Rione desvió la mirada hacia el paisaje estelar.
—¿Cómo se podrían detonar todas las puertas hipernéticas para que explotaran al nivel adecuado de energía? ¿Sería posible enviar una señal de alguna clase a través de hipernet? No conocemos modo alguno para utilizarlas con ese fin.
—Pero tampoco sabemos una mierda sobre cómo funcionan —indicó Geary—. Mientras que ni nosotros ni los síndicos ganemos la guerra, creo que estamos a salvo. Si no me equivoco respecto a lo que, lo admito, no es más que especulación.
—Una especulación espantosa, capitán Geary.
Él asintió mirándola de nuevo.
—Le estaría agradecido si también usted pensara en ello. Le estaría increíblemente agradecido si pudiera decirme que me equivoco. Pero, independientemente de eso, por favor, guarde ese disco en un lugar seguro. Escóndalo en alguna parte y no me diga dónde.
—Estoy segura de que ni siquiera usted estaría tentado a usarlo.
—¿Ni siquiera yo? —Geary se echó a reír con dureza—. ¿Ni siquiera yo? ¿Acaso todavía hay algo que cree que no estaría dispuesto a hacer, señora copresidenta? ¿Debería estarle agradecido?
—¡Tan agradecida como yo lo estoy por que me haya entregado el instrumento de la extinción de la raza humana! —le espetó Rione.
Geary se mordió la lengua y entonces asintió.
—Lo siento. Pero no podría confiar en nadie más para que no hiciera uso de ello.
—Usted declaró que quería evitar la matanza de civiles y la devastación de planetas. —Rione parecía estar suplicándole—. ¿Me está diciendo que eso tampoco era verdad?
Geary se encendió.
—¿Tampoco? ¡Escuche, señora copresidenta, aún no ha podido demostrar que haya engañado a alguien! Mientras no lo haga, le agradecería que no hablara como si ya hubiera perdido todo mi honor.
Rione tensó el gesto, pero asintió.
—Muy bien, capitán Geary. Me abstendré de atribuirle deshonor hasta que demuestre lo contrario.
Su voz no dejaba lugar a dudas de que esperaba que eso ocurriera de un momento a otro.
—Gracias —respondió Geary con frialdad—. Bien, en cuanto a su pregunta, no, espero no desear nunca utilizar eso. Pero me he imaginado entre la espada y la pared, con los síndicos a punto de salir victoriosos y me lo he preguntado. Si pareciera que todo está perdido, ¿caería en la tentación de aprovechar esta última oportunidad, a pesar del riesgo que supone que una descarga energética destinada a destruir a lo síndicos acabara por destruir mucho más? Y no puedo decir con absoluta certeza que no lo haría. Así que prefiero no contar con esa opción.
—¡Y, en lugar de eso, quiere que sea yo la que esté tentada!
—Confío más en usted que en mí mismo, señora copresidenta. Yo me concentro en salvar a esta flota. Usted tiene una perspectiva más amplia. —Geary miró al vacío por un momento—. Por si no se le ha ocurrido pensarlo, también acabo de darle el arma definitiva contra
Black Jack
Geary. Usted podría detenerlo, si llegara a darse el caso.
Sabía que ella lo estaba mirando.
—Así que ahora admite que
Black Jack
es un peligro para la Alianza.
—Ya he admitido que es un peligro para esta flota. No me puedo permitir el lujo de pensar que soy lo que mucha gente de la Alianza cree sobre
Black Jack
Geary. Pero estoy seguro de que usted me ayudará a seguir siendo honesto.
—He intentado hacerlo desde que asumió el mando de esta flota, aunque ahora mismo creo que he fracasado al respecto. —Alzó el disco—. ¿Cómo puedo saber que esta es la única copia? ¿Cómo puedo saber que no tiene otra?
—¿Por qué iba a mentir acerca de eso? —inquirió Geary—. ¿Qué beneficio sacaría?
—No lo sé. Todavía. —Rione rodeó el disco con los dedos y volvió a ocultarlo—. Ya me engañó una vez, capitán Geary. Creí que lo conocía. No dejaré que vuelva a hacerlo.
—Tal vez la única persona que la está engañando sea usted misma —le espetó Geary.
—Tal vez —contestó Rione, aunque su voz y su expresión decían que no estaba de acuerdo—. Yo ya sé lo que voy a hacer durante el largo período que nos queda hasta llegar a Sancere. ¿Qué va a hacer usted?
—¿Por qué le preocupa? —inquirió Geary encogiéndose de hombros—. No voy a conspirar para tomar el mando de la Alianza ni para atacar el sistema interior síndico otra vez, si es eso lo que le interesa saber.
—Parece saber cuáles son mis inquietudes. ¿Cuáles son la suyas, capitán Geary?
Para su sorpresa, la pregunta parecía sincera.
—Mis inquietudes. —Bajó la mirada sintiendo el peso del mando sobre sus hombros—. Me inquieta que los síndicos hayan anticipado este movimiento. Me inquietan las cuarenta naves de esta flota que estoy seguro estarán cayendo directamente en una trampa bajo el mando de ese loco iluso de Falco y su estúpido amigo Numos.
Rione asintió.
—Le voy a añadir una inquietud más. Si no se equivoca en lo que se refiere al origen y el posible propósito ulterior de las puertas hipernéticas, ¿se atreve a ganar, capitán Geary?
—¿Ganar? —rió—. ¿Cree que estoy pensando en ganar esta guerra? Mi intención es llevar a esta flota a casa sana y salva, señora copresidenta. Y por el camino, quizá infligir algún golpe al esfuerzo bélico síndico. Pero no me hago ilusiones de que nada de lo que haga vaya a sacarnos del punto muerto en el que nos encontramos.
—Pero ha dado con un arma que podría hacerlo.
Geary tomó una amplia bocanada de aire y exhaló lentamente antes de responder.
—Esa es un arma que no voy a utilizar por decisión propia. Espero que nunca tenga que hacerlo, pero sin duda no será porque yo lo elija. Guárdela bien, escóndala, señora copresidenta. Cuando lleguemos a casa, estoy seguro de que habrá gente a la que podrá confiarle este descubrimiento.
Ella negó con la cabeza.
—Ahí se equivoca, capitán Geary. No hay nadie a quien se le pueda confiar este descubrimiento.
—¿Quiere destruirlo?
—¿Y si lo hiciera?
Geary recapacitó por unos instantes.
—Supongo que no lo llegaría a saber. Depende de usted.
Rione se levantó y se acercó para mirar a Geary.
—No le entiendo. Cada vez que pienso que le entiendo, hace algo que no encaja con lo que sé de usted.
—Tal vez le esté poniendo demasiado empeño —dijo Geary sonriendo con severidad—. No soy tan complicado.
—No se subestime, capitán Geary. Es usted mucho más complicado que cualquier teoría que se esconda tras la hipernet. Solo espero conseguir comprenderlo al final.
Él asintió.
—Cuando lo consiga, envíeme un informe para que los dos me entendamos.
—Lo haré. —Rione se dio la vuelta para marcharse, luego se giró para mirarlo—. O es usted el demagogo más peligroso, el que de puertas afuera finge perfectamente ser tan honesto y honorable que los demás no encuentran razones para odiarlo o desconfiar de él, o he vuelto a juzgarlo mal. Espero sinceramente haberme equivocado, capitán Geary, porque si no, es usted más peligroso de lo que había pensado.
La miró mientras salía y sintió una sensación reconfortante, a pesar de su evidente desconfianza y hostilidad hacia él. Si había algún miembro de esa flota a quien se le pudiera confiar el contenido de aquel disco, sin duda esa era la copresidenta Rione.
«Peligroso». No hace tanto tiempo, me habría echado a reír al oír esa descripción. Pero ahora sé que existe un arma. Lo que haga con ese conocimiento podría sentenciar algo más que la Alianza.
¿Qué saben los síndicos? Fueron ellos quienes empezaron esta maldita guerra. ¿Por qué? ¿Sabían algo que los obligó a hacerlo?
Geary había olvidado la picazón que se sentía después de pasar demasiado tiempo en el espacio de salto, como si su propia piel dejara de pertenecerle y ya no encajara bien del todo. Pero ahora, sentado en el puente de mando del
Intrépido,
esperando a que la flota saliera del espacio de salto, apenas lo notaba. En unos pocos minutos sabría si había valido la pena arriesgarse, al menos en parte. Era más que probable que en unos días supiera lo que sucedía cuando se destruía una puerta hipernética.
La representación de Sancere flotaba junto a su silla. La inteligencia de la Alianza sabía bien poco acerca del sistema, y la antigua guía del sistema estelar síndico no ofrecía mucha más información, ya que datos como los números y la localización de instalaciones defensivas eran confidenciales. Sin duda, Sancere era rico tanto en recursos como en puntos de salto. Ocho planetas importantes orbitaban alrededor de la estrella; otros dos pequeños, en órbitas cercanas; dos más, a una distancia tal que permitía que fueran habitables, uno de ellos casi perfecto; luego un planeta más frío, pero útil, algo más alejado, y tres gigantes gaseosos ricos en recursos mucho más lejos. La flota de la Alianza regresaría al espacio normal justo a las puertas de la órbita del último gigante gaseoso, a unas tres horas luz y media de la estrella.
—Un minuto para salir del espacio de salto —informó la capitana Desjani con calma.
Geary echó un vistazo por el puente de mando. Todos los consultores parecían estar ligeramente nerviosos, pero, más que asustados, emocionados.
La ignorancia es una bendición,
pensó.
No, eso no puede ser verdad. Ahora mismo, lo que no sé me está volviendo loco. La ignorancia solo es una bendición si uno no sabe que es un ignorante.
Geary seguía meditando esa idea cuando la escotilla del puente de mando volvió a abrirse y la copresidenta Rione entró y se dirigió al asiento del observador, que no había ocupado desde su discusión con Geary en el sistema estelar Sutrah. Él miró a Rione y ella lo miró a su vez sin pestañear, con gesto adusto y los ojos fijos, pero sin delatar sentimiento alguno. Geary volvió a recordar sus días como alférez, cuando los evaluadores se colocaban a su espalda en los simuladores de navío, listos para saltar a cada error que cometía.
La capitana saludó a Rione con formalidad, en una actitud poco receptiva. Había captado la tensión entre Geary y Rione, y siendo Tanya Desjani, se había apresurado a ponerse del lado de Geary para enfrentarse a cualquiera que se opusiera a él. Dado que no quería que estallara una disputa abierta entre ambas mujeres allí mismo, en el puente de mando del
Intrépido,
con él en el medio, esquivando el fuego de ambos bandos, Geary buscó una distracción.
—Capitana Desjani, me gustaría difundir un comunicado a la tripulación del
Intrépido.
Rompiendo la presión sobre la copresidenta Rione, Desjani asintió mirando a Geary.
—Por supuesto, señor.
Geary tecleó el comando indicado. Podía haberlo hecho sin consultárselo a Desjani, pero no habría sido conveniente dirigirse a la tripulación sin tener la deferencia de pedírselo primero a la capitana.
—A toda la tripulación, les habla el capitán Geary. Estamos a punto de llegar al sistema estelar Sancere. Sé que todos ustedes están haciendo todo lo posible por defender el honor de la flota de la Alianza. Que las estrellas nos concedan una gran victoria y que nuestros antepasados velen por nosotros.
En cierto modo, no tenía por qué decir todo eso, pero por otra parte era una especie de discurso de motivación que satisfacía una necesidad auténticamente humana. Geary se preguntó si sus especulaciones acerca de la hipernet serían correctas, si aquello que había dotado a la humanidad de la capacidad de crearlo también sentiría esa necesidad por los discursos y los sentimientos.
—Nuestros antepasados nos han traído hasta aquí —advirtió Desjani en un tono más suave. Miró a Geary sin decir lo que él sabía que tenía en mente, que también ellos habían conducido al propio Geary hasta la flota.
Su fe podía llegar a ser desconcertante, pero ella era solo una de las miles de personas de la flota que pensaban de ese modo.
Me pregunto si el capitán Falco ha sentido alguna vez que no está a la altura de la fe que los demás depositan en él, ¿o acaso ni siquiera se molesta en pensar en ello, siempre que la gente esté de acuerdo en que es estupendo? Por lo que vi y por lo que sé de él, Falco no ha dedicado mucho tiempo a preocuparse por los demás ni por su propia habilidad para justificar la fe de los demás. Supongo que no dudar de tu propia infalibilidad elimina una gran cantidad de ansiedad.
La noche anterior, Geary se había pasado un buen rato hablando con sus antepasados, expresando sus miedos y pidiéndoles ayuda. En ocasiones como esa, sería duro no tener fe, pensaba, y se preguntó cómo se las arreglarían los demás para enfrentarse a una crisis con sosiego y sin contar con un apoyo.
—Listos para salir del espacio de salto —anunció uno de los consultores—. Ahora.
A Geary se le encogió un poco el estómago, la piel se le volvió a recolocar en su sitio y las estrellas aparecieron de súbito en el paisaje exterior. En la representación del sistema Sancere empezaron a multiplicarse los objetos como en algún videojuego descontrolado en el que los enemigos apareciesen en manada. Naturalmente, todas esas defensas e instalaciones síndicas ya estaban allí. Lo que ocurría era sencillamente que los sensores de la flota los estaban detectando en ese momento, a medida que los informes iban entrando y los consultores recopilaban los más importantes. La interferencia humana podía ser torpe o más lenta que los sistemas automatizados, pero, a pesar de los errores, la mente humana había demostrado que seguía siendo el mejor modo de filtrar y destacar la información más importante.
—La
Bacinete
informa de la presencia de un satélite de control del sistema síndico en su posición. La
Bacinete
informa de que ha destruido el satélite. Localizadas naves a veinte minutos luz a estribor en el plano del sistema, se sospecha que sean transportes de minerales desarmados. No se ha detectado la presencia de minas ni se han producido impactos. Identificados seis, repito, seis acorazados clase F en el astillero que orbita el cuarto planeta. Parece que solo uno está operativo. Ocho, repito, ocho cruceros de batalla clase 0 en el segundo astillero que orbita el cuatro planeta. Estado de operatividad indeterminado. Localizada una base militar síndica a cuarenta minutos luz sobre una luna del octavo planeta, al parecer a pleno rendimiento; nueve, no, diez aceleradores de masa en posiciones defensivas alrededor de la base…
Geary estudió rápidamente el visualizador de navegación y clavó un dedo en un comando.