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Authors: Dan Simmons

Ilión (18 page)

BOOK: Ilión
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Afrodita contempla la herida durante un segundo y entonces grita: un chillido inhumano, algo enorme y amplificado, un rugido femenino surgido de una batería de amplificadores de un concierto de rock del infierno.

Retrocede, todavía gritando, y suelta a Eneas.

En vez de continuar su ataque a Afrodita, Diomedes desenvaina la espada y se dispone a decapitar al inconsciente Eneas.

Febo Apolo, señor del arco plateado, se TCea y solidifica entre el enloquecido Diomedes y el teucro caído y mantiene al aqueo a raya con un pulsante hemisferio de campo de plasma. Cegado por la sed de sangre, Diomedes acomete contra el campo de fuerza, su propio campo de energía choca contra el escudo defensivo amarillo de Apolo. Afrodita sigue mirándose la muñeca herida y parece a punto de desmayarse y quedarse allí tirada, indefensa, delante del airado Diomedes. La diosa es incapaz de concentrarse lo suficiente para TCearse mientras siente tanto dolor.

De repente su hermano Ares llega en un ardiente carro volador, apartando a troyanos y griegos por igual mientras ensancha la huella de plasma del navío para que aterrice junto a su hermana. Afrodita farfulla y gime de dolor, intentando explicar que Diomedes se ha vuelto loco.

—¡Sería capaz de combatir con el Padre Zeus! —chilla la diosa, desplomándose en los brazos del dios de la guerra.

—¿Puedes pilotar esto? —inquiere Ares.

—¡No! —Afrodita se desmaya. Cae en brazos de Ares, todavía acunándose la mano izquierda herida con la mano derecha, ensangrentada... o icoriada. Verlo es extrañamente perturbador. Los dioses y las diosas no sangran. Al menos no lo han hecho en los nueve años que llevo aquí.

La diosa Iris, la mensajera personal de Zeus, aparece en el campo de batalla entre el carro y el campo de fuerza de Apolo, donde el dios sigue protegiendo al caído Eneas. Los troyanos han retrocedido con los ojos desorbitados de espanto y los campos de energía solapados mantienen a raya a Diomedes. El aqueo irradia calor y furia en visión infrarroja, como un guerrero de lava latiente.

—Llévala con su madre —ordena Ares, colocando a la inconsciente Afrodita en el suelo del carruaje sin caballos. Iris alza el vehículo de energía hacia el cielo y lo cambia de fase fuera de la vista.

—Sorprendente —dice Nightenhelser.

—Jodidamente fantástico —digo yo. Es la primera vez en mis más de nueve años aquí que he visto a un griego o un troyano atacar con éxito a un dios. Me vuelvo hacia Nightenhelser, que me mira escandalizado. A veces me olvido de que el escólico pertenece a un siglo anterior al mío—. Bueno, pues lo es —digo a la defensiva.

Quiero seguir a Afrodita al Olimpo y ver qué ocurre entre ella y Zeus. Homero escribió al respecto, naturalmente, pero ya ha habido suficiente disparidad entre el poema y los acontecimientos reales de hoy para picar mi interés.

Empiezo a separarme de Nightenhelser (quien contempla los acontecimientos tan embelesado que no advierte mi marcha) y me preparo para colocarme el Casco de Hades y girar los controles del medallón TC personal. Pero algo sucede en el campo de batalla.

Diomedes deja escapar un grito de guerra tan fuerte como el grito de dolor de Afrodita, que todavía resuena, y entonces el aqueo aumentado ataca de nuevo a Apolo y Eneas. Esta vez, el cuerpo nano-reforzado de Diomedes y su espada en fase atraviesan las capas exteriores del escudo de energía de Apolo.

El dios permanece inmóvil mientras Diomedes ataca y se abre paso a través del titilante campo de fuerza, como un hombre que empuja nieve invisible.

Entonces la voz de Apolo resuena con una amplificación que debe ser audible a cuatro o cinco kilómetros.

—¡Piensa, Diomedes! ¡Retrocede! Ya basta de esta locura mortal... guerrear con los dioses. No somos de la misma raza, humano. Nunca lo fuimos. Nunca lo seremos.

Apolo aumenta de tamaño, de sus imponentes tres metros de altura pasa a convertirse en un gigante de más de seis.

Diomedes detiene su ataque y retrocede, aunque es imposible decir si lo hace por miedo o por puro agotamiento.

Apolo se agacha y vuelve opacos los campos de fuerza a su alrededor y alrededor del caído Eneas. Cuando la niebla negra desaparece, un minuto más tarde, el dios se ha ido, pero Eneas sigue allí tendido, herido, con la cadera rota, sangrando. Los guerreros troyanos corren a formar un círculo en torno a su líder caído y abandonado antes de que Diomedes lo mate.

No es Eneas. Sé que Apolo ha dejado un holograma táctil tras él y se ha llevado al auténtico príncipe herido a las alturas de Pérgamo (la ciudadela de Ilión), donde las diosas Leto y Artemisa, la hermana de Ares, usarán su medicina divina nanotecnológica para salvarle la vida a Eneas y restañar sus heridas en cuestión de minutos.

Me dispongo a regresar al Olimpo cuando de repente Apolo se TCea de vuelta al campo de batalla, oculto a la visión de los mortales. Ares, que todavía arenga a los troyanos tras su casco defensivo, alza la cabeza cuando llega el otro dios.

—Ares, destructor de hombres, asaltante de murallas, ¿vas a dejar que ese puñado de mierda te insulte de esa forma? —Invisible a los aqueos, Apolo señala al jadeante Diomedes, que se recupera.

—¿Insultarme a mi? ¿Cómo me ha insultado?

—Idiota —truena Apolo con frecuencias ultrasónicas audibles solamente a los dioses y los escólicos y los perros de Troya, quienes responden con un terrible aullido—. Ese... ese
mortal
acaba de atacar a la diosa del amor, tu hermana. Le ha seccionado los tendones de su muñeca inmortal. Diomedes incluso me ha atacado a

, uno de los dioses más poderosos de los posthumanos. ¡Atenea lo ha transformado en una especie de suprahumano para convertir en el hazmerreír de todos a Ares, dios de la guerra, hediondo de sangre!

Ares vuelve la cabeza hacia el jadeante Diomedes, que ha estado ignorando al dios desde que fracasó en su intento por atravesar el campo de fuerza.

—¿Se burla de
mi
? —chilla Ares con un grito que todos pueden oír desde aquí al monte Olimpo. He advertido a lo largo de los años que Ares es bastante estúpido para tratarse de un dios. Lo está demostrando hoy—. ¿¡Se atreve a mofarse de

!?

—Mátalo —exclama Apolo, todavía hablando en ultrasonidos—. Córtale la cabeza y cómetela.

Y el dios del arco plateado se TCea.

Ares se está volviendo loco. Decido que no puedo marcharme todavía. Quiero desesperadamente TCear de vuelta al Olimpo y ver hasta qué punto está malherida Afrodita, pero esto es demasiado interesante para perdérmelo.

Primero, el dios de la guerra se morfea en el corredor Acamas, príncipe de Tracia, y corre de un lado a otro entre los teucros congregados, instándolos a volver a la batalla y expulsar a los griegos del saliente que han creado al seguir a Diomedes hasta las líneas troyanas. Luego Ares se morfea en Sarpedón y tienta a Héctor: el héroe se contiene de luchar con extraña reticencia. Avergonzado por lo que piensa que son acusaciones de Sarpedón, Héctor se reúne con sus hombres. Cuando Ares ve que Héctor está arengando al cuerpo principal de combatientes troyanos, el dios se vuelve él mismo y se une al círculo de luchadores que mantienen a los griegos alejados del holograma del inconsciente Eneas.

Confieso que nunca he visto una lucha tan feroz en los nueve años que llevo aquí.

Si Homero nos enseñó algo, es que el ser humano es un receptáculo débil, un envoltorio carnoso de sangre y tripas sueltas a punto de ser desparramadas.

Se están desparramando ahora.

Los aqueos no esperan a que Ares tenga una nueva oportunidad, sino que atacan con carros y lanzas siguiendo el salvaje liderazgo de Diomedes y Odiseo. Los caballos relinchan. Los carros se astillan y vuelcan. Los jinetes conducen sus monturas hacia una muralla de lanzas y brillantes escudos. Diomedes arde de nuevo en primera línea, llamando a sus hombres a la batalla mientras mata a todo troyano que se pone a su alcance.

Apolo vuelve al campo de batalla en un remolino de bruma púrpura y suelta al curado Eneas (el Eneas auténtico) en la refriega. El joven ha sido sanado y más que eso: fluye con luz igual que hizo el modificado Diomedes cuando Atenea terminó con él. Los troyanos, que atacan ya siguiendo a Héctor, sueltan un alarido conjunto al ver a su príncipe resucitado y contraatacan.

Ahora son Eneas y Diomedes quienes lideran la lucha en bandos opuestos, matando capitanes enemigos a puñados, mientras Apolo y Ares instan a más troyanos a unirse a la pelea. Veo como Eneas mata a los descuidados gemelos aqueos, Orsíloco y Cretón.

Ahora Menelao, recuperado de su herida, hace a un lado a Odiseo y acomete contra Eneas. Oigo reírse a Ares. Al dios de la guerra le encantaría que el hermano de Agamenón, el verdadero marido de Helena, el hombre que inició esta guerra al maltratar a su esposa, cayera muerto este día. Eneas y Menelao se detienen a la distancia de un brazo, los otros combatientes se apartan para respetar su
aristeia
, las lanzas de los dos guerreros fintan y avanzan, fintan y avanzan.

De repente, Antíloco, el hermano de Néstor, buen amigo del casi olvidado Aquiles, salta para colocarse hombro con hombro junto a Menelao, obviamente temeroso de que la causa griega muera con su capitán si él no interviene.

Enfrentado a dos ejecutores legendarios en vez de a uno, Eneas retrocede.

A doscientos metros al este de esta confrontación, Héctor ha atacado la línea aquea con tal ferocidad que incluso Diomedes retrocede con sus hombres. Con su visión aumentada, Diomedes ve a Ares (invisible a los demás) luchando al lado de Héctor.

Todavía quiero marcharme, para ver cómo está Afrodita, pero no puedo irme ahora. Veo que Nightenhelser toma notas frenéticamente en su ansible grabador. Esto me da risa, ya que los miles de nobles troyanos y argivos que combaten aquí son todos tan analfabetos como niños de dos años. Si descubrieran las anotaciones de Nightenhelser, incluso en griego, no significarían nada para ellos.

Todos los dioses intervienen en la acción ahora.

Hera y Atenea cobran existencia con un parpadeo, la esposa de Zeus obviamente insta a Atenea a que participe en la lucha. Atenea no se resiste. Hebe, la diosa de la juventud y servidora de los dioses mayores, aparece en un carro volador. Hera toma el control, y Atenea también salta a bordo, dejando caer su peplo mientras se ciñe la loriga. La camisa de batalla de Atenea brilla. Levanta un chispeante escudo de energía de amarillo brillante y pulsante rojo, y su espada envía rayos de luz a la Tierra.

—¡Mira!

Es Nightenhelser que me grita por encima del fragor. Cae un relámpago auténtico proveniente del norte, una alta capa de oscuros estratocúmulos se alza a doce mil metros o más en el cálido cielo de la tarde. La nube de pronto cobra la forma del rostro de Zeus.

—ADELANTE PUES, ESPOSA E HIJA —ruge el trueno de la tormenta—. ATENEA, A VER SI ERES RIVAL PARA EL DIOS DE LA GUERRA. ¡ABÁTELO SI PUEDES!

Nubes negras gravitan sobre el campo de batalla mientras la lluvia y los truenos golpean a troyanos y argivos por igual.

Hera hace descender el carro sobre las cabezas de los griegos, más abajo todavía para abatir a los troyanos como alfileres de cuero y bronce.

Atenea salta a un carro real junto al agotado Diomedes y su fiel auriga, Estenelo.


¿Has acabado por hoy, mortal?
—le grita a Diomedes; la última palabra rezuma sarcasmo—.
¿No le llegas a tu padre ni a la suela de los zapatos que te detienes cuando tus oponentes mantienen así el terreno?

Indica el lugar donde Héctor y Ares barren a los griegos con su carga.

—Diosa —le jadea Diomedes—, el inmortal Ares protege a Héctor y...

—¿NO TE PROTEJO YO A TI? —ruge Atenea, de cuatro metros y medio de altura y creciendo, alzándose sobre el brillo en extinción de Diomedes.

—Sí, diosa, pero...


¡Diomedes, alegría de mí corazón, mata a ese troyano y al dios que lo protege!

Diomedes parece sobresaltado, incluso horrorizado.

—Los mortales no podemos matar a los dioses...

—¿Dónde está escrito eso? —truena Atenea y se inclina sobre Diomedes, inyectándole algo nuevo, transfiriéndole energía de su campo divino personal. La diosa agarra al indefenso Estenelo y lo arroja a diez metros del carro. Atenea empuña las riendas del carro de Diomedes y fustiga los caballos, dirigiéndose hacia Héctor y Ares y todo el ejército troyano.

Diomedes apresta su lanza como si en efecto planeara matar un dios: a Ares.

Y Afrodita quiere utilizarme a mí para que mate a la propia Atenea
, pienso, el corazón desbocado de terror y excitación. Las cosas puede que pronto sean muy distintas de lo que Homero predijo, aquí, en las llanuras de Troya.

12
Sobre el cinturón de asteroides

La nave empezó a decelerar en cuanto dejó la magnetosfera jupiterina, de manera que su gran arco balístico sobre el plano de la eclíptica hasta Marte, al otro lado del Sol, tardaría no varias horas sino varios días. Eso les venía bien a Mahnmut y a Orphu de Io, ya que tenían muchas cosas sobre las que discutir.

Poco después de su partida, Ri Po y Koros III, desde el módulo de control de proa, anunciaron que iban a desplegar la vela de boro. Mahnmut contempló a través de los sensores de la nave cómo se desplegaba la vela circular y los seguía siete kilómetros por detrás, sujeta por ocho cables, y luego extendía su radio completo de cinco kilómetros. A Mahnmut le pareció un círculo negro sacado del campo estelar mientras observaba el vídeo de popa.

Orphu salió de su nido en el casco y reptó por el cable principal, a lo largo del toro solenoide, y luego por los cables de apoyo como un Quasimodo en forma de herradura, comprobándolo todo, tirando de todo, impulsándose por chorros de reacción sobre la superficie de la vela para comprobar grietas o rendijas o imperfecciones. No encontró nada anómalo y volvió a la nave con una extraña e imperiosa gracia en gravedad cero.

Koros III ordenó que dispararan el achicador magnético modificado Matloff/Fennelly y Mahnmut sintió y registró las energías de la nave cambiando mientras el aparato colocado en la proa de la nave generaba un radio de campo achicador de 1.400 kilómetros, absorbiendo iones sueltos y concentrándose en recolectar viento solar.

¿Cuánto va a tardar esto en hacernos decelerar lo suficiente para detenernos en Marte?
, preguntó Mahnmut por la línea común, pensando que respondería Orphu.

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