Hermoso Caos (12 page)

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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

BOOK: Hermoso Caos
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—Ha subido por ahí.

—¿Estás seguro?

Link levantó una ceja.

—¿Puede mi madre predicar a un predicador?

Link empujó la pesada puerta de piedra, y la luz se coló en el Túnel. Estábamos detrás de algún viejo edificio, la puerta grabada en el desportillado ladrillo. El aire era pesado y pegajoso, con un hedor inconfundible a cerveza y sudor.

—¿Dónde demonios estamos?

Nada resultaba familiar.

—Ni idea.

Link dio la vuelta hasta el frente del edificio. El olor a cerveza era aún más fuerte. Echó un vistazo por la ventana.

—Este lugar es una especie de taberna.

Junto a la puerta había una placa de hierro: HERRERÍA LAFITTE.

—Esto no parece una herrería.

—Eso es porque no lo es. —Un hombre mayor con sombrero Panamá, como el que el último marido de la tía Prue solía llevar, se acercó por detrás de Link, apoyando su peso en su bastón.

—Está usted frente a uno de los edificios más infames de Bourbon Street, y la historia de este lugar es tan famosa como la del propio barrio.

Bourbon Street. El Barrio Francés.

—Estamos en Nueva Orleans.

—Exacto. Ahí es donde estamos. —Después de este verano, Link y yo sabíamos que los Túneles podían llegar a cualquier parte, y que el tiempo y la distancia no funcionaban de la misma manera dentro de ellos. Amma también lo sabía.

El anciano aún continuaba hablando.

—La gente cuenta que Jean y Pierre Laffite abrieron una herrería aquí a finales del siglo
XVIII
como tapadera de su negocio de contrabando. Eran piratas que saqueaban galeones españoles y trapicheaban con lo que robaban en Nueva Orleans vendiendo cualquier cosa, desde especias y mobiliario hasta carne y sangre. Pero hoy en día, la mayoría de la gente viene por la cerveza.

Me encogí. El hombre sonrió y se quitó el sombrero.

—Bueno, jóvenes, que pasen un buen rato en la Ciudad Olvidada.

Yo no apostaría por ello.

El anciano se inclinó sobre su bastón. Ahora sostenía su sombrero frente a nosotros, agitándolo a la expectativa.

—Oh, desde luego. Claro. —Rebusqué en mi bolsillo, pero todo lo que tenía era una moneda de veinticinco centavos. Miré a Link, que se encogió de hombros.

Me acerqué para dejar la moneda en el sombrero y una huesuda mano me agarró por la muñeca.

—Un chico tan listo como tú. Voy a largarme de esta ciudad y volver a ese Túnel. —Conseguí liberar mi brazo. Él mostró una enorme sonrisa, abriendo totalmente sus labios y dejando a la vista unos dientes amarillentos y desiguales—. Nos veremos.

Me froté la muñeca y, cuando levanté la vista, ya no estaba.

A Link no le llevó demasiado tiempo encontrar el rastro de Amma. Era como un perro sabueso. Ahora entendía por qué había sido tan fácil para Hunting y su cuadrilla encontrarnos cuando estábamos buscando a Lena y la Frontera. Caminamos por el Barrio Francés hacia el río. Podía oler la turbia y parduzca agua mezclada con el sudor y las especias de los restaurantes cercanos. Incluso de noche, el aire era húmedo, pesado y cargado de agua, como una chaqueta mojada de la que no puedes desprenderte, por mucho que quieras.

—¿Estás seguro de que vamos en la…?

Link levantó un brazo frente a mí, y me detuve.

—Chist. Red Hots.

Escruté la acera delante de nosotros. Amma estaba bajo una farola, enfrente de una mujer criolla sentada sobre un cajón de plástico de botellas de leche. Caminamos hasta el extremo del edificio con las cabezas gachas, confiando en que Amma no nos descubriera. Nos pegamos contra las sombras del muro, donde una farola lanzaba un pálido círculo de luz.

La mujer criolla vendía
beignets
[2]
en la acera, su cabello peinado en cientos de pequeñas trenzas. Me recordó a Twyla.

—¿Tú querer
beignets?
¿Tú compras? —La mujer sacó un pequeño bulto de tela roja—. Tú compra. Yapa.

—¿Ya-qué? —murmuró Link, confuso.

Señalé el bulto, susurrando:

—Creo que esa mujer está ofreciendo algo a Amma si le compra algunas
beignets.

—¿Algunas qué?

—Son como rosquillas.

Amma tendió unos dólares a la mujer, aceptando las
beignets
y el bulto rojo con su mano enguantada de blanco. La mujer miró a su alrededor, sus trenzas balanceándose sobre los hombros. Cuando estuvo segura de que nadie escuchaba, le susurró algo rápidamente en lo que parecía criollo francés. Amma asintió y metió el bulto en su bolso.

Le di un codazo a Link.

—¿Qué es lo que dice?

—Y yo qué sé. Puede que tenga oído supersónico, pero no hablo francés.

No importó. Amma estaba caminando de vuelta en dirección contraria, su expresión inescrutable. Pero algo iba mal.

Esa noche ya no estaba siguiendo a Amma fuera del pantano de Wader's Creek para encontrar a Macon. ¿Qué es lo que la habría enviado a miles de kilómetros de casa en mitad de la noche? ¿A quién conocía en Nueva Orleans?

Link tenía una pregunta distinta.

—¿A dónde va?

Tampoco tenía una respuesta para eso.

Cuando alcanzamos a Amma en St. Louis Street, la calle estaba desierta. Lo que tenía sentido, considerando donde estábamos. Miré las altas rejas de hierro del Cementerio de St. Louis N° 1.

—No es buena señal que haya tantos cementerios como para que necesiten enumerarlos. —A pesar de que tenía una parte Íncubo, a Link no parecía entusiasmarle demasiado la idea de pasear por el cementerio de noche. Le pesaban sus diecisiete años de temor de Dios como baptista sureño.

Empujé la verja para entrar.

—Acabemos con esto.

El Cementerio de St. Louis N° 1 era diferente a todos los camposantos que había conocido. No tenía una explanada de césped con lápidas y robles arqueados. Este lugar era una ciudad de muertos. Las estrechas avenidas estaban jalonadas de ornamentados mausoleos en distintos estados de decadencia, algunos de ellos de dos pisos de altura. Los mausoleos más impresionantes estaban rodeados por rejas de hierro forjado, con enormes estatuas de santos y ángeles contemplándote desde sus cornisas. Era un lugar donde la gente honraba a sus muertos. La prueba estaba esculpida en el rostro de cada estatua, en cada nombre desgastado que había sido acariciado cientos de veces.

—Este lugar hace que el Jardín de la Paz Perpetua parezca un vertedero. —Durante un minuto, pensé en mi madre. Entendí la necesidad de construir una casa de mármol para alguien a quien querías, que era exactamente lo que este lugar parecía.

Link no parecía impresionado.

—Sea lo que sea, cuando muera limítate a echar algo de tierra sobre mí. Ahorrarás una pasta.

—Recuérdamelo cuando pasen unos cientos de años y esté en tu funeral.

—Bueno, entonces supongo que estaré lanzando un puñado de tierra sobre ti…

—Chist. ¿Has oído eso? —Escuché el sonido de grava crujiendo. No éramos los únicos allí.

—Por supuesto… —La voz de Link pareció desvanecerse cuando una sombra pasó junto a mí. Tenía la misma cualidad brumosa de un Sheer, pero era más oscura y le faltaban los rasgos que hacían que los Sheer parecieran casi humanos. Mientras se movía a mi alrededor, incluso a través de mí, sentí ese pánico familiar de mis sueños aplastándome. Estaba acorralado en mi propio cuerpo, incapaz de moverme.


¿Quién eres?

Intenté concentrarme en la sombra, vislumbrar algo más que el contorno de algo oscuro, pero no pude.


¿Qué quieres?

—Oye, tío. ¿Te encuentras bien? —Escuché la voz de Link, y la presión desapareció, como si alguien hubiera estado de rodillas sobre mi pecho y de repente se levantara. Link me estaba mirando. Me pregunté cuánto tiempo llevaba hablando.

—Estoy bien. —No lo estaba, pero no quería confesarle que había… ¿qué? ¿Visto cosas? ¿Sufrido pesadillas sobre ríos de sangre y caídas desde depósitos de agua?

Conforme fuimos adentrándonos en el cementerio, los intrincados diseños de las tumbas y los escasos panteones ruinosos dieron paso a avenidas jalonadas por mausoleos en total deterioro. Algunos estaban hechos de madera, como las desvencijadas chozas que se alineaban en algunas zonas del pantano de Wader's Creek. Leí los apellidos que aún eran visibles: Delassixe, Labasiliere, Rousseau, Navarro. Eran nombres criollos. El último de la fila se hallaba un tanto apartado del resto, una estrecha estructura de piedra, de poco más de un metro de ancho. Era una arquitectura neoclásica, como Ravenwood. Pero mientras la mansión de Macon recordaba a una ilustración que podías encontrar en un libro de fotos de Carolina del Sur, esta tumba no llamaba la atención por nada. Hasta que me acerqué un poco más.

Ristras de cuentas, anudadas con cruces y rosas de seda roja, colgaban junto a la puerta, y la misma piedra estaba grabada con cientos de burdas equis de distintas formas y tamaños. Había otros dibujos extraños, hechos claramente por visitantes. El suelo estaba literalmente cubierto de regalos y recuerdos: muñecas del Martes de Carnaval y cirios con caras de santos pintados en el cristal, botellas vacías de ron y fotografías desvaídas, cartas de tarot y más ristras con cuentas de brillantes colores.

Link se inclinó y recogió una de las mugrientas cartas entre sus dedos. La Torre. No sabía lo que significaba, pero cualquier carta con gente cayendo de sus ventanas no debía de ser una buena señal.

—Hemos llegado. Es aquí.

—¿De qué estás hablando? —Miré a mi alrededor—. Aquí no hay nada.

—Yo no diría eso —dijo señalando hacia la puerta del mausoleo con la carta desteñida por la lluvia—. Amma ha entrado por ahí.

—¿Estás de broma, no?

—Tío, ¿crees que bromearía sobre entrar en una horripilante tumba por la noche, en la ciudad más fantasmagórica del sur? —Link sacudió la cabeza—. Porque sé que vas a decirme que eso es lo que tenemos que hacer. —Tampoco yo quería entrar ahí.

Link volvió a tirar la carta a la pila, y advertí un letrero de bronce en la base de la puerta. Me incliné y leí lo que podía distinguirse a la luz de la luna: MARIE LAVEAU. ESTA TUMBA NEOCLÁSICA ES EL SUPUESTO LUGAR DE ENTERRAMIENTO DE ESTA FAMOSA REINA DEL VUDÚ.

Link retrocedió.

—¿Una reina del vudú? Como si no tuviéramos ya suficientes problemas.

Yo escuchaba a medias.

—¿Qué estará Amma haciendo aquí?

—No lo sé, tío. Una cosa son las muñecas de Amma, pero no sé si mis poderes de Íncubo funcionan en reinas del vudú muertas. Larguémonos.

—No seas idiota. No hay nada que temer. El vudú es simplemente otra religión.

Link miró a su alrededor nervioso.

—Sí, una en la que la gente fabrica muñecas y las apuñala con alfileres. —Seguramente era algo que había escuchado a su madre.

Pero yo había pasado suficiente tiempo con Amma para saber la verdad. El vudú era parte de su herencia, una mezcla de religiones y misticismo tan única como la cocina de Amma.

—Ésa es la gente que intenta utilizar los poderes oscuros. Pero no se trata de eso.

—Espero que tengas razón. Porque no me gustan las agujas.

Apoyé mi mano en la puerta y empujé. Nada.

—Tal vez esté Encantada, como una puerta Caster.

Link cargó con el hombro contra ella, y la puerta arañó el suelo de piedra al abrirse hacia la tumba.

—O tal vez no.

Entré con cautela, esperando encontrar a Amma inclinada sobre unos huesos de pollo. Pero la tumba estaba oscura y vacía excepto por el protuberante nicho de cemento que contenía el ataúd, lleno de polvo y telarañas.

—Aquí no hay nada.

Link caminó hasta el fondo de la pequeña cripta.

—Yo no estaría tan seguro. —Pasó sus dedos a lo largo del suelo. Había un cuadrado excavado en la piedra, con una argolla metálica en el centro—. Mira esto. Parece algún tipo de trampilla.

Era una trampilla que llevaba al subsuelo del cementerio —en la tumba de una reina del vudú muerta—. Esta vez Amma había ido más allá de ser oscura.

Link tenía su mano en la argolla metálica.

—¿Vamos a hacerlo o no? —Asentí, y levantó la puerta.

15 DE SEPTIEMBRE
La Rueda de la Fortuna

C
uando vi la podrida escalera de madera, iluminada desde abajo por una tenue luz amarilla, supe que no conducía a un Túnel Caster. Había pisado ya los suficientes escalones que descendían en espiral del mundo Mortal al de los Túneles, y en los que rara vez se distinguía dónde ponías el pie, como para conocer la diferencia. Casi todos estaban velados por Hechizos protectores, para dar la impresión de que caerías mortalmente si te atrevías a dar el salto.

Pero éste era un salto muy diferente y, de alguna forma, parecía más peligroso. La escalera era tortuosa, la barandilla poco más que unas cuantas tablas clavadas de cualquier manera. Podría perfectamente encontrarme mirando el polvoriento sótano de las Hermanas, que siempre estaba oscuro porque no me dejaban cambiar la bombilla fundida que había sobre la puerta. Excepto que esto no era un sótano y no olía a polvo. Algo se estaba quemando allí abajo, provocando un denso y nocivo olor.

—¿Qué es ese olor?

Link inhaló y después tosió.

—Regalices y gasolina. —Vaya, una combinación con la que tropezabas cada día.

Alargué la mano buscando la barandilla.

—¿Crees que estas escaleras aguantarán?

Se encogió de hombros.

—Han aguantado a Amma.

—Pero apenas pesa cuarenta y cinco kilos.

—Sólo hay una manera de descubrirlo.

Bajé primero, cada tablón crujiendo bajo mi peso. Mi mano aferrada a la barandilla, diminutas astillas clavándose en mi piel. Había una habitación enorme a un lado de la escalera, de donde provenían la luz y el nauseabundo humo.

—¿Dónde demonios estamos? —susurró Link.

—No lo sé. —Pero sabía que se trataba de un lugar oscuro, un lugar al que Amma no iría habitualmente. Apestaba a algo más que a gas y regaliz. La muerte estaba en el aire, y cuando entramos en la habitación entendí por qué.

Era una especie de tienda, las paredes cubiertas por estanterías que contenían agrietados volúmenes de cuero y tarros de cristal llenos de cosas vivas y muertas. Un tarro contenía alas de murciélago, completamente intactas pero desprendidas de los cuerpos. Otro recipiente estaba lleno de dientes de animales; otros con garras y pieles de serpiente. Unos frascos más pequeños y sin etiquetar mostraban espesos líquidos y polvos oscuros. Pero lo que resultaba aún más inquietante eran las criaturas vivientes aprisionadas allí dentro. Enormes sapos se aplastaban contra el cristal de los tarros, desesperados por salir. Las serpientes reptaban unas encima de otras, apiladas dentro de terrarios cubiertos por espesas capas de polvo. Murciélagos vivos colgaban del techo de oxidadas jaulas de alambre.

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