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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

Hermosa oscuridad (40 page)

BOOK: Hermosa oscuridad
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—Colega, ¿estoy viendo visiones o qué? ¿No es ésa tu tía y su perro pulgoso? — preguntó. No le respondí. Pensaba en la posibilidad de que se tratara de un truco Caster. Cuando estuviéramos lo bastante cerca, Sarafine saldría del cuerpo de mi tía y nos mataría.

—Puede que sea Sarafine. —Pensaba en voz alta, intentando encontrar la lógica de lo absolutamente ilógico.

—No creo —dijo Liv negando con la cabeza—. Los Cataclyst pueden proyectarse en los cuerpos de otros, pero no apoderarse de dos cuerpos a la vez. Y en este caso serían tres, si contamos al perro.

—¿Y quién iba a contar a un perro como ése? —dijo Link con cara de asco.

Una parte mí, la mayor parte de mí, tenía ganas de salir pitando. Ya averiguaríamos la verdad después. Pero nos vieron. Tía Prue, o la criatura que se había apropiado de tía Prue, nos saludó con mi pañuelo.

—¡Ethan! —Link me miró.

—¿Echamos a correr?

—¡Es más difícil encontrarte que atar a un gato! —dijo tía Prue acortando por la hierba lo más deprisa que podía. Lucille maulló y ladeó la cabeza—. Venga, Thelma, acelera. —Incluso desde lejos era imposible confundir el paso cansino de una y el autoritario de la otra.

—No. Es ella, no hay duda. —Demasiado tarde para salir corriendo.

—¿Cómo habrán llegado hasta aquí? —Link estaba tan perplejo como yo. Una cosa era encontrar a Carlton Eaton repartiendo el correo en la Lunae Libri, pero ver a mi centenaria tía abuela dando un paseo por los Túneles con su vestido de los domingos era para morirse de la sorpresa allí mismo.

El bastón de tía Prue se hundió en la hierba.

—¡Wesley Lincoln! ¿Te vas a quedar ahí parado mirando cómo a esta vieja le da un ataque al corazón o me vas a ayudar a subir la maldita cuesta?

—Sí, señora. Digo, no, señora.

Link echó a correr tan deprisa para ayudar a mi tía abuela que se tropezó y estuvo a punto de caerse. La cogió por un brazo y yo la cogí por el otro.

La conmoción de verla empezaba a remitir.

—Tía Prue, ¿cómo has llegado hasta aquí?

—Igual que tú, supongo, por una de las puertas. Hay una justo detrás de los Misioneros Baptistas. La usaba para hacer novillos de la escuela bíblica cuando era todavía más joven que tú.

—Pero, ¿cómo conocías la existencia de los Túneles? —Me resultaba inconcebible. ¿Nos habría seguido?

—He estado en los Túneles más veces que un pecador en la cantina. ¿Te piensas que eres el único que sabe lo que pasa en este pueblo? —Lo sabía. Era uno de ellos, como mi madre, Marian y Carlton Eaton; Mortales que habían llegado a formar parte del universo Caster.

—Y tía Grace y tía Mercy, ¿están al corriente?

—Pues claro que no. Esas dos no sabrían guardar un secreto ni aunque les fuera la vida en ello. Por eso mi padre sólo me lo dijo a mí. Y yo jamás se lo he dicho a nadie, excepto a Thelma.

Thelma apretó el brazo de tía Prue con afecto.

—Sólo me lo ha dicho porque ya no puede bajar las escaleras sola.

Tía Prue le arreó un golpe a Thelma con el pañuelo.

—Oh, vamos, Thelma, no me vengas con cuentos. Sabes que no es verdad.

—¿Le ha mandado la profesora Ashcroft en nuestra busca? —preguntó Liv con inquietud tras levantar la vista de su cuaderno. Tía Prue resopló.

—A mí nadie me manda a ninguna parte, ya soy demasiado vieja. He venido porque me da la gana —respondió, y me señaló—. Pero a ti, jovencito, más te vale que Amma no baje a buscarte. Desde que te fuiste está que trina.

Si ella supiera.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, tía Prue? —Aunque estuviera al corriente de la existencia de los Casters, los Túneles no parecían el lugar más seguro para una anciana.

—He venido a traerte esto —dijo tía Prue abriendo su bolso y ofreciéndomelo para que pudiera mirar en su interior. Bajo las tijeras, los cupones y una Biblia del Rey Jacobo de bolsillo había un grueso paquete de papeles amarillentos y bien envueltos—. Venga, cógelos ya, ¿qué esperas?

Fue como si me pidiera que me clavase unas tijeras. Por nada del mundo metería yo una mano en el bolso de mi tía. Era la peor violación de las normas de etiqueta sureñas que podía imaginarse.

Liv comprendió el problema.

—¿Me permite? —Seguramente a los varones británicos tampoco les gustaba revolver en los bolsos de las mujeres.

—Para eso los he traído.

Liv sacó los papeles del bolso de tía Prue con mucho cuidado.

—Son muy antiguos —dijo, desplegándolos sobre la hierba—. No me puedo creer que sean lo que creo que son.

Me agaché y los estudié. Parecían esquemas o planos arquitectónicos. Estaban marcados con distintos colores, escritos por varias manos y trazados meticulosamente sobre una retícula de perfectas líneas rectas. Liv alisó el papel y pude ver las largas filas de líneas que hacían intersecciones.

—Eso depende de lo que creas que son.

—Mapas de los Túneles —dijo Liv con un temblor en las manos, y miró a tía Prue—. ¿Podría decirme dónde los ha conseguido, señora? Nunca había visto nada parecido, ni siquiera en la Lunae Libri.

Tía Prue sacó un caramelo de menta del bolso y le quitó el envoltorio.

—Me los dio mi padre, que a su vez los recibió de su padre. Son más viejos que el polvo.

Me quedé sin habla. Lena pensaba que mi vida volvería a la normalidad sin ella, pero se equivocaba. Con maldición o sin ella, todos mis parientes tenían algo que ver con los Casters.

Por eso, afortunadamente, podíamos contar con sus mapas.

—No están terminados. En mis tiempos se me daba bien el dibujo, pero la bursitis acabó conmigo.

—Yo intenté ayudarla, pero no tengo talento —dijo Thelma en tono de disculpa.

Tía Prue le dio con el pañuelo.

—¿Los has dibujado tú?

—En parte sí —dijo mi tía apoyándose en el bastón y henchida de orgullo.

Liv estudió los mapas con asombro.

—¿Cómo, si los Túneles son interminables?

—Poco a poco. En esos mapas no están todos, sólo los de las dos Carolinas y una parte de Georgia. Más lejos no llegamos.

Era increíble. ¿Cómo había sido capaz mi dispersa tía de trazar mapas de los Túneles Caster?

—¿Y cómo pudiste hacerlo sin que tía Grace y tía Mercy se enterasen? —En mi vida las había visto separadas. Al contrario, estaban siempre juntas, prácticamente se tropezaban las unas con las otras.

—No siempre hemos vivido juntas, Ethan —respondió tía Prue bajando la voz como si tía Grace y tía Mercy pudieran oírla—. Además, en realidad, los jueves no voy a jugar al bridge.

Intenté imaginar a tía Prue cartografiando el mundo de los Casters mientras las demás miembros de las Hijas de la Revolución jugaban a las cartas en la sala de reuniones de la iglesia.

—Llévatelos si te vas a quedar aquí, pueden venirte bien. Pasados unos kilómetros, el paisaje se complica. Hubo días en que llegué a estar tan perdida que a punto estuve de no encontrar el camino de vuelta a Carolina del Sur.

—Gracias, tía Prue, pero… —dije, y me interrumpí. No sabía por dónde empezar: el Arco de Luz y las visiones; Lena, John Breed y la Frontera; la luna fuera de tiempo y la estrella perdida; por no mencionar el enloquecido selenómetro de Liv o la más que posible implicación de Sarafine y Abraham Ravenwood en todo aquel asunto. No era una historia para contar a una de las ciudadanas más viejas de Gatlin.

Tía Prue me sacó de mis pensamientos con un golpe de pañuelo.

—Están más perdidos que un pollo en una pocilga. Si no quieres sufrir ningún incidente desagradable, será mejor que prestes atención.

—Sí, tía. —Creía saber adonde llevaba aquella particular lección pero me equivoqué tanto como cuando Savannah Snow se presento en el coro con un vestido sin mangas y mascando chicle.

—Ayer se presentó en mi casa Carlton lloriqueando para preguntarme si sabía algo porque alguien había entrado por la puerta Caster del recinto de la feria —dijo mi tía, apuntándome con su huesudo dedo—. Luego me enteré de que la chica de los Duchannes no aparece, de que Wesley y tú se habían marchado y de esa chica que se queda en casa de Marian, ya sabes, la que toma té con leche, no esta por ninguna parte. Y me parecieron demasiadas coincidencia hasta para Gatlin.

Qué gran sorpresa que Carlton difundiera la noticia.

—En cualquier caso, van a necesitar los mapas y quiero que se los lleven. Y no tengo tiempo para tonterías.

Mi intuición no me había fallado. Aunque no quisiera decirlo mi tía estaba al corriente de lo que sucedía.

—Te lo agradezco mucho, tía Prue. Y no te preocupes.

—No me preocuparé si te llevas los mapas —dijo, dándome una palmadita en la mano—. Van a encontrar a esa chica de ojos de oro Lena Duchannes. A veces, hasta una ardilla ciega encuentra una nuez.

—Eso espero, tía.

Volvió a darme en la mano y cogió su bastón.

—Bueno, será mejor que no te entretengas más con esta anciana y te enfrentes ya a tus problemas para que, con el permiso del Señor y si no hay crecida, no se agraven más —dijo, y se alejó con Thelma por donde había venido.

Lucille
las siguió unos metros. Hasta que tía Prue se detuvo y dio media vuelta.

—Veo que no has perdido a la gata —me dijo—. Yo estaba esperando el momento oportuno para liberarla del poste de la cuerda de tender. Sabe algún truco que otro, ya lo verás. ¿Conservas la placa?

—Sí, tía. La llevo en el bolsillo.

—Hace falta una anilla para ponérsela en el collar. No la pierdas y ya te conseguiré una. —Sacó otro caramelo de menta, le quitó el envoltorio y se lo dio a
Lucille
—. Siento haberte llamado desertora, querida, pero ya sabes que en caso contrario Mercy no habría permitido que te fueras.

Lucille
olisqueó el caramelo.

Thelma se despidió con la mano con una de sus sonrisas estilo Dolly Parton.

—Buena suerte, corazón.

Me quedé contemplando cómo se alejaban mientras me preguntaba cuántas cosas ignoraría de mi familia. ¿Qué otras personas de aspecto senil y despistado estarían observando cada uno de mis movimientos? ¿Quién más custodiaba documentos y conocía secretos de los Casters o cartografiaba un mundo de cuya existencia la mayoría de los habitantes de Gatlin no tenían noticia?

Lucille
lamió el caramelo. Tal vez ella sí sabía, pero seguro que no pensaba decírmelo.

—Muy bien, entonces tenemos un mapa y eso ya es algo, ¿de acuerdo, MJ? —El humor de Link mejoró en cuanto tía Prue y Thelma desaparecieron.

—Liv —dije, llamando su atención, pero no me oyó. Pasaba las hojas de su cuaderno con una mano mientras trazaba un camino sobre el mapa con la otra.

—Aquí está Charleston y esto debe de ser Savannah. Suponiendo que el Arco de Luz nos haya ayudado a encontrar el camino del Sur, que se dirige a la costa…

—¿Por qué a la costa?

—Porque parece que vamos en dirección a la Estrella del Sur, ¿te acuerdas? —dijo Liv recostándose con frustración—. Hay muchas rutas secundarías. Estamos a pocas horas de la puerta de Savannah, pero eso aquí abajo tal vez no signifique nada. —Tenía razón. Si ni el tiempo ni el espacio de la superficie y del subsuelo eran equivalentes, ¿cómo saber que en aquellos momentos no nos encontrábamos debajo de China?

—Aunque supiéramos dónde estamos, encontrar nuestra localización en este mapa nos llevaría días. Y no tenemos tiempo.

—Pues será mejor que empecemos ya porque no contamos con nada más.

Y, sin embargo, algo me hacía intuir que acabaríamos encontrando a Lena. No sé bien si porque creía que los mapas podrían llevarnos hasta ella o porque creía que no. Pero mientras pudiera encontrar a Lena a tiempo, eso daba igual.

Con permiso del Señor y si no había crecida.

19 DE JUNIO
Chica mala

M
I OPTIMISMO DURÓ POCO. Cuanto más pensaba que encontraríamos a Lena, más me acordaba de John. ¿Y si Liv tenía razón y Lena no volvía nunca a ser la chica que yo me acordaba? ¿Y si ya era demasiado tarde? Recordé los trazos negros de sus manos.

Seguía meditando sobre ello cuando volví a oír la canción. Muy bajito al principio, tanto que por un momento me pareció oír la voz de Lena. Al reconocerle la melodía, sin embargo, supe que me había equivocado.

Diecisiete lunas, diecisiete años,

conocer el duelo, conocer el miedo,

esperarlo a él y que acabe yendo.

Diecisiete lunas, diecisiete llantos…

Mi canción de presagio. Intenté comprender que querría decirme mi madre. No tienes mucho tiempo. Sus palabras resonaban en mi mente.
Espérarlo a él y que acabe yendo
… ¿Se referiría a Abraham?

En tal caso, ¿qué podía hacer yo?

Estaba tan absorto en la canción que no me di cuenta que Link me estaba hablando.

—¿Has oído eso?

—¿La canción?

—¿Qué canción?

Me indicó que guardase silencio. Se refería a otra cosa. Detrás de nosotros se oía un ruido de pisadas sobre hojas secas y el rumor del viento. Pero no corría ni una brizna de aire.

—No… —dijo Liv.

—¡Chist! —Link la hizo callar.

—¿Son todos los americanos tan valientes como ustedes? —preguntó Liv.

—Yo también lo oigo. —Miré a mi alrededor, pero no había nada, ningún ser vivo.

Lucille
levantó las orejas.

Todo ocurrió tan deprisa que fue imposible seguir la sucesión de los acontecimientos. No, efecto, no nos perseguía ningún ser vivo, sino Hunting Ravenwood, hermano de Macon y su asesino.

Lo primero que vi fue la amenazadora e inhumana sonrisa de Hunting, quien se materializó a unos metros de nosotros tan rápidamente que era casi una figura borrosa. Luego apareció otro Íncubo y a continuación otro y otro más. Con un desgarro, como eslabones de una de cadena. La cadena se tensó y formaron un círculo a nuestro alrededor.

Todos eran Íncubos de Sangre, con los mismos ojos negros y los colmillos marfileños. Todos menos uno: Larkin, primo de Lena y lacayo de Hunting. Llevaba una serpiente de color pardo enroscada en el cuello. El animal tenía los mismos ojos amarillos de su dueño.

Larkin hizo un movimiento con su cabeza y la serpiente se deslizó por su brazo.

—Una víbora. Un bicho precioso y dañino. Que no los muerda nunca ninguna. Aunque quizás acaben por morderlos ejemplares de una especie distinta.

—Estoy muy de acuerdo —dijo Hunting, y, enseñando sus colmillos, soltó una carcajada. Un animal rabioso se agazapaba detrás de él. Tenía el enorme hocico de los San Bernardo, pero en vez de grandes y soñolientos, sus ojos eran achinados y amarillos. Tenía erizada la piel, como los lobos. Hunting se había hecho con un perro, o algo parecido a un perro.

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