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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosa oscuridad (42 page)

BOOK: Hermosa oscuridad
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Por mi parte, algo me inquietaba. Una parte de mí quería fiarse de ella. Tal vez sintiera verdadera preocupación por Lena. Era improbable, pero yo tenía que creerle y seguirla aunque quizás estuviera mintiendo. Había contraído con Lena una deuda que jamás podría pagar. No sabía si aún teníamos futuro, si ella volvería a ser la chica de la que me enamoré. Pero eso no importaba.

El Arco de Luz me quemaba. Lo saqué del bolsillo esperando un manantial de colores iridiscentes, pero la superficie estaba negra y sólo vi mi reflejo. No estaba roto, sino algo peor: funcionaba de un modo aleatorio y resultaba imposible interpretar su comportamiento.

Al verlo, Ridley se quedó asombrada y paró por primera vez en varias horas.

—¿De dónde has sacado eso, Malapata?

—Me lo ha dado Marian.

No quería que Ridley supiera que había pertenecido a mi madre, ni que dedujera quién se lo había dado.

—Mejora un poco nuestras posibilidades. No creo que puedas encerrar ahí a mi tío, pero tal vez sí a algún miembro de su grupo.

—No sé muy bien cómo se usa. —Estuve a punto de no confesarlo, pero era la verdad.

Ridley me miró con sorpresa.

—¿La señorita Sabelotodo no te lo ha explicado? —Liv se sonrojó. Ridley sacó un chicle y le quitó el envoltorio poco a poco—. Tienes que tocar al Íncubo con él — dijo Ridley, acercándose—, y para eso tienes que ponerte a su lado.

—Eso no importa —intervino Link—. Somos dos y nos podemos ayudar.

Liv se colocó el lápiz en la oreja. Había estado tomando notas.

—Es posible que Link tenga razón. No me gustaría tener que vérmelas con los Íncubos, pero si no tenemos otra elección, puede que merezca la pena intentarlo.

—Y luego tienes que pronunciar el hechizo —dijo Ridley, que se había apoyado en un árbol y nos miraba con una sonrisa maliciosa. Sabía que lo desconocíamos.
Lucille
se sentó a sus pies y la observó detenidamente.

—Supongo que tú no nos vas a decir cómo es.

—Pero si no lo conozco. Ese tipo de cosas no son de conocimiento público.

Liv sacó el mapa y lo desplegó con cuidado.

—Por aquí vamos bien. Si continuamos hacia el este, llegaremos a la costa —dijo, señalando un espeso bosque.

—¿Por esos árboles? —preguntó Link, poniendo en duda lo que Liv acababa de decir.

—No te preocupes, chico guapo. Yo llevo a Hansel y tú a Gretel —dijo Ridley guiñándole un ojo a Link como si aún tuviera algún poder sobre él. Y así era, todavía tenía poder sobre él, aunque nada relacionado con sus dotes de Siren.

—Prefiero que cada uno vaya por su cuenta. ¿No tendrás otro chicle? —repuso Link adelantando a Ridley sin mirarla.

Pero tal vez yo me equivocaba, tal vez Ridley fuera como el sarampión y sólo se pudiera padecer una vez.

—Pero ¿cuánto tiempo se puede tardar en mear? —dijo Ridley tirando una piedra a unos arbustos. Estaba impaciente, quería proseguir la marcha.

—Te estoy oyendo —dijo Link desde detrás de los mismos arbustos.

—Me alegra saber que al menos algunas de tus funciones corporales siguen en perfecto estado.

Liv me miró con impaciencia. Cuanto más tiempo pasaba, más se peleaban Link y Ridley.

—No me lo estás poniendo nada fácil.

—¿Quieres que vaya a ayudarte?

—¿A que no te atreves? —oí decir a Link.

Ridley se levantó. Liv la miró con asombro y ella le dirigió una sonrisa de satisfacción y volvió a sentarse.

Tenía la esfera entre manos. Vi que cambiaba de color: de negro pasó a verde iridiscente. No nos servía de nada. Se había convertido en una bola de vidrio que sólo emitía colores que cambiaban constantemente. Tal vez Link tuviera razón y yo la había estropeado.

Ridley miró el Arco con intriga.

—¿Por qué cambia de color?

—Es como una brújula. Se enciende cuando seguimos el camino correcto. —Al menos así había funcionada hasta ese momento.

—Hum, no sabía que también sirvieran para eso —dijo Ridley, y recuperó la expresión de aburrimiento de siempre.

—Estoy segura de que son muchas las cosas que no sabes —dijo Liv con una sonrisa inocente.

—Ten cuidado porque podría convencerte para que te dieras un chapuzón en el río.

Observé el Arco. Parecía distinto. Su luz empezó a palpitar con un brillo y una rapidez que no había visto desde que abandonamos el cementerio de Buenaventura.

—L, mira esto.

Ridley volvió la cabeza rápidamente y me miró.

La había llamado por su inicial, «L». Pero no había más que una L en mi vida.

Ella no se dio cuenta, pero Ridley sí. Empezó a lamer un chupachups con un extraño brillo en los ojos. Me miró fijamente y mi voluntad empezó a flaquear.

Solté el Arco de Luz, que rodó sobre el húmedo suelo del bosque. Liv se agachó y lo recogió.

—Qué raro. ¿Por qué emitirá esta luz verde otra vez? ¿Será que vamos a recibir otra visita de Amma, Arelia y Twyla?

—A lo mejor es una bomba —dijo Link.

Yo no pude decir palabra. Tuve que tumbarme en el suelo a los pies de Ridley.

Hacía tiempo que no era la víctima de sus poderes. Tuve un pensamiento fugaz antes de dar de bruces en el barro. O bien Link tenía razón y se había vuelto inmune a su influencia, o bien ella estaba cambiando. Si esto último era verdad, se trataba de algo completamente nuevo para Ridley.

—Si le haces daño a mi prima… Si te atreves siquiera a pensar en hacerle daño a mi prima, vas a ser mi esclavo el resto de tu miserable vida. ¿Me comprendes, Malapata?

Levanté la cabeza sin proponérmelo y la giré de un modo tan forzado que estuve a punto de chascarme el cuello. Abrí los ojos también involuntariamente y me fijé en los ojos brillantes amarillos de Ridley. Desprendía un fuego tan intenso que casi me desmayé.

—Déjalo ya —dijo Liv. La oí en la distancia antes de derrumbarme—. Por lo que más quieras, Ridley, no seas estúpida.

Liv y Ridley estaban cara a cara. Liv tenía los brazos cruzados y Ridley sostenía el chupachups.

—Tranquila, Poppins, que Malapata y yo somos amigos.

—Pues no lo parece —dijo Liv levantando la voz—. No te olvides de que estamos arriesgando la vida para salvar a Lena.

Poco a poco fui recobrándome. Me fijé en sus rostros, que iluminaban unos destellos de luz. El Arco de Luz parecía haberse vuelto loco e inundaba el bosque de color.

—No te pongas nerviosa, compañera —dijo Ridley con un brillo acerado en los ojos.

Liv tenía el semblante lúgubre.

—No seas estúpida. Si a Ethan no le importara Lena, ¿por qué estaríamos en mitad de estos bosques olvidados de Dios?

—Buena pregunta, Guardiana. Porque yo sé qué hago aquí, pero si a tu Novio le importa un bledo, ¿a qué has venido?

Ridley estaba a centímetros de Liv, que no retrocedió.

—¿Qué por qué he venido? La Estrella del Sur ha desaparecido, una Cataclyst ha convocado a la luna fuera de tiempo en la legendaria Frontera, ¿y tú me preguntas por qué he venido? No me puedo creer que estés hablando en serio.

—Entonces, ¿esto no tiene nada que ver con Novio?

—Ethan, que en realidad no es el novio de nadie, no sabe nada del mundo Caster —dijo Liv sin amilanarse—. La situación le supera y necesita una Guardiana.

—En realidad, tú sólo eres una aspirante. Pedirte ayuda a ti es como pedir a una enfermera que haga una operación a corazón abierto. Además, entre las obligaciones de tu puesto está la de no intervenir. Así que, en mi opinión, no eres una buena Guardiana.

Ridley tenía razón. Existían unas reglas y Liv no las respetaba.

—Puede que eso que dices sea cierto, pero soy una astrónoma excelente y sin mis conocimientos no podríamos leer este mapa ni encontrar la Frontera ni a Lena.

El Arco de Luz quedó completamente frío y negro.

—¿Me he perdido algo? —dijo Link, que volvía de los arbustos abrochándose la bragueta. Las chicas se le quedaron mirando. Mientras, yo me levanté del barro—. La gente con clase como yo no sabemos mear fuera del váter.

—¿Qué? —exclamó Liv tras consultar su selenómetro—. Algo pasa. Las agujas están desquiciadas.

Al otro lado de los árboles, un crujido atravesó el bosque. Hunting se aproximaba, me dije, pero luego tuve otro pensamiento que no me hizo sentir mejor.

Tal vez el ruido no tuviera nada que ver con Hunting sino con alguien que no quería que lo siguiéramos. Alguien con capacidad para dominar la naturaleza.

—¡Vamos!

Otro crujido, más fuerte esta vez. Sin previo aviso, unos árboles se derrumbaron delante de mí. Retrocedí. La última vez que me habían caído árboles encima no fue debido a un accidente.

¡Lena! ¿Eres tú?

Link se acercó a Ridley.

—Saca un chupachups, nena.

—Ya te he dicho que no me llames nena.

Por primera vez en varias horas pude ver el cielo. Tenía un aspecto tenebroso. Nubes negras creadas por la magia Caster se cernían sobre nosotros. Sentí algo que provenía de lejos.

O, más bien, oí algo.

Lena.

¡Ethan, corre!

Era su voz, que durante tanto tiempo había guardado silencio. Pero si Lena me incitaba a echar a correr, ¿quién tronchaba los árboles?

L, ¿qué está pasando?

No pude oír su respuesta. Reinaba la oscuridad. Nubes Caster se precipitaban sobre nosotros como si nos persiguieran. Pero no eran nubes.

—¡Cuidado!

Tiré de Liv y empujé a Link hacia Ridley justo a tiempo. Nos echamos sobre la maleza en el preciso momento en que una lluvia de ramas cayó sobre nosotros formando un gran montón en el sitio que pisábamos hacía unos instantes. El polvo me cegó y no pude ver nada. Tragué tierra y tosí.

Ya no oía a Lena, sino otra cosa. Un zumbido, como si nos hubiéramos topado con un millar de abejas enloquecidas.

El polvo era tan espeso que apenas distinguía lo que me rodeaba. Liv estaba en el suelo a mi lado con una herida en la frente. Ridley gemía acurrucada junto a Link, que estaba atrapado bajo una enorme rama.

—Despierta, flacucho, despierta.

Me acerqué a gatas y Ridley retrocedió con gesto aterrado. Pero no por verme a mí, sino por algo que había detrás de mí.

El zumbido creció. Sentí en la nuca el frío abrasador de la oscuridad Caster. Al volverme, advertí que, sobre la enorme pila de agujas de pino que había estado a punto de sepultarnos, se había encendido una hoguera. La pirámide de agujas formaba una pira gigante cuyo humo se elevaba hacia las negras nubes. Pero sus llamas no desprendían calor y no eran rojas, sino amarillas como los ojos de Ridley.

El fuego daba frío, pena y miedo.

—Ella está aquí —susurró Ridley con un hondo gemido.

Una roca emergió del voraz fuego amarillo de la pira. Encima había una mujer tendida. Tenía un aspecto casi pacífico, parecía una santa muerte a punto de ser llevada en procesión por las calles. Pero no era una santa.

Era Sarafine.

Abrió los ojos y esbozó una sonrisa helada. Se estiró como un gato al despertar y se levantó. Desde nuestra posición parecía medir diez metros de alto.

—¿Esperabas a otra, Ethan? Tu error es comprensible. Aunque ya sabes lo que dicen: de tal palo tal astilla. Algo que el presente caso refrenda más cada día que pasa.

Me palpitaba el corazón. Sarafine tenía el cabello negro y largo y los labios muy rojos. Me volví. No quería mirarla a la cara. Se parecía demasiado a Lena.

—Apártate de mí, bruja.

Ridley seguía sentada junto a Link y lloraba meciéndose adelante y atrás como si estuviera trastornada.

Lena, ¿me oyes?

La sugerente voz de Sarafine se elevó por encima del rugido de las llamas.

—No estoy aquí por ti, Ethan. A ti te voy a dejar en manos de mi querida hija. Este año ha madurado mucho, ¿verdad? No hay nada como ver que tus vástagos alcanzan su verdadero potencial. Como madre, me siento muy orgullosa.

Observé que las llamas trepaban por sus piernas.

—Te equivocas. Lena no es como tú.

—Eso me suena. ¿Dónde lo habré oído? ¿La noche de su cumpleaños, quizá? Sólo que entonces lo creías sinceramente y ahora ya no. Ahora sabes que la has perdido. Mi hija no puede cambiar su destino.

Las llamas le llegaban por la cintura. Tenía los rasgos perfectos de las Duchannes, pero en ella parecían desfigurados.

—Tal vez Lena no pueda, pero yo sí. Haré cuanto esté en mi mano para protegerla.

Sarafine sonrió. Me asusté. Su sonrisa era como la de Lena, o, más bien, como la que últimamente había mostrado Lena. Cuando las llamas le llegaban por el pecho, desapareció.

—Tan fuerte, tan parecido a tu madre. Algo así fueron sus últimas palabras, ¿a que sí? —Parecía que me estuviera susurrando al oído—. Qué más da, las he olvidado porque, en realidad, ¿a quién le importan?

Me quedé helado. Sarafine estaba envuelta en llamas a mi lado. Yo sabía que el fuego no era real, porque cuanto más se acercaba a mí, más intenso era el frío.

—Tu madre era insignificante. Su muerte no fue noble ni importante. Simplemente, en esos momentos me pareció que debía matarla. Pero no significó nada. —Las llamas se enroscaron en su cuello y ascendieron hasta consumir su cuerpo—. Igual que tú.

Intenté agarrarla del cuello. Quería estrangularla. Pero mi mano la traspasó. Allí no había nada. No era más que una aparición. Tenía ganas de matarla y ni siquiera podía tocarla.

—¿Crees, Mortal, que perdería el tiempo presentándome aquí en carne y hueso? — dijo Sarafine entre carcajadas. Luego se volvió a Ridley, que seguía meciéndose y se tapaba la boca con las manos—. Te diviertes, ¿verdad, Ridley?

Alzó la mano, separando los dedos.

Ridley se levantó y se llevó las manos a la garganta. Vi que los tacones de sus sandalias se despegaban del suelo y que su rostro se amorataba. Se asfixiaba. Su rubio cabello colgaba a lo largo de su espalda. Parecía una marioneta sin hilos.

La figura espectral de Sarafine se apoderó del cuerpo de Ridley, que emitió una luz amarilla tan intensa que en sus ojos no se advertían pupilas. Hasta en medio de la penumbra del bosque tuve que taparme los ojos. Ridley, o el cuerpo de Ridley, levantó la cabeza y empezó a hablar.

—Mi poder aumenta y pronto la Decimoséptima Luna nos iluminará. La he convocado antes de tiempo como sólo una madre es capaz de hacer. Yo decido cuándo se pone el sol. Yo he desplazado estrellas por mi hija, que Cristalizará para unirse a mí. Sólo mi hija pudo interrumpir el curso de la Decimosexta Luna y sólo yo puedo convocar la Decimoséptima. No hay nadie como nosotras en ninguno de ambos mundos. Somos el principio y el fin.

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