Authors: Ava McCarthy
Jude se detuvo y, con los labios apretados, lanzó una mirada hacia el hombre rubio. Entonces, dirigió la vista hacia Harry, que se quedó helada. La miró a los ojos. Después volvió a prestar atención al hombre rubio y dijo algo por teléfono. El otro tipo dio la vuelta, clavó sus pupilas en Harry y la devoró con su mirada pálida. Ella se giró y salió disparada por las puertas.
Cruzó la calzada corriendo en dirección al aparcamiento de varias plantas, acompañada por el ruido de fondo de las ruedas de la maleta. Se escabulló entre los coches estacionados sin despegarse del equipaje. Tenía que encontrar su coche. Dio una batida con la vista por las filas de vehículos que tenía delante, pero no había ni rastro del Micra rojo.
Oía los fuertes latidos de su corazón. Giró a la derecha y subió con dificultad la rampa hacia la siguiente planta. El eco de sus pisadas sobre el cemento resonaba en el piso inferior y echó una mirada atrás. El hombre rubio corría hacia la rampa con todas sus fuerzas.
¿Dónde demonios estaba su coche? Al girarse, el peso de la maleta estuvo a punto de dislocarle el hombro. Quizá fuera mejor deshacerse de ella, pero ¿y el dinero? Lo necesitaría si salía viva de aquel trance.
Los pasos retumbaban por detrás. Harry avanzó dando tumbos en dirección a la siguiente rampa y empezó a subirla con dificultad, ya que el equipaje le hacía perder el equilibrio. Entonces, vio un Mercedes que bajaba a toda velocidad hacia ella. Paró en seco sólo a unos centímetros de Harry con una chirriante frenada que puso a prueba sus amortiguadores. Ella lo rodeó rozándolo y continuó hacia la próxima planta.
Recordó el momento en el que había aparcado el coche dos días atrás: lo visualizó subiendo las rampas, entrecerrando los ojos bajo la luz del día y buscando una plaza libre. La luz del día, exacto. Había dejado el coche en la azotea.
Los pasos se habían vuelto más intensos y rápidos. Harry hizo un esfuerzo y subió penosamente las últimas rampas. Le pesaban las piernas y tenía los brazos destrozados por el peso del equipaje. Por fin, la luz del día le cegó los ojos. La azotea se encontraba desierta; sólo había algunas filas de coches. La niebla y las nubes se mezclaban y lo cubrían todo como una gasa gris. El Nissan Micra era una mancha roja escondida al fondo.
Harry se agachó y se escabulló entre los coches arrastrando las maletas por el suelo. Tenía calambres en los dedos y en las muñecas. Aquellos pasos que aporreaban el suelo se detuvieron de repente. Harry se puso tensa. Se agachó aún más y aguzó el oído. Entonces, llevó la cabeza al suelo y miró con ojos de miope por debajo de los coches. Alguien con zapatillas de deporte recorría sigilosamente un camino paralelo al suyo. Se encontraba sólo a dos filas de ella.
Harry se agachó todo lo que pudo y se dirigió hacia la última fila de coches. Cada pocos metros comprobaba por dónde iban las zapatillas. Aún la seguían. Finalmente, soltó el equipaje y salió disparada hacia el Micra. Tenía espasmos en los brazos.
Sus dedos rígidos y temblorosos encontraron la llave del coche. La introdujo en la cerradura y abrió la puerta. Se levantó con la cabeza gacha y las rodillas le crujieron como la leña al crepitar. Agarró el tirador de la puerta sin bajar la guardia por si oía de nuevo aquellos pasos. Nada.
Abrió la puerta lentamente y se estremeció al pensar que iba a empezar a chirriar. Se vio reflejada en la ventanilla del coche: cabello despeinado y rostro pálido sobre un fondo oscuro. Entonces, el fondo cambió. Harry abrió los ojos de par en par. Otro reflejo se deslizaba detrás del suyo. Rostro lívido, gorro negro, mechones de cabello albino.
La agarró sin darle tiempo para girarse. Le estiró de la melena hacia atrás y luego le empujó la cara hacia la puerta del coche. A Harry le empezó a dar vueltas la cabeza y fue incapaz de abrir los ojos. El hombre la apretó contra el coche presionándola con su cuerpo. Era fuerte y enérgico, y desprendía un olor denso. Harry dio una patada hacia atrás pero no lo tocó. Él le cogió de nuevo la cabeza, esta vez con las dos manos, y se la golpeó contra el techo del coche. Notó un dolor intermitente en el cráneo. Las piernas le flaquearon y se desplomó sobre el Micra; su cabeza no paraba de girar.
La levantó y le estiró los brazos hacia atrás. Sintió el frío del acero en las muñecas, oyó el sonido de un trinquete y un chasquido. El metal se le clavó en la piel. El hombre le cubrió la cabeza con algo grueso y opaco; un saco áspero y tosco. Abrió la puerta, empujó a Harry con fuerza y ésta fue a parar al asiento trasero. Trató de sentarse pero estaba mareada y finalmente cayó al suelo. Los hombros le quedaron encajados entre los asientos y se le desató un insoportable dolor en los brazos.
El tipo echó algo pesado en la parte trasera del coche. Era el equipaje de Harry.
Cerró la puerta con fuerza, encendió el motor y el Micra dio una sacudida hacia delante que le provocó a Harry espasmos en los brazos. Estaba mareada y se sentía a la deriva.
Varias imágenes de Jude Tiernan asaltaron su mente como si de una serie de diapositivas se tratase: Jude el día de la reunión de KWC, en la que no pintaba nada; Jude en el White’s Bar, fingiendo que la ayudaba a acercarse a Felix Roche; Jude en el aeropuerto, dando instrucciones letales a través del móvil.
Estaba perdiendo la conciencia. Nunca debió haber confiado en él.
Harry se despertó y sintió que se ahogaba. Notaba la garganta irritada y los orificios nasales le ardían. No veía nada.
Tenía algo húmedo y pesado pegado a la cara. Cogió aire por la nariz. Un fuerte olor le penetró en los senos nasales y se mareó. Aquel efluvio resultaba asfixiante y le recordaba al de las pastillas para encender fuego. Entonces lo entendió.
Dios, el saco que le cubría la cabeza estaba empapado de gasolina.
Trató de inhalar de nuevo aquella sustancia, pero sus vapores cáusticos le provocaron náuseas. El dolor le desgarraba el cuello y los hombros. Yacía de lado, con los brazos todavía atados detrás de la espalda. El duro suelo sobre el cual se encontraba le hizo pensar que ya no estaba en el coche. Giró la cabeza para intentar librarse del saco. Consiguió despegar un poco del labio inferior y empezó a respirar despacio por aquella pequeña rendija.
Delante de ella, algo produjo un ruido similar al de una rascadura. Después volvió el silencio.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó Harry.
No le gustó nada comprobar que se le quebraba la voz.
Nadie respondió. Le daba miedo moverse y que el saco volviera a taparle la boca. Percibió de nuevo aquel sonido seguido de un ligero silbido y se le agarrotó todo el cuerpo. Dios mío, aquel tipo estaba encendiendo cerillas.
Harry se relamió y notó cómo la gasolina le abrasaba la lengua.
—¿Qué sucede?
—Estamos esperando.
Su voz era irregular y áspera. Estaba cerca de ella.
Harry se aclaró la voz e intentó emplear un tono no amenazante. No le resultó complicado.
—¿Puede al menos sacarme esto de la cabeza?
—No hasta que él llegue.
—¿Y cuándo llegará?
—No tardará mucho. Nos ha seguido desde el aeropuerto.
Se oyó otra vez el mismo sonido. ¿Qué diablos hacía con las cerillas que encendía? ¿Las apagaba soplando? ¿Las lanzaba hacia ella? Se imaginó con el saco en llamas, la cabeza atrapada dentro de una capucha ardiente y las manos atadas a la espalda. Tenía unas ganas locas de gritar pero mantuvo la boca cerrada. No era momento para la histeria. Debía escaparse antes de que Jude llegara y ella tuviera dos hombres con los que lidiar.
Tragó una bocanada de aire.
—¿Y si me quitas solamente las esposas?
Arqueó la espalda y rozó el suelo con las yemas de los dedos por detrás. Sólo había barro seco.
—Cuando él lo diga —contestó.
Movió la pierna derecha hacia delante como si quisiera estirar los músculos de la pantorrilla.
—¿Siempre haces lo que te dice?
Tanteó el terreno con el pie pero no notó nada. Él encendió otra cerilla y Harry dejó de mover la pierna. No hubo respuesta a su pregunta.
—Déjame adivinar —dijo ella—. Me apuesto a que te encarga todo el trabajo sucio y él se lleva el dinero, ¿verdad?
Siguió sin contestarle. Ella se arriesgó a mover la pierna de nuevo hacia atrás para ver qué encontraba. Su pie se topó con algo sólido y lo empujó. Parecía bastante resistente. Quizá se tratara de una valla de madera.
—Entonces, ¿qué consigues con todo esto?
Harry escuchó cómo desenroscaba un tapón y la pierna se le agarrotó.
—Se ocupa de mí —respondió.
—¿Por qué no coges el dinero y te largas? Lo tienes ahí mismo. No puedo detenerte, ni siquiera sé quién eres.
Se oyó un leve crujido y notó que se acercaba a ella y vertía algo en un recipiente. Sin previo aviso, un frío líquido se derramó sobre su pecho. Harry soltó un grito ahogado, se dio la vuelta y permaneció boca abajo. El olor a gasolina era insoportable. Aquel líquido seguía cayendo sobre ella; la blusa, empapada, se le pegaba a la piel.
El diluvio se detuvo y escuchó cómo enroscaba de nuevo el tapón del recipiente. El tipo encendió otra cerilla y se echó a reír con un ligero resoplido nasal.
Harry tembló. Maldito fuera su padre. ¿Por qué no la había ayudado? ¿Es que no la quería lo suficiente? Tendría que haber acudido a la policía y dejar que se pudriera en la cárcel todo el tiempo que se mereciera en lugar de intentar protegerlo. El grito que había contenido antes amenazaba con resurgir con más fuerza.
Oyó un silbido cerca de su oído que se fue apagando. Inhaló el efluvio de la gasolina que la rodeaba corno si fuera su aura. ¿A qué distancia debía encenderse una llama para conseguir que su cuerpo ardiera? Pensó en Felix Roche, que murió abrasado en su propio apartamento, y casi le entraron arcadas de nuevo.
—¿Me vas a quemar? —preguntó—. ¿Como a Felix Roche?
—Nunca sé sus nombres. —Parecía un poco sorprendido—. Tampoco sé el tuyo.
Se estaba asfixiando con el olor que desprendía su propio cuerpo. Si supiera su nombre, ¿también la mataría?
—Harry —respondió—. Me llamo Harry.
Se estremeció al escuchar el tono de súplica de su propia voz y apretó los puños detrás de la espalda.
—Te puedo decir algunos nombres más —añadió—. Jonathan Spencer, hace casi nueve años. Cerca del IFSC. ¿Lo recuerdas? Y mi padre. Sal Martínez. Intentaste matarlo la semana pasada en Arbour Hill.
—El IFSC. Sí, me acuerdo. Fue una auténtica sangría. —Hizo una pausa—. Pero te equivocas con lo de Arbour Hill. No quería matarlo a él. —Encendió otra cerilla—. Quería matarte a ti.
Harry respiraba con dificultad. ¿Había sido ella su objetivo?
El hombre prosiguió.
—Él captó mis intenciones y te apartó de mi camino. —Encendió una cerilla más—. Lástima que no esté aquí para protegerte, ¿verdad?
Harry recordó la calle desierta a la salida de la cárcel. Vio el Jeep aproximándose a toda velocidad y a su padre lanzándose al otro lado para apartarse de su trayectoria. Evocó la expresión angustiada de su rostro. Por primera vez, consideró la posibilidad de que se hubiera interpuesto en el camino del Jeep en lugar de apartarse de él; de que la hubiera empujado a un lugar seguro en vez de haber caído encima de ella. Por primera vez, consideró la posibilidad de que le hubiera salvado la vida.
Sintió un inmenso dolor en el pecho y de repente se convirtió de nuevo en una niña; necesitaba que su padre la acunara en sus brazos.
Se oyó el rugido del motor de un coche que enseguida se detuvo. Estaba bastante cerca. Una puerta se cerró y escuchó. Unos pasos que se dirigían hacia ella, primero sobre el asfalto y después sobre una superficie más blanda. Entonces, alguien tiró del saco que le cubría la cabeza y se lo arrancó.
Harry parpadeó al ver la luz; los ojos le escocían por la gasolina. Estaba tumbada en un estrecho camino de barro con una mejilla apoyada en la tierra. Entrecerró los ojos y alzó la mirada hacia el hombre rubio que estaba de pie junto a ella. Sostenía en una mano una garrafa llena de gasolina de la cual sólo había consumido un tercio. A los pies de él había un bol de cristal lleno de libritos de cerillas plegados. En el suelo, Harry vio unas cuantas cerillas usadas a unos centímetros de su nariz.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Llenó sus pulmones de aire fresco y aquella fragancia aromática le resultó extrañamente familiar. Estiró el cuello para mirar atrás. La valla de madera resultó ser un elevado seto que continuaba a lo largo del camino describiendo curvas. Tuvo una intuición y levantó la vista. Por todas partes se levantaban unos setos enormes y densos, más altos que los muros de la cárcel. Trazaban círculos y curvas en todas las direcciones y la encerraban en un túnel verde oscuro. Harry se estremeció. Ahora sabía dónde estaba.
Se encontraba en un laberinto gigante.
—Siempre supe que me conducirías hasta el dinero, Harry.
Ella dio un vistazo a su alrededor. Dillon estaba de pie justo delante y con una pistola en la mano.
—Dillon.
—Ojalá hubieras confiado más en mí —le dijo con suavidad—. Esperé, pero nunca te sinceraste conmigo.
Harry trató de sentarse, pero sintió un fuerte dolor en los hombros y volvió a tumbarse en el suelo. Estaba confusa.
—Podríamos haber sido un equipo —continuó—. Podríamos haber encontrado el dinero juntos.
Lo miró con ojos entrecerrados. La neblina lo envolvía como el humo de un cigarrillo. Iba de negro, igual que cuando se conocieron. Sus labios esbozaron aquella característica sonrisa misteriosa.
—No entiendo nada —dijo Harry.
—Creo que sí lo entiendes.
Le apuntaba al estómago con la pistola, aunque la sujetaba sin demasiada fuerza. Ella se quedó petrificada mirándola. Era la primera vez que veía una de verdad.
Santo Dios. Dillon. Su amor adolescente, su jefe, y su amante. Se puso a temblar. Entonces se dio cuenta de lo que él tenía a sus pies: la repleta bolsa de viaje de su padre y la maleta negra de Rosenstock Bank, cuya tapa dejaba al descubierto una capa de billetes de color púrpura.
Dillon le siguió la mirada, dio un paso atrás y se arrodilló junto a la maleta. Introdujo las manos en ella y sacó tres gruesos fajos de billetes. Se los pasó por la nariz para apreciar su olor. Después, se levantó, los lanzó dentro de la maleta y cerró la tapa de un puntapié.