Impávido (16 page)

Read Impávido Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Impávido
12.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pero hay una opción. Si piensan, si se dan cuenta de que morir de forma gloriosa no contribuye a proteger sus hogares, si están dispuestos a aprovechar lo que les he enseñado mientras estaban con la flota. Si están dispuestos a aprovechar lo que les dije antes de que se marcharan. Y si no les cuentan a los síndicos esa información y estos tienen tiempo de tendernos una emboscada a los demás. Ojalá lo supiera.

Incapaz de soportar el silencio del camarote, que parecía haberse quedado aún más solitario desde que la copresidenta Rione había dejado de aparecer por allí con sus visitas, Geary se obligó a volver a salir a dar una vuelta por los sectores del
Intrépido
para que la tripulación, sacudida por la marcha de tantos de sus compañeros, viera una cara confiada, para decirles a sus miembros, por activa y por pasiva, que en cuanto la flota llegara a Sancere les darían a los síndicos una lección que no olvidarían, en un intento por tratar de que la tripulación se concentrara en el futuro, más que en lo que había sucedido en el sistema estelar Strabo. Empleó los mínimos medios de comunicación disponibles en el espacio de salto para enviar una sutil versión de estos argumentos al resto de las naves de la flota, con la idea de hacer lo mismo con ellos.

En el tiempo que quedaba, Geary se volcó en la confección de más simulaciones. No perdía la esperanza de poder utilizarlas para impartir algunas tácticas de combate que recordaba de un siglo atrás, tácticas que la flota había abandonado hacía décadas, cuando las tremendas pérdidas de naves y tripulación acabaron con la memoria institucional y las técnicas de la fuerza profesional más pequeña que Geary conoció en un momento dado. No sabía de cuánto tiempo más dispondría para procurar difundir esas lecciones.

Geary se apresuró hacia el puente de mando del
Intrépido
cuando la flota se disponía a abandonar el salto.

La capitana Desjani se volvió a mirarlo y asintió a modo de saludo con un gesto de preocupación difícil de esconder. Geary le respondió asintiendo enérgicamente mientras se hundía en su silla de mando. No había caído en la cuenta del mal aspecto que debía de tener después de la traición de Falco. De todas formas, no era nada bueno que Desjani lo hubiera notado. Esperaba que la tripulación no se percatara de ello. O tal vez su aspecto solo había empeorado entonces, después de pasar casi la noche entera en vela pensando con qué se encontrarían en el sistema estelar Cydoni. Pensando en si alguna otra nave se escabulliría de la flota.

Para encubrir la renovada angustia que sentía de repente, Geary desplegó el visualizador de navegación y fingió estar estudiándolo atentamente. Había estado intentando elaborar un plan para Sancere, dado que no iba a saber qué había allí hasta que llegaran. El día anterior se le había ocurrido una idea, surgida irónicamente de todo lo que había sucedido en el sistema estelar Strabo, y se pasó unos minutos dándole vueltas, comprobando los nombres y los expedientes de algunos de los comandantes de sus naves.

—Preparados para abandonar el salto —anunció Desjani.

Geary se apresuró a recuperar el visualizador del sistema y esperó. Ahora lo único que mostraba era la información histórica que contenían las viejas guías del sistema estelar síndico que habían encontrado en Sutrah Cinco. Tan pronto la flota llegara al espacio normal, en los límites del sistema Cydoni, los sensores del
Intrépido
y de cualquier otra nave de la flota empezarían a actualizar su visualizador basándose en lo que se podía percibir desde su punto de entrada.

A Geary le dio un vuelco el estómago y la oscuridad y la monotonía del espacio de salto se transformaron en el universo brillante y repleto de estrellas del espacio real. Esperó vigilante a medida que las actualizaciones iban apareciendo en el visualizador. No había naves. No se detectaron minas. Nada. La capitana Desjani estaba sonriendo triunfante.

Pero Geary seguía observando el visualizador del sistema, donde la fotosfera en expansión del sol de Cydoni había llegado hasta el único mundo habitable del que este sistema pudo hacer gala un día. La escena tenía la misma fascinación enfermiza que un tren descarrilado, aunque en este caso el proceso, de siglos de duración, se estaba desarrollando con mucha más lentitud que cualquier accidente que sufriera un vehículo humano, y lo que había descarrilado era un mundo entero.

A esas alturas, la mayor parte de la atmósfera del planeta, antes habitado, se había deshecho. Las cuencas oceánicas se habían secado tiempo atrás y sus aguas se habrían desperdigado en el espacio por causa del bombardeo de partículas y el calor del sol hinchado que una vez había permitido que hubiera vida en ese mundo. Ahora, el sol estaba devorando el planeta poco a poco y en su superficie no se detectaba rastro alguno de existencia.

—Probablemente todavía haya alguna forma de vida adaptada a ambientes extremos bajo la corteza del planeta —afirmó uno de los consultores—. Seguirán aguantando un poco más.

—¿Cuánto tiempo hasta que la fotosfera acabe por envolver el planeta? —preguntó Geary.

—No es fácil decirlo, señor. La expansión de una estrella como esta se produce a trompicones. Seguramente entre quince y doscientos años, dependiendo de lo que ocurra exactamente en el interior de la estrella.

—Gracias.

Geary le echó un vistazo a la imagen ampliada del planeta. Los sensores del
Intrépido
habían etiquetado algunas zonas en las que todavía existían ruinas, aunque muy castigadas y desgastadas por las extremas condiciones medioambientales que habían soportado, por lo que parecían tener miles de años de antigüedad. Había un montón de ellas junto a un mar vacío, con sus muros derribados, casi enterrados por las dunas de polvo que se había llevado el viento antes de que la atmósfera se estrechara demasiado, y la tierra había adquirido un tono rojo brillante por efecto de la luz de la estrella en expansión. Geary se preguntó qué aspecto habría tenido la ciudad, o el pueblo, cuando las aguas rompían a sus pies. Tenía en las manos la información de las guías del sistema síndico, así que lo comprobó. Port Junosa. Completamente abandonada antes de que se preparara la desfasada documentación síndica. Se habían dedicado vidas enteras a esa ciudad, construyéndola y manteniéndola y convirtiéndola en una comunidad humana, pero lo único que quedaba ahora eran cascotes, y en el transcurso de otro siglo incluso estos serían arrasados por la estrella en expansión. Después de ver lugares desolados como Strabo y Cydoni, sería un alivio ver un bullicioso sistema estelar como Sancere, incluso cuando la fuerte presencia humana que allí vivía fuera enemiga.

—Tendremos que tomar una ruta bien alejada de esa fotosfera hinchada —señaló la capitana Desjani.

Geary asintió.

—Sí. ¿Hay algún problema con la ruta recomendada por los sistemas de navegación de la nave? Tardaremos cuatro días en llegar al punto de salto de Sancere, pero no veo otra alternativa.

—No hay ninguna —convino Desjani—. Es la mejor opción.

Cuatro días. Cuatro días para que sus comandantes de navío menos fiables pudieran pensar en lo que las otras naves habían hecho en Strabo. Cuatro días para que pudieran contemplar la posibilidad de dirigirse a otro punto de salida.
Tengo que mantenerlos ocupados. Concentrados en Sancere. Mantenerlos demasiado atareados con simulaciones y maniobras y planes como para dejarles tiempo para pensar en cualquier cosa que no sea Sancere. Esto me va a dejar agotado, pero no veo otra alternativa.

Empezó a convocar una conferencia de flota limitada, implicando solamente a los comandantes de apenas treinta naves. ¿Quién debería dirigirla? No lo tenía decidido con anterioridad, pero, al consultar la lista de comandantes competentes que había recopilado, destacó un nombre. No obstante, había una pregunta que todavía no se había hecho, y la respuesta no parecía estar disponible en la base de datos del
Intrépido.
O eso o Geary no se estaba haciendo la pregunta de la forma más adecuada, y los dispositivos de inteligencia artificial con los que trataba no lo entendían. Ya se había encontrado con ese inconveniente en demasiadas ocasiones.

—¿Cuánto van a tardar estos agentes inteligentes en entenderme? —refunfuñó abiertamente.

Desjani dirigió una mirada a uno de sus consultores. La mujer se aclaró la garganta antes de hablar.

—Señor, los agentes inteligentes han aprendido un patrón de respuestas basado en la forma de pensar y de escribir o hablar que caracterizan a las personas con las que tratan —dijo vacilante.

—Y yo no pienso como ellos, ¿es eso?

—Sí, señor. Las suposiciones que no verbaliza, sus patrones de pensamiento y sus fórmulas no son exactamente iguales que… eh…

—¿Las mentes modernas? —preguntó Geary, incapaz esta vez de eliminar de su voz un tono de mordacidad. Se dio cuenta de que tenía sentido. Un siglo podía instalar muchas diferencias sutiles, y no tan sutiles, en el modo en que la gente pensaba y expresaba esos pensamientos.
O me río de esto o dejo que me afecte, y ya hay demasiadas cosas que tengo que evitar que me afecten.

La consultora sonrió nerviosa.

—Sí, señor. Eso me temo, señor. Los agentes registran sus respuestas como un factor a tener en cuenta, pero la gran mayoría de la gente con la que tratan tienen…, esto…, otras formas de manejar la información, lo que significa que no se ajustan a usted.

—¿Por qué no instala una subrutina que puedan utilizar los agentes inteligentes cuando traten con el capitán Geary? —solicitó Desjani—. Así podrían reiniciarse para poder ajustar sus patrones de uso al tiempo que siguen siendo sensibles al resto de los oficiales y de la tripulación.

—Lo prohíbe el reglamento de la flota respecto al uso de los agentes artificiales, capitana. Se supone que los agentes inteligentes de los sistemas de navegación no se van a convertir nunca en agentes personales de ningún individuo. Eso crearía conflictos de intereses en las mentes artificiales.

Geary sacudió la cabeza preguntándose por qué incluso algo como eso tenía que ser tan complicado.

—¿El comandante de la flota puede anular esa norma en virtud de una emergencia?

Ante esa pregunta la consultora pareció quedarse intranquila.

—Señor, tendría que comprobar lo que constituye una situación de emergencia en términos oficiales.

—¡Teniente! —espetó la capitana Desjani—. Estamos inmersos en pleno territorio enemigo y estamos intentando llegar a casa de una pieza. Eso se ajusta a mi definición de emergencia.

—También a la mía —aceptó Geary—. Hágalo, teniente. Me facilitaría mucho las cosas.

La consultora sonrió aliviada al recibir instrucciones claras para solucionar el problema.

—Sí, señor. Por supuesto, señor. Nos pondremos con ello de inmediato.

—Gracias. —Geary miró a Desjani—. Eso ayudará con la planificación.

Desjani sonrió, confiando tanto en Geary como siempre.

—¿Tiene un plan para Sancere?

—Así es. No es probable que Sancere cuente con pocas defensas. Parto de la base de que nos vamos a enfrentar a una fuerza lo bastante potente como para convertirse en un problema. Si me equivoco, siempre podemos adaptarnos a una oposición menor.

—¿Va a ir a por la puerta hipernética?

—Sí. —Geary bajó la vista frunciendo el ceño—. He estado investigando acerca de eso. Supongo que los síndicos intentarán destruir el cacharro. Pero ¿cuánto cuesta destruir una puerta hipernética?

Desjani parecía sorprendida.

—No tengo ni idea. Algunas veces se habla de ello, pero, que yo sepa, nadie lo ha llegado a hacer nunca.

Geary se encogió de hombros.

—Esperemos que no se convierta en un problema. Si logramos desplazar a algunos síndicos de sus posiciones y lanzarnos hacia la puerta hipernética, deberíamos poder evitar que la destruyan aunque quieran. Cuando lo hayamos conseguido podremos derrotar las defensas, saquear los suministros que necesitamos y demoler todas las instalaciones relacionadas con el esfuerzo bélico síndico.

Los ojos de Desjani se habían iluminado.

—Va a ser un duro golpe para los síndicos; atacar algo tan importante en un lugar en el que nunca se esperarían una amenaza seria.

—Exacto.
—Si no nos están esperando con la clase de emboscada que casi acaba con esta flota en el sistema interior síndico. Y si mi flota no se deshace más aún antes de que lleguemos allí.
Geary se levantó—. Voy a reunirme con algunos de mis comandantes de navío.

La comandante Crésida apareció sentada al lado de Geary; los otros veintiocho comandantes de navío formaron hileras a lo largo de la mesa, todos ellos obviamente intrigados por los motivos por los que se los había seleccionado para aquella reunión virtual.

—Han sido elegidos porque sus expedientes y los de sus naves indican que son tan valientes como templados en combate —les explicó Geary—. Llegaremos a Sancere sin tener la menor idea de qué clase de fuerza tendrán a mano los síndicos. No es probable que cuenten con algo a lo que no estemos en condiciones de enfrentarnos —afirmó con confianza y ferviente esperanza—, pero puede ser suficiente para causarnos pérdidas si no lo manejamos bien. Esto es lo que necesito que hagan: la comandante Crésida, de la
Furiosa,
estará al mando de un destacamento especial formado por sus naves. El destacamento especial Furiosa no se desgajará del resto de la flota cuando lleguemos a Sancere, lo que hará será simular que rompe la formación, primero la
Furiosa
y a continuación el resto, como si estuvieran emprendiendo un asalto indisciplinado contra la fuerza más potente de naves síndicas que veamos.

La comandante Crésida y el resto de comandantes no pudieron ocultar su perplejidad.

—¿Quiere que rompamos la formación? —preguntó Crésida—. ¿Para que parezca que somos tan agresivos que no podemos atenernos a las órdenes?

—Sí. —Geary señaló hacia una representación del sistema Sancere—. Una carga en picado contra el enemigo. No son suficientes como para enfrentarse al número de naves síndicas que probablemente estarán defendiendo Sancere, o que simplemente estén en reparación. Es deliberado. Quiero que parezca una fuerza pequeña que se ha separado temerariamente del resto de la flota y que puede ser destruida fácilmente. Deben descender hacia el enemigo y, sin llegar a entrar en su radio de alcance, se darán la vuelta, todavía de un modo desordenado y sin disciplina, y huirán en sentido descendente, alejándose de los síndicos y del resto de la flota.

Other books

Say Something by Jennifer Brown
La voluntad del dios errante by Margaret Weis y Tracy Hickman
Soft Target by Hunter, Stephen
Leaving: A Novel by Richard Dry
The Nature of Alexander by Mary Renault
Dirty Professor by North, Paige
The Widows Choice by Hildie McQueen
Ragtime Cowboys by Loren D. Estleman