Hermoso Caos (52 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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Él puso su dedo en su boca.

—Chist. La tuvimos. La tuve. —Miró hacia la noche, pero aún hablaba con ella—. Te quiero, Olivia. Ésta es mi oportunidad.

Ella no respondió, salvo por las lágrimas que rodaron por su cara.

John dio un paso hacia mí, tirando de mi brazo.

—Cuídala por mí, ¿lo harás?

Asentí.

Se acercó aún más.

—Si la haces daño, si la tocas, si dejas que alguien le rompa el corazón, te encontraré y te mataré. Y luego seguiré haciéndote daño desde el otro lado. ¿Entendido?

Lo entendía mejor de lo que se pensaba.

Me soltó y se quitó la chaqueta. Se la tendió a Liv.

—Guárdala. Para que me recuerdes. Y hay algo más. —Rebuscó en uno de los bolsillos—. No recuerdo a mi madre, pero Abraham dijo que esto la pertenecía. Quiero que te lo quedes. —Era un brazalete de oro con una inscripción en niádico, o en algún otro lenguaje Caster que sólo Liv sabría cómo leer.

Las rodillas de Liv flaquearon y empezó a sollozar.

John la sostenía tan fuerte que las puntas de sus pies apenas tocaban el suelo.

—Me alegro de haber encontrado finalmente alguien a quien quisiera dárselo.

—Y yo también. —Ella apenas podía hablar.

La besó suavemente y se apartó de ella.

Me saludó con un leve gesto de cabeza y se lanzó por encima de la barandilla.

Escuché la voz de ella, resonando en la oscuridad. La Lilum.

El Equilibrio no está saldado.

Sólo el Crisol puede hacer el sacrificio.

20 DE DICIEMBRE
El equivocado

C
uando abrí los ojos, estaba de vuelta en mi habitación. Miré el techo azul, tratando de imaginar cómo había llegado allí. Había sentido el desgarro, pero no podía haber sido de John. Eso lo sabía, porque él estaba tumbado en el suelo de mi dormitorio, inconsciente.

Debió de haber sido alguien más. Alguien que era más poderoso que un Íncubo. Alguien que sabía lo de la Decimoctava Luna.

Alguien que lo había sabido todo, desde el principio, incluyendo lo único que, yo mismo, estaba empezando a vislumbrar. Ahora.

Liv estaba zarandeando a John, todavía sollozando.

—Despiértate, John. Por favor, despierta.

John abrió los ojos durante un segundo, confundido.

—¿Qué demonios…?

Ella le rodeó con sus brazos.

—No es el infierno. Ni siquiera el cielo.

—¿Dónde estoy? —Estaba desorientado.

—En mi habitación. —Me incorporé y me apoyé contra la pared.

—¿Cómo he llegado aquí?

—No preguntes. —No estaba dispuesto a explicarle que la Lilum de alguna forma nos había trasladado aquí.

Estaba más preocupado por lo que significaba.

Que no era John Breed.

Y había alguien con quien tenía que hablar.

21 DE DICIEMBRE
Sólo English

L
lamé a la puerta y me quedé esperando bajo la pálida luz amarilla del porche. La estaba mirando, incómodo, cambiando mi peso de una pierna a otra, con las manos hundidas en los bolsillos, y deseando no estar allí, deseando que mi corazón dejara de latir tan atropelladamente.

Iba a pensar que estaba loco.

¿Y por qué no? Yo mismo estaba empezando a creerlo.

Lo primero que vi fue el albornoz, luego unas zapatillas de pelo y el ojo de cristal.

—¿Ethan? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Has venido con Mitchell? —La señora English echó un vistazo al exterior, dándose golpecitos en sus rulos de plástico como si de esa forma fueran a resultar más atractivos.

—No, señora.

Pareció decepcionada y cambió a su voz del colegio.

—¿Tienes idea de la hora que es?

Eran las nueve.

—¿Puedo pasar un minuto? Realmente necesito hablar con usted.

Bueno, usted no. No exactamente.

—¿Ahora?

—Sólo será un minuto. Es sobre
El crisol.

Aunque no el que usted piensa.

Eso finalmente la convenció, como sabía que pasaría.

La seguí hasta la salita por segunda vez, aunque ella no se acordara. La colección de figuritas de cerámica de la repisa de la chimenea estaba otra vez perfectamente alineada, como si nada hubiera sucedido ahí. Lo único diferente era la planta con forma de telaraña. Había desaparecido. Supongo que algunas cosas estaban demasiado rotas para arreglarlas.

—Toma asiento, por favor, Ethan.

Me senté mecánicamente en el sillón floreado y entonces volví a levantarme, porque no había otro asiento en la pequeña habitación. Ningún hijo de Gatlin se sentaría mientras una dama se quedaba de pie.

—Estoy bien así. Siéntese usted, señora.

La señora English se ajustó las gafas y se sentó.

—Bueno, debo decir que es toda una sorpresa.

No le quepa duda. Espere y verá.

—Ethan ¿querías preguntarme algo en particular sobre
El crisol?

Carraspeé.

—Esto tal vez suene un poco raro, pero necesitaba hablar con usted.

—Te escucho.

No lo pienses. Di las palabras. De alguna forma te escuchará.

—Eeh, verá. Eso es lo que pasa. No necesito hablar con usted. Necesito hablar con… ya sabe. Sólo que usted no lo sabe. La otra parte de usted.

—¿Disculpa?

—La Lilum, señora.

—Para empezar, se pronuncia Lilian, pero no creo que sea apropiado que me llames por mi nombre de pila. —Titubeó—. Imagino que mi amistad con tu padre debe de ser un poco desconcertante…

No tenía tiempo para esto.

—¿La Reina Demonio? ¿Está aquí?

—¡Cómo dices!

No te detengas.

—¿La Rueda de la Fortuna? ¿El Río Sin fin? ¿Puede oírme?

La señora English se levantó. Su cara estaba sonrojada, y jamás la había visto tan furiosa.

—¿Te estás drogando? ¿Es ésta algún tipo de broma?

Miré alrededor de la habitación, desesperado. Mi vista se detuvo sobre las figuritas de la repisa, y me acerqué hasta ellas. La luna era una piedra, pálida y redonda, un círculo completo con una forma creciente tallada en su parte superior.

—Tenemos que hablar sobre la luna.

—Voy a llamar a tu padre.

Sigue intentándolo.

—La Decimoctava Luna. ¿Significa algo para usted?

Vi por el rabillo del ojo que cogía el teléfono.

Yo cogí la luna.

La habitación se llenó de luz. La señora English se quedó paralizada en su silla, sujetando el teléfono, la habitación desvaneciéndose a su alrededor…

Me encontraba ante la
Temporis Porta,
pero las puertas estaban completamente abiertas. Había un túnel al otro lado, con los muros toscamente cubiertos de mortero. Atravesé las puertas.

El túnel era pequeño y el techo tan bajo que tenía que agacharme para caminar. Había marcas por todo el muro, unas finas líneas que tenían todo el aspecto de que alguien las estuviera utilizando para contar. Seguí el túnel durante ochocientos metros aproximadamente, hasta que vi los destartalados escalones de madera.

Ocho peldaños.

Había una especie de escotilla de madera arriba del todo, con un aro metálico colgando hacia abajo, hacia las escaleras. Subí por ellas con cautela, confiando en que soportaran mi peso. Cuando llegué al final, tuve que cargar con mi hombro contra la escotilla de madera para conseguir abrirla.

La luz del sol inundó el túnel cuando salí de allí.

Estaba en medio de un campo, un sendero se extendía justo delante de donde me encontraba. Más que un sendero eran dos sinuosas líneas paralelas donde la hierba alta y ondulante había dejado paso a la tierra. A ambos lados, los campos parecían de oro, del tono del maíz y la luz del sol, y no marrones como los cigarrones y la sequía. El cielo era azul, de ese tono que ya había llegado a considerar el azul Gatlin.

¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Ella no estaba aquí, y yo apenas podía creer donde estaba.

Lo hubiera reconocido en cualquier parte; había visto suficientes fotos del lugar —era la plantación de mi trastatarabuelo Ellis Wate. Él era quien había luchado y muerto al otro lado de la carretera 9 durante la Guerra Civil. Justo ahí mismo.

Pude ver Wate's Landing en la distancia: mi casa —y la suya—. Era difícil decir si tenía el mismo aspecto, salvo por los desvaídos postigos azules que parecían estar contemplándome. Bajé la vista hasta la escotilla, medio escondida entre la tierra y la hierba, y lo entendí inmediatamente. Era el túnel que llegaba hasta la despensa, en el sótano de mi casa. Había salido por el otro lado. El lado seguro, donde los esclavos que utilizaban el Ferrocarril Subterráneo podían perderse entre los tupidos y altos cultivos.

¿Por qué me había traído aquí la
Temporis Porta?
¿Qué estaba haciendo la Lilum en la granja de mi familia más de ciento cincuenta años atrás?

¿Lilum? ¿Dónde está?

La mitad de una oxidada bicicleta yacía en una zanja a un lado de la carretera. O al menos parecía una parte de una bicicleta. Pude ver por dónde el metal había sido serrado por la mitad y una manguera introducida en el cuadro. Se había utilizado para regar el campo. Un par de embarradas botas de goma estaban abandonadas junto a la rueda de la bicicleta. A lo lejos, los campos se extendían hasta donde se perdía la vista.

¿Qué tengo que hacer?

Volví a mirar la oxidada mitad de la bicicleta, y lo supe.

Una ola de impotencia pasó sobre mí. No había forma de que pudiera regar el campo. Era demasiado grande, y yo no era más que uno. El sol calentaba cada vez más, y las hojas se estaban poniendo marrones, pronto el campo dejaría de ser dorado para quedar quemado y muerto, al igual que todo lo demás. Escuché el familiar zumbido de un enjambre. Los cigarrones se acercaban.

¿Por qué me está mostrando esto?

Me senté en la tierra y miré hacia el cielo azul. Vi una abeja gorda, volando lentamente como si estuviera borracha, picando de una flor silvestre a otra. Sentí el suelo por debajo, suave y cálido a pesar de que estaba seco. Presioné mis dedos para hundirlos en la tierra, seca como arena gruesa.

Sabía por qué estaba allí. Y consiguiera o no terminarlo, tenía que intentarlo.

Es
eso, ¿no es cierto?

Me enfundé las calientes y embarradas botas y cogí la oxidada rueda de metal. Agarré el manillar empujando la rueda enfrente de mí. Empecé a regar el campo, una fila cada vez. La rueda chirriaba cuando la giraba, y el calor me irritaba el cuello mientras me inclinaba para trabajar, empujando con todas mis fuerzas a través de los baches y surcos del campo.

Sentí un sonido como el de una inmensa compuerta de madera abriéndose por primera vez en un siglo, o el de una enorme piedra siendo apartada de la boca de una cueva.

Era agua.

Brotando lentamente, volviendo al terreno desde donde esa bomba, depósito, o lo que fuera, estuviera conectada.

Empujé más fuerte. El agua comenzó a correr por la tierra formando regueros que abrían los secos surcos del campo, y creaban pequeños arroyos. Arroyos que se volvían torrente y formaban riachuelos que, a su vez, se convertían en ríos de mayor tamaño hasta que, eventualmente, inundasen completamente el sendero, más allá de donde se perdía la vista.

Un río sin fin.

Corrí lo más rápido que pude. Observé los radios de la rueda girar más rápido, bombeando el agua cada vez con más fuerza, hasta que la rueda se movió a tal velocidad que parecía borrosa. El ímpetu del agua era tan fuerte que la manga de riego se soltó culebreando como una serpiente. Había agua por todas partes. La tierra se convertía en barro bajo mis pies, y estaba empapado. Era como si estuviera montando en bici por primera vez, como si estuviera volando —haciendo algo que sólo yo podía hacer—.

Me detuve sin aliento.

La Rueda de la Fortuna.

La tenía delante, oxidada y doblada y más vieja que la tierra. Mi Rueda de la Fortuna, ahí en mis manos. En el viejo terreno de mi familia.

Y comprendí.

Era una prueba. Mi prueba. Había sido mía todo el tiempo. Pensé en John, tendido sobre el suelo de mi dormitorio. En la voz de la Lilum diciendo que él no era el Crisol.
Soy yo, ¿verdad? Yo soy el Crisol.

Y soy el Uno Que Son Dos. Siempre he sido yo.

Contemplé el campo mientras comenzaba a volverse verde y dorado de nuevo. El calor cedió. La abeja gorda voló hacia el cielo, porque el cielo era real, y no el techo pintado de una habitación.

Escuché el chasquido de truenos, y luego el estallido de relámpagos, y me quedé en mitad del campo, sujetando la oxidada rueda mientras la lluvia empezaba a caer.

El aire contenía un rumor de magia, como la sensación que experimenté la primera vez que entré en la playa de la Frontera, sólo que cien veces más fuerte. El sonido era tan intenso que me pitaban los oídos.

—¿Lilum? —grité con mi voz Mortal, sonando muy pequeño en mitad del inmenso campo—. Sé que está aquí. Puedo sentirlo.

—Lo estoy. —La voz resonó desde arriba, en el cegador cielo azul. No podía verla, pero ella estaba ahí, no la Lilum a través de la señora English, sino la Lilum real. En su estado sin nombre y sin forma, en todas partes, a mi alrededor.

Respiré hondo.

—Estoy preparado.

—¿Y? —Era una pregunta.

Ahora sabía la respuesta.

—Ya sé quién soy. Y lo que tengo que hacer.

—¿Quién eres? —La pregunta quedó suspendida en el aire.

Miré hacia el cielo, dejando que el sol cayera sobre mi cara. Pronuncié las palabras que tanto había temido, desde el momento en que fueron susurradas por primera vez en el más profundo y oscuro rincón de mi mente.

—Soy el Uno Que Son Dos —grité lo más fuerte que pude—. Tengo un alma en el mundo Mortal y un alma en el Más Allá. —Mi voz sonaba diferente. Desde luego—. El Uno Que Son Dos.

Esperé en el silencio. Me sentí aliviado por haber sido capaz de decirlo finalmente, como si un peso abrumador me hubiera sido arrancado de la espalda. Como si hubiera estado sosteniendo el ardiente cielo azul.

—Lo eres. No hay otro. —No había el más mínimo matiz de emoción en su voz—. El precio que debe pagarse para forjar el Nuevo Orden.

—Lo sé.

—Es un Crisol. Una dura prueba. Debes estar seguro. En el solsticio.

Me quedé allí durante largo rato. Sentí el aire fresco y la quietud. Sentí todas las cosas que no había sentido desde que el Orden había cambiado.

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