Rob, escéptico director de la revista El ojo cínico, dispone de la inestimable ayuda de Kildy, una brillante y bella actriz de cine. Ambos intentan desenmascarar a la médium Ariaura que pretende ser capaz de canalizar espíritus del pasado, muy en la habitual línea New Age.
Pero, sorprendentemente, Ariaura parece canalizar también el más inesperado de los espíritus, el del racionalista escéptico y gran crítico de las seudociencias H.L. Mencken, quien inspiró uno de los principales personajes de La herencia del viento, la famosa obra teatral sobre el llamado «juicio Scopes»: el primer juicio que, en los Estados Unidos de 1925, intentó abolir la enseñanza de la teoría de la evolución biológica darwiniana.
Connie Willis
Infiltrado
ePUB v1.0
GONZALEZ11.09.12
Título original:
Inside Job
© 2005, Connie Willis
Traducción: Pedro Jorge Romero
ePub base v2.0
«Nadie se ha arruinado jamás subestimando la inteligencia del pueblo americano.»
H. L. M
ENCKEN
—
Soy
yo, Rob —dijo Kildy cuando descolgué el teléfono—. Quiero que el sábado me acompañes a ver a alguien.
Normalmente, cuando Kildy llama, rebosa de detalles.
—
Tienes
a este cirujano estético psíquico, Rob —me dijo la última vez—. Su especialidad es la liposucción, y puedes
ver
que le sale de la manga. Y eso no es todo. La grasa que se supone extrae de sus muslos es esa sustancia que le echan a los batidos de leche de McDonald’s. ¡Puedes oler la vainilla! No engañaría ni a un crío de cinco años, así que todas las mujeres de Hollywood se tragan cebo, anzuelo y sedal. ¡
Tienes
que escribir sobre él, Rob!
Normalmente tengo que decir:
—¡Kildy… Kildy… Kildy! —antes de que consiga que se calle el tiempo suficiente para que me diga dónde actúa.
Pero en esta ocasión se limitó a decir:
—El seminario es a la una en punto, en el Beverly Hills Hilton. Me reuniré contigo en el aparcamiento. —Y colgó antes de que pudiese preguntarle si la persona que quería que viese canalizaba animales de compañía o era un terapeuta de fuerza védica, y cuánto iba a costarme.
La llamé.
—Yo invito a la entrada —dijo.
Si por Kildy fuese, siempre pagaría las entradas, y la verdad es que se lo puede permitir ampliamente. Su padre es uno de los directores de Dreamworks, su madrastra actual dirige su propia productora, y su madre ha ganado el Oscar en dos ocasiones. Y Kildy es rica por sí misma —sólo actuó en cuatro películas antes de dejar el negocio para dedicarse a desenmascarar, pero una de ellas fue inesperadamente la película más taquillera del año, y había optado por parte de los beneficios en lugar de un sueldo.
Pero es visiblemente mi empleada, aunque no me puedo permitir pagarle lo suficiente para mantener sus uñas pintadas. Lo menos que puedo hacer es cubrir los gastos, y un canalizador apenas conocido no debería salir muy caro. El médium Charles Fred, la sensación actual en Hollywood, sólo pide doscientos dólares por sesión.
—
El ojo cínico
paga las entradas —dije claramente—. ¿Cuánto es?
—Setecientos cincuenta por el seminario grupal —dijo—. Mil quinientos por una audiencia privada de iluminación.
—Tú pagas —dije.
—Genial —dijo ella—. Trae la cámara Sony.
—¿No la pequeña? —pregunté. La mayoría de los actos psíquicos no permiten dispositivos de grabación, hacen que sea demasiado fácil ver los auriculares y los cables, y la Hasaka es tan pequeña que se puede pasar a escondidas.
—No —dijo—, trae la Sony. Te veré el sábado, Rob. Chao.
—Espera —dije—. No me has dicho qué hace este tipo.
—Mujer. Es una canalizadora. Canaliza una entidad llamada Isis —dijo Kildy y volvió a colgar.
Me sorprendí. Normalmente no malgastamos el tiempo en canalizadores. Ya no están de moda. Ahora mismo la sensación son los médiums como Charles Fred, Yogi Magaputra y diversos terapeutas sensoriales (aroma-, sono-, auro-).
También resultan ser un ejercicio en la frustración, ya que no hay forma de demostrar si alguien está canalizando de verdad o no, a menos que afirmen estar canalizando a Abraham Lincoln (como Randall Mars) o Nefertiti (como Hanh Nah). En ese caso puedes contrastar sus afirmaciones —Nefertiti
no
pudo tener un lío con Alejandro Magno, que no nació hasta mil años después, y
no
era la prima de Cleopatra— pero la mayoría de ellos canalizan a sabios de hace cientos de miles de años o a altos sacerdotes de Lemuria, y no hay manifestaciones físicas.
Aprendieron la lección de los espiritualistas victorianos —a los que pillaban continuamente—, así que nada de ectoplasma, trompetas fantasmales o placas fotográficas con doble exposición. Sólo una voz profunda y hueca que suena a cruce entre Obi Wan Kenobi y Basil Rathbone. ¿Por qué todas las «entidades» canalizadas tienen acento británico? ¿Y hablan en un inglés de la Biblia del rey Jacobo?
¿Y por qué estaba dispuesta Kildy a malgastar mil quinientos dólares… corrección, dos mil doscientos cincuenta, ya había ido al seminario en una ocasión… para que yo viese a Isis? La canalizadora debía tener un truco nuevo. Había un par de personas que se anunciaban en la publicación psíquica local como «canalizadores de ángeles», pero Isis no era nombre de ángel. ¿Canalizadora egipcia? ¿Conducto a una diosa?
Busqué «canalizadora de Isis» en la red. Al principio no pude dar con ninguna referencia, incluso empleando Google. Probé en
skeptics.org
y al final consulté a Marty Rumboldt, que administra un sitio web para seguirle la pista a los psíquicos.
—Lo deletreas mal, Rob —decía su correo electrónico de respuesta—. Es Isus.
Cosa que se me tendría que haber ocurrido a mí. Los canalizadores de Lazaris, Kochise y Merlynn todos empleaban variaciones de nombres históricos —probablemente por temor a una demanda de difamación espiritual—, y más de un canalizador tenía tendencia a la ortografía «inventiva»: Joye Wildde. Y Emmanual.
Busqué «Isus». Él —mala señal, la canalizadora ni siquiera sabía que Isis era mujer— era la «entidad espiritual» canalizada por alguien llamado Ariaura Keller. Había empezado en Salem, Massachusetts (terreno fértil para los psíquicos), se había trasladado a Sedona (otro igual) y luego se había ido al oeste descendiendo la costa, apareciendo en Seattle, el otro Salem, Eugene, Berkeley y ahora Beverly Hills. En L. A. tenía programados seis seminarios de tarde y dos «inmersiones espirituales» de una semana, junto con «audiencias de iluminación programadas individualmente» en privado con Isus. Había escrito dos libros.
La voz de Isus
y
Al otro lado de la comunicación
(con enlaces a
amazon.com
) y podías leer su biografía: «Supe desde niña que estaba destinada a ser un canal para la Verdad», y extractos de sus discursos: «La tierra está destinada a presenciar una gran transformación espiritual». Sonaba como cualquier otro canalizador que hubiese conocido.
Y había presenciado a muchos. En el cénit de su popularidad —y antes de que yo aprendiese por las malas—,
El
ojo cínico
había publicado una serie en seis partes sobre ellos, empezando con M. Z. Lord y pasando por Joye Wildde, Todd Phoenix y Taryn Kryme, cuya «entidad» era un niño de seis años muy risueño de la Atlántida. Fueron los seis meses más largos de mi vida. Y no tuvo ni el más mínimo impacto en sus actividades. Lo que dio punto y final a la moda fueron las acusaciones de evasión de impuestos y fraude postal, no mis certeras revelaciones.
Ariaura Keller no tenía pasado delictivo —al menos, no con ese nombre—, y no había muchos artículos que hablasen de ella. Y no se mencionaba ningún reclamo. «El asombroso y eléctrico Isus comparte su sabiduría espiritual y te ayuda a encontrar tu propia centralidad interior y el despliegue de tu alma.» Nada nuevo.
Bien, el sábado descubriría qué había interesado a Kildy. Mientras tanto, tenía que escribir un artículo sobre Charles Fred para el número de diciembre, reseñar un libro sobre diseño inteligente —la última treta para expulsar a la evolución de las escuelas y meter al creacionismo—, y un quiropráctico de vidas pasadas al que visitar. Afirmaba que los dolores de espalda de sus pacientes se debían a cargar con bloques de piedra en Stonehenge y/o las Pirámides. (Las pirámides sí que habían sido una obra inmensa, pero durante tres años de actividad, les había dicho a dos mil pacientes que sus hernias se debían a Stonehenge, en cada uno de los casos tras colocar en su sitio la piedra del altar.)
Y la verdad es que era creíble comparado con Charles Fred, que tenía un éxito asombroso transmitiendo mensajes muy específicos de los muertos a sus tristes familiares. Yo estaba convencido de que hacía algo más que la habitual lectura en frío y soplos para ganar los millones que se embolsaba, pero hasta entonces no había conseguido descubrir qué era, y ninguna pista llevaba a ninguna parte.
No volví a pensar en el «asombroso y eléctrico Isus» hasta no encontrarme el sábado conduciendo al Hilton. Entonces se me ocurrió que no había sabido nada de Kildy desde su llamada de teléfono. Normalmente se deja caer por la oficina todos los días, y si vamos a algún sitio llama tres o cuatro veces para reconfirmar la hora y el lugar de encuentro. Me pregunté si el seminario se realizaría o si se habría olvidado por completo. O de pronto se había cansado de ser una desenmascaradora y había vuelto al negocio del cine.
Llevaba esperando que algo así pasara desde el día, ocho meses atrás, cuando, como una dama espléndida en una película de Bogart, entró en mi oficina y me pidió trabajo.
Hay tres reglas cardinales en el negocio del escepticismo. La primera es «Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias» y la segunda es «Si parece demasiado bueno para ser cierto, probablemente lo sea». Y si hay algo demasiado bueno para ser cierto, es Kildy. No es sólo rica y hermosa como una estrella de cine, sino inteligente y, al contrario que el resto de Hollywood, una escéptica total, a pesar de que, como me contó ese primer día, Shirley MacLaine la sentó en sus rodillas y su madre se creería cualquier cosa «por ridícula que sea, lo que probablemente explica por qué estuvo casi seis años casada con mi padre».
Ahora iba por la madrastra número cuatro, que le había conseguido el papel en esa película taquillera sorpresa:
—Que recaudó casi tanto dinero como
El señor de los anillos
y me permitió tomarme la jubilación anticipada.
—¿Jubilación? —dije—. ¿Por qué ibas a querer jubilarte? ¿Podrías…?
—Haber protagonizado
Hulk III
—dijo—, y haber aparecido en la portada de
Globe
con Ben Affleck. O con mi abogado, delante de una clínica de desintoxicación. Lo sé, fue duro renunciar a todo eso.
Tenía sentido, aunque no explicaba por qué quería ir a trabajar para una revista que apenas daba dinero como
El ojo cínico
. O simplemente, por qué quería trabajar. Se lo dije.
—Ya me he cansado de «llena tu día de masajes, almuerzos en Ardani’s y sexo con tu entrenador», Rob —dijo—. Fue incluso peor que
Hulk
. Además, las luces y el maquillaje te dejan la piel hecha un asco.