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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosas criaturas (46 page)

BOOK: Hermosas criaturas
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Emily estaba sentada al lado de la señora Asher; apoyaba la pierna escayolada sobre una de las sillas de la cafetería. La señora Lincoln entrecerró los ojos cuando nos miró y la señora Asher rodeó a Emily con ademán protector, como si uno de los dos fuéramos a coger una porra, echar a correr y apalearla como a una indefensa cría de foca. Vi a Emily sacar el móvil del bolsillo, con los dedos preparados para ponerse a teclear a toda pastilla. Probablemente, esa tarde nuestro gimnasio era el epicentro de todos los cotilleos de, al menos, cuatro condados.

Amma estaba sentada varias filas detrás, jugueteaba con el amuleto colgado del cuello. Con un poco de suerte, eso haría que a la señora Lincoln le aparecieran esos cuernos que había estado ocultando con éxito durante tantos años. Mi padre no estaba, por descontado, pero las Hermanas se habían acomodado junto a Thelma, en los asientos situados al otro lado del pasillo. La cosa debía de pintar mucho peor de lo que yo me pensaba, pues no habían salido de casa a esas horas desde 1980, cuando la tía Grace comió su Hoppin' John, el típico plato sureño de arroz con judías, panceta, cebolla, apio y salsa picante de ají, demasiado picante y pensó que sufría un ataque al corazón. La tía Mercy me vio y me saludó con el pañuelo.

Acompañé a Lena hasta el asiento situado en la zona frontal del pabellón, obviamente reservado para ella. Estaba situado enfrente del pelotón de fusilamiento, justo delante.

Va a salir bien.

¿Lo prometes?

Escuché el repiqueteo de la lluvia sobre el tejado.

Te prometo que esto no me importa, que esta gente es idiota y que nada de cuanto digan va a cambiar mis sentimientos hacia ti. 

Tomaré esa respuesta por un no
.

El aguacero golpeó con mayor dureza el tejado, lo cual era un muy mal presagio. Le cogí de la mano y puse en ella el pequeño botón plateado de la chaqueta que llevaba puesta la lluviosa noche en que nos conocimos. Lo había encontrado en la tapicería agrietada del Cacharro. Parecía un cachivache viejo, pero lo llevaba en el bolsillo de los vaqueros desde entonces.

Toma, es algo así como un amuleto de la buena suerte. Al menos, a mí me la trajo.

Entonces me di cuenta del gran esfuerzo que estaba haciendo para no venirse abajo. Se quitó la cadena en silencio y lo añadió a su propia colección de cachivaches.

Gracias.

Me habría sonreído de haber sido capaz.

Después me dirigí hacia la fila en la que estaban sentadas las Hermanas y Amma. La tía Grace se ayudó del bastón para ponerse de pie.

—Aquí, Ethan. Te hemos guardado un asiento, cielo.

—¿Por qué no te sientas, Grace Statham? —siseó una anciana de pelo teñido de azul situada junto a las Hermanas.

La tía Prue se giró como movida por un resorte.

—Ocúpate de tus propios asuntos, Sadie Honeycutt, o vas a lamentarlo.

La tía Grace se volvió hacia Sadie Honeycutt y le dedicó una sonrisa antes de decir:

—Ven a sentarte aquí a mi lado, Ethan.

Me senté encajonado entre la tía Mercy y la tía Grace.

—¿Cómo lo llevas, dulzura mía? —Thelma me sonrió y me dio un pellizco en el brazo.

Los truenos retumbaron en el exterior y las luces parpadearon, levantando un coro de gritos entrecortados entre las ancianas.

En el centro de la mesa plegable estaba sentado un hombre algo tenso a juzgar por su aspecto. Carraspeó antes de tomar la palabra.

—Es una leve caída de la potencia, sólo eso. ¿Por qué no tienen todos ustedes la amabilidad de ocupar sus asientos para que podamos empezar? Me llamo Bertrand Hollingsworth y soy el presidente de la junta escolar. Esta sesión se ha convocado en respuesta a una petición de expulsión, la de la alumna Lena Duchannes, ¿es eso correcto?

El director Harper se giró sobre su asiento en la mesa central para dirigirse hacia el señor Hollingsworth, el instructor del expediente, o para ser más precisos con el lenguaje, el verdugo títere de la señora Lincoln.

—Sí, señor. Varios progenitores preocupados me presentaron dicha petición y está firmada por unos doscientos padres, entre quienes figuran los ciudadanos más respetados de Gatlin y un nutrido grupo de estudiantes.

Por descontado que sí.

—¿Cuáles son los cargos para solicitar la expulsión?

El señor Harper pasó varias páginas de su libro de notas amarillo, de tamaño similar al de los letrados, como si estuviera leyendo un expediente de antecedentes penales.

—Asalto y destrucción de la propiedad escolar. Además, la señorita Duchannes estaba en periodo de prueba.

¿Asalto? ¿A quién he asaltado?

Sólo es una acusación. No pueden demostrar nada.

Me puse en pie antes de que hubiera terminado de hablar.

—¡Nada de eso es cierto! —grité.

En el extremo opuesto de la mesa se sentaba otro hombre de rostro nervioso, que alzó la voz para hacerse oír por encima del aguacero y de los susurros de veinte o treinta ancianas provocados por mis malos modales.

—Tome asiento, jovencito, que aquí no hay permiso para hablar todos a la vez.

El señor Hollingsworth hizo caso omiso al barullo y prosiguió con la sesión.

—¿Existe algún testigo que corrobore dichas acusaciones?

Un montón de asistentes se pusieron a cuchichear en ese momento, preguntándose unos a otros para ver si alguien conocía el significado del verbo corroborar.

El director Harper se aclaró la garganta con desazón.

—Sí, y acabo de ser informado de que esta alumna ha tenido problemas parecidos en la escuela en la que había estado matriculada antes de venir a nuestro instituto.

¿A qué se refieren? ¿Cómo se han enterado de nada de mi antigua escuela?

No lo sé. ¿Qué sucedió allí?

Nada.

Una mujer de la junta escolar tenía unos papeles delante de ella y los hojeó antes de comentar:

—Nos gustaría escuchar en primer lugar a la presidenta de la asociación de padres del instituto, la señora Lincoln.

La madre de Link se puso en pie con teatralidad y recorrió el pasillo central en dirección al gran jurado de Gatlin. Tenía pinta de haberse tragado unas cuantas pelis de juicios.

—Buenas tardes, damas y caballeros.

—Usted fue una de las denunciantes iniciales, señora Lincoln, ¿puede decirnos qué sabe acerca de esta situación?

—Por supuesto, la señorita Ravenwood, perdón, la señorita Duchannes, quería decir, se mudó a nuestra localidad hace unos meses y desde entonces hemos tenido una serie de problemas en el Instituto Jackson. En primer lugar, rompió una ventana en clase de inglés…

—Estuvo a punto de hacer pedazos a mi niña —gritó la señora Snow.

—Muchos alumnos se salvaron por poco de sufrir graves lesiones y muchos de ellos se cortaron con los cristales.

—¡Eso fue un accidente y sólo resultó herida Lena! —gritó Link desde su posición, al fondo de la sala.

—Wesley Jefferson Lincoln, vete a casa ahora mismo si no quieres enterarte de lo que es bueno —siseó la señora Lincoln. Luego, recobró la compostura y se volvió hacia los miembros del comité de disciplina—. Los encantos de la señorita Duchannes parecen tener gran efecto en el sexo débil —repuso con una sonrisa—. Como iba diciendo, rompió una ventana en clase de inglés, lo cual asustó tanto a un número significativo de alumnas que sintieron la necesidad cívica de crear los Ángeles Guardianes del Instituto Jackson, un grupo cuyo único propósito es proteger a los estudiantes del centro realizando una especie de vigilancia ciudadana.

Los Ángeles Guardianes asintieron al unísono en las gradas, como si fueran marionetas y alguien manejara los hilos para que todas se movieran a la vez, algo que, al menos en cierto modo, era cierto.

El señor Hollingsworth garabateó algo en el bloc de notas y a continuación preguntó:

—¿Es ése el único incidente en el que se ha visto envuelta la señorita Duchannes?

La testigo simuló una gran sorpresa.

—¡Cielos, no! Pulsó la alarma antiincendios, arruinando el baile y causando daños en el equipo de audio por valor de cuatro mil dólares. Por si eso no fuera suficiente, empujó fuera del escenario a la señorita Asher, que se rompió una pierna. Sé de buena tinta que tardará meses en recuperarse.

Lena se mantuvo erguida, negándose a mirar a nadie.

—Gracias, señora Lincoln.

La madre de Link se dio la vuelta y sonrió a Lena. No era una sonrisa de verdad, ni siquiera sarcástica, sino una de ésas de significado claro: voy-a-arruinarte-la-vida-y-disfruto-haciéndolo.

La presidenta de la asociación de padres se dirigió a su asiento, pero, de pronto, se detuvo para mirar directamente a Lena.

—Casi lo olvido —añadió—. Obra en mi poder el expediente de la señorita Duchannes en su anterior instituto, en Virginia, aunque tal vez sería más exacto llamarlo sanatorio.

Jamás he estado en un psiquiátrico. Era una escuela privada.

—Ésta no es la primera vez que la señorita Duchannes protagoniza episodios violentos, tal y como ha mencionado el director Harper.

El tono de la voz de Lena en mi mente indicaba que se hallaba al borde de la histeria. Intenté tranquilizarla.

No te preocupes.

Pero quien se estaba intranquilizando era yo. La señora Lincoln no iba de farol: si lo soltaba delante de todos, significaba que tenía algún tipo de prueba.

—La señorita Duchannes es una joven perturbada. Sufre una enfermedad mental, déjeme ver… —La señora Lincoln se detuvo, sacó un papel de la carpeta y lo repasó con el dedo como si buscara algo. Me mantuve a la espera para saber qué enfermedad mental padecía Lena capaz de justificar, según ella, el hecho de que era diferente—. Ah, sí, aquí está. Parece que la señorita Duchannes padece un trastorno bipolar, lo cual, como puede explicarles a todos el doctor Asher, es una afección mental muy seria. Quienes la padecen son propensos a estallidos de violencia y tienen un comportamiento impredecible. Esta dolencia es hereditaria, su madre también la padecía.

Esto no puede estar pasando.

La tromba de agua martilleaba con fuerza el tejado y el viento había subido en intensidad, castigando con saña la puerta de la entrada.

—De hecho, su madre asesinó a su padre hace catorce años.

Los asistentes profirieron gritos de asombro.

Juego, set y partido.

Los asistentes empezaron a hablar, todos a la vez.

—Damas y caballeros, por favor —clamó el director Harper en un intento de calmar los ánimos, pero aquello era como acercar una cerilla encendida a un arbusto seco: resultaba imposible sofocar el fuego una vez prendido.

Se necesitaron diez minutos para que las aguas volvieran a su cauce en el gimnasio, pero Lena no se calmó. Su corazón latía tan desbocado como el mío, lo presentía, y se le había formado un nudo en la garganta de tanto contener las lágrimas, aunque lo estaba pasando mal con eso a juzgar por el diluvio desatado en el exterior. Me sorprendía que todavía no hubiera salido corriendo de allí, pero o era muy valiente o se había quedado paralizada por la sorpresa.

La madre de Link mentía. No me creía que Lena hubiera estado en un sanatorio, no más de lo que aceptaba que el propósito de los Ángeles era proteger a los estudiantes del instituto. Ahora bien, ignoraba si se había inventado lo otro, eso de que la madre de Lena había matado a su padre.

También sabía que quería matar a la señora Lincoln. Toda mi vida la había conocido como la madre de Link, pero ya no era capaz de verla de ese modo. No parecía la mujer que arrancaba de la pared la caja decodificadora de la tele por satélite y nos leía durante horas sermones sobre las virtudes de la castidad. Aquello no guardaba relación alguna con esas causas tan fastidiosas como inocentes. Era algo vengativo, personal. No lograba imaginarme por qué odiaba tanto a Lena.

El señor Hollingsworth intentó recobrar el control.

—De acuerdo, guarden silencio todos. Le agradezco su declaración de esta tarde, señora Lincoln. Me gustaría examinar esos papeles, si usted no tiene inconveniente.

—¡Todo esto es ridículo! —grité, poniéndome de pie—. ¿Por qué no enciende una hoguera y la quema en ella?

El señor Hollingsworth se esforzó otra vez por reconducir la situación, que amenazaba con caer a los niveles de los peores programas de telebasura, como
El show de Jerry Springer
.

—Tome asiento, señor Wate, o me veré obligado a pedirle que se marche. No quiero más salidas de tono durante esta sesión. He revisado los testimonios escritos sobre lo sucedido en el baile y todo parece bastante claro, por lo tanto sólo queda tomar una decisión sensata.

Las enormes puertas metálicas de la parte posterior se abrieron en medio de un gran estruendo, dando paso a un soplo de viento y a un aguacero de impresión.

Y a algo más.

Macon Ravenwood caminó por el pabellón con desenvoltura. Vestía un lujoso traje oscuro de raya diplomática debajo de su abrigo negro de cachemira. Marian Ashcroft venía de su brazo y llevaba un pequeño paraguas a cuadros del tamaño justo para no quedar empapada bajo el aguacero. Macon estaba seco a pesar de no llevar protección alguna.
Boo
avanzaba con paso pesado detrás de ellos. Tenía erizado su negro pelaje empapado, lo cual acentuaba su aspecto, más próximo al de un lobo que al de un perro.

Lena se revolvió en su asiento de plástico naranja y durante un segundo pareció tan vulnerable como se sentía. Percibí en sus ojos un alivio inmenso y también cuánto se estaba esforzando por seguir sentada en vez de arrojarse llorosa a los brazos de su tío.

Los ojos de Macon volaron en dirección a su sobrina y Lena se irguió en la silla. Luego, avanzó entre el público, recorriendo el pasillo hasta llegar ante los miembros de la junta escolar.

—Lamento mucho el retraso. Esta noche hace un tiempo de perros. Siga, siga, no deseo interrumpirle, estaba a punto de tomar una decisión
sensata
, si le he oído correctamente.

El señor Hollingsworth se había quedado a cuadros, como el resto de los presentes en el gimnasio. Ninguno de ellos había visto a Ravenwood jamás en carne y hueso.

—Disculpe, señor, no sé quién se cree usted que es, pero estamos en mitad de una instrucción… Ah, y no puede traer aquí a ese chucho. En el recinto del instituto sólo se admiten animales de servicio.

—Oh, le comprendo a usted perfectamente, pero sucede que
Boo Radley
es mi perro guía. —No pude reprimir una sonrisa. Supuse que técnicamente era cierto.
Boo
agitó su corpachón para sacudirse la lluvia del pelaje y acabó duchando a cuantos se sentaban cerca del pasillo.

BOOK: Hermosas criaturas
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