–¿No van a hacer nada al respecto? ¿Van a permitir que me siga insultando de esta forma?
–Tienes razón, hay que hacer algo al respecto –dice García–. Mulleras, haz los honores.
–Señor Miguel G., queda arrestado por el asesinato de los miembros del libro
El último Baile
. Tiene derecho a guardar silencio si no está presente su abogado. Si no puede costearse uno se le adjudicará uno de oficio. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra –le digo con una sonrisa en los labios.
–¿Qué? ¿Cómo pueden hacerme esto? ¡¿Están cometiendo un gravísimo error?!
–¿Qué pasa?¿Ya no te parece tan divertido que te esté siguiendo la pista?
–Esto no va a quedar así –dice Miguel mientras lo sacan los policías.
Mis compañeros terminan de desalojar la sala. Una ambulancia se lleva a Roberta Marrero. Está muy nerviosa y será mejor tenerla unas horas en observación. Allí le darán algo para calmarla. En la sala sólo quedan los camareros recogiendo, García, Manuel el encargado de la editorial y yo.
–¿Cómo supiste que Miguel era el asesino? –pregunta Manuel.
–Se delató él mismo. Cuando nos dijo que quería ir al servicio, aprovechó para sustraer un cuchillo de los que utilizan para cortar los limones de las bebidas de una de las barras. Una vez en el camerino fue al baño, efectivamente, pero no lo utilizó, lo que hizo fue esconderse el arma –le cuento.
–¿Cómo sabe que no lo utilizó? –pregunta de nuevo.
–Porque no tiró de la cisterna. Yo entré justo después de él y para no haber tirado de la cisterna, tampoco había restos de ningún tipo, eso me hizo sospechar un poco.
–Joder –dice Manuel.
–Sí, pero luego él solito metió la gamba –dice García.
–¿Y eso? –dice Manuel.
–Habíamos filtrado a la prensa que habían aparecido chicos asesinados, que eran falsos suicidios, etc. Pero nadie habló nunca de ahorcamientos –explica García.
–Sólo el asesino podía saber aquella información, aparte de nosotros, claro –matizo.
–Además –dice García–, Popy Blasco se encargó de decirnos quién era el asesino.
–¿Cómo?
–Antes de morir estuvo a punto de decir algo.
–Pero no se entendía –dice Manuel.
–Dijo «principian…», es decir, principiante, pero no le dio tiempo a terminarlo. Es como él había descrito a Miguel en su
blog
y parece ser que Roberta también lo pensaba porque se encargó de recordárselo –le cuento.
–Me dejan asombrado. Entonces, supongo que ya estoy fuera de sospecha.
–Claro, ahora sí, ya puede salir del país si quiere.
–La verdad es que creo que necesito unas vacaciones –responde Manuel.
«Las miradas de la gente sobre su piel
hacían despertar oscuros y perversos deseos
que hasta él desconocía que lo habitaran,
pero se sentía tan bien sintiendo cómo
su cuerpo era codiciado…».
La mujer de rojo
«No hay nada peor en esta vida
que creerse algo que no se es ni por asomo».
El último baile
«Hay momentos en la vida en que lo más fácil
es rendirse a los acontecimientos,esperados o no.
Hay personas que no están dispuestas a ello».
Una segunda oportunidad
Han pasado dos días desde que arrestamos a Miguel G. He descansado bastante, que me hacía falta, y ahora tengo fuerzas para enfrentarme a todo lo que tengo que hacer. En primer lugar tengo que hablar con García, tengo que aclarar todo esto que siento, porque no quiero que me condicione. Me dirijo a su despacho y llamo a la puerta.
–¿Puedo pasar?
–Claro.
–Tenemos que hablar –le digo.
–Tú dirás.
–Es sobre lo que pasó aquí mismo en tu despacho el otro día.
–Yo…
–Déjame hablar.
–Está bien, habla.
–Mira Juan…
–¿Juan? Nunca me llamas por mi nombre.
–No me interrumpas.
–Está bien, perdona.
–Juan, creo que estoy enamorado de ti.
–¿Qué?
– Sí, pero no quiero estar contigo.
–¿Cómo? No entiendo nada.
–Que te quiero demasiado para joder lo nuestro.
–Eres más raro que un piojo verde.
–Yo no soy hombre de un solo hombre. No sé estar atado, ya lo sabes.
–Pero…
–No hay peros, es más fácil así. Quiero seguir siendo tu amigo y sé que si acabamos lo que dejamos a medias acabaré jodiéndolo todo. Recuerda que soy un culo inquieto y no sé tener la bragueta cerrada, tú mismo me lo dijiste.
–Sí, es cierto.
–Sólo quiero que no me guardes rencor. Quiero que todo siga como antes.
–Si es lo que quieres… Me costará al principio pero supongo que me acabaré acostumbrando. Me gustas mucho.
–Tú a mí también, y tu rabo, que vaya rabo.
–Ja, ja, ja… Qué bruto eres –me dice García.
–Oye es cierto, tienes un rabo maravilloso. Fíjate que ya me estoy arrepintiendo de todo lo que te he dicho.
–Ja, ja, ja… No tengas tanto morro. Cuídate mucho.
–Nos vemos a la vuelta de mis vacaciones.
–¿Dónde vas por fin?
–A Marruecos, veinte días.
–Pásatelo bien.
García me da un pico a modo de despedida, algo ha cambiado entre nosotros hoy, espero que sea para mejor. Voy a mi mesa y comienzo a recoger algunas cosillas que me harán falta para estas vacaciones. Entra Gregorio de laboratorio y me trae una carta.
–¿Qué es esto?
–Una carta escrita de puño y letra por Miguel G.
–¿Y eso?
–Aquí lo confiesa todo, échale un vistazo.
–Gracias Gregorio.
–La carta dice así:
«Querido agente Mulleras:
Imagino que le sorprenderá esta carta, y más después de todo lo que hemos pasado juntos. Digo juntos porque, de alguna forma, creo que es algo que hemos hecho entre los dos. Mi misión era crear un misterio y el suyo resolverlo.
Mi relación con mis compañeros era bastante buena, habiendo un par de excepciones, por supuesto. Cuando me encargaron dirigir y seleccionar a la gente que debía participar en el libro de relatos junto con Misternny, me sentí muy halagado. Busqué e indagué y traté de que la gente que estuviese en mi grupo fuese gente de nivel. Hubo un momento en el que la gente decía que había dos grupos. Uno, los que eran verdaderamente modernos y otro, los que íbamos de cultos, que éramos nosotros, los de mi grupo.
A mí todo este tipo de comentarios me envenenaban un poquito más cada día. No entendía por qué la gente es tan desagradecida. No necesito que me estés lamiendo el culo todo el día pero al menos muéstrate humilde, que no eres Capote, por mucho que hayas publicado aquí y allá.
Cuando la editorial propuso las votaciones en Internet mi relato fue el seleccionado como ganador. Enseguida saltaron los rumores de tongo y favoritismo, como cuando decidieron colocarlo el primero. También era el que daba título al libro. Juro por Dios, o por quien haga falta, que yo no hice trampas ni hubo favoritismos ni nada por el estilo. Tal vez casualidades, eso sí. El proyecto de mi novela era algo que veníamos estudiando desde mucho antes de empezar con la idea del libro de relatos.
Mi primera novela fue un éxito. Tanto es así que la editorial me encargó otra novela erótica que publiqué con pseudónimo. El problema llegó cuando me tocó publicar la segunda mía oficial. Tenía tanta presión encima que no se me ocurría nada. Estaba en una sequía absoluta de ideas. Mi cabeza era un pozo sin fondo. Blanco y negro, pero sin letras, sin palabras. Sentarme a escribir cada noche era sentarme a torturarme. Tanto es así que empecé a odiar. Primero a mí y luego al resto de mis compañeros. Para algunos incluso hacía contraportadas o les ayudaba a presentar sus libros pero cuando era para mí me encontraba tan seco de imaginación que no podía hacer nada. A todo esto hay que añadir la presión de la editorial por las ventas tan nefastas que había obtenido el dichoso libro de relatos, a pe-sar de la cantidad de promoción que se había hecho, incluso en televisión.
Mi primer crimen fue en Valencia. Pensé que un buen escritor es el que derrama su sangre en las páginas que escribe. Esto suena muy bonito pero es muy arriesgado y yo siempre he sido de alma cobarde, así que decidí derramar la sangre de los demás y, con eso, escribir mi nueva novela. Estaría basada en hechos reales y se vendería muchísimo. Juan Ernesto Artuñedo era uno de mis mejores amigos. No imaginas cómo sufrí para matarlo. Mientras dormía le destrocé la cabeza con el libro que ambos compartíamos. Me temblaba el pulso y las lágrimas en los ojos me impedían un ataque certero. Cuando empezó a desangrarse, lo colgué. Estaba inconsciente, no sé si estaba muerto o no cuando lo hice, el caso es que lo hice. Tal vez hubiese sido más lógico quitarme de en medio a toda la chusma que me rodeaba y que no me aguantaba, pero entonces habría sido más fácil dar conmigo. Nadie iba a sospechar que yo era el asesino de uno de mis mejores amigos. Y así fue, incluso estuve en el entierro y cuidé a su marido durante dos días hasta que se animó un poco después de la pérdida.
A Javier fue mucho más fácil. Revolvía las casas de mis víctimas buscando algún manuscrito del que pudiese valerme más adelante. No sabía cuánto me iba a durar la sequía literaria. Siempre he admirado mucho la obra de tres personas: Javier Giner, Juan Ernesto y Jonás Vega.
Javi sabía que iba a morir. El recuerdo de su mirada cuando iba a golpearlo aún me persigue por las noches cuando me acuesto. Se puede acabar con la vida de una persona pero después de la vida ellos pueden acabar contigo. Javier me visita diariamente en sueños para recordarme lo que le hice. Siempre me llevaba el libro de la escena del crimen porque no quería que los relacionasen.
Con Bésametonto fue muy fácil. Lo apuñalé a traición, sin que él se lo esperase. Luego cogí tu móvil y avisé a la policía. Implicarte fue tan sencillo… No entiendo cómo fuiste tan torpe. Me pareció muy divertido ver cómo te encerraban a ti por algo que había hecho yo.
La Tasero y Antonia Delata fueron dos fichas del tablero que tenía que comerme, nada más. Me eran totalmente indiferentes porque tampoco puedo decir que les conociese mucho, así que no me costó. A la Tasero primero la drogué, como ya sabrás, y cuando se desmayó fue cuando la ahorqué. No quise darle el golpe en la cabeza como a los otros. Aproveché que tú estabas preso porque si parecía un suicidio tú seguirías siendo culpable, al menos durante algún tiempo más.
Con Antonia Delata fue muy sencillo, nunca tuvo mucha fuerza.
¿Quién me falta? Ah sí, mi querido Jonás. Jonás y yo también éramos muy buenos amigos. Él estaba algo molesto porque no aparecía de forma estelar en mi primera novela, por eso decidí darle esa muerte tan trágica. Era mi manera de rendirle un especial homenaje. No podía morir igual que el resto, tenía que tener algo especial. Como aditivo, los mensajes en las páginas de Internet, la crucifixión y la nota en el libro. A estas alturas estaba ya claro que me estaba cargando a todos los miembros de El último Baile. Bésametonto tuvo la boca muy grande y te lo soltó antes de morir, si no estoy seguro de que te habría costado mucho acertarlo a ti solo porque, para qué engañarnos, tendrás un cuerpazo y estarás muy bueno, pero eres un poco lerdo. No te preocupes, no voy a insistir con los insultos, tú haces tu trabajo, bien o mal, pero lo haces. Hay gente que no da más de sí.
A Popy le clavé un cuchillo que le robé a uno de los camareros. A esas alturas de la película tenía muy claro que me teníais acorralado. Cuando recibí la llamada de Manuel invitándome a participar en la fiesta como dj sabía que me habíais cazado. Estuve tentado de huir pero nunca se escribió nada de los cobardes y yo soy más de dar la cara.
Con esta confesión no pretendo que se reduzca mi condena ni nada por el estilo, al contrario, tal vez incluso te estoy regalando un ascenso o alguna cosa de esas. Has arrestado al asesino de El último Baile. Espero que estés orgulloso. El libro se está vendiendo como churros y cuando salga de aquí probablemente seré bastante rico. Estos años los dedicaré a escribir, entre otras cosas, porque he oído que las cárceles dan mucho juego para los homosexuales. Creo que no tengo nada más que decir. Buena suerte y buen trabajo. Espero que con esto queden aclaradas todas las cosas que se te habían quedado en el tintero. Recibe un cordial saludo y recuerda que tal vez algún día nuestros caminos vuelvan a cruzarse».
Miguel G.
«
Me llamo Khaló Alí y soy yo quien firma esta historia, a pesar de no haberla vivido en mi propia carne. Miguel G, el asesino que cometió los crímenes relacionados con el libro de relatos El último Baile, fue mi compañero de celda durante los seis meses que estuve preso en la cárcel de Ceuta por algo que no viene al caso. Soy marroquí y por respeto a mi familia y a mi pueblo me gustaría, en la medida en que me sea posible, permanecer en el anonimato. Allí compartimos muchas cosas además de celda. Nuestros lazos eran tan estrechos que pensé que serían para siempre. Pero llegó el día en que me soltaron y acabó todo.
Cada noche, cuando el sol se ponía y las estrellas brillaban fuerte en el firmamento, él contaba la historia, paso a paso. Todas las noches la misma historia. Llegó a repetir tantas veces cómo había matado a todas aquellas personas y por qué, que me lo acabé aprendiendo de memoria. Cuando le preguntaba por qué repetía cada noche la misma historia, él me decía que para que no se le olvidase: «La mente se ocupa de olvidar las cosas malas que hemos hecho para así dejar de sufrir. Yo no quiero que se me olvide, o podría volver a repetirlo»– decía.
No puedo asegurar a ciencia cierta que esto ocurriese de verdad. Ni siquiera sé si estos personajes realmente existen o no. Muchas veces, en el patio de la cárcel, algunos presos le tachaban de loco. Si es cierto que estaba loco, para mí fue un loco maravilloso.
Cuando estaba a su lado recordaba las historias que me contaba mi abuela cuando era pequeño, historias que a ella le había contado la suya, pasando así de generación en generación. Como no pretendo tener hijos decidí seguir con la tradición de alguna forma. Por eso luché por publicar la suya. Primero porque sé que es lo que le gustaría a Miguel, y segundo porque siento que así continúo con un legado del que, de alguna forma, me siento responsable. Pido perdón si en algún momento he exagerado alguna de las cosas que se cuentan, si algo no es cierto o si, simplemente, alguien se siente ofendido. Nada más lejos de mis intenciones que hacer daño a nadie pero, cuando las historias pasan de boca en boca, acaban formando una bola gigante que en poco o en nada se acaban pareciendo a la original. Por si acaso, vuelvo a pedir disculpas. Que Alá nos proteja a todos».