La Calavera de Cristal (19 page)

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Authors: Manda Scott

BOOK: La Calavera de Cristal
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—Lo haré, gracias. Y yo os mantendré al corriente de lo que averigüemos.

Cerraron la transmisión. El sol era un globo rojo que se sumergía por poniente. Allá arriba, en el Magdalene Bridge, los locales y los pubs iban despertando y salpicando el río de reflejos multicolor. Los patos dormían en silencio. Al cabo de un rato, en la calma del atardecer, el teléfono volvió a sonar.

—Tu dichosa piedra ya está lista —le informó Gordon Fraser con un hilo de voz—. Espero que tú también lo estés.

* * *

Nada podría haberla preparado para algo semejante.

Gordon, extrañamente comedido, los recibió a ella y a Kit a las puertas del ascensor y los acompañó a la quietud fluorescente de su laboratorio.

Kit iba delante, haciendo rodar su silla eléctrica por el pasillo y derrapando en cada curva hasta que entró por la puerta. Stella lo seguía a unos pasos, pero en el último giro lo perdió de vista.

—Dios santo...

Como un susurro, la voz sonó ronca de pura sorpresa, o acaso de miedo; Stella no supo decir cuál de las dos cosas. Se dio contra el respaldo de la silla y blasfemó. Al instante ella también se quedó paralizada.

—Joder.

Azul. Todo cuanto alcanzaba a ver era de un azul cristalino, perfecto, como un cielo inmaculado; faltaban las palabras ante aquella increíble belleza. Dio un paso hacia delante para arrimar la nariz al cristal de la vitrina.

Gordon no había movido la piedra de la pequeña peana de plástico donde la había dejado ella. Las luces blancas eran igual de hirientes que antes, pero quedaban casi apagadas ante lo que iluminaban.

El color inundaba el espacio: un azul denso, resplandeciente, rutilante, que hacía empequeñecer el cielo de la mañana y lo relegaba a los rincones, despejando el polvo y empequeñeciendo la tecnología.

Stella se agachó para alinear sus ojos con los de la calavera. Ya libre de su envoltura de caliza, el cráneo era perfecto, un objeto de cristal primoroso que absorbía la luz en formas curvas y creaba una llama tenue e incandescente en su interior.

Por fuera, el arco liso de la bóveda craneal finalizaba en dos cuencas oculares ahuecadas que coronaban unos pómulos de rasgos cincelados. La nariz formaba un triángulo perfecto. La mandíbula inferior parecía desgajada, con lo que la boca podía abrirse y cerrarse si se era amante de esos jueguecillos.

A Stella no le apetecía en absoluto jugar. Habló con suavidad.

—Kit, ¿llevas la mochila?

—¿Estás segura de que quieres hacer esto?

Quien hablaba era Gordon. Estaba de pie en un extremo de la sala, pálido y cariacontecido; no se había acercado a ella.

Con la misma voz temblorosa con la que le había hablado por teléfono, le dijo:

—Yo que tú, me aseguraría de poder deshacerme de algo así antes de volver a tenerlo en mis manos.

—¿A qué te refieres?

—No lo sé. Sencillamente, que es algo que puede llegar a robarte el alma, y a mí no me apetece que se me lleven la mía. Esta piedra es demasiado bonita. Está pidiendo a gritos que la sostengas, pero cuando lo hagas creo que no volverás a abandonarla. Con el corazón en la mano, creo que correrías mejor suerte si dejaras que la aplastara un mazo. Por aquí hay alguno si lo quieres.

Se hizo el silencio. Stella se volvió hacia Kit, en vez de hacia la piedra.

—¿Qué crees tú?

Él encogió su hombro bueno.

—Tony afirma que lleva la muerte a quien la custodia. Al final todo se reduce a lo mismo: o crees que es letal y que no hay piedra por la que merezca la pena morir o consideras que tiene algo que enseñarnos y, por lo tanto, vale la pena. No es la primera vez que topamos con esta encrucijada. Si has cambiado de idea, yo me apunto a lo del mazo.

—¿Crees que me ha robado el alma?

—¿La verdad? —La miró desde la silla y por un instante ella logró ver la batalla que libraba y que sus ojos no ocultaban; intentaba tener una opinión ponderada sobre el asunto, algo que jamás le había costado tanto; se obligó a sonreír—. Creo que eres más fuerte que todo esto. De lo contrario, no estaríamos ni siquiera planteándonoslo.

—¿Le tienes miedo? —preguntó Gordon. Kit frunció los labios.

—Que yo sepa, no. Quizá te sorprenda, pero no alcanzo a ver por qué hay que tenerle miedo.

—Pues será que eres más fuerte que yo. Tal vez resultará que a la hora de la verdad soy un calzonazos. —Gordon relajó los hombros como le había visto hacer Stella cuando se disponía a escalar un tramo complicado en una cueva y se acercó para abrirle la puerta de la vitrina. Luego, en tono más relajado, añadió—: Si quieres hablar con propiedad cuando te pregunten, deberías saber que tu juguete está hecho de una única pieza de cuarzo azul, conocido también como zafiro.

—¿Qué?

Su amplia sonrisa le dividió la barba por la mitad.

—Tienes ante ti lo que seguramente es la piedra preciosa de mayor tamaño que se haya desenterrado jamás en el hemisferio norte.

Kit preguntó cuánto valía.

—Ni idea, pero más de lo que tú o yo veremos jamás con nuestro sueldo universitario. Aunque si lo dices por si alguien estaría dispuesto a matar por ella, no creo que sea el tipo de objeto que roban para cortarlo y venderlo a las esposas de los futbolistas. Tiene algo que hace que lo desees para ti solo. O sea que, toma, todo tuyo...

Abrió la puerta de la vitrina y Stella levantó la piedra. Una luz azul la envolvió. Una sensación de acogida, de regreso al hogar, de amistad reavivada invadió su alma. A lo lejos oyó que Kit preguntaba:

—¿De dónde procede, exactamente?

—De Escocia —respondió Gordon—. He visto una o dos de ese color en los estratos de basalto de Loch Roag, en Lewis, pero nunca de este tamaño y sin ningún tipo de mella. Si lo necesitáis, se puede escanear y analizar las franjas cromáticas, lo que nos daría más pistas sobre su procedencia, aunque lo que está claro es que la tallaron allí. Tanto da que la hayan llevado de un lado a otro del mundo. Da igual,

porque la han tallado en dirección contraria al grano del cristal, y no es fácil evitar hacerla completamente añicos. Lo que está claro es que no es una copia falsa alemana; no saben hacerlas sin desmenuzar la piedra.

Stella los escuchaba solo a medias: toda su atención se centraba en la piedra calavera. La meció en el hueco que formaba su codo.

...soy tu esperanza en la hora final. Sostenme en brazos como sostendrías a tu hijo. Escúchame como escucharías a tu amante. Confía en mí como lo harías en tu dios, cualquiera que sea.

Gordon estaba en lo cierto, la piedra se había apoderado de su alma, pero a la vez se equivocaba, ya que no por ello ponía en peligro su seguridad. La relación se había vuelto más profunda, como si haberle retirado la coraza de creta hubiera abierto un canal que permitiera a la piedra devolver con la misma intensidad el cariño que le brindaba.

Ese pedazo de cielo despejado se apoderó de nuevos espacios de su mente, proporcionándole una paz inaudita. Stella se adentró en él como si penetrara en una cueva, con las mismas ansias de explorar y el mismo desconocimiento de lo que le esperaba en su interior.

Kit debía de haber preguntado algo más, porque Gordon le estaba dando una respuesta.

—Los alemanes son los mejores tallando cuarzo. —Cerró la vitrina y apagó las lamparillas; la intensa llama azul siguió ardiendo en el interior de la calavera—. En algún recóndito lugar de la Selva Negra hay una aldea en la que tallan cráneos de cristal y los venden a yanquis crédulos, pero esta no es una de esas piezas. Me juego mi carrera.

Señaló tajante con un dedo la piedra que reposaba en brazos de Stella.

—¿Veis cómo absorben la luz los arcos cigomáticos? ¿Y cómo las cuencas de los ojos la enfocan hacia el cráneo? Esta pericia artesanal no la encuentras en este siglo. No queda nadie vivo que sepa hacer esto.

Se dirigió a su ordenador y pulsó algunas teclas con sus enormes dedos.

—El quid de la cuestión es su origen, de eso no hay duda, de modo que me he tomado la libertad de hacerle algunas fotos antes de empezar. Si os fijáis en la gran pantalla que está allá atrás —con un gesto de las manos apuntó hacia la pared del fondo del laboratorio, donde colgaba una pantalla de proporciones cinematográficas

— veréis la imagen de una fisura en la roca.

Al fondo de la hendidura en la espesa piedra caliza se apreciaba un profundo color azul. La calidad de la imagen era impresionante. En primer plano, en alta definición, hasta la roca calcárea tenía un aspecto interesante. Gordon orientó el puntero láser hacia allí. Un puntito rojo dibujó espirales sobre unas virutas laminadas.

—Esto de aquí son depósitos seriados. La densidad y la profundidad varían con los ciclos de las estaciones. Con esta resolución no podremos ser muy precisos, pero si os conformáis con una aproximación, diremos que esta roca llevaba sumergida en agua con un elevado contenido de carbonato cálcico cuatrocientos veinte años, con un margen de error del cinco por ciento.

—¡Entonces es la de Owen! —exclamó Kit.

—Es de esa misma época, pero hasta ahí llega la geología. Lo demás os lo dejo a vosotros, pero no tengo demasiadas dudas.

—En fin, no hemos avanzado demasiado, ¿no crees? Todavía estamos procurando mantenernos con vida hasta averiguar el momento y el lugar indicados, aunque no tenemos la más remota idea de dónde o cuándo será —repuso Kit—. Poca cosa.

—Lo primero es averiguar de quién se trata —apuntó Stella desde el suelo.

—Reconozco esa voz. —Kit giró su silla para verla mejor; borró de su rostro cualquier rastro de humor—. ¿Qué sucede?

Stella negó con la cabeza.

—No lo sé. —Le costaba explicarlo; era una mezcla de neblina, llamas, luz y cristal, más orgánica que los elementos que la conformaban—. No dejo de ver una cara, pero la imagen no es nítida. Cuando observo la piedra, viene y se va.

—¿La cara que tendría la calavera?

—Eso creo. Al menos eso es lo que siento. ¿Conoces a alguien de confianza que pudiera reconstruir la cara a partir de estos huesos?

—No es mi campo. —Kit miró hacia arriba—. ¿Gordon?

—Solo se me ocurre una persona. —El menudo escocés siguió mirando a Kit con recelo—. ¿Sabías que Davy Law se dedicó a la antropología forense al irse de aquí?

Hubo un momento de pausa que Stella no comprendió; luego, Kit respondió secamente:

—No. Él no.

Gordon se sonrojó, lo cual la sorprendió casi por igual.

—Es un hombre de Bede y sabe lo que hace.

—Vamos, por favor...

—Chicos, ¿qué ocurre?

Stella los observaba a ambos. Sintió el principio de un escalofrío de alerta en la base de su cráneo, después de lo cual se desdibujaron la cara y la neblina que la habían acompañado.

Kit suspiró.

—David Law era un estudiante de medicina que abandonó su formación clínica y se marchó para dedicarse a algo menos arduo. Es un desgraciado; tiene dientes de

conejo y unos pelos que parecen colas de rata. Era el timonel del primer bote el año en que Bede llegó en último puesto.

Stella se dobló de risa mientras se incorporaba.

—Eso sí que es grave.

—La noche antes de la regata, violó a la chica que ejercía de marca del equipo femenino.

—¿Cómo? —Se volvió como un torbellino—. Gordon, ¿es eso cierto?

—En absoluto. Solo son calumnias y no está bien propagarlas, Christian O'Connor. Gordon se había puesto colorado y estaba enfadado. Miró al suelo y luego volvió a

levantar la vista.

—Era un rumor, no había pruebas. Aun así, el chismorreo acabó con la trayectoria de Davy. Se largó y se apuntó a Médicos Sin Fronteras, donde se hartó de vendar heridas de bala y curar diarreas a lactantes en campos de refugiados palestinos. Al regresar, se formó como antropólogo forense.

—¿O sea que ahora dedica su tiempo a romper los huesos a los muertos? —Kit se rió en silencio—. Le está bien merecido.

Gordon lo miró con dureza.

—Se ha pasado los últimos cinco años en Turquía cabreando al gobierno de Ankara por dar nombre y cara a los huesos de las fosas comunes curdas, y eso no es algo que pueda hacer cualquiera. Dirige un laboratorio de patología forense cerca del hospital Radcliffe de Oxford. Si quieres aferrarte a tus prejuicios, allá tú, pero si Stella busca a alguien que sepa guardar silencio y pueda encontrar una cara a partir de los huesos de su piedra, esa persona es Davy. Y seguramente será de los pocos que ni se amilanará ni intentará matarte por ello. Va a costaros encontrar a alguien mejor que él para este trabajo.

Kit se atusó el pelo con la mano buena. Por un momento parecía que iba a pelearse con Gordon, pero descartó la idea con un gesto de cabeza y se sacudió la tensión del cuerpo.

—No soy yo quien decide. Stell, ¿qué hacemos?

Stella quería seguir la tenue advertencia de su mente, pero había sido pasajera. Guardó la piedra calavera en la mochila y ajustó los cierres. Sin su presencia la sala se apagó. Al enderezarse, la calavera se encajó en su espalda como lo había hecho en la cueva.

—A estas horas, Tony ya habrá vuelto. Quiero tener la conciencia tranquila.

¿Podemos ir a verle con todo lo que tenemos? Fue él quien escribió la biografía de Owen junto con Úrsula Walker y él sabrá qué sucedió con Davy Law. Si cree que no debemos ir a verle, al menos lo habremos intentado. Y si está de acuerdo, nos acercaremos mañana a primera hora y luego iremos a ver a Úrsula. ¿Os parece?

—De acuerdo. —Tan solo porque conocía perfectamente a Kit, se dio cuenta de su vacilación antes de acceder.

* * *

Avanzaron con calma por las calles cálidas del anochecer de Cambridge. Los estudiantes que aún no se habían marchado de vacaciones se relacionaban con la marea incesante de turistas; las cafeterías estaban abarrotadas y los taxis circulaban a todo trapo en ambas direcciones por las calles de sentido único del complejo peatonal.

Para que Kit pudiera moverse mejor con su silla de ruedas eligieron la ruta menos frecuentada, la que recorría los grandes centros: King's College, Trinity y John's College. Luego pasaron por la calle adoquinada de la librería Heffer, se alejaron antes de la Iglesia Redonda y justo antes del Madeleine Bridge entraron por el camino que bordeaba la orilla del río. Las aguas apacibles descansaban en la oscuridad, serenas y profundas, salvo por las luces de colores que se reflejaban en ellas desde las tascas y los locales del puente.

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