Inquisición (59 page)

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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

BOOK: Inquisición
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— No has visto nunca la costa de la Perdición —objetó Tekraea— Tamanes tenía razón. Eso exigiría contar con un piloto muy experto, en verano, y con un gran barco.

— A pesar de todo, deberíamos tenerlo en consideración —opinó Palatina, y volviendo a enrollar el mapa preguntó— : ¿os importa que me lo guarde?

— No, quédatelo. Ahora debemos marcharnos. Os quedan seis kilómetros más cabalgando bajo la lluvia.

— No me lo recuerdes.

A la cueva llegaba el repiqueteo de la lluvia al golpear contra las piedras, y por muy gris y oscuro que estuviese allí dentro nos resistíamos a salir. Sólo cuando Palatina cogió el impermeable y se subió la capucha para ponerse al frente de su grupo oí que varios caballos se aproximaban. Estaban muy cerca.

Percibí el horror en los rostros y cogí a Palatina del brazo y la empujé hacia atrás ocultándonos en la roca.

— ¡Preparad de inmediato las varas de combate! —susurró ella mientras el sonido de los cascos aminoraba hasta cesar. Alguien desmontó apenas a unos metros de distancia y me pareció oír una voz, aunque a causa del ruido de la lluvia y el viento no pude entender lo que decía.

— Demasiado tarde —dijo Palatina. Salimos al exterior y nos encontramos con cinco figuras encapuchadas y con capas impermeables, aún sobre sus monturas. Otra, de cuya espalda colgaba un arco con flechas, estaba de pie junto a un magnífico corcel de crines plateadas.

— ¡Oh, no! —exclamó Persea.

— Te estás volviendo descuidada, Palatina —comentó Mauriz tranquilamente.

CAPITULO XXIX

Qué estás haciendo aquí? —preguntó Palatina mientras Tekraea y los demás salían de la cueva detrás de nosotros. Quien estaba más cerca debía de ser Telesta, de complexión más menuda pero montada también en un espléndido caballo. Los demás quizá fuesen guardias. Llevaban un arco a la espalda y carcaj con flechas en la montura.

— Fuiste descuidada —dijo Mauriz tendiendo las riendas de su caballo al guardia más cercano— Os seguían.

— ¿Nos seguían? —preguntó Persea— ¿Quién?

— Sacri, quizá un grupo numeroso. Matamos a dos, pero eso no quiere decir que fuesen solos. Midian sabe que habéis dejado la ciudad. Por todos los Elementos, ¿qué es lo que estáis haciendo?

— Intentando enmendar tus errores —replicó Persea antes de que Palatina pudiese decir nada— Esto no tiene nada que ver contigo.

— Me temo que sí —repuso Mauriz dirigiéndose a nosotros. Noté el brillo del metal bajo su capa. Una armadura thetiana a medida, según Palatina casi la única armadura del mundo que podía resultar cómoda, pero de muy difícil confección y ostensiblemente costosa para cualquier extranjero.

— Palatina es mi amiga. No deseo ver cómo ella ni Cathan caen en manos del Dominio. E imagino que tampoco vosotros. ¿Qué estáis haciendo aquí?

— Persea tiene razón. Intentamos enmendar vuestros errores —declaró Palatina con cierto enojo, aunque pude advertir que no estaba tan furiosa como lo habría estado si hubieran sido otras personas las que hubieran aparecido de forma tan inconveniente. ¿Acaso su amistad con Mauriz iba a interponerse otra vez? Se suponía que debíamos ser neutrales, partidarios sólo de la faraona y de nadie más. ¿Qué sentido tendría todo si gente de las más diversas facciones acababa involucrándose? En especial Mauriz y Telesta, cuyo plan había motivado principalmente la huida de Ravenna.

— Nosotros estamos haciendo exactamente lo mismo —intervino Telesta— , Es probable que el Dominio os haya estado siguiendo hasta aquí, y os superan considerablemente en número.

— Existe algo llamado discreción —dijo Palatina, irritada— No creo que matar a los que nos persiguen sea el modo de mantener en secreto lo que hacemos. ¿Qué le dirán los inquisidores a Midian? ¿Quizá: «No se preocupe, su gracia, perdemos sacri todo el tiempo en estas montañas, no se moleste en averiguar por qué los que envió no han regresado»? ¿Nos habéis estado espiando en la ciudad?

— Sólo os hemos seguido desde que os habéis marchado del palacio —contestó Mauriz— Lamento mucho nuestra indiscreción pero estoy seguro de que no confiáis en el Dominio más que nosotros.

En su elegante rostro semioculto bajo la capucha no había la menor señal de disculpa.

— Pero has confiado en Tekla —afirmé mordazmente— ¿Un mago mental que sabes que trabaja para el emperador, y al que crees cuando dice que está de tu parte? Me parece muy buena idea. —Nos ayudó a huir de Ral´Tumar.— Y ayudó al emperador contándole todos vuestros planes. No vengáis a decirnos ahora que corremos peligro cuando probablemente existe una orden de arresto contra vosotros en Selerian Alastre.

— Eso lo veremos —bramó Mauriz sin más y luego se volvió hacia Palatina señalando las montañas y el paisaje que nos rodeaba— ¿Qué estáis haciendo vosotros en este lugar apartado y salvaje? Sé que tiene algo que ver con Alidrisi, pero ¿de qué se trata? —No tiene nada que ver contigo— afirmó Tekraea, y noté cómo muchas cabezas asentían respaldándolo.

— Parece que no comprendéis nada —comentó Mauriz con cierto fastidio en la voz— Hemos cabalgado todo este trayecto para eliminar a cualquiera que os estuviese siguiendo y hemos matado a dos sacri por ese motivo. Ahora estamos implicados, os agrade o no. —El quid de la cuestión es que no hay nadie más supuestamente involucrado— declaró en un susurro Palatina, haciéndose eco de mis propios pensamientos— Lo único que habéis conseguido es incriminaros a vosotros mismos, y nuestros planes no os ayudarán lo más mínimo.

— Pero si, como dice Cathan, el emperador está enterado de todo lo que sucede, tampoco es seguro permanecer en Tandaris sin hacer nada.

— Eso es una tontería —replicó Persea con voz inexpresiva colocándose junto a Palatina y encarándose a los thetianos— Habéis venido aquí a causar problemas y lo estáis logrando. Nadie os cree, y mucho menos los que sabemos por qué habéis venido y qué perjuicio habéis ocasionado.

— Sea como sea —respondió Mauriz— , cualquier cosa que hayáis planeado ya ha salido mal. No podéis libraros de nosotros, pero sí podemos ayudaros.

— ¿Ayudarnos a qué? Sois impopulares entre el Dominio, la faraona, el virrey y el emperador. Os las habéis arreglado para ofender a todos los que poseen algún tipo de poder o relevancia en toda esta isla, así como a mucha más gente, y no por eso habéis logrado ni siquiera uno de vuestros objetivos originales. Lo único que habéis conseguido es llamar la atención. Lo único que habéis hecho es llamar la atención.

— Sí, y en uno o dos días el Dominio empezará a preguntarse qué le ha sucedido a su gente. Han desaparecido de la faz de la tierra y, por ahora, lo que sea que estéis planeando no se verá interrumpido. Hemos venido para quedarnos. Somos seis y mucho mejores arqueros que todos los que existen en Qalathar. Además, por lo que hemos podido ver de vuestros preparativos, estáis planeando algo muy importante, y algo de lo que no deseáis que el Dominio se entere.

— Tal como habéis señalado, compartimos varios enemigos comunes— añadió Telesta.

— No nos quedemos bajo la lluvia —dijo Palatina— Entrad los caballos si es que hay espacio.

Sorprendentemente, hubo sitio para todos, aunque tuvimos que apiñarnos para caber sentados en los empapados bordes de piedra. Los cuatro guardias tomaron asiento con serenidad en un rincón mientras los demás discutíamos.

— Escuchad —declaró Palatina— , voy a consultar con ellos si están de acuerdo en que aceptemos vuestra ayuda, así que, mantente quieto, Mauriz.

— Bien —aceptó él y se recostó contra la dura roca de la caverna, observando con una mirada fría y carente de emoción. Palatina lo ignoró y se dirigió a nosotros.

— Habéis oído lo que han dicho esos dos. Para quienes no los conocen, uno de ellos es Mauriz Scartaris y la otra Telesta Polinskarn. Son republicanos thetianos, cuyo objetivo declarado es derrocar al emperador por cualquier medio. Mauriz es un viejo conocido mío. No están colaborando con el Dominio, eso os lo puedo asegurar. Cathan es demasiado valioso para ellos y no se arriesgarían a fastidiarnos ni a él ni a mí más de lo que ya lo han hecho.

En el rostro de Mauriz se dibujó un fugaz gesto de sorpresa al escuchar eso, pero no dijo nada.

— Por desgracia —prosiguió Palatina— , no son muy populares tampoco entre la gente que a nosotros nos importa. De hecho, son parte del motivo por el que estamos aquí y no cómodamente instalados en Tandaris. —Palatina había sido todo lo discreta que había podido, evitando revelar el nombre de Ravenna.— Lo que ella quiere decir —la interrumpió Persea— es que esa única persona en particular no confía en ellos y los aborrece con intensidad.

— Es cierto —admitió Palatina— , pero ellos están aquí y, tal como han afirmado, no podemos hacer nada para remediarlo. E incluso si exagerasen un poco, siguen siendo thetianos y dominan el arco como demonios.

— No funcionará, Palatina —disentí— ¿Qué sucederá si llegamos con ellos? Recuerda por qué hemos venido.

— No deberíamos decirle nada a esos thetianos —sostuvo Tekraea mirando con furia a Mauriz— Como habéis dicho, representan justo lo que nosotros rechazamos. Quizá ahora sean sólo ellos, pero con el tiempo nos superarán en número y lograrán lo que quieren.

— ¿Tiene esto algo que ver con aquella amiga de la faraona? —aventuró Mauriz— No tenemos ningún interés en la política interna de Qalathar.

— Excepto cuando intervenís para conseguir vuestros fines —replicó Persea— Como ya habéis hecho antes, haciendo que Ravenna se fuera.— No me digáis que ya habéis renunciado al plan que os trajo aquí —le lanzó Palatina a Mauriz.

— No, no lo hemos hecho, pero debo reconocer que el respaldo a la faraona es mucho mayor de lo que creíamos. Palatina, estabas colaborando con nosotros, no finjas que no. Y tú también, Cathan. Noté cómo Bamalco y un par de los otros comenzaban a mirarnos con suspicacia.

— ¡Basta! —interrumpió entonces Persea— Si habéis venido para ayudar, hacedlo. Lo único que conseguís por ahora es generar más conflictos. Cathan y Palatina están con nosotros —les dijo a los otros— Pudieron haber seguido a Mauriz y a Telesta pero no lo hicieron. Cathan jamás haría nada que perjudicase a Ravenna, así que no les hagáis caso. Mauriz, Telesta, si juráis mantener el secreto y colaborar con nosotros, podríamos ayudaros en el futuro.

— Muy bien —aceptó Mauriz— ¿Estáis todos de acuerdo? Hubo alguna resistencia, pero Persea había sido la crítica más acérrima de los thetianos y, cuando ella cedió, la discusión pareció llegar más o menos a su fin. Mauriz, Telesta y sus guardias, que sin duda encontraban esa cuestión demasiado melodramática, juraron ayudarnos en todo lo que pudieran por el honor de su clan. Quizá los juramentos fuesen en cierta manera infantiles. Con todo, y aunque el Dominio clamaba ser capaz de absolver a cualquiera que rompiese un juramento, una promesa semejante parecía tener mayor peso que un simple apretón de manos.

— Mauriz, no tenemos mucho tiempo —explicó Palatina después de jurar todos— Esperamos a Alidrisi porque pensamos que él retiene a Ravenna en algún lugar siguiendo una de las bifurcaciones del camino. Pretendemos vigilar la primera y las dos desviaciones siguientes para ver cuál coge y, cuando lo haga, ascender por allí e intentar llegar hasta Ravenna. ¿Está claro?

— Pasamos a Alidrisi en el camino hace unas dos horas —indicó Telesta— Eso no nos deja mucho tiempo.

— Gracias a vosotros— murmuró Tekraea.

Ya que habían cabalgado más duramente y de prisa que nosotros, no tenía ningún sentido enviarlos a vigilar cualquiera de las bifurcaciones más lejanas. Mauriz y dos de sus guardias nos acompañarían a nosotros hacia las que estaban a seis kilómetros, mientras que Telesta y los otros permanecerían en la cueva junto a Persea y el explorador. Esta vez nadie vaciló. Sacamos los caballos a toda prisa y montamos. La lluvia era ahora más fuerte o así me lo pareció tras estar un rato fuera. Y nos quedaban por cabalgar otros seis o quizá ocho kilómetros, cada vez en peores condiciones.

— Nosotros estaremos en ese bosque —dijo el explorador señalando los oscuros árboles del otro lado del camino— Vosotros meteos bajo los árboles siempre que podáis, quizá incluso encontréis algún sitio seco; hay ejemplares inmensos.

— ¡Gracias y buena suerte! —respondió Palatina mientras llevábamos los caballos hacia el camino e iniciábamos la marcha. Llegué a distinguir el sonido de las últimas palabras pronunciadas por Persea. Luego nos alejamos y el ruido de la lluvia y de los cascos nos impidieron oír nada más.

Los seis kilómetros de trayecto por un sendero resbaladizo y desolado rodeado de colinas, bosque y montañas, bajo un cielo que parecía cada vez más negro y ominoso, se hicieron casi eternos. Yo ya había olvidado la sensación de estar en el exterior bajo una tormenta, y la que se avecinaba daba todas las señales de ser muy dura. El terreno podía ser traicionero al ascender las montañas, y la idea de escalar muros o cualquier otra cosa se me hacía desalentadora. Una incómoda realidad había alterado los planes de la tarde previa, y el destino había querido que ahora los dos problemáticos thetianos nos acompañaran.

¿Cómo podría convencer siquiera por un momento a Ravenna de que confiase en mí si Mauriz y Telesta iban con nosotros? Ella se había marchado debido a sus planes, y ahora estarían allí cuando la rescatásemos, si es que rescatar era la palabra adecuada. Alidrisi podría haber urdido un montón de mentiras sobre mí, aduciendo que yo aún estaba aliado con los thetianos. ¿Y por qué no habría de estarlo?, ¿no me había mostrado demasiado débil para tomar una posición en Ral´Tumar? Mauriz y Telesta habían ganado más o menos por omisión. Desde entonces, todo lo que sabía Ravenna le llegaba de labios de Alidrisi. Intenté distraerme pensando en el Aeón, oculto de tal modo que sólo una persona en el mundo sería capaz de encontrarlo. O quizá escondido de una forma que, incluso si alguien sabía dónde se encontraba, no pudiese llegar a él. En ese caso, sin embargo, ¿cómo había conseguido salir la tripulación? Incluso, aunque fuesen unos pocos marineros, tuvieron que salir de él, y si el buque fue escondido con magia o en un sitio al que sólo un jerarca podía acceder, debía de existir por necesidad una salida. Y si una tripulación mínima había podido abandonar el buque, entonces quizá yo pudiese entrar. Dos mentes tenían que ser mejores que una para pensar en el

Aeón. Y sin la ayuda de Ravenna no tenía ningún sentido intentarlo. Podría ver las tormentas y predecir dónde y cuándo estallarían, pero de ningún modo podría controlarlas por mi propia cuenta.

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