Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Ella habló primero.
—Supongo que debo darte las gracias.
—¿Por no atropellarte?
Ella sonrió.
—Ah, sí, claro. Y por traerme.
Me quedé mirando cómo me sonreía, casi como si fuéramos amigos, lo cual era imposible. Empecé a sentir una especie de claustrofobia, tenía que salir de allí de alguna manera.
—No es nada. Quiero decir, es guay. No te preocupes. —Me puse la capucha de la sudadera de baloncesto, del mismo modo que hacía Emory cuando había cortado con alguna chica y ella intentaba hablar con él en el vestíbulo del instituto.
Ella me miró, sacudiendo la cabeza, y me alargó el saco de dormir con cierta rudeza. Ya no sonreía.
—Como quieras. Ya nos veremos por ahí. —Me dio la espalda, se deslizó por la verja y corrió por el camino empinado y fangoso que iba hacia la casa. Yo cerré de un portazo.
El saco de dormir estaba en el asiento. Lo cogí para echarlo en el asiento posterior. Todavía olía un poco a moho y humo, pero también otro poco a limón y tomillo. Cerré los ojos. Cuando los abrí, ella ya estaba a medio camino de la entrada.
Bajé la ventanilla.
—Tiene un ojo de cristal.
Lena se volvió y me miró.
—¿Qué?
—La señora English —grité mientras la lluvia se colaba en el coche—. Tienes que sentarte al otro lado o te preguntará.
Ella sonrió y la lluvia se deslizó por su rostro.
—A lo mejor me gusta hablar.
Se volvió hacia Ravenwood y subió corriendo los escalones de la veranda.
Eché el coche marcha atrás y conduje de vuelta hacia la desviación para girar en la dirección que lo hacía siempre y tomar la carretera de toda la vida. Hasta ese mismo día. Vi algo que brillaba en un pliegue del asiento. Un botón de plata.
Me lo guardé en el bolsillo, y me pregunté con qué soñaría esta noche.
N
ada.
Había sido una noche larga, sin sueños, la primera en mucho tiempo. Cuando me desperté, la ventana estaba cerrada, no había lodo en la cama, ni canciones misteriosas en mi iPod. Lo comprobé dos veces. Incluso la ducha olía sólo a jabón.
Me quedé en la cama, mirando hacia el techo azul, pensando en ojos verdes y pelo negro, en la sobrina del Viejo Ravenwood, en Lena Duchannes, cuyo apellido rimaba con lluvia.
¿Cómo podía cualquier chico apartarse de ella?
Cuando Link aparcó, le estaba esperando en el bordillo. Cuando me subí al coche, mis zapatillas se hundieron en la alfombrilla mojada, lo que hacía que el Cacharro oliera incluso peor de lo que era habitual. Link sacudió la cabeza.
—Lo siento, tío. Intentaré secarlo cuando terminemos las clases.
—Como quieras, pero hazme el favor de no descarrilar, o todo el mundo empezará a hablar de ti en vez de la sobrina del Viejo Ravenwood.
Durante un segundo, consideré la idea de guardármelo para mí, pero necesitaba contárselo a alguien.
—La he visto.
—¿A quién?
—A Lena Duchannes.
Se quedó en blanco.
—La sobrina del Viejo Ravenwood.
Cuando salimos del aparcamiento, ya le había contado a Link toda la historia. Bueno, quizá no toda la historia. Incluso los mejores amigos tienen sus límites. No puedo decir que él se lo creyera todo, pero bueno, ¿quién lo hubiera hecho? Si hasta a mí me costaba creerme a mí mismo. Mientras caminábamos hacia donde estaban los chicos, aunque no abundó mucho en los detalles, sí que tenía clara una cosa. Había que hacer control de daños.
—En realidad, no ha pasado nada. La llevaste a su casa.
—¿Que no ocurrió nada? ¿Pero es que no me has escuchado? He estado soñando con ella durante meses y ahora resulta que es…
Link me cortó en seco.
—Pero no te has liado con ella ni nada. Tampoco has entrado en la Mansión Encantada, ¿a que no? Y no le has visto, esto… a él. —Ni siquiera Link era capaz de pronunciar su nombre. Una cosa era salir con una chica guapa, fuera quien fuera, y otra muy distinta vérselas con el Viejo Ravenwood.
Sacudí la cabeza.
—No, pero…
—Lo sé, ya lo sé. Se te ha ido un poco la olla. Lo único que te digo es que te lo guardes para ti, tío. Sólo di lo que sea estrictamente necesario. Además, nadie tiene por qué enterarse. —Ya me imaginaba yo que esto iba a ser complicado. Lo que no sabía era que iba a ser imposible.
Cuando abrí la puerta de la clase de inglés, todavía andaba dándole vueltas a todo esto en mi cabeza, sobre ella y sobre lo que no había ocurrido, según Link. Lena Duchannes.
Quizás era su manera de llevar aquel collar tan raro con todas esas chucherías colgadas, o que cuando las tocaba parecía como si le importasen de verdad o hubieran significado algo para ella en el pasado. Quizás eran esas viejas zapatillas que llevaba tanto si se había puesto vaqueros o un vestido, como si necesitara echar a correr de un momento a otro. Cuando la miraba, me sentía más lejos de Gatlin de lo que había estado en toda mi vida. A lo mejor era eso.
Me detuve cuando empecé a pensar y entonces alguien tropezó conmigo. Sólo que esta vez no era una apisonadora, sino algo más parecido a un tsunami. Chocamos bien fuerte. En el momento en que nos tocamos, la luz del techo se fundió y una lluvia de chispas cayó sobre nuestras cabezas.
Yo me agaché, pero ella no.
—¿Estás intentando matarme por segunda vez en dos días, Ethan? —La clase se quedó sumida en un silencio mortal.
—¿Qué…? —Apenas fui capaz de pronunciar palabra.
—Te he preguntado que si estás intentando matarme otra vez.
—No sabía que estabas ahí.
—Eso fue lo que dijiste anoche.
Anoche
. Una palabra tan corta pero capaz de cambiar toda tu vida en el Jackson. Aunque hubiera aún un montón de luces encendidas, parecía como si tuviéramos un foco justo encima de nuestras cabezas, al menos por lo que se refería a nuestro público. Sentí cómo me ruborizaba.
—Lo siento. Bueno… hola —mascullé entre dientes, quedando como un idiota. Ella parecía divertida, pero siguió andando. Soltó su bolso en el mismo pupitre donde se había sentado toda la semana, justo enfrente de la señora English. En el Lado del Ojo Bueno.
Yo ya había aprendido la lección. No se le podía decir a Lena Duchannes dónde podía sentarse o no. No importaba lo que pensaras de los Ravenwood, había que concederle eso. Me deslicé en el asiento contiguo al suyo en plena mitad de la Tierra de Nadie, como había estado haciendo durante toda la semana. Sólo que esta vez ella sí me había hablado, lo cual hacía que todo fuera algo distinto. No en un mal sentido, sino en uno que me daba pavor.
Comenzó a sonreír, pero se contuvo. Intenté pensar en algo interesante que pudiera decir, o al menos que no fuera del todo estúpido. Pero antes de que se me ocurriera alguna cosa, Emily se sentó a mi otro lado, flanqueada por Edén Westerly y Charlotte Chase, como unas seis filas más cerca de lo habitual. Hoy no iba a ayudarme el hecho de estar sentado en el Lado del Ojo Bueno. . La señora English alzó la mirada de su mesa, suspicaz.
—Eh, Ethan —dijo Edén, volviéndose hacia mí y sonriéndome como si yo le estuviera siguiendo el juego de alguna manera—. ¿Qué tal te va?
No me sorprendía en absoluto que Edén secundara la iniciativa de Emily. Edén sólo era otra de las muchas chicas bonitas que no lo eran tanto como Savannah. Era lo que se dice exactamente una segundona, tanto en el grupo de animadoras como en la vida. Ni era ni base ni saltadora, y algunas veces ni siquiera llegaba a pisar la colchoneta. Sin embargo, Edén nunca se rendía en el intento de hacer lo que fuera para saltar en esa colchoneta. Lo suyo era jugar a ser diferente, salvo por el hecho de que no lo era en absoluto, supongo. Nadie lo era en el Jackson.
—No queríamos que te sentaras aquí solo —comentó entre risitas Charlotte.
Si Edén era una segundona, Charlotte era de tercera, pues estaba un poco regordeta, algo que ninguna animadora del Jackson que se respetara podía permitirse. Nunca había terminado de perder las redondeces de la infancia, y a pesar de que estaba perpetuamente a dieta, jamás había conseguido perder esos últimos cinco kilos. No era culpa suya, puesto que no dejaba de intentarlo. Se comía el pastel, pero se dejaba los bordes. Se comía el doble de bollos, pero la mitad del relleno.
—¿Es que no había un libro más aburrido que éste? —Emily no se dignó mirar en mi dirección. Era una disputa territorial. Ella me habría tirado con gusto a la basura, pero lo cierto es que no le apetecía ver cerca de mí a la sobrina del Viejo Ravenwood—. Como si me apeteciera leer sobre una ciudad llena de gente que están todos mal de la cabeza. Ya tenemos bastantes por aquí.
Abby Porter, que generalmente se sentaba en el Lado del Ojo Bueno, se sentó al otro lado de Lena y le dedicó una débil sonrisa. Lena se la devolvió y parecía que iba a decirle algo amistoso cuando Emily le lanzó esa mirada que dejaba bien claro que la afamada hospitalidad sureña no se aplicaba a ella. Y desafiar a Emily Asher era un acto de suicidio social. Abby abrió su carpeta y hundió la nariz en ella, evitando a Lena. Mensaje recibido.
Emily se volvió hacia Lena y le dedicó otra mirada que se las apañó para recorrerla desde la punta del pelo sin reflejos al rostro sin maquillar, y de ahí a las puntas de las uñas sin pintar. Edén y Charlotte se giraron en sus asientos para ponerse frente a Emily como si Lena no existiera. La chica, desde su punto de vista, era «frío, frío» y ahora, si hubiera sido un congelador, habría marcado quince grados bajo cero.
Lena abrió su destrozado cuaderno de espiral y comenzó a escribir. Emily sacó su móvil y se puso a mandar mensajes. Yo bajé la mirada a mi cuaderno y deslicé un cómic de Estela
Plateada
entre las páginas, algo mucho más difícil de hacer cuando se está en la fila central.
—Muy bien, señoras y señores, no están ustedes de suerte, ya que parece que todas las demás luces continúan funcionando. Espero que todo el mundo leyera anoche lo que tocaba. —La señora English garabateaba como una loca en la pizarra—. Pero antes debatiremos durante unos minutos los conflictos sociales dentro de un pueblo.
Alguien debería haberle dicho a la señora English que sin salir de la clase ya teníamos un conflicto social más grande que dentro de un pueblo. Emily estaba coordinando un ataque a gran escala.
—¿Quién sabe por qué Atticus desea defender a Tom Robinson frente a la estrechez de miras y el racismo?
—Apuesto a que Lena Ravenwood lo sabe —comentó Edén, sonriendo inocentemente a la señora English. Lena bajó la mirada a las líneas de su cuaderno, pero no dijo nada.
—Cierra el pico —le susurré, aunque de modo más audible de lo que quería—. Ya sabes que ése no es su nombre.
—Pues podría serlo si vive con ese bicho raro —replicó Charlotte.
—Ten cuidado con lo que dices, porque he oído que, bueno, que son pareja. —Emily estaba sacando la artillería pesada.
—Ya basta. —Cuando la señora English paseó su ojo bueno sobre nosotros, todos nos quedamos callados.
Lena se movió en el asiento y su silla chirrió con fuerza al deslizarse sobre el suelo. Me incliné hacia delante en el mío intentando convertirme en una muralla entre Lena y las subalternas de Emily como si con eso pudiera rechazar físicamente sus comentarios.
No puedes.
¿Qué? Me erguí en el asiento, sorprendido. Miré a mi alrededor, pero nadie me estaba hablando; de hecho, nadie estaba hablando. Miré a Lena, pero ella estaba aún medio escondida dentro de su cuaderno. Qué bien. No tenía bastante con soñar con chicas reales y escuchar canciones imaginarias. Ahora también oía voces.
Todo el asunto de Lena estaba acabando conmigo. Supongo que me sentía de algún modo responsable. Emily y todos los demás no la odiarían tanto si no fuera por mí.
Sí que lo harían.
Ahí estaba de nuevo, una voz tan baja que apenas podía oírla. Era como si saliera de la parte de atrás de mi cabeza.
Edén, Charlotte y Emily continuaron con su rollo y Lena no pestañeó siquiera, como si pudiera bloquearlas mientras siguiera escribiendo en aquel cuaderno suyo.
—Harper Lee parece decirnos que realmente no podemos conocer a los demás hasta que no nos metemos en sus zapatos. ¿Qué pensáis de esto? ¿Alguien quiere dar su opinión?
Harper Lee nunca vivió en Gatlin.
Miré a mi alrededor disimulando la risa. Emily me miró como si se me hubiera ido la olla.
Lena levantó la mano.
—Creo que quiere decir que tienes que darle a la gente una oportunidad antes de pasar directamente a odiarla. ¿No piensas lo mismo, Emily? —La miró y le sonrió.
—Tú, bicho raro —siseó Emily entre dientes.
No tienes ni idea.
Observé a Lena más de cerca. Había dejado de escribir en el cuaderno y ahora se estaba escribiendo algo en la mano. No tenía que mirar lo que era para saberlo. Otro número. 151. Me pregunté qué significaría eso y por qué no lo anotaría en el cuaderno. Volví a sumergir la cabeza en
Estela Plateada
.
—Hablemos entonces de Boo Radley. ¿Qué os lleva a creer que les esté dejando unos regalos a los chicos de los Finch?
—Es justo como el Viejo Ravenwood. Probablemente, está intentando atraer a los chicos a su casa de modo que pueda asesinarlos —susurró Emily lo bastante alto para que Lena pudiera escucharlo y no tanto como para que la oyera la señora English—. Y así puede poner los cuerpos en su coche fúnebre y llevarlos a mitad de ninguna parte y enterrarlos allí.
Cierra el pico.
Escuché la voz de nuevo en mi cabeza y algo más. Era el sonido de un chirrido, muy tenue.
—Y tiene un nombre igual de raro que Boo Radley. ¿Qué significa eso?
—Tienes razón, lleva ese repulsivo nombre bíblico que nadie usa ya.
Me envaré. Sabía que estaban hablando del Viejo Ravenwood, pero también de Lena.
—Emily, ¿por qué no lo dejas ya de una vez? —le repliqué.
Ella entrecerró los ojos.
—Es un bicho raro. Todos ellos lo son y todo el mundo lo sabe.
He dicho que cierres el pico.
El chirrido fue creciendo y comenzó a sonar como si algo se estuviera resquebrajando. Miré a mi alrededor. ¿Qué era ese ruido? Lo más extraño era que nadie más parecía estar oyéndolo… como la voz.
Lena estaba mirando justo hacia delante, pero tenía la mandíbula apretada y parecía estar concentrada de modo poco natural en un punto justo en la parte delantera de la clase, como si no pudiera ver ninguna otra cosa nada más que ese punto. Sentí como si la estancia se estuviera estrechando, haciéndose más pequeña.