Read Historia de España contada para escépticos Online
Authors: Juan Eslava Galán
Tags: #Novela Histórica
El escéptico lector no se escandalizará de sorprender a un papa en posturas tan escasamente evangélicas. Es que, hasta tiempos relativamente recientes, los pontífices no se molestaron en disimular sus ambiciones mundanas y sus marrullerías políticas, a las que frecuentemente supeditaban sus obligaciones como vicarios de Cristo.
Eran testarudos aquellos aragoneses. Pedro III no se amilanó porque el papa lo excomulgara y sus sucesores mantuvieron el tipo igualmente y prosiguieron la lucha contra el papa y contra los franceses. A la postre, ganaron la partida, puesto que el Vaticano acabó cediendo Cerdeña y Sicilia. Por cierto, los almogávares o mercenarios aragoneses que habían luchado en Sicilia (como antaño los mercenarios iberos a sueldo de griegos y cartagineses), cuando la isla quedó pacificada, fueron contratados por el emperador de Bizancio para luchar contra los turcos que amenazaban Constantinopla. La conquista de Sicilia había extendido por todo el Mediterráneo la fama de invencibles de aquellos montañeses.
Las Grandes Compañías Catalanas de almogávares constituían una infantería tan temible como hoy la de los mercenarios gurkas. En reposo puede que se parecieran más a una turba de desaliñados salteadores que a un cuerpo militar, porque iban vestidos con pieles y apenas protegidos por un pequeño escudo y una red de hierro que les cubría la cabeza, y tan sucintamente armados (con dos venablos, un cuchillo carnicero y un breve chuzo) que no impresionaban a nadie. Pero cuando, antes de entrar en combate, golpeaban la herrada contera del chuzo arrancando chispas de las piedras y gritaban «¡Desperta Ferro!», infundían espanto al enemigo más bragado. Metidos en harina se conducían con proverbial ferocidad, sin dar ni esperar cuartel.
El caudillo que los mandaba era un aventurero llamado Roger de Flor, al que el taimado emperador nombró megaduque y casó con una de sus sobrinas, que tenía muchas para tales casos. Mientras los almogávares derrotaron a los turcos y pacificaron las fronteras, los bizantinos los adoraron, pero en cuanto dejaron de necesitarlos les pareció que aquella horda salvaje desentonaba con la armonía y la belleza de sus ciudades. Además, a Roger de Flor se le habían subido los humos a la cabeza y aspiraba a recibir un reino como recompensa por su actuación. El emperador fingió estar de acuerdo pero lo atrajo a una trampa, junto con ciento treinta de sus capitanes y oficiales, y los asesinó a todos. La trampa fue un banquete, como en el caso de la jornada del Foso de Toledo, en 797. ¿Se acuerdan? ¡Siempre esa obsesión hispánica por comer de balde que tantos disgustos nos acarrea!
Cuando la chusma almogávar supo lo ocurrido a sus oficiales, su reacción fue tan violenta que todavía por aquellas costas se habla de la venganza catalana. Los almogávares entraron a sangre y fuego por pueblos y aldeas sin dejar títere con cabeza, hasta que, algo más calmados y cansados de ir de un lado para otro, decidieron sentar cabeza y fundaron un reino que duraría casi un siglo (el ducado de Atenas).
La expansión política y militar de Aragón se correspondía con una expansión comercial paralela. La potente marina mercante catalana se sumó al activo comercio mediterráneo en competencia, a menudo armada, con genoveses y pisanos. Su prestigio era tal que el Libro del Consulado del Mar, especie de código de derecho marítimo catalán, era aceptado casi unánimemente por las otras marinas de Europa. Con hipérbole patriótica se llegó a decir que, para navegar por el antiguo Mare Nostrum, hasta los peces tenían que lucir las barras de la enseña aragonesa.
En 1412, el rey de Aragón murió sin sucesor. Después de muy tortuosas negociaciones, en las que no faltaron violencia y sobornos, los nobles catalanes, aragoneses y valencianos reunidos en Caspe acordaron entregar el trono a Fernando el de Antequera, hermano del rey de Castilla. El hijo y sucesor de éste, Alfonso V el Magnánimo, conquistó Nápoles y se consagró por entero a aquel reino donde lo dejaban mandar como le daba la gana, y se desentendió de Aragón, donde para cualquier cosa había que pedir permiso a unas Cortes cada día más quisquillosas.
Aragón ganaba territorios en la península italiana, pero los perdía más cerca. Los franceses ocuparon las comarcas catalanas del Rosellón y la Cerdaña, aprovechando el conflicto entre Juan II, hermano y heredero de Alfonso V, y su hijo Carlos de Viana. Es un contencioso que traería mucha cola, como se irá viendo en páginas venideras.
Es casi milagroso que el último reino islámico de España, Granada, lograra perdurar durante dos siglos y medio a la sombra inclemente de Castilla. El milagro se basaba en dos razones, una económica y otra estratégica. Por lo que se refiere a la económica, Castilla sangraba a Granada como los batutsis sangran a sus vacas. La sangre del moro era el oro que seguía llegando de Sudán, por vías africanas. Europa, en plena expansión comercial, estaba ávida de oro, y las arcas de Castilla ingresaban unas veinte mil doblas anuales en concepto de parias de Granada. Pero cuando Portugal intervino en África y desvió la ruta del oro hacia Lisboa, la gallina dejó de poner huevos, y los castellanos, siempre escasos de liquidez, comenzaron a pensar en la gallina misma, en sus sabrosas carnes, en la Alhambra, en las vegas, en los surcos de prietas hortalizas, en las aromáticas manzanas, en las verdes olivas, en las lujuriantes higueras, en el pan de higo, en las almunias, en las norias, en los puertos.
La otra razón es la estratégica. La diplomacia granadina hilaba delgado y era virtuosa en el mantenimiento de equilibrios. Entre la hoz castellana y la coz marroquí, los soberanos granadinos habían aprendido la lección de las antiguas taifas y supieron mantenerse en equilibrio, aplacar a Castilla con sobornos y tributos, aceptar solamente pequeños contingentes de tropas de Marruecos y sacar provecho de las debilidades y rencillas internas de tan poderosos vecinos aliándose con el bando más débil.
La otra clave de la estabilidad granadina fue su pujante economía, basada en una población numerosa, en un racional aprovechamiento de los recursos agrícolas y en un activo comercio con países mediterráneos, tanto cristianos como musulmanes, que impulsó la industria y la artesanía del reino. Por ejemplo, en Europa se usaba papel fabricado en Granada, y los arquitectos y albañiles granadinos eran contratados tanto por los reyes de Castilla como por los de Marruecos para labrar sus palacios y yeserías.
En la frontera, estable durante varias generaciones, a pesar de las tensiones intermitentes, una serie de útiles instituciones comunes, como alcaldes de moros y cristianos, mediaban en los pleitos que afectaran a individuos de una y otra comunidad. Había también alhaqueques o agentes, que pasaban libremente de uno a otro lado para mediar en tratos, buscar reses robadas o personas cautivadas y ajustar el rescate después de que los fieles del rastro, es decir, rastreadores o peritos en seguir sobre el terreno las huellas de cuatreros y reses, les hubieran indicado el destino final de las presas. En los largos períodos de paz, había incluso una relación de vecindad cordial. Por ejemplo, el alcaide moro de la plaza fuerte fronteriza de Cambil y Alhabar es invitado a bodas cristianas de sus colegas y enemigos de Jaén. Lo que no quita que a los pocos meses intenten arrebatarse los castillos, devasten la tierra y maten a los atalayas, que lo cortés no quita lo valiente. Hay también un episodio de lo más curioso, una reina que se acerca a la frontera porque le hace ilusión disparar un tiro de ballesta contra una fortaleza enemiga; los moros que la ven y saben que es la reina salen a hacer alarde para divertir a la señora y a sus damas. Es casi una guerra de opereta.
Hasta que la guerra de veras llegó. En el siglo XV, Castilla había reanudado esporádicamente la Reconquista. Primero, cayó Antequera; luego, Jimena y Huéscar, y poco después, Huelma. Luego, Gibraltar. En Granada, crecía el descontento contra un gobierno incapaz de defender las fronteras del reino. Quizá el pueblo ignorante no podía comprender que Granada no pudiera soñar ya en equilibrarse militarmente con Castilla, pero desde luego advertía que, tarde o temprano, los castellanos les arrebatarían sus casas, sus huertos, sus emparrados y sus moreras. (Granada producía mucha seda; algunas moreras tenían hasta cuatro dueños.) En una reacción típicamente fundamentalista que observamos también en el mundo árabe actual, la impotencia frente a la superioridad cristiana los llevó a refugiarse en una fe fanática. A la larga, fue peor para ellos. La tradicional tolerancia hacia los cristianos que vivían en Granada, muchos de ellos como cautivos, se trasformó en creciente opresión.
¡Los moros maltratan a nuestros infelices correligionarios!. En Castilla, los halcones tuvieron un excelente pretexto para plantear la necesidad de conquistar Granada. Sólo faltaba un
casus belli.
En 1481, el rey Muley-Hacén se lo puso en bandeja. Dejó de satisfacer el tributo y conquistó el castillo de Zahara en un golpe de mano. La leyenda romántica quiere que rechazara al recaudador cristiano arrogantemente: «Dile a tu rey que Granada ya no acuña moneda para pagar a cristianos; antes bien forja espadas y lanzas para combatirlos.» Y los Reyes Católicos responderían: «Yo he de arrancar uno a uno los granos de esa granada.»
Es que, inevitablemente, la guerra de Granada, después de que Washington Irving y los románticos pasaran por ella, se tiñe de romanticismo.
Fernando planeó la conquista de Granada con metódica astucia (no en balde Maquiavelo lo tomaría como ejemplo en su
Príncipe
). Lo primero que hizo fue fomentar las rencillas internas de la familia real granadina y las banderías que se disputaban el dominio del reino. Era un juego a tres bandas: por una parte, el rey, que quiere conservar su trono, y por otra, su hijo Boabdil y su hermano el Zagal, que, cada cual por su cuenta, quieren arrebatárselo. Y el zorro de Fernando apoyando a la parte más débil contra la más poderosa.
Boabdil, el hijo de Muley-Hacén, se había rebelado contra su padre con el apoyo del poderoso clan de los abencerrajes, pero el rey recuperó Granada con la ayuda de los no menos poderosos zegríes. Entonces, su hermano, el Zagal, lo depuso, apoyado por el clan de los Venegas. Muley-Hacén, fortificado en la Alhambra, resistió. En esto, Boabdil, el hijo, fue capturado por los cristianos en la batalla de Lucena, pero Fernando lo liberó para que siguiera incordiando a su padre y a su tío. Muley-Hacén y el Zagal se unieron contra Boabdil demasiado tarde, cuando ya les había ganado la partida. Muley-Hacén hizo lo único que le quedaba por hacer, morirse, y el Zagal, desanimado, arrojó la toalla y se retiró a vivir a Tlemecén. Boabdil, ya rey indiscutido, se instaló en la Alhambra.
El campo musulmán había quedado convenientemente sangrado. La fruta estaba madura. Entonces, los Reyes Católicos asediaron Granada. Los granadinos llevaban tres siglos viendo llegar cristianos a la vega para robar y talar durante un tiempo, pero después, en cuanto llegaban los fríos, levantaban sus tiendas y se marchaban. Sin embargo, los Reyes Católicos habían llegado para quedarse: el campamento que montaron era de casas de adobe y piedra, una auténtica ciudad (que aún existe): Santa Fe. Es falsa, naturalmente, la leyenda que atribuye a la reina católica la promesa de no cambiarse de camisa hasta que conquistara Granada, una empresa que le llevó años
(Una teoría reciente indica que la promesa de no cambiarse de camisa no era literal, si no más bien indicaba que no se compraría (cambiarla por) una camisa nueva. Y es que en aquellos tiempos, las camisas valían auténticas fortunas, ya que eran bordadas y con mucho trabajo..)
. Por este motivo, los franceses denominan
isabelle
al color amarillento. Volviendo a Granada, la población estaba dividida entre palomas y halcones: unos querían entregar la ciudad a cambio de que sus bienes fueran respetados; otros eran partidarios de resistir a ultranza. Pero los tiempos de Numancia ya estaban olvidados. Al final, Boabdil puso a los halcones ante el hecho consumado de que ya había entregado la Alhambra. Secretamente, dejó que una guarnición cristiana ocupara el castillo y las torres principales. Después de esto, no tenía objeto resistir, y los halcones, aunque clamaron venganza y se acordaron de toda la parentela del rey, tuvieron que transigir (más de uno, quizá, con alivio).
La capitulación se firmó el dos de enero de 1492, y Boabdil y los suyos tuvieron que abandonar la Alhambra para trasladarse a las tierras que los Reyes Católicos les habían concedido en las Alpujarras.
Existe en las cercanías de Granada una eminencia llamada el Suspiro del Moro, un lugar propicio para escarceos de enamorados, desde el cual se puede contemplar la ciudad. Allí es donde sostiene la leyenda que Boabdil volvió la cabeza para captar con la mirada todo lo que dejaba atrás y, sin poderse contener, rompió a llorar. Entonces, su madre, la noble Aixa, una mujer que los tenía bien puestos, le dijo: «Llora, llora como mujer por lo que no has sabido defender como un hombre.» Las madres muchas veces es que son un gran consuelo.
España era nuevamente cristiana, toda ella, como ocho siglos antes, en tiempos de los godos. Con una pequeña diferencia: quedaban dos numerosas comunidades que no eran cristianas: los judíos y los moros.
En 1469, en Valladolid, una fría mañana de otoño, se celebró una boda que iba a alterar el curso de la historia de España. La novia, Isabel, había cumplido dieciocho primaveras y era una chica menuda, rubia, de cara redonda, ancha de caderas y con cierta tendencia a engordar. El novio, Fernando, un año menor que ella, era un joven de mediana estatura, no mal parecido, que pronto se quedaría calvo hasta media cabeza. Tenía la voz aguda, como el general Franco, dicho sea sin segundas.
La boda fue un tanto irregular. Se casaron en secreto, con el novio llegando de tapadillo y disfrazado de criado, tan en su papel que hasta servía la cena de sus escoltas en las ventas donde pernoctaban. Es que Isabel no podía contraer matrimonio sin permiso del rey de Castilla, su hermano. Además, Isabel y Fernando eran primos segundos, y la dispensa papal que exhibieron ante el sacerdote que ofició la ceremonia era tan falsa como una moneda de corcho. No empezaban mal los luego llamados Reyes Católicos. Pero a estas alturas no será necesario recordar al escéptico lector que los historiadores siempre justifican al que gana, y los Reyes Católicos eran vencedores natos.