—Gracias, señor. —Ni siquiera en ese momento se mostró Desjani tan nerviosa como lo estaban todos los demás. Aparentemente creía de verdad que el hecho de tener a Geary entre ellos iba hacer que lo peor no llegara a suceder.
Geary oyó que alguien respiraba profundamente a su espalda y al mirar vio a la copresidenta Rione. Tenía los ojos clavados en el suelo y los puños apretados, pero, como si se hubiera percatado de que Geary la estaba mirando, Rione se irguió lentamente y volvió el rostro para ponerse frente a frente. Rione tenía la angustia reflejada en los ojos. Geary creyó saber por qué. Acababan de ser testigos de la clase de fuerzas que se podían desencadenar deliberadamente empleando el programa que Geary le había dado para su custodia. Hasta entonces, Geary no había sido consciente de lo terrible que podía ser esa carga.
—Lo siento.
Ella asintió, entendiendo a la perfección lo que quería decir.
—Yo también, capitán Geary. Hablaremos más tarde.
Rione inhaló despacio mientras se ponía derecha y se levantaba, recuperando la compostura mediante un ejercicio de pura fuerza de voluntad. A pesar de que seguía conmocionado por la destrucción de la puerta, Geary se sintió impresionado.
Desjani parecía estar impresionada a su vez, a su pesar. Contempló a Rione mientras esta se marchaba y luego se dirigió a Geary.
—¿Órdenes, capitán Geary?.
—Regresar a la flota, capitana Desjani. —Estudió la disposición de la flota mientras luchaba por sacudirse una fatiga como no había sentido desde que habían desaparecido los persistentes efectos de su hibernación de supervivencia—. Aviso a todas las unidades a excepción del destacamento especial Furiosa, les habla el capitán Geary. Tras el paso de la onda de choque, adopten formación de flota estándar Sigma. Destacamento especial Furiosa, mantengan posición de pantalla entre la fuerza síndica Alfa y el resto de la flota. A todos, bien hecho. Muy bien hecho. Sancere es nuestro.
La flota de la Alianza no volaría rumbo a casa sobre las alas de la hipernet síndica. No desde Sancere, en todo caso. Pero había sobrevivido y les estaba asestando a los síndicos un golpe maestro. No estaba mal para una flota que parecía estar condenada a la destrucción.
Tardaron doce horas en reunir de nuevo a la flota en una formación compacta después del paso de la onda de choque producida por el desplome de la puerta hipernética. Las subformaciones que Geary había establecido habían seguido sus órdenes de huida de un modo que, tenía que reconocerlo, había sido de lo más loable. La deceleración, el viraje y la reagrupación habían requerido su tiempo, sobre todo porque Geary no quería alejarse mucho del punto en el que se encontraba ahora el Arrojado remolcando al
Diamante
en dirección al resto de la flota.
Con las treinta naves bajo el mando de la Furiosa situadas aún a casi dos horas luz de distancia, demasiado lejos como para participar en una reunión, el número de comandantes de navío en torno a una mesa de juntas virtual parecía haber menguado de nuevo de forma radical. En este caso, no obstante, las naves ausentes sin duda regresarían. Geary los saludó con un gesto.
—Han hecho todos un excelente trabajo. Tenemos por delante dos tareas fundamentales en el sistema Sancere. La primera es conseguir la mayor cantidad de las cosas que necesitamos. El sistema logístico de la flota ha buscado los almacenes síndicos que se corresponden con nuestras necesidades en la medida de lo posible. Les he transmitido a los síndicos otro mensaje de advertencia en caso de que no cumplan con nuestras exigencias.
—Es probable que no lo reciban —apuntó el capitán Tulev—. Parece ser que esa onda energética ha freído la mayor parte de los sistemas síndicos que nosotros hemos dejado intactos.
Desjani se encogió de hombros.
—Entonces no van a poder coordinar ninguna acción contra nosotros.
Geary asintió.
—El segundo cometido consiste en destruir aquellos objetivos que han quedado indemnes tras nuestro bombardeo inicial, después de saquearlos hasta que nos hartemos. Por desgracia, la fuerza síndica Alfa está merodeando por los alrededores del sistema. No podemos limitarnos a dispersar la flota para maximizar la velocidad y la eficiencia de nuestro saqueo mientras esos buques de guerra síndicos estén al acecho, aunque se encuentren demasiado lejos para suponer una amenaza inmediata. Estaba pensando volver a dividir el cuerpo principal de la flota en seis secciones. El destacamento especial Furiosa mantendrá su posición por un tiempo para protegernos de la fuerza síndica Alfa, pero nosotros les daremos relevo dentro del sistema pasado un tiempo para que ellos también puedan reabastecerse. —Su propuesta fue recibida con muchos gestos de asentimiento y ninguna objeción—. Capitana Tyrosian, necesito saber si puedo disponer de sus naves auxiliares para repartirlas en cuatro de las formaciones o si deberían permanecer concentradas.
—En parejas sería lo mejor, capitán Geary —replicó Tyrosian en cuanto le fue posible, debido al retraso de cinco segundos luz que había entre la posición de su nave y la del
Intrépido—.
La
Titánica
con la
Genio,
y la
Trasgo
con la
Hechicera.
—Bien. Usted me dirá a qué parte de Sancere tienen que ir para coger lo que necesiten. Cuanto tenga esa información, elaboraremos un programa para que las demás naves se desplacen hacia las inmediaciones y recojan armas y pilas de combustible nuevas.
—Estamos fabricando a la mayor velocidad que podemos —le aseguró Tyrosian a Geary—. La necesidad primordial son los materiales para manufacturar nuevas pilas de combustible, pero los síndicos tienen lo que queremos.
—Coronel Carabali —ordenó Geary—, sus tropas proporcionarán escoltas a los equipos de explotación de las naves auxiliares y otros buques de guerra.
Carabali asintió; parecía algo preocupada.
—Señor, incluso si limitamos a seis el número de subformaciones, mis infantes de Marina no son suficientes para asumir tantas responsabilidades. Tenemos que asumir que cualquier personal de la Alianza que abandone su nave o su transbordador es susceptible de ser atacado por destacamentos terrestres síndicos regulares o irregulares.
—¿Ayudaría que armáramos a algunos de los tripulantes? —La coronel de Marina vaciló.
—Señor, con el debido respeto, no estoy segura de que aprovisionar con armas a los tripulantes vaya a mejorar la seguridad de la situación. —Carabali se relajó cuando vio que Geary y otros oficiales sonreían—. No quiero ofender a nadie, pero esta clase de situaciones requieren de una formación especializada y experiencia.
—Lo comprendo —le aseguró Geary—. Entonces, eso nos ralentizará un poco más. Tenemos que asegurarnos de que solo aterrizamos en los enclaves en los que podamos garantizar la seguridad. No quiero que los síndicos empiecen a coger rehenes.
—Nosotros tenemos muchos más rehenes que ellos —rió el capitán de la
Terrible—.
Unos mil millones.
—Cierto. Pero, aunque nos vengáramos de todos y cada uno de esos síndicos, eso no necesariamente nos garantizaría recuperar a los nuestros con vida. —Todos volvieron a asentir. Al menos estaban de acuerdo con la lógica—. ¿Alguna pregunta?
Se produjo un largo silencio mientras Geary dejaba que sus oficiales se lo pensaran. Quería que, en la medida de lo posible, sacaran a colación cualquier novedad en ese momento.
El capitán del
Brazal
habló con una evidente renuencia.
—Capitán Geary, me gustaría comunicarle un terrible rumor que he oído circular por la flota. De forma anónima, por supuesto, ya que aquellos que lo están transmitiendo no tienen el valor suficiente para dar un paso al frente. —Un murmullo se extendió entre los comandantes a medida que fueron reaccionando a esa noticia—. Hay quien dice que la puerta hipernética fue destruida deliberadamente.
Geary se lo quedó mirando, tratando de comprender las implicaciones de aquello.
—Pues claro que fue destruida deliberadamente. Todas sus naves pudieron ver como los síndicos abrían fuego sobre ella.
—No, señor. El rumor afirma que la puerta seguía funcionando, pero que usted la destruyó. —El capitán del
Brazal
torció el gesto—. Debe saber que hay gente que dice eso.
—¿Por qué iba yo a querer destruir la puerta si hubiera seguido funcionando? —se preguntó Geary demasiado sorprendido aún como para enfadarse.
—Según el rumor, señor, porque desea retener el mando y teme que se lo arrebaten al regresar al espacio de la Alianza.
Sin saber si echarse a reír incrédulo o enojarse, Geary golpeó la mesa con la palma de la mano.
—Increíble. Déjenme que les asegure a usted y a todos los demás, que no hay nadie que desee más que yo volver a salvo al espacio de la Alianza cuanto antes.
Nada más terminar de decir eso, otro oficial habló en un tono áspero por la emoción.
—¿Quién demonios se puede creer eso?
Geary, perplejo, alzó la vista y vio al comandante del
Diamante;
entonces se dio cuenta de que, puesto que el
Diamante
se encontraba todavía a veinte segundos luz de distancia, el comentario no se refería al último argumento de Geary, sino más bien al anterior.
—¡Ese rumor es más que despreciable! —continuó el capitán del
Diamante—.
Mi nave estaba allí y el que quiera venir a ver el diario de navegación del
Diamante
está invitado a hacerlo. La puerta se estaba viniendo abajo cuando nosotros llegamos allí. —Miró a Geary—. Voy a admitir una cosa. Yo era uno de los que estaban preocupados por el capitán Geary, por lo que estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo. Muchos de ustedes lo saben. Me inquietaba el hecho de que no fuera lo bastante agresivo. ¡Pero nos lanzamos hacia esa puerta! Nos lanzamos a por ella como locos, y acabamos con esos síndicos tan rápido como pudimos, pero habían causado demasiados daños. Comprueben el cuaderno de bitácora del
Diamante
si no me creen. Y mientras tanto, échenles un vistazo a las lecturas que provenían del interior de la puerta mientras se estaba desplomando. Increíble, es lo único que se me ocurre. El capitán Geary hizo todo lo que se podía hacer. He estado a las puertas del infierno con él y volveré a estar a su lado cuando sea necesario.
El silencio reinó al final de su alegato. Geary respiró lenta y profundamente, consciente de que tenía que añadir algo más.
—Damas y caballeros, les he dicho con anterioridad que admiro el coraje del personal de esta flota. Admito sin cortapisas que he tenido ciertas dificultades para entender algunos de los cambios que se han producido en la flota de la Alianza desde mis tiempos, los cambios que han sido fruto de un período de un siglo, un siglo de guerra. Pero ahora les digo que hasta hoy no había sido plenamente consciente de una cosa. —Hizo una pausa para buscar las palabras adecuadas—. La flota que yo conocí era más pequeña, más profesional, estaba más preparada. Pero no teníamos experiencia en combate. No como ustedes. Y cuando el
Intrépido,
el
Arrojado
y el
Diamante
estaban junto a la puerta, manteniéndose firmes sin vacilar ni un solo instante, pese a estar enfrentándose a algo tan terrible como nunca habría podido imaginar, ahí es donde acabé de ser consciente de lo valientes que son todos ustedes. Cada oficial y cada tripulante de esta flota tiene derecho a considerarse uno de los mejores que ha visto la Alianza. Sería imposible honrar más a sus antepasados de lo que ya lo han hecho gracias a su entrega al deber, su perseverancia ante lo que parece una guerra sin fin, su empeño por soportar cualquier carga en defensa de sus hogares. Me siento enormemente orgulloso de que se me haya dado la oportunidad de poder comandarles. Llevaré a esta flota a casa, aunque solo sea porque personas como ustedes merecen que en sus hogares se conozcan sus hazañas, y porque merecen regresar a casa sanos y salvos. Yo los llevaré a casa. Lo juro.
Dejó de hablar, preocupado por si había derrochado demasiada emotividad en el improvisado discurso a medida que se le iban escapando las palabras, preocupado por si había sonado estúpido o condescendiente. Pero todos lo miraban en silencio, con la solemnidad reflejada en sus propios rostros. Por fin, el oficial al mando del
Brazal
tomó de nuevo la palabra.
—Gracias, señor. El honor es nuestro.
Nadie lo contradijo. Al menos no en voz alta.
Geary tomó asiento después de que terminara la reunión y las presencias virtuales hubieron desaparecido; solo quedaba la capitana Desjani. Ella sonrió, saludó y se marchó, dejando que su expresión y su gesto hablaran por ella.
A menudo se había preguntado por qué el destino lo había situado en esa posición, porqué había perdido todo lo que conocía y se le había empujado a comandar más allá de sus antiguas responsabilidades. Nunca se le había ocurrido la idea de que pudiera llegar a sentirse agradecido de por vida por nada de ello. Pero, al recordar la presencia constante del
Intrépido,
el
Arrojado
y el
Diamante
en la puerta, Geary musitó una oración dando gracias por tener a su lado esas naves y a esas tripulaciones
Había caído la noche en la nave; Geary estaba sentado en su camarote con la mirada perdida y la mente llena de recuerdos de la boca del infierno que había en el interior de la puerta hipernética, cuando sonó la campana de la escotilla. Esperaba a la capitana Desjani, de modo que se sobresaltó al ver entrar a Victoria Rione, cuyo rostro delataba una profunda emoción.
Seguramente debería estar cabreadísimo con ella por hacerme la vida todavía más difícil desde Sutrah, pero, comparado con lo que hizo Falco, eso no es nada. Rione no va a provocar la pérdida de muchas naves.
Así que Geary se levantó y habló educadamente.
—Señora copresidenta, admito que me sorprende su visita. Hacía tiempo que no venía por aquí.
—No, a no ser que usted insistiera, querrá decir —replicó Rione con tranquilidad.
—Sí. Espero que no esté usted pensando plantearme la misma clase de problema que le planteé yo aquí, en nuestra última reunión.
—No. —Calló, aparentemente haciendo acopio de ánimos para hacer algo—. Capitán Geary, me gustaría pedirle disculpas.
Eso sí que era una sorpresa.
—¿Disculpas?
—Sí. —Señaló al visualizador estelar que flotaba por encima de la mesa—. Desde nuestra discusión en Sutrah he hecho lo que dije que haría, he llevado a cabo simulaciones. He llevado a esta flota a través de todas las rutas posibles desde Sutrah utilizando los puntos de salto que habíamos planeado. —Rione dudó un instante mientras los músculos de su mandíbula se tensaban—. Todas acabaron igual. Pequeñas pérdidas en un sistema tras otro que se iban sumando al tiempo que los movimientos defensivos síndicos iban limitando las opciones cada vez más, hasta que la flota acababa atrapada entre varias fuerzas superiores.