Raghu va todavía más lejos. «En parte, he sido criticado porque expresé una posición contraria a la idea de consenso. Algunos de los documentos de la conferencia, manteniéndose en el marco de la “era Greenspan”, se centraban en si Alan Greenspan era el mejor banquero central de la historia, o solamente uno entre los mejores. Alguien que arruina la fiesta, que sugiere que no todo está bien y que pide una regulación mejor es improbable que atraiga encomios, especialmente dado el conocido escepticismo de Greenspan por la eficacia de la regulación. En parte, la reacción fue defensiva, porque si el sector financiero se había salido tanto de madre, ¿no era culpa de los reguladores por dormirse ante esta desviación? En parte, era arrogancia. La Reserva Federal había tratado con éxito la desaceleración causada por el estallido de la burbuja tecnológica
(dot-com)
en 2000-2001 y creía saber cómo rescatar el sistema de manera relativamente indolora si se encontraba otra vez en problemas».
El hecho es que, según Rajan, si la crisis estalla esta vez en los mercados crediticios el efecto devastador sería mayor que el de una caída en la Bolsa, como resultado de la globalización e interconexión más espectacular que se conoce en toda la historia del sistema financiero internacional.
El discurso de Raghu Rajan se presenta, a finales de agosto de 2007, de dos maneras en la página web del FMI. En línea con lo que es el propósito real del simposio de Jackson Hole, el título reza así: «La era Greenspan: Lecciones para el futuro. Mercados Financieros, Fragilidad Financiera y Bancos Centrales». Traía una aclaración: «Este discurso ha sido tomado del documento del autor de agosto de 2005 “¿Ha hecho el desarrollo financiero al mundo más riesgoso?” Y el texto completo aparte, con su título original, se ofrece bajo el epígrafe de “Discursos”».
En el extracto del discurso de Raghu, presentado bajo el título de «Lecciones de la era Greenspan», el más accesible al público, se quita, quizá por él mismo o quizá por los servicios del FMI, su vaticinio más importante:
Raghu Rajan, que trabajó cinco meses con el director gerente Horst Köhler, desde octubre de 2002 hasta primeros de marzo de 2003, y con su sucesor Rodrigo Rato, treinta meses, entre junio de 2004 y diciembre de 2006, ha reflexionado recientemente sobre su experiencia profesional a la luz de los escándalos de Dominique Strauss-Kahn: «No dejen que otro político dirija el FMI». Y advierte: «Los candidatos más capaces pueden incluso querer el puesto como un camino hacia su redención política, o un escalón hacia un cargo más alto. Pero estas son precisamente las razones por las que alguien cuya destreza principal es política sería una opción insensata. El Fondo ha sido diseñado para empujar políticas duras para enderezar países que han gestionado mal sus finanzas, no para ganar concursos de popularidad».
El 27 de junio de 2007, tres años después de llegar al Fondo para un mandato de cinco años, Rato anuncia su dimisión del puesto de director gerente, hecho que se concretará después de la asamblea anual del FMI de otoño, en el mes de septiembre. «He tomado esta decisión por razones personales. Responsabilidades y circunstancias familiares, en particular la educación de mis hijos, son la causa de mi renuncia», escribe en un comunicado. Al mismo tiempo, él mismo, aunque de manera extraoficial, deja saber que ha informado a Mariano Rajoy y al presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero sobre su decisión. Y añade, siempre de manera oficiosa, que no piensa volver a la vida política en España y que se incorporará a una empresa privada.
Más que una redención política, Rato necesitaba reconstruir su imagen de perdedor en la batalla de sucesión de Aznar, a primeros de septiembre de 2003. Ministro de Economía y vicepresidente segundo del Gobierno en septiembre de 2003, pierde en los primeros días de ese mes la batalla ante Mariano Rajoy para ser el presidente del Partido Popular y candidato a la presidencia del Gobierno en las elecciones de marzo de 2004. Sufre Rato la derrota de su vida. Aunque no las tenía todas consigo, creía que finalmente Aznar se decantaría por él. En la lista a las elecciones de diputados del PP por Madrid irá Rato como número dos el 14 de marzo de 2004.
Pero la inesperada renuncia del alemán Horst Kóhler, el 4 de marzo de 2004 —que dimite para presentarse a su elección segura como noveno presidente de Alemania en la Asamblea Federal—, cambia sus planes. Coloca al FMI en el punto de mira. Ya antes de las elecciones del 14 de marzo, pues, consigue Rato el apoyo de un buen amigo, el ministro del Tesoro británico, Gordon Brown, para el puesto. El Reino Unido expresa su respaldo en la reunión del Ecofin, los ministros de Finanzas europeos, del martes 9 de marzo. La historia ya es, por tanto, pública. El padrinazgo de Brown es relevante, porque es él quien preside el órgano de gobierno del FMI, el llamado Comité Monetario y Financiero Internacional. De modo que dos días antes de la masacre de Atocha el 11-M, y a seis días de las elecciones del 14-M, unas elecciones en las que el PP espera obtener una nueva victoria, Rato ya empieza a abrir el camino para partir a su destierro de oro en Washington.
En realidad, nunca, desde su llegada a Washington, vive en un destierro real. Viaja muy a menudo a Madrid y a su patria chica, Asturias. Y por teléfono mantiene comunicaciones diarias con familiares, amigos y políticos. Durante estos años, su relación con Rajoy, que podría haberse intensificado, ya que formalmente no competían, y teniendo en cuenta que Rato puede aportarle información muy valiosa, se distancia más.
Pero, en el medio de ese periodo de «redención», ¿qué pasa? Rato nos dice en su comunicado que ha tomado la decisión de dimitir por «razones personales». Solo después matiza, cuando menciona «responsabilidades y circunstancias familiares, en particular la educación de mis hijos». Sea cual sea el desencadenante de su dimisión, la renuncia esta prácticamente lista para la primavera de 2007. Pero un hecho imprevisto obliga a retrasar su plan. Es el escándalo que termina con la presidencia del Banco Mundial de Paul Wolfowitz, el filósofo-arquitecto de la guerra de Irak desde que fuera nombrado subsecretario de Defensa en la Administración Bush.
Rato llega al FMI en 2004 con el apoyo decisivo del presidente Bush. Una vez que obtiene el apoyo del nuevo presidente electo, José Luis Rodríguez Zapatero, y el respaldo de Nicolás Sarkozy, entonces ministro de Economía francés, para ser el candidato europeo, el entonces presidente del Ecofin, consejo de ministros de Finanzas de la Unión Europea, el ministro irlandés de Finanzas, Charlie McCreevy, aconseja al secretario de Estado de Economía Luis de Guindos que José María Aznar hable con Bush, que su respaldo es decisivo. Aznar lo hace.
Rato irá al FMI, y De Guindos, que se disponía a marchar a Francfort para ser miembro del consejo ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE), permanece en España por el posible apoyo que necesitará Rajoy. La inesperada derrota del Partido Popular mantiene a De Guindos en España, y en su lugar es nombrado José Manuel González-Páramo. De Guindos será nombrado en 2006 presidente ejecutivo del banco Lehman Brothers para España y Portugal.
La designación de Wolfowitz en marzo de 2005 es un dedazo personal del presidente Bush.
Durante los dos años en que ambos coinciden en Washington ambos están al frente de instituciones complementarias que celebran su asamblea anual conjunta en otoño. Pero Rato, que ya había mantenido distancias con Aznar en relación a la guerra de Irak, recela de Wolfowitz. A partir de mediados de 2006, la presencia de una española en Washington, la exministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, como responsable legal y vicepresidenta del Banco Mundial, tampoco contribuye a estrechar esa relación. Rato había sido amigo personal de Loyola de Palacio, exministra y excomisaria europea, hermana de Ana. Pero el ardor belicista de Ana Palacio durante la preparación y posterior guerra de Irak es algo que nunca contó con el respaldo de Rato.
Nada más entrar en el banco, Wolfowitz lanza una cruzada contra la «corrupción global». Una cruzada bastante selectiva a través de la cual el Banco Mundial denegaría préstamos a los países «díscolos», como eran el caso de Congo-Brazzaville y Chad, al tiempo que orientaba a la institución hacia Irak, donde se instala una oficina permanente. El Banco Mundial aconsejaba a Irak en materia de inversiones extranjeras y con la atención puesta en el tema central: la recuperación de la producción de petróleo.
La presunta lucha contra la «corrupción global» tendrá su contrapunto en un asunto de corrupción personal de Wolfowitz.
Es el mes de marzo de 2003, días previos a la invasión de Irak, la noche del 19 al 20 de marzo. El Pentágono (Ministerio de Defensa) firma con la empresa Science Applications International Corporation (SAIC), especializada en recolección de información sensible e inteligencia, un contrato para realizar trabajos en Irak. El subsecretario de Defensa decide incorporar en el contrato el trabajo, en calidad de experta en Oriente Próximo, de Shaha Riza, empleada del Banco Mundial, que será enviada a Irak. Riza no da cuenta al banco, como exigen las normas internas, sobre su actividad profesional paralela a la que desarrolla en la entidad.
Wolfowitz informa al comité de ética, un par de meses después de hacerse con la presidencia, que mantiene una «relación romántica» con la señorita Riza, pero que evitará cualquier conflicto de interés autorrecusándose en las decisiones sobre personal. Sin embargo, defiende sus contactos profesionales con ella en el banco. El comité sostiene que su propuesta no zanja el posible conflicto de interés. Wolfowitz comprende que su novia no puede continuar en la entidad. Se le ocurre que puede ser trasladada a otra institución, el Departamento de Estado de Estados Unidos, y que el Banco Mundial siga pagando su salario. Pero en lugar de consultar esta solución al responsable de asuntos legales, el vicepresidente Roberto Dañino, quien ya le había advertido seriamente sobre el conflicto, le pide al responsable de recursos humanos que asigne a Riza un sueldo mayor del que venía percibiendo, 130.000 dólares, y una compensación promocional que lleva el sueldo a 180.000 dólares, como parte de la comisión de servicios que incluso excede los términos inicialmente previstos. Así las cosas, un email anónimo llega al consejo de administración de la entidad en la primavera de 2006. La noticia se filtra. Comienza la gran batalla. Wolfowitz se enreda en un
Wolfowitzgate.
Es decir, se lanza al encubrimiento de lo que ha hecho. Asegura que ha actuado siguiendo los acuerdos alcanzados en el consejo y en el comité de ética. En la reunión de primavera del FMI y el Banco Mundial, en abril de 2007, se filtran a la prensa los términos de la comisión de servicios de Shaha Riza.
La Casa Blanca, por su parte, lanza una campaña diplomática para pulsar hasta dónde puede seguir apoyando al presidente del Banco Mundial. La canciller alemana, Angela Merkel, se desmarca.
Wolfowitz todavía resiste. El 7 de mayo, víspera de la reunión del consejo del Banco Mundial que espera recibir el informe definitivo para decidir si baja el pulgar, Kevin Kellems, uno de los asesores personales que Wolfowitz se ha traído consigo desde el departamento de Defensa, anuncia su dimisión. «A la vista del clima que rodea el liderazgo del Banco Mundial, es muy difícil ser una ayuda efectiva en la misión de la institución», dice Kellems.
El 14 de mayo de 2007, el Banco Mundial, tras analizar en su reunión del 8 de mayo el informe de la investigación, hace público su veredicto. Ha bajado, pues, el pulgar. Wolfowitz viola el código de conducta, tres normas obligatorias para el equipo de dirección y estipulaciones de su contrato. La comisión de servicios de Saha Riza ha sido, según analizan, gestionada directamente por Wolfowitz para favorecerla. El 17 de mayo finalmente Wolfowitz anuncia que abandonará la presidencia del Banco Mundial el 30 de junio de 2007.
El escándalo que supone esta historia coincide en el tiempo con las «razones personales» de Rato. Mientras Wolfowitz prolonga su agonía al frente del Banco Mundial, no puede el FMI permitirse también abordar el relevo de su director gerente.
Todo ello lleva al FMI y a Rodrigo Rato a aplazar el anuncio de su dimisión algunos meses. Una vez zanjada la situación de Wolfowitz en el Banco Mundial y el anuncio de la Casa Blanca, el 30 de mayo de 2007, de que el exsubsecretario de Estado y Representante Comercial de EEUU, Robert Zoellick, es el candidato, Rato ya tiene manos libres para preparar su aplazada salida de Washington. Lo anuncia, pues, el 27 de junio.
Rato llega al cargo para dar estabilidad al FMI, tras la huida de Kholer a la presidencia de Alemania, en el cuarto año de su mandato de cinco, un hecho que se sumaba al incumplimiento de Michel Camdessus, quien dimite a su vez en 2000, dos años después de cumplir su tercer mandato de cinco años. El sueldo del director gerente es en los años de Rato de 391.440 dólares anuales, actualizados por el índice de precios cada mes de julio, y 70.070 dólares en gastos de representación. A estas partidas había que añadir un fondo de pensiones y una pensión vitalicia de 80.000 dólares anuales. Todo libre de impuestos. Habiendo pasado más de dos años en el Fondo, también le correspondía, al renunciar, una indemnización equivalente a una parte de su salario. Sus billetes de avión, así como el de los miembros de su familia que le acompañen, son de primera clase. Rato, como director gerente, goza de estatus de jefe de Estado y el Fondo dispone de un avión privado para los viajes oficiales.
La noticia cae como una bomba en Madrid. El secretario de Comunicación del Partido Popular, Gabriel Elorriaga, asegura que el partido recibirá al exministro Rodrigo Rato con «los brazos abiertos» y añade que «si quiere» podría formar parte de las listas del PP al Congreso de los Diputados en las próximas elecciones generales. Eduardo Zaplana, portavoz parlamentario popular, asiente: «Le recibiríamos con los brazos abiertos si quiere volver a la política nacional».