Hermosas criaturas (43 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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¿Me estás pidiendo algo?

No era la primera vez que le daba vueltas al asunto. Lena se había considerado mi novia desde hacía algún tiempo y podía darse por hecho después de todo cuanto habíamos pasado juntos, así que no sabía muy bien por qué yo no había pronunciado esa palabra jamás. Tampoco sabía la razón de que me costase tanto decirla ahora, pero verbalizar esa palabra tenía un significado especial, era como si las cosas fueran más reales.

Bueno, supongo que lo soy.

No pareces muy convencida.

Le agarré la mano por debajo de la mesa y busqué con la mirada esos ojos verdes suyos.

Yo estoy seguro, Lena.

Entonces, supongo que soy tu novia.

Entretanto, Link seguía a lo suyo.

—También tú pensarás que soy especial cuando tenga a la entrenadora comiendo en la palma de mi mano después del baile.

Link alzó la bandeja y la movió como si estuviera bailando.

—Vete quitándote de la cabeza la idea de que mi novia va a reservarte un baile. —Moví la bandeja igual que él.

A ella se le iluminaron los ojos. Estaba en lo cierto: Lena no sólo quería que la invitase, estaba deseando ir. En ese momento supe que me traía al fresco qué había escrito en esa lista de cosas-que-supuestamente-han-hecho-todas-las-chicas-normales-del-instituto. Iba a asegurarme de que hiciera todo cuanto figurase en esa lista.

—Ah, pero ¿vais a ir?

La miré con expectación y ella me apretó la mano.

—Sí, eso creo.

Esta vez su sonrisa fue real.

—¿Qué te parece si te reservo dos bailes, Link? A mi novio no le importará. Jamás va a decirme con quién tengo que bailar y con quién no.

Puse los ojos en blanco.

Link alzó la mano y los dos chocamos esos cinco.

—Sí, te creo.

La comida terminó cuando sonó la campana. Fue así de simple, ahora no sólo tenía una cita para el baile de invierno, tenía novia oficialmente, y no sólo eso, por primera vez en toda mi vida había estado a punto de usar la palabra que empieza por A en medio de la cafetería, delante de Link.

A eso le llamaba yo una comida caliente.

13 DE DICIEMBRE
Difuminarse

—N
o sé por qué no puede venir aquí. Esperaba ver a la sobrina de Melquisedec emperifollada con sus mejores galas.

Yo permanecía quieto delante de Amma para que me hiciera el nudo de la corbata. Era tan bajita que tenía que subirse tres escalones para llegar a mi cuello. De niño, todos los domingos solía peinarme y anudarme la corbata antes de ir a misa. Siempre parecía sentirse orgullosa de mí cuando me observaba, y ahora me miraba con esa misma satisfacción.

—Lo siento, pero no hay tiempo para una sesión de fotos. Voy a recogerla a su casa. Se supone que el chico recoge a la chica, ¿no?

Había un buen trecho si teníamos en cuenta que debía ir hasta Ravenwood en el Cacharro. Shawn iba a llevar a Link. Los chicos del equipo le seguían reservando un asiento en su nueva mesa incluso a pesar de que por lo general solía sentarse con Lena y conmigo.

Amma tiró de la corbata y se echó a reír. No supe qué le hacía tanta gracia, pero se me pusieron los nervios a flor de piel.

—La has apretado demasiado y me estoy asfixiando. —Intenté meter un dedo entre la garganta y el cuello de mi chaqueta de esmoquin alquilada.

—No es la corbata, son los nervios. Tranquilo. Lo harás bien. —Me examinó de los pies a la cabeza con gesto de aprobación, como imaginé que habría hecho mi madre de haber estado allí—. Ahora, déjame ver esas flores.

Alargué el brazo detrás de mí en busca de una cajita con una rosa roja envuelta en muguet. A mí me parecía horrorosa, pero era imposible conseguir mucho más en Jardines del Edén, la única floristería de Gaflin.

—Son las flores más espantosas que han visto mis ojos. —Amma sólo les echó un vistazo antes de lanzarlas a la papelera, situada al pie de las escaleras, y darse media vuelta en dirección a la cocina.

—¿Por qué has hecho eso?

Abrió el frigorífico
y sacó
un ramillete de los que se colocan en la muñeca con flores delicadas y menudas. Jazmín estrella y romero silvestre sujetos con una cinta plateada. Plata y blanco, los colores del baile de invierno. El ramillete era perfecto.

Amma había hecho eso a pesar de lo poco que le gustaba mi relación con Lena. Lo había hecho por mí. Sólo tras la muerte de mi madre comprendí cuánto dependía de Amma y cuánto había dependido siempre. Era lo único que me había mantenido con la cabeza fuera del agua. Probablemente, sin ella me habría ahogado, igual que mi padre.

—Todo tiene un significado. No pretendas amansar lo indomable.

Acerqué el ramillete a la luz de la cocina. Me percaté de lo larga que era la cinta y la fui tanteando con los dedos hasta encontrar debajo un huesecito. —¡Amma!

Se encogió de hombros.

—¿Qué? ¿Vas a ponerte tiquismiquis por que haya sacado de una tumba ese huesecito dé nada? Después de haber crecido en esta casa y de haber visto cuanto has visto, ¿dónde tienes el sentido común? Una proteccioncita de nada no hace daño a nadie, ni siquiera a ti, Ethan Wate.

Suspiré y puse el ramillete en la caja.

—Yo también te quiero, Amma.

Me abrazó con tanta fuerza que no me rompió los huesos de casualidad. Bajé las escaleras del porche a la carrera y salí al exterior. Ya era de noche.

—Ten cuidado, ¿me oyes? No te entusiasmes demasiado.

No tenía ni idea de a qué se refería, pero de todos modos le contesté con una sonrisa.

—Sí, señorita.

Al alejarme al volante del Cacharro vi todavía encendida la luz en el estudio de mi padre. Me pregunté si acaso se habría enterado de que esa noche se celebraba el baile de invierno.

Mi corazón estuvo en un tris de pararse cuando Lena abrió la puerta de la mansión, lo cual ya es decir, si se tenía en cuenta que ella ni siquiera me había tocado. Iba vestida como jamás lo hubiera hecho ninguna otra chica, y yo lo sabía. Sólo había dos sitios para elegir ropa en el condado de Gatlin: Little Miss, proveedor de ropa para las representaciones locales, y Southern Belle, la tienda de trajes de novia, a dos pueblos de distancia.

Las chicas vestidas en Little Miss llevaban descocados modelos de sirena con demasiadas aberturas y escotes, y muchas lentejuelas. Amma jamás habría dejado que me vieran en compañía de ese tipo de chicas en un picnic, y menos aún en un baile formal. A veces eran ganadoras de concursos locales de belleza o hijas de alguna antigua miss local, como Edén, cuya madre había sido primera finalista en el concurso Miss Carolina del Sur, y en la gran mayoría de las ocasiones, eran hijas de madres a las que les hubiera gustado ganar esos certámenes. En cuestión de un par de años podría verse a todas esas chicas acudiendo con sus bebés a las fiestas de graduación del Instituto Jackson.

En Southern Belle vendían vestidos con forma de campana a lo Scarlett O'Hara. Las Damas Auxiliares del Ejército de Salvación y de Hijas de la Revolución Americana equipaban allí a sus niñas, como era el caso de Emily Asher o Savannah Snow. Te las encontrabas en todas partes y era fácil sacarlas a bailar si tenías suficientes tragaderas para soportarlas a ellas y al hecho de que, con ese aspecto, era como bailar con una novia el día de su boda.

Comoquiera que sea, todo era brillante, colorido y lleno de adornos, y estaba omnipresente un tono naranja conocido popularmente como «naranja Gatlin». Probablemente, en el resto del mundo estaría reservado para las novias horteras, pero no en este condado.

La presión era menos manifiesta para los chicos, pero tampoco era moco de pavo. Debíamos ir a juego con nuestra pareja, o sea, lidiar con aquel temido color naranja. Este año, el equipo de baloncesto iba a ir con corbatas y fajines plateados, lo cual les ahorraba la humillación de llevar corbatas de color rosa, púrpura o naranja.

Lena jamás en la vida se hubiera puesto una prenda de color naranja Gatlin, sin duda, pero cuando la vi me entró un tembleque en las piernas, lo cual empezaba a convertirse en algo habitual, porque estaba tan guapa que sólo mirarla hacía daño.

Vaya.

¿Te gusta?

Se giró sobre sí misma para que pudiera verla. La melena ensortijada le caía por los hombros, pero se había sujetado la parte de delante hacia atrás con unos pasadores centelleantes de ese modo casi mágico que tienen las chicas de lograr que el pelo parezca estar sujeto en alto y al mismo tiempo caiga hacia abajo. Quise recorrer su melena con los dedos, pero no me atreví a tocarle ni un solo pelo. El vestido, de hebras plateadas, se le ceñía al cuerpo, resaltando todas sus curvas, sin parecerse a ninguno de los modelitos de Little Miss. Era un atuendo delicado como una telaraña, parecía tejido en plata por arañas.

¿Qué es? ¿Tejido de plata hilado por arañas?

¿Quién sabe? A lo mejor. Me lo ha regalado el tío Macon.

Se echó a reír y me arrastró al interior de la casa. Incluso la mansión Ravenwood parecía reflejar el tema invernal del baile. Esa noche, el vestíbulo de la entrada tenía un aire al viejo Hollywood: el suelo estaba ajedrezado por baldosines blancos y negros y por encima de nuestras cabezas flotaban copos de nieve. Había una antigua mesa negra lacada delante de unas centelleantes cortinas irisadas y más lejos acerté a ver algo que rielaba como el sol sobre el mar, aunque no logré acertar qué era. Encima de los muebles había velas de luces parpadeantes que creaban halos de luz dondequiera que se mirase.

—¿De verdad? ¿Arañas?

La luz de las velas arrancaba destellos a los labios de Lena. Procuré no detenerme en su contemplación y me contuve para no besar la pequeña media luna de su pómulo. El más sutil de los brillos refulgía sobre sus hombros, su rostro, su pelo. Esa noche parecía de plata incluso su lunar.

—Sólo bromeaba. Probablemente lo compró en alguna tiendecilla en París, en Roma o en Nueva York. Mi tío se pirra por las cosas bonitas. —Acarició la media luna plateada que descansaba sobre su escote. Debía de ser otro regalo de Macon.

—Exacto, pero, aparte de eso, lo encontré en Budapest, no en París —dijo una voz procedente del oscuro pasillo. Esa forma de arrastrar las palabras me resultaba familiar. La afirmación vino acompañada por el brillo de una vela. Macon apareció ataviado con chaqueta de esmoquin, unos pulcros pantalones negros y una camisa de vestir blanca. Los gemelos centelleaban a la luz de la vela—. Ethan, te agradecería en grado sumo que esta velada extremaras las precauciones con mi sobrina. Como sabes, prefiero que de noche permanezca en casa. —Me entregó para que se lo diera a Lena un ramillete de jazmines estrella—. Toda precaución es poca.

—¡Tío Macon! —saltó Lena, asombrada.

Miré el ramillete de cerca. Un alfiler sujetaba las flores y de éste pendía un anillo plateado en el que advertí una inscripción escrita en un lenguaje ininteligible, pero que reconocí por ser similar al del
Libro de las Lunas
. No tuve que examinarlo de cerca para apreciar que se trataba del anillo que él no se quitaba jamás, hasta esa noche. Cogí el ramillete que me había hecho Amma. Era casi idéntico.

Entre los cientos de
Casters
ligados al anillo y los innumerables Notables de Amma, no habría espíritu en el pueblo con valor para meterse con nosotros, o en eso confiaba yo.

—Entre usted y Amma conseguirán que Lena sobreviva al baile de invierno del Instituto Jackson, señor —comenté con una sonrisa.

Él no me la devolvió.

—No es el baile lo que me preocupa, pero se lo agradezco igualmente a Amarie.

Lena torció el gesto y nos miró alternativamente. Seguramente no parecíamos las dos personas más felices del pueblo.

—Tu turno. —Cogió una flor de la mesa del vestíbulo y me la puso en el ojal; era una sencilla rosa blanca con un tallo de jazmín—. Me gustaría que todo el mundo dejara de preocuparse por un rato. Esto se está volviendo de lo más embarazoso. Sé cuidar de mí misma.

Macon no parecía demasiado convencido.

—En cualquier caso, no me gustaría que nadie resultase herido.

No sabía si se estaba refiriendo a las brujas del instituto o a Sarafine, la poderosa
Caster
Oscura. De todos modos, en los últimos meses había visto demasiadas cosas como para pasar por alto un aviso tan serio.

—Ha de estar de vuelta a medianoche.

—¿Esa hora es más poderosa para la magia?

—No. No tiene permiso para llegar más tarde a casa.

Reprimí una sonrisa.

Lena parecía nerviosa mientras íbamos de camino al pabellón de gimnasia. Permanecía sentada muy envarada en el asiento de delante, jugueteando con el dial de la radio, el vestido y el cinturón de seguridad.

—Relájate.

—¿Es una locura lo que vamos a hacer esta noche? —preguntó, mirándome con expectación.

—¿A qué te refieres?

—Todos me odian. —Mantuvo la vista fija en las manos.

—Querrás decir que todos nos odian.

—De acuerdo, todo el mundo nos odia.

—No estamos obligados a ir.

—No, quiero ir. Ése es el asunto… —Hizo girar el ramillete alrededor de la muñeca varias veces—. Ridley y yo habíamos planeado ir juntas el año pasado, pero entonces…

No fui capaz de oír el resto, ni siquiera en mi mente.

—Las cosas ya se habían estropeado para entonces. Ridley cumplió dieciséis. Ella se… fue, y yo tuve que dejar la escuela.

—Bueno, no es más que un baile y éste no es el último año. Tampoco ha pasado nada malo.

Frunció el ceño.

Por el momento
.

El consejo estudiantil había trabajado de lo lindo durante el fin de semana y hasta yo me quedé impresionado cuando entramos en el gimnasio y vi cómo lo habían dejado. Cualquier atisbo del instituto había desaparecido dominado por el tema de la fiesta: el sueño de una noche de invierno.

Habían colocado en sedales de pesca colgados del techo cientos de copos de nieve minúsculos. Muchos eran blancos y estaban hechos con papel, y otros centelleaban, pues los habían confeccionado con papel de estaño, purpurina, lentejuelas y todo tipo de material brillante. En las esquinas del pabellón habían amontonado esponjosa nieve en polvo y refulgentes luces blancas colgaban de la escalera.

—Ethan, Lena, hola. ¡Tenéis un aspecto estupendo! —nos saludó la entrenadora Cross mientras nos daba unas copas con ponche de melocotón. Lucía un vestido negro que, a mi juicio, enseñaba demasiado muslamen para el bien de Link.

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