Juego de Tronos (96 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

BOOK: Juego de Tronos
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—Si los dioses existen, creo que lo harán —replicó Varys—. De cualquier manera, la Reina no habría esperado mucho más. Robert se estaba volviendo difícil de manejar; tenía que acabar con él para tener las manos libres y enfrentarse también a sus hermanos. Qué pareja, Stannis y Renly... el guantelete de hierro y el guante de seda. —Se secó la boca con el dorso de la mano—. Os habéis comportado como un estúpido, mi señor. Debisteis hacer caso a Meñique cuando os dijo que apoyarais a Joffrey para la sucesión.

—¿Cómo... cómo sabéis eso?

—Lo sé —dijo Varys con una sonrisa—, es lo único que importa. Y también sé que mañana la Reina vendrá a veros.

—¿Por qué? —Ned alzó los ojos, despacio.

—Cersei os tiene miedo, mi señor... pero hay otros enemigos a los que todavía teme más. Su amado hermano Jaime está en estos momentos combatiendo contra los señores del río. Lysa Arryn ocupa el Nido de Águilas, rodeada de piedra y acero, y no siente ningún cariño hacia la Reina. Se dice que en Dorne los Martell lloran aún el asesinato de la princesa Elia y sus bebés. Y ahora vuestro hijo avanza por el Cuello, con una hueste de norteños.

—Robb no es más que un niño —dijo Ned, conmocionado.

—Un niño con un ejército —replicó Varys—. Pero, como bien decís, sólo un niño. Los hermanos del rey son los que quitan el sueño a Cersei, sobre todo Lord Stannis. Es él quien tiene derecho al trono, sus proezas como comandante en el campo de batalla son de todos conocidas, y no conoce la piedad. No hay criatura en la tierra tan aterradora como un hombre justo. Nadie sabe qué ha estado haciendo Stannis en Rocadragón, pero sospecho que si se ha dedicado a coleccionar algo han sido espadas, no conchas marinas. Así que ahí tenéis la pesadilla de Cersei: mientras su padre y su hermano gastan las fuerzas luchando contra los Tully y los Stark, Lord Stannis desembarca, se proclama rey, y adiós a la cabecita rubia y rizada de su hijo... y a la suya, de paso, aunque sospecho que a Stannis le preocupa más el chico.

—Stannis Baratheon es el legítimo heredero de Robert —dijo Ned—. El trono le corresponde por derecho. Su proclamación sería lo justo.

—Os garantizo que no es eso lo que Cersei quiere escuchar —dijo Varys después de chasquear la lengua—. Stannis puede conseguir el trono, pero si no medís vuestras palabras, lo único que quedará de vos para recibirlo será vuestra cabeza pudriéndose en una pica. Las súplicas de Sansa fueron tan dulces... Sería una lástima que lo echarais todo a perder. Podéis recuperar la vida. Cersei no es estúpida. Sabe que un lobo domesticado es más útil que un lobo muerto.

—¿Queréis que sirva a la mujer que mató a mi rey, asesinó a mis hombres y dejó tullido a mi hijo? —La voz de Ned denotaba toda la incredulidad del mundo.

—Quiero que sirváis al reino —replicó Varys—. Decidle a la Reina que confesaréis vuestra vil traición. Ordenad a vuestro hijo que deponga la espada, y proclamad que Joffrey es el heredero legítimo. Ofreceos a denunciar a Stannis y a Renly como usurpadores. Nuestra leona de ojos verdes sabe que sois hombre de honor. Si le dais la paz que necesita, y el tiempo para enfrentarse a Stannis, y juráis que os llevaréis su secreto a la tumba, creo que os dará permiso para vestir el negro y pasar el resto de vuestros días en el Muro, con vuestro hermano y ese hijo bastardo que tenéis allí.

Al pensar en Jon, Ned sintió una vergüenza profunda, y un dolor más allá de las palabras. Ojalá pudiera ver al muchacho otra vez, sentarse, hablar con él... El dolor le recorrió la pierna como un latigazo bajo la escayola sucia. Hizo una mueca, y abrió y cerró los dedos, impotente.

—¿Este plan es cosa vuestra? —preguntó a Varys—. ¿O es también cosa de Meñique?

—Antes de aliarme con Meñique me casaría con la Cabra Negra de Qohor —Aquello había hecho sonreír al eunuco—. Meñique es el segundo hombre más retorcido de los Siete Reinos. Oh, por supuesto que le transmito rumores: los que a mí me interesan, y los necesarios para que crea que le soy leal... igual que permito que Cersei piense que soy leal a ella.

—E igual que me lo hicisteis creer a mí. Decidme, Lord Varys, ¿a quién servís en realidad?

—Al reino, mi buen señor —contestó Varys con una sonrisa—, no lo dudéis. Os lo juro por mi virilidad perdida. Sirvo al reino, y el reino necesita paz. —Apuró el último trago de vino y tiró el pellejo vacío a un rincón—. Decidme, Lord Eddard, ¿cuál es vuestra respuesta? Dadme vuestra palabra de que, cuando la Reina venga a veros, le diréis lo que quiere oír.

—Si lo hiciera, mi palabra sería tan hueca como una armadura vacía. No valoro mi vida tanto como para eso.

—Lástima —suspiró el eunuco—. ¿Qué hay de la vida de vuestra hija, mi señor? ¿Cuánto la valoráis?

—Mi hija... —El corazón se le heló a Ned en el pecho.

—No pensaréis que he olvidado su dulce inocencia, ¿verdad, mi señor? Desde luego, la Reina no la ha olvidado.

—No —suplicó Ned, con la voz rota—. Varys, por los dioses, haced lo que queráis conmigo, pero dejad a mi hija fuera de vuestros planes. Sansa no es más que una niña.

—También Rhaenys era una niña. La hija del príncipe Rhaegar. Una chiquilla adorable, más joven que vuestras hijas. Tenía un gatito negro al que llamaba
Balerion
, ¿lo sabíais? A veces me pregunto qué sería de él. A Rhaenys le gustaba jugar a que era el verdadero
Balerion
, el Terror Negro de antaño, pero supongo que los Lannister le enseñaron enseguida la diferencia entre un gatito y un dragón, el día que derribaron su puerta. —Varys dejó escapar un suspiro de cansancio, el suspiro del hombre que carga sobre los hombros con todas las penas del mundo—. Una vez, el Septon Supremo me dijo que el sufrimiento es el precio que pagamos por nuestros pecados. Si eso es cierto, decidme, Lord Eddard... ¿por qué son siempre los inocentes los que más sufren cuando vosotros, los grandes señores, jugáis al juego de tronos? Meditadlo mientras esperáis a la Reina. Y meditad también sobre esto: el próximo visitante puede traeros pan, queso, y leche de la amapola que os alivie el dolor... o puede traeros la cabeza de Sansa.

»Mi querido Lord Mano, la decisión es sólo vuestra.

CATELYN (9)

A medida que el ejército bajaba por el camino, entre las ciénagas negras del Cuello, y se abría al llegar a las tierras del río, los temores de Catelyn aumentaban. Ocultaba sus miedos tras un rostro sereno e inexpresivo, pero allí estaban, y crecían con cada legua de trayecto. Se pasaba los días ansiosa; las noches, inquieta, y cada vez que veía volar un cuervo apretaba los dientes.

Temía por su señor padre, y su silencio ominoso la llenaba de dudas. Temía por su hermano Edmure, y rezaba a los dioses para que velaran por él si tenía que enfrentarse en combate al Matarreyes. Temía por Ned y por las niñas, y por el dulce muchachito que había dejado en Invernalia. Pero no podía hacer nada por ninguno de ellos, de manera que intentaba apartarlos de sus pensamientos.

«Debes conservar las fuerzas para Robb —se dijo—. Es el único al que puedes ayudar. Debes ser tan fiera y dura como el norte, Catelyn Tully. Ahora debes ser una verdadera Stark, como tu hijo.»

Robb cabalgaba a la cabeza de la columna, bajo el estandarte blanco de Invernalia. Cada día invitaba a uno de los señores a unirse a él, de manera que pudieran conferenciar por el camino. Honraba por turnos a todos los hombres, sin favoritismos, y los escuchaba igual que había hecho su padre, siempre sopesando las palabras de cada uno contra las de los demás.

«Ha aprendido mucho de Ned —pensaba Catelyn al mirarlo—. Pero, ¿será suficiente?»

El Pez Negro había elegido cien hombres y cien caballos veloces, y se había adelantado para ocultar sus movimientos y examinar el camino. Los informes que trajeron de vuelta los jinetes de Ser Brynden no la tranquilizaron en absoluto. Las huestes de Lord Tywin estaban a varios días de camino hacia el sur... pero Walder Frey, señor del Cruce, había reunido a casi cuatro mil hombres en sus castillos del Forca Verde.

—Otra vez tarde —murmuró Catelyn al enterarse.

Maldito hombre, era otra vez como en el Tridente. Su hermano Edmure había convocado a los vasallos; Lord Frey debería haberse unido al ejército de los Tully en Aguasdulces, pero seguía en el Forca Verde.

—Cuatro mil hombres —repitió Robb, más perplejo que airado—. Lord Frey no pensará enfrentarse solo a los Lannister. Sin duda, pretende unirse a nuestro ejército.

—¿Tú crees? —replicó Catelyn. Se había adelantado para cabalgar con Robb y con Robett Glover, su acompañante de aquel día. La vanguardia se extendía a sus espaldas como un lento bosque de lanzas, picas y estandartes—. Yo no estaría tan segura. Nunca esperes nada de Walder Frey; así te ahorrarás sorpresas.

—Es vasallo de tu padre.

—Hay hombres que se toman sus juramentos más en serio que otros, Robb. Y las relaciones de Lord Walder con Roca Casterly siempre fueron más amistosas de lo que a mi padre le habría gustado. Uno de sus hijos está casado con la hermana de Tywin Lannister. Cierto que eso no significa gran cosa. Lord Walder ha tenido gran número de hijos, y con alguien había que casarlos, pero...

—¿Teméis que piense traicionarnos y ayudar a los Lannister, mi señora? —preguntó Robett Glover, muy serio.

—Para ser sincera —contestó Catelyn con un suspiro—, dudo que el propio Lord Frey sepa cuáles son las intenciones de Lord Frey. Tiene la cautela de un anciano y la ambición de un joven, y astucia nunca le ha faltado.

—Necesitamos Los Gemelos, madre —dijo Robb con vehemencia—. No hay otra manera de cruzar el río. Lo sabes igual que yo.

—Sí. Y también lo sabe Walder Frey, puedes estar seguro.

Aquella noche acamparon en el límite sur de los pantanos, a mitad de trayecto entre el camino Real y el río. Allí los encontró Theon Greyjoy cuando fue a llevarles nuevas noticias de su tío.

—Ser Brynden me envía a deciros que ya ha cruzado espadas con los Lannister. Hay una docena de exploradores que no volverán para informar a Lord Tywin a corto plazo... ni nunca. —Sonrió—. Ser Addam Marbrand está al mando de su avanzadilla, y se retira hacia el sur, quemándolo todo a su paso. Sabe aproximadamente dónde nos encontramos, pero dice el Pez Negro que, cuando nos dividamos, no se enterará.

—A menos que Lord Frey se lo diga —señaló Catelyn—. Theon, cuando vuelvas con mi tío, dile que sitúe a sus mejores arqueros en torno a Los Gemelos, día y noche, con orden de abatir cualquier cuervo que salga de sus almenas. No quiero que ninguno lleve noticias a Lord Tywin sobre los movimientos de mi hijo.

—Ser Brynden ya se ha encargado de eso, mi señora —respondió Theon, con una sonrisa arrogante—. Unos cuantos pájaros más y podremos preparar una empanada. Os guardaré las plumas para que os hagáis un sombrero.

Debía haber imaginado que Brynden
el Pez Negro
lo habría calculado ya.

—¿Qué han hecho los Frey mientras los Lannister quemaban sus campos y saqueaban sus aldeas?

—Ha habido enfrentamientos entre los hombres de Ser Addam y los de Lord Walder —respondió Theon—. A menos de un día de camino de aquí nos encontramos con dos exploradores Lannister que servían de alimento a los buitres: los Frey los habían ahorcado. Pero la mayor parte de los hombres de Lord Walder permanece en Los Gemelos.

Catelyn pensó con amargura que aquello llevaba, sin lugar a dudas, el sello de Walder Frey: esperar, demorarse, vigilar y no correr riesgos a menos que lo obligaran.

—Si ha estado combatiendo a los Lannister, quizá piense mantener su juramento —dijo Robb.

—Defender sus tierras es una cosa —dijo Catelyn, que no estaba tan segura—, y enfrentarse a Lord Tywin en batalla, otra muy diferente.

—¿Ha descubierto el Pez Negro alguna otra manera de cruzar el Forca Verde? —preguntó Robb volviéndose hacia Theon Greyjoy.

—El río baja muy crecido y muy rápido —contestó Theon con un gesto de negación—. Ser Brynden dice que, tan al norte, no se puede vadear.

—¡Necesito ese paso! —declaró Robb, airado—. Sí, supongo que los caballos podrían cruzar a nado, pero no si llevan a lomos jinetes con armaduras. Tendríamos que construir balsas para cruzar las armas, los yelmos, las cotas de mallas... y no tenemos tantos árboles. Ni tanto tiempo. Lord Tywin avanza hacia el norte... —Apretó un puño.

—Lord Frey no será tan estúpido como para intentar cortarnos el paso —dijo Theon Greyjoy, con su confianza habitual—. Tenemos cinco veces más hombres que él. Si lo necesitas puedes tomar Los Gemelos, Robb.

—No sería sencillo —les advirtió Catelyn—. Y no lo conseguirías a tiempo. Mientras preparas el asedio, Tywin Lannister llegaría con sus huestes y te atacaría por la retaguardia.

Robb miró a Greyjoy, buscando respuestas, sin encontrarlas. Por un momento, pese a la cota de mallas, la espada y la sombra de barba, aparentaba ser aún más joven.

—¿Qué haría mi padre? —preguntó a Catelyn.

—Buscar una manera de pasar —respondió ella—. Costase lo que costase.

A la mañana siguiente fue Ser Brynden quien acudió a hablar con ellos. Se había despojado de la pesada coraza y el yelmo que llevaba como Caballero de la Puerta, y lucía en cambio las prendas de cuero ligeras propias de un jinete, pero mantenía el pez de obsidiana como broche para la capa.

—Ha habido una batalla bajo las murallas de Aguasdulces —dijo su tío con expresión grave mientras desmontaba—. Lo hemos averiguado de un escolta Lannister al que cogimos prisionero. El Matarreyes ha destrozado las huestes de Edmure y ha hecho retroceder a los señores del Tridente.

—¿Y mi hermano? —preguntó Catelyn con el corazón en un puño.

—Herido y prisionero —dijo Ser Brynden—. Lord Blackwood y el resto de los supervivientes resisten el asedio dentro de Aguasdulces, rodeados por las huestes de Jaime.

—Si queremos llegar a tiempo para ayudarlos, tenemos que cruzar este condenado río. —Robb parecía preocupado.

—No será fácil —le advirtió su tío—. Lord Frey ha reunido todo su ejército dentro del castillo, y ha atrancado las puertas.

—Maldito sea —gruñó Robb—. Si ese viejo idiota no cede y me deja pasar, no tendré más remedio que derribar sus muros. Derribaré Los Gemelos encima de él, si es necesario, ¡a ver qué le parece!

—Hablas como un niño enfadado, Robb —le recriminó Catelyn—. Cuando un niño ve un obstáculo, lo primero que hace es rodearlo o derribarlo. Un señor debe aprender que, a veces, las palabras consiguen lo que está fuera del alcance de las espadas.

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