Infiltrado (9 page)

Read Infiltrado Online

Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

BOOK: Infiltrado
13.69Mb size Format: txt, pdf, ePub

—… un logogrifo —dijo ella.

—¿Un qué? —dijo Kildy.

—Un acertijo sin solución, una mano con la que no se puede ganar, un dilema infernal.

—Dices que es imposible —dijo Kildy sin esperanza.

Ariaura negó con la cabeza.

—He vivido situaciones peores que ésta. Seguro que hay algo… —Se volvió hacia mí—. Ella comentó algo sobre «la primera regla del escéptico». ¿Hay alguna más?

—Sí —dije—. Si parece demasiado bueno para ser cierto, entonces así es.

—Y «por sus frutos los conoceréis» —dijo Kildy—. Es de la Biblia.

—La Biblia… —dijo Ariaura entrecerrando pensativamente los ojos—. La Biblia… ¿cuánto tiempo nos queda? ¿Cuándo es el próximo espectáculo de Ariaura?

—Esta noche —dijo Kildy—, pero canceló el anterior ¿Y si ella…?

—¿A qué hora? —la cortó Ariaura.

—Ocho en punto.

—Ocho en punto —repitió, y realizó un movimiento hacia el esternón como si fuese a coger un reloj de bolsillo—. Los dos allí, en primera fila.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó esperanzada Kildy.

—No sé —dijo Ariaura—. En ocasiones no hace falta hacer nada… lo hacen ellos solos. Mira ese globo fachendoso de aire caliente de Bryan —rio—. ¿Alguno de vosotros sabe dónde puedo conseguir algo de cuerda? —no esperó a la respuesta— … será mejor que me ponga a ello. Sólo quedan un par de horas… —Se golpeó las rodillas—. Primera fila, en el centro —le dijo a Kildy—. A las ocho en punto.

—¿Y si Ariaura no nos deja entrar? —preguntó Kildy—. Dijo que iba a conseguir una orden de alejamiento…

—Os dejará pasar. A las ocho en punto.

Kildy asintió.

—Estaré allí, pero no sé si Rob…

—Oh, no me lo perdería por nada del mundo —dije.

Ariaura pasó de mi tono de voz.

—Traed un cuaderno de notas —ordenó—. Y mientras tanto, ocúpate de desenmascarar charlatanes. Esos hijos de puta nos están pisando los talones.

Capítulo 9

«Uno se sienta en largas sesiones… y luego de pronto se presenta un espectáculo tan estrafalario e hilarante, tan melodramático y obsceno, tan inimaginablemente estimulante y absurdo que uno vive un año espléndido en una hora.»

H. L. M
ENCKEN

Una hora más tarde llegó un mensajero con un sobre. Dentro había un sobre cuadrado de vitela sellado con cera rosa y marcado con el jeroglífico de Isus. En su interior había una tarjeta lila impresa en plata que decía «Se solicita el placer de su compañía…» y dos entradas para el seminario.

—¿La invitación está firmada? —preguntó Kildy.

Se había negado a irse tras la partida de Ariaura, que seguía interpretando a Mencken.

—Me voy a quedar aquí mismo hasta la hora del seminario —había dicho sentándose en mi mesa—. Es la única forma que tengo de demostrarte que no estoy con Ariaura tramando algún truco. Y aquí tienes mi teléfono —me había entregado su móvil—, para que no pienses que le estoy mandando mensajes secretos por texto o algo. ¿Quieres comprobar si llevo micrófonos?

—No.

—¿Necesitas ayuda? —me había preguntado cogiendo un montón de galeradas—. ¿Quieres que las repase o estoy despedida?

—Te lo haré saber después del seminario.

Me había dedicado una sonrisa radiante de Julia Roberts y se había retirado al otro extremo de la oficina llevándose las galeradas, y yo había cogido el dosier sobre Charles Fred y me había puesto con él, buscando pistas e intentando no pensar en la despedida de Ariaura.

Estaba completamente seguro de que jamás le había contado a Kildy esa historia, y no aparecía en la biografía de Daniels, ni en la de Hobson. Sólo la había visto en un artículo en el
Atlantic Monthly
. La busqué en Bartlett, pero no aparecía. Busqué en Google por «Mencken hijos de puta». Nada.

Lo que no demostraba nada. Ariaura —o Kildy— podría haberla leído en el
Atlantic Monthly
, como lo había hecho yo. ¿Y desde cuándo H. L. Mencken recurría a la Biblia para conseguir inspiración? Ese comentario por sí solo demostraba que no era Mencken, ¿no? Por otra parte, no había dicho «trampa 22», aunque «logogrifo» no era ni de lejos una palabra igual de precisa. Y no había dicho William Jennings Bryan, había dicho «ese globo fachendoso de aire caliente de Bryan», que yo no había leído en ninguna parte, pero que sonaba a algo que él podría haber añadido a una necrológica mordaz sobre Bryan.

Y esto no llevaba a ninguna parte. No había nada, excepto un manuscrito secreto hasta el momento o un testamento escrito a mano en el que se lo dejase todo a Lillian Gish… no, eso no valdría. La afasia por la apoplejía, ¿recuerdas?… eso demostraría que se trataba de Mencken. E igualmente todo eso se podía falsificar.

Y no había nada que pudiese hacer para lograr lo que Kildy le había dicho a él… corrección, le había dicho a Ariaura lo que tenía que hacer: demostrar que era real sin demostrar que Ariaura era genuina. Cosa que claramente no era.

Saqué las transcripciones de Ariaura y las leí, sin saber realmente qué buscaba, hasta que llegaron las entradas.

—¿Está firmada la tarjeta? —volvió a preguntar Kildy.

—No —dije y se la pasé.

—«Se solicita el placer de su compañía…» está impreso —dijo, girando la invitación para mirar la parte de atrás—. ¿Qué hay de la dirección en el sobre?

—No la hay —dije viendo adónde quería llegar—. Pero el hecho de que no esté escrita a mano no demuestra que venga de Mencken.

—Lo sé. «Afirmaciones extraordinarias», pero al menos es consistente con Mencken.

—También es consistente con vosotras dos intentando convencerme de que se trata de Mencken para que esta noche vaya al seminario.

—¿Crees que es una trampa? —dijo Kildy.

—Sí —dije, pero allí de pie, mirando las entradas, no tenía ni idea de qué tipo de trampa. No era posible que Ariaura siguiese teniendo esperanzas de que yo me pusiese en pie y gritase «¡Por san Jorge, es psíquica de verdad! ¡Está canalizando a Mencken!» independientemente de las anécdotas que ella pudiese contar.

Me pregunté si sus abogados estarían planeando entregarme una orden de alejamiento o una citación en cuanto entrase, pero no tenía ningún sentido. Sabía mi dirección… esta misma tarde había estado aquí, y yo había estado aquí casi todo el tiempo durante los dos últimos días. Además, si me hacía arrestar, la prensa se volvería loca por hablar conmigo, y ella no querría que contase mis sospechas de estafa al
L A. Times
.

Cuando Kildy y yo salimos para el seminario, hora y media más tarde (al salir fingí haber olvidado las llaves y dejé a Kildy en el pasillo mientras volvía a entrar, recubrí
El bebé en la nevera
con cinta adhesiva y lo oculté tras la estantería), todavía no había conseguido llegar a ninguna teoría plausible, y el Santa Mónica Hilton, donde se celebraba el seminario, no me ofreció ninguna pista.

Tenía la misma bandolera «Si crees, sucederá», los mismos guardaespaldas parecidos a Tom Cruise, las mismas medidas de seguridad. Confiscaron mi Olympus y mi grabadora digital y la Hasaka de Kildy (y le pidieron un autógrafo), y pasamos por la misma zona de espera atestada de cristales, pirámides y amuletos para llegar al mismo salón de baile cubierto de lila y rosa. Con el mismo suelo duro y desnudo.

—Oh, olvidé traer cojines, lo siento —dijo Kildy y avanzó hacia los acomodadores y los montones de cojines de plástico lila que había al fondo. Pero a medio camino se dio la vuelta y volvió—. No quiero tener la oportunidad de mandar algún mensaje secreto a Ariaura —dijo—. Si quieres venir conmigo…

Negué con la cabeza.

—El suelo está bien —dije sentándome—. Puede que me mantenga en contacto con la realidad.

Kildy se sentó a mi lado sin ningún esfuerzo, abrió el bolso y jugó con el espejo. Miré a mi alrededor. La multitud parecía algo más escasa, y en algún punto por detrás oí que una mujer decía:

—Fue grotesco. Romtha nunca hizo nada así. Me pregunto si estará bebiendo.

Las luces pasaron a rosa, la música subió de volumen y Brad Pitt salió, largó el mismo discurso (nada de
flash
, nada de aplausos, nada de pausas para ir al baño) y la misma introducción (Atlántida, oráculo de Delfos, Totalidad Cósmica), y mostró a Ariaura, en lo alto de la misma escalera negra.

Era exactamente la misma que durante el primer seminario, dramáticamente regia en sus túnicas púrpuras y sus amuletos, serena mientras aceptaba el aplauso del público. Los acontecimientos de los últimos días —entrar rugiendo en mi oficina, preguntar asustada «¿Qué sucede? ¿Dónde estoy?», golpearse las rodillas y estallar en risas— bien podrían no haber sucedido.

Y evidentemente había sido todo una farsa, pensé inexorablemente. Miré a Kildy. Seguía rebuscando despreocupadamente en el bolso.

—Bienvenidos, Buscadores de la Verdad Divina —dijo Ariaura—. Hoy vamos a pasar juntos por una maravillosa experiencia espiritual. Es un día muy especial. Éste es mi seminario «Si crees, sucederá» número cien.

Muchos aplausos. Tras unos minutos indicó que parasen.

—En honor a ese aniversario, Isus y yo queremos hacer hoy algo un poco diferente.

Más aplausos. Yo miré a los acomodadores. Éstos se miraban nerviosos, como si esperasen que empezase a soltar frases de Mencken, pero la voz era claramente la de Ariaura y también los gestos alegres a lo Oprah.

—Mis… nuestros seminarios normalmente están muy estructurados. Tienen que estarlo… si las vibraciones auráticas no son exactamente las correctas, los espíritus no pueden venir y después de haber canalizado me quedo física y espiritualmente agotada, así que rara vez tengo la oportunidad de simplemente
hablar
con vosotros. Pero hoy es una ocasión especial. Así que me gustaría que el equipo técnico… —miró a la cabina de control— … subiese la intensidad de las luces…

Hubo una pausa, como si el equipo técnico se estuviese planteando si obedecer la orden, y luego las luces ganaron en intensidad.

—Gracias, es perfecto, podéis tomaros el resto del día libre —dijo Ariaura. Se volvió hacia el maestro de ceremonias—. Lo mismo para ti, Ken. Y mis geniales acomodadores… Derek, Jared, Tad… correspondamos a su gran labor.

Inició los aplausos y luego, ya que los acomodadores seguían junto a las puertas, mirándose con cautela y mirando también al maestro de ceremonias, Ariaura hizo un gesto con la mano para que se fuesen.

—Idos. Largo. Quiero hablar en privado con esta gente. —Y cuando seguían vacilando—. Aun así os pagaremos por todo el seminario. Idos. —Se acercó al maestro de ceremonias y le dijo algo, sonriendo, y debió tranquilizarlo porque hizo un gesto a los acomodadores y también a la cabina de control, y los acomodadores se fueron.

Miré a Kildy. Ésta se aplicaba lápiz de labios con toda tranquilidad. Volví a mirar al escenario.

—¿Estás segura…? —oí que el maestro de ceremonias le susurraba a Ariaura.

—Estoy
bien
—le respondió.

El maestro de ceremonias frunció el ceño, bajó del escenario y salió por la puerta lateral, y el camarógrafo al fondo de la sala comenzó a desmontar la cámara.

—No, no, Ernesto, tú no —dijo Ariaura—. Sigue grabando.

Ariaura esperó a que el maestro de ceremonias cerrase la puerta al salir y avanzó a la parte delantera del escenario y allí se quedó en
completo
silencio, con los brazos rígidos a los lados.

Kildy se inclinó hada mí, con la barra de labios todavía en la mano:

—¿Te recuerda a la escena del baile en
Carrie
?

Asentí, valorando la distancia hasta la salida de emergencia. Se produjo el sonido distante de una puerta cerrándose por encima de nuestras cabezas —la cabina de control— y Ariaura golpeó las manos.

—Por fin solos —dijo sonriendo—. Pensé que no se iban a ir
nunca
.

Risas.

—Y ahora que se han ido, tengo que decir… —Una pausa dramática—. ¿No son
guapísimos
?

Risas, aplausos y varios silbidos. Ariaura esperó a que se callaran y luego preguntó:

—¿Cuántos estuvieron en el seminario del sábado?

El estado de ánimo cambio al instante. Varias manos se alzaron, pero tentativamente, y dos mujeres de pendientes de aros se miraron con la misma mirada nerviosa de los acomodadores.

—¿O en el de hace dos semanas? —preguntó Ariaura.

Otro par de manos.

—Bien, para aquellos que no estuvieron en ninguno de esos dos, digamos que últimamente mis seminarios han sido bastante… interesantes, por decirlo suavemente.

Algunas risas nerviosas y dispersas.

—Y los que estéis familiarizados con el mundo espiritual sabréis lo que puede pasar cuando intentamos entrar en contacto con energías más allá del plano terrenal. El plano astral puede ser un lugar peligroso. Allí hay espíritus más allá de nuestro control, espíritus falsos que desean apartarnos de la iluminación.

Espíritus falsos es el término adecuado, pensé.

—Pero no les temo, porque mi arma es la Verdad. —De alguna forma se las arregló para decirlo con V mayúscula.

Miré a Kildy. Se inclinaba hacia delante como en el primer seminario, concentrada en las palabras de Ariaura. Todavía sostenía el espejo y la barra de labios.

—¿Qué pretende Ariaura? —le susurré a Kildy.

Negó con la cabeza, todavía concentrada en el escenario.

—No es ella.

—¿Qué?

—Está canalizando.

—¿Can…? —dije y miré al escenario.

—Ningún espíritu, por tenebroso que sea —dijo Ariaura—, por fraudulento que sea, puede separarme de esa Verdad Superior.

Aplausos, con más entusiasmo.

—O impedirme traeros esa Verdad. —Sonrió y extendió los brazos—. Soy un fraude, una charlatana, una falsaria —dijo con alegría—. En toda mi vida no he canalizado un espíritu cósmico. A Isus me lo inventé en 1996, cuando llevaba una estafa piramidal en Dayton, Ohio. Los federales iban tras nuestra pista, y a mí ya me habían pillado por fraude fiscal en el 94, así que cambié de nombre… mi nombre real es Bonnie Friehl, por cierto, pero en Dayton me hacía llamar Doreen Manning… metí el dinero en un banco en Chickamauga, Virginia, mi ciudad natal, y luego me trasladé a Miami Beach y me dediqué a leer la buenaventura mientras perfeccionaba la voz de Isus.

Luché con el cuaderno de notas y el bolígrafo. Bonnie Friehl, Islas Caimán, Miami Beach…

Other books

One Way by Norah McClintock
Custody of the State by Craig Parshall
His Secret Past by Reus, Katie
Unbridled and Unbranded by Elle Saint James
Mirrored by Alex Flinn
Captive Bride by Ashe, Katharine
Folklore of Yorkshire by Kai Roberts
Due Diligence: A Thriller by Jonathan Rush
True Heart by Arnette Lamb