ceder la palabra. Parecían poco claras y definidas —"pero...", "algo así..." o "ya sabe usted.. ."— y con frecuencia se modulaban en un tono de voz que parecía desprenderse del párrafo expresado. También se notaron claves gramaticales, como efectuar una pregunta al interlocutor. Duncan descubrió que, en general, cuando el que habla completa su idea, su tono de voz se eleva (como al formular una pregunta) o baja. Una ligera carraspera, una cierta pesadez, una disminución en el volumen, son todos síntomas claros de que corresponde a la otra persona tomar la palabra. En cuanto a los movimientos corporales, las señales son gestos de detenerse o descansar. Si el individuo ha estado gesticulando, sus manos permanecerán quietas. Si apretaba los puños o mantenía los tobillos flexionados, será notable el cese de la tensión. Dará vuelta su cabeza hacia su interlocutor y la mantendrá así. Duncan no registró el comportamiento visual porque resulta muy difícil hacerlo a través de un video-tape. No obstante, cree que en su estudio, la dirección de la mirada coincide con la dirección de la cabeza. Parece ser que todos nosotros aprendemos desde la más tierna infancia que cuando dirigimos nuestra cabeza hacia otra persona, ésta reaccionará como si la estuviéramos mirando.
Por lo general, es necesario un grupo de tres indicadores simultáneos de que el orador está listo para ceder la palabra, para que el mensaje llegue al destinatario. Aun así, en algunos casos se da la circunstancia de que ambos interlocutores hablen al mismo tiempo. Duncan cree que el sistema de hablar de a uno por vez, como la mayoría de los otros, es susceptible de interferencias externas. Si el nivel de ruido del ambiente es alto, si se trata de un tema delicado, si uno de los individuos se torna demasiado emotivo y comienza a perder parte de las señales, el sistema se interrumpe.
Parece razonable pensar que el sistema de hablar cada uno a su turno, debe incluir señales de que el orador mantiene la palabra —maneras de indicar que el orador piensa seguir hablando—. Duncan mostró una de estas claves, que parece producirse cuando el orador está casi listo para ceder terreno, pero aparentemente no está del todo dispuesto; comienza a dejar ver una secuencia de señales pero al mismo tiempo, sus manos continúan gesticulando. Seguirá haciéndolo hasta haber completado todo lo que quiere decir.
Algunas veces, el oyente parece notar que se aproxima su turno para hablar pero prefiere no hacerlo; en este caso se comunicará por lo que Duncan denomina "canales indirectos". Asintiendo con la cabeza, murmurando palabras de aprobación o aun tratando de completar algunas frases al unísono con el que tiene la palabra, le indicará a éste que continúe hablando. Si hace alguna pregunta para clarificar algún punto o reafirma brevemente lo que éste acaba de afirmar, el mensaje será el mismo.
Es impresionante la flexibilidad de este sistema de hablar cada uno a su tiempo. Son tantas las señales intercambiables que existen para seguir hablando o dejar de hacerlo, que pueden emplearse aun para hablar por teléfono, cuando no pueden utilizarse las señales corporales y sólo sirven los signos verbales o vocales. Como muy bien señala Erving Goffman, el trabajo de Duncan indica que es necesaria una gran capacidad y comprensión para pasar parte del día con un amigo. Por lo tanto, decir que un niño de una barriada pobre está "subsocializado", no responde a la realidad. Podrá ser analfabeto y no haber adquirido las habilidades necesarias para progresar en una sociedad competitiva, pero si es capaz de mantener una conversación normal, en realidad estará "socializado". Goffman concluye diciendo que en encuentros cara a cara, las diferencias entre los "pulidos y sin pulir" son mucho menos importantes que las semejanzas.
El futuro
Las investigaciones acerca de la comunicación humana tienen aproximadamente veinte años de antigüedad, pero solamente en los últimos ocho o nueve años los científicos y el público en general, en especial los jóvenes, han comenzado a sentirse atraídos por los secretos de la comunicación no-verbal. Nos preguntamos: ¿Por qué ahora?
Una respuesta podría ser que, especialmente entre los jóvenes, existe hoy una tendencia a no confiar en las palabras. La vida es mucho más compleja de lo que era antes; los padres y los maestros han dejado de ser las únicas e incluso primarias figuras de autoridad y los jóvenes son bombardeados desde todos los sectores por las opiniones más diversas: a través de la televisión, la radio, el cine o las lecturas. Cuando mi hija tenía sólo cuatro años, solía decirme con escepticismo: "No se puede creer todo lo que anuncian los avisos de la televisión..." Los chicos mayores oirán los discursos de los políticos en que hablan de la paz, la igualdad y la buena vida y luego en los noticiosos se ven enfrentados con la pobreza, la furia desatada, la hipocresía, la guerra, la vida, en fin, en sus aspectos más crudos.
Por lo tanto, nace en ellos una desconfianza hacia las palabras, juntamente con un sentimiento general de alienación y un afán por lograr la inmediata satisfacción en sus relaciones personales. También nos hemos transformado en individuos mejor orientados visualmente, más abiertos a la idea de la comunicación corporal visible. En la introducción de su libro Male and Female, en su edición del año 1967, Margaret Mead escribió: Los jóvenes se expresan mediante sus cuerpos en una forma que parece destinada a ser interpretada más a través de la televisión que por medio de la lectura de una revista. Las demostraciones caracterizadas por extrañas y conspicuas posiciones corporales —sentarse en la calle, acostarse, dormir, hacerse sangrar, simplemente estar o hacer el amor (en una fuente helada al comienzo de la primavera) — han reemplazado los carteles y panfletos. La vestimenta y el peinado se han transformado en indicaciones de vital importancia acerca de actitudes éticas y políticas. Nos hemos desplazado hacia un período mucho más visual, donde lo que se ve es más importante que lo que se lee y la experiencia vivida en carne propia tiene mucho más valor que la que se adquiere de segunda mano.
La terapia de grupo, asimismo, con el énfasis que pone en hacer más que decir, tocarse, olerse, mirarse fijamente, forcejear, en general practicando la "comunicación no-verbal" en el sentido especial que ellos le dan a la frase, han contribuido al Zeitgeist, el espíritu de nuestro tiempo.
A pesar de que la comunicación humana es todavía virtualmente una ciencia en pañales, ya ha generado su porción de profecías ambiciosas y predicciones. Los profetas del pesimismo, por ejemplo, previenen acerca del poder que dará al futuro demagogo el conocimiento de las comunicaciones no-verbales. Les preocupa lo que podrá lograr un político que pueda proyectar cualquier imagen de sí mismo, cualquier emoción que prefiera, especialmente en esta era de campañas políticas por televisión. ¿Llegará el día en que la gente emplee las técnicas de la comunicación no-verbal para manejar a los demás? Parece inevitable; pero ciertas personas siempre han manejado a otras. Siempre ha habido demagogos e individuos capaces de mentir en forma convincente, como lo demuestran los estudios de Ekman. Puede ser que ahora se tornen más convincentes, más persuasivos y más hábiles para proyectar ante los demás una falsa imagen de sí mismos; pero al mismo tiempo, el público también será más capaz de captar las señales no-verbales, de modo que los beneficios del demagogo no serán muchos ni durarán mucho tiempo.