Read Hermosas criaturas Online
Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
La señora Lincoln, o quienquiera que fuera, sonreía. Había algo especial en esa sonrisa suya. Era como si estuviera orgullosa.
—No voy a hacerles daño. Sólo deseo tener un rato para que podamos hablar tú y yo. —Un trueno retumbó por encima de su cabeza—. Esperaba tener la oportunidad de ver alguno de tus talentos. ¡Cuánto lamento no haber estado a tu lado para perfeccionar tus dones!
—Calla, bruja.
Lena tenía una expresión hosca. Nunca había visto una mirada tan acerada en sus ojos verdes, ahora duros como el pedernal, fijos en la señora Lincoln. En ellos había resolución, odio e ira. Era como si quisiera arrancarle la cabeza y parecía muy capaz de hacerlo.
Al fin descubrí lo que tanto le había preocupado durante todo el año. Yo sólo había visto su poder de amar, pero también tenía el de destruir. Cuando descubres que posees ambos, ¿cómo los manejas?
La señora Lincoln se volvió hacia Lena.
—Espera a comprender todo lo que puedes hacer y cómo eres capaz de manipular los elementos, ése es el verdadero don de un
Natural
, algo que las dos tenemos en común.
¿Algo que tenían en común?
La señora Lincoln alzó los ojos y la lluvia empezó a caer. Ella no se mojó, parecía que estuviera refugiada bajo un paraguas.
—Ahora mismo provocas aguaceros, pero pronto aprenderás a controlar también el fuego. Déjame enseñarte cómo se juega con el fuego.
¿Aguaceros? ¿Bromeaba? Estábamos en medio de un auténtico monzón.
Un relámpago traspasó las nubes y el cielo se llenó de carga eléctrica en cuanto alzó la palma de la mano. Mantuvo en alto tres dedos con sus uñas perfectamente arregladas. Saltó un chispazo cuando sacudió un dedo: el relámpago impactó en el suelo, levantando un montón de tierra, a poco más de medio metro de donde se encontraba atrapado Link. Movió otro dedo: el rayo hendió por la mitad el roble situado detrás de mí. Y otro más: el relámpago alcanzó a Lena; ésta se limitó a alzar la mano con los dedos extendidos. La llama del rayo rebotó y cayó a los pies de la señora Lincoln. La hierba de los alrededores comenzó a humear y a arder.
La señora Lincoln se carcajeó e hizo un gesto con la mano para apagar el fuego de la hierba.
—No está mal. —Miró a Lena con un destello de orgullo—. De tal palo, tal astilla. Me alegra.
No era posible.
Lena la fulminó con la mirada y dobló las manos en una postura defensiva.
—¿Ah, sí? ¿Y qué dicen de los palos podridos?
—Nada. Nadie ha vivido para contarlo. —Luego, la señora Lincoln, con la trenza oscilando sobre la espalda, las enormes enaguas y ese vestido de percal, se puso frente a Link y a mí. Nos miró fijamente con sus flameantes ojos dorados—. Lo siento mucho, Ethan. Esperaba que nuestro primer encuentro se produjera en circunstancias muy diferentes. No todos los días una conoce al primer novio de su hija. —Se giró hacia Lena—. Ni a su propia hija.
Tenía razón. Sabía quién era y con quién nos la estábamos jugando.
Sarafine.
Unos instantes después, el rostro, el vestido y la propia señora Lincoln comenzaron a rasgarse y a partirse. Se le empezó a caer la piel por todas partes, como el envoltorio arrugado de un helado. Cuando el cuerpo se desgajó por la mitad, todo se cayó como un abrigo puesto sobre los hombros. Había alguien debajo.
—Yo no tengo madre —chilló Lena.
Sarafine torció el gesto, como si quisiera parecer dolida. Era la madre de Lena, y eso era una verdad genética incuestionable. Tenía el mismo pelo negro rizado de su hija, salvo que ésta era de una belleza sobrecogedora mientras que Sarafine sólo sobrecogía. Su semblante era alargado y hermoso, como el de Lena, pero en vez de sus hermosos ojos verdes, tenía los mismos refulgentes ojos azafranados de Ridley y Genevieve. Y los ojos marcaban la diferencia.
Sarafine llevaba unas botas negras moteras de caña alta y lucía un vestido de terciopelo verde oscuro con corsé, era una mezcla de vestido moderno, en plan rollo gótico, y estilo fin de siglo, todo en uno. Salió literalmente del cuerpo de la humana, cuyos trozos volvieron a unirse como un tejido cosido con puntadas. La verdadera señora Lincoln se derrumbó sobre la hierba entre el revuelo de su miriñaque, quedando al descubierto sus enaguas y la banda elástica de las ligas a la altura de las rodillas.
Link estaba estupefacto.
Sarafine se enderezó y se sacudió para liberarse de todo el peso.
—
Mortal
es. Ese cuerpo era insufrible, torpe e incómodo. Y estaba zampando cada cinco minutos. ¡Qué criaturas tan desagradables!
—¡Mamá, mamá, despierta!
Link se puso a dar golpes en lo que era un campo de fuerza, o algo por el estilo. Daba igual que la señora Lincoln fuera un dragón, era el dragón de Link, y debía de ser muy duro ver cómo la tiraban a un lado igual que a un despojo humano inservible.
Sarafine hizo un ademán. Link seguía moviendo los labios, pero de ellos no salía ningún sonido.
—Eso está mejor. Tienes suerte de que en estos últimos meses no haya tenido que estar todo el tiempo dentro del cuerpo de tu madre. Estarías muerto de otro modo. No sabes la de veces que he estado a punto de matarte, aburrida de que me dieras la tabarra con lo de ese estúpido grupo de rock.
Ahora todo tenía sentido. La cruzada contra Lena, la sesión del comité de disciplina, las mentiras sobre los informes escolares de Lena, incluso los bizcochos de chocolate y nueces tan raros de Halloween. ¿Cuánto tiempo llevaba Sarafine haciéndose pasar por la señora Lincoln?
Dentro de la señora Lincoln.
Nunca hasta ese momento había sabido contra qué nos enfrentábamos. La
Caster
Oscura más poderosa de la época. Ridley parecía inofensiva a su lado. No me extrañaba que Lena llevara temiendo aquel día tanto tiempo.
Sarafine se dio la vuelta y contempló a su hija.
—Tal vez creas que no has tenido una madre, Lena, pero eso es verdad sólo porque tu tío y tu abuela te apartaron de mí. Yo siempre te he querido.
Desconcertaba la facilidad con la que Sarafine pasaba de una emoción a otro, de la sinceridad y el arrepentimiento al asco y al desprecio. Y cada una era tan vacía y falsa como la anterior.
Lena le dedicó una mirada glacial.
—Entonces, ¿por qué has intentado matarme, madre?
Sarafine hizo un esfuerzo por aparentar preocupación, o tal vez sorpresa. No era fácil saberlo, ya que su expresión era poco natural, muy forzada.
—¿Es eso lo que te han contado? Únicamente intenté establecer contacto y hablar contigo. Mis intentos jamás te habrían puesto en peligro de no haber sido por todos esos Vínculos que realizaron, un hecho del que ellos eran conscientes. Comprendo su preocupación, por supuesto. Soy una
Caster
Oscura, una
Cataclyst
, pero Lena, tú mejor que nadie sabes que no tuve alternativa en ese asunto. No tomé esa decisión y eso tampoco cambia lo que siento por ti, mi única hija.
—No te creo —le espetó Lena, pero parecía dubitativa incluso mientras lo decía, como si no supiera qué pensar.
Le eché un vistazo al reloj del móvil. Eran las 21:59. Faltaban dos horas para la medianoche.
Link se desplomó sobre el árbol con la cabeza entre las manos. Yo no era capaz de apartar los ojos de la señora Lincoln, tendida inerte sobre la hierba. También Lena la miraba.
—Ella no está.., ya sabes, ¿verdad?—Necesitaba saberlo por Link.
La bruja intentó hacerse la simpática, pero estaba seguro de que había perdido todo interés en Link y en mí, lo cual casi nos venía bien.
—Volverá a ser igual de desagradable que siempre dentro de un rato. ¡Asquerosa mujer! No tengo interés alguno en ella ni en su retoño. Sólo intentaba mostrar a mi hija la verdadera naturaleza de los mortales: con qué facilidad pueden ser manipulados y lo vengativos que son. —Se volvió hacia su hija—. Han bastado unas pocas palabras de esa mujer para volver a todo un pueblo contra ti. No perteneces a ese mundo, perteneces al mío. —Entonces se volvió hacia Larkin—. Y hablando de cosas desagradables, Larkin, ¿por qué no nos enseñas esos ojitos tuyos de color azul claro? Bueno, quería decir, amarillos.
Larkin sonrió y entrecerró los párpados hasta reducirlos a dos ranuras mientras alzaba los brazos como si se desperezara después de una larga siesta, pero algo había cambiado cuando abrió los ojos. Bizqueó con vehemencia, y sus ojos se alteraron con cada parpadeo. Casi era posible ver cómo se le recolocaban las moléculas hasta que en el lugar ocupado por Larkin sólo hubo un montón de serpientes. Los ofidios se enroscaron y se subieron uno encima de otro hasta que Larkin volvió a surgir del retorcido montón. Alargó dos serpientes de cascabel a modo de brazos, éstas sisearon mientras retrocedían lentamente para meterse dentro de la chupa de cuero y convertirse en sus manos. Sólo entonces volvió a abrir los ojos, pero no eran los que yo estaba acostumbrado a ver. Nos devolvió la mirada con los mismos ojos dorados de Ridley y Sarafine.
—El verde nunca ha sido mi color. Una de las ventajas de ser un
Illusionist
.
—¿Larkin? —Se me cayó el alma a los pies. Era uno de ellos, un Oscuro. Las cosas iban peor de lo que pensaba.
—¿Qué eres, Larkin? —Lena pareció perpleja, aunque sólo durante unos instantes—. ¿Por qué?
Pero la respuesta se hallaba en los ojos que nos miraban fijamente.
—¿Por qué no?
—¿Por qué no? Oh, no sé, ¿y qué hay de la lealtad a mi familia, por ejemplo?
Larkin giró la cabeza y lamió su mejilla con la lengua mientras la gruesa cadena dorada de su cuello se retorcía como una serpiente.
—La lealtad no es lo mío.
—Has traicionado a todos, incluso a tu propia madre. ¿Cómo puedes vivir con eso?
Sacó la lengua. La serpiente del cuello se le metió en la boca y desapareció. Se la tragó.
—Es mucho más divertido ser Oscuro que Luminoso, prima. Ya lo verás. Somos lo que somos. Estaba destinado a ser esto. No existe razón alguna para luchar contra ello. —Sacó la lengua, ahora bífida, con tanta doblez como la serpiente que habitaba en su interior—. No veo por qué le das tantas vueltas. Mira a Ridley, se lo pasa en grande.
—¡Eres un traidor! —Lena estaba perdiendo el control. El trueno retumbó sobre nuestras cabezas y el aguacero se intensificó.
—No es el único traidor, hija —replicó Sarafine, y dio varios pasos en dirección a Lena.
—¿De quién hablas?
—De tu querido tío Macon —respondió Sarafine con amargura. Me di cuenta de que a Sarafine no se le había pasado por alto que Macon había hecho de todo para arrebatarle a su hija.
—Mientes.
—Es él quien te ha mentido todo este tiempo. Te ha dejado creer que tu destino estaba predeterminado y que no tenías alternativa. La Luz o la Oscuridad te reclamarán esta noche, durante tu decimosexto cumpleaños.
—Así es. —Lena sacudió la cabeza con obstinación y alzó las palmas de las manos. Un trueno retumbó y empezó a caer un auténtico diluvio. Tuvo que gritar para hacerse oír—. Le sucedió a Ridley, a Reece y a Larkin.
—Tienes razón, pero tú eres diferente. Esta noche no vas a ser Llamada, vas a Llamarte a ti misma.
Las palabras flotaron en el aire como si tuvieran el poder de detener el tiempo. «Llámate a ti misma».
—¿Qué has dicho? —susurró Lena con el rostro tan lívido que durante unos instantes pensé que iba a desmayarse.
—Puedes elegir. Tu tío no te lo ha dicho, estoy segura.
—Eso es imposible. —El ulular del viento sofocaba la voz de Lena, apenas audible.
—Se te permite elegir porque eres mi hija, la segunda
Natural
nacida en la familia Duchannes. Tal vez ahora sea una
Cataclyst
, pero un día fui la primera
Natural
de nuestro linaje. —Sarafine hizo una pausa y luego recitó un verso—: «La primera será Oscura, pero la segunda podrá elegir volverse Oscura o no».
—No te entiendo —repuso Lena, cuya larga melena chorreaba por todas partes. Las piernas se le doblaron y cayó de rodillas sobre el fango y las hierbas.
—Siempre has tenido la posibilidad de elegir y tu tío lo ha sabido en todo momento.
—¡No te creo! —Lena alzó los brazos y el espacio que había entre ella y su madre se desgajó en montones de tierra que empezaron a girar impulsados por el vendaval. Me protegí los ojos con las manos cuando el polvo y los guijarros volaron como perdigones en todas las direcciones.
—No le hagas caso, Lena —grité para hacerme oír por encima del estruendo de la tormenta—. Ella es Oscura. No le importa nadie. Tú misma me lo dijiste.
—¿Por qué el tío Macon me ocultó la verdad?
Lena me miró fijamente, como si fuera el único capaz de saber la respuesta, y no era así. No podía decir nada. Luego, se puso de pie, dio un pisotón y el suelo comenzó a temblar. Noté la sacudida bajo mis pies. Era la primera vez que un terremoto alcanzaba el condado de Gatlin. Sarafine sonrió. Sabía que su hija estaba perdiendo el control y, por tanto, ella estaba ganando. El aparato eléctrico de la tormenta no cesaba de aumentar en el cielo.
—¡Ya basta, Sarafine! —La voz de Macon retumbó y apareció de la nada—. Deja en paz a mi sobrina.
Ravenwood, a la luz de la luna, parecía diferente esa noche. Tenía un aspecto menos humano y guardaba más semejanza con su verdadera naturaleza, y había algo más, su rostro parecía más joven y delgado. Preparado para luchar.
—¿Te refieres a la hija que me arrebataste?
Sarafine se irguió y empezó a menear los dedos como un soldado cuando revisa su arsenal antes de la batalla.
—Como si ella significara algo para ti —replicó Ravenwood con aplomo mientras se alisaba la chaqueta, tan impecable como de costumbre.
Boo
irrumpió de entre los arbustos, como si hubiera acudido a la carrera detrás de él. Su aspecto se correspondía exactamente con lo que era: un enorme lobo.
—Me siento honrada, salvo que, por lo visto, me he perdido la fiesta de cumpleaños de mi hija, pero está bien, siempre nos queda la noche de la Llamada. Todavía faltan un par de horas, y eso no me lo perdería por nada del mundo.
—En tal caso, supongo que te habrás llevado un chasco al no estar invitada.
—Es una pena, ya que yo había convidado a alguien por mi cuenta y se muere de ganas de verte.
Esbozó una sonrisa y agitó los dedos. Igual de deprisa que se había materializado Macon, apareció un hombre recostado sobre un tronco de sauce. Allí no había nadie hacía unos segundos.