Hermanos de armas (24 page)

Read Hermanos de armas Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

BOOK: Hermanos de armas
8.63Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y dónde está Ser Galen esta mañana, por cierto?

—Fuera —el clon le dirigió una sonrisa agria—. Durante un ratito.

Miles alzó las cejas.

—¿Esta conversación no está autorizada?

—Me lo prometió. Pero luego se echó atrás. No quiso decir por qué.

—Ah… mm. ¿Desde ayer?

—Sí —el clon dejó de caminar para mirar a Miles con los ojos entornados—. ¿Por qué?

—Creo que tal vez por algo que yo haya dicho. Pensando en voz alta. Me temo que descubrí demasiadas cosas sobre su plan. Algo que ni siquiera tú puedes saber. Tenía miedo de que lo escupiera bajo los efectos de la pentarrápida. Eso me venía bien. Cuanto menos consiguieras sacar de mí, más probable era que cometieras un error.

Miles esperó, sin apenas respirar, para ver cómo mordía el anzuelo. Un eco de la jubilosa hiperconsciencia del combate resonó en sus nervios.

—Picaré —accedió el clon. Sus ojos brillaron, sardónicos—. Escúpelo, entonces.

Cuando tenía diecisiete años, la edad de este clon, había inventado a los mercenarios dendarii, recordó Miles. Quizá fuese mejor no subestimarlo. ¿Cómo sería ser un clon? ¿Hasta qué punto bajo la piel terminaba su similitud?

—Eres un sacrificio —dijo Miles bruscamente—. No pretende que llegues vivo al Imperio de Barrayar.

—¿Crees que no lo he pensado? —se burló el clon—. Sé que no me cree capaz de conseguirlo. Nadie me considera capaz…

Miles contuvo la respiración, como si le hubieran dado un golpe. Este
twang
caló hasta el hueso.

—Pero les daré una lección —los ojos del clon chispearon—. Ser Galen se llevará una gran sorpresa cuando vea lo que pasa cuando yo llegue al poder.

—Y tú también —predijo Miles morosamente.

—¿Crees que soy estúpido? —preguntó el clon.

Miles sacudió la cabeza.

—Me temo que sé exactamente lo estúpido que eres.

El clon sonrió, tenso.

—Galen y sus amigos pasaron un mes recorriendo Londres, persiguiéndote, intentando hacer el cambio. Fui yo quien les dijo que tenías que secuestrarte a ti mismo. Te he estudiado más tiempo, más intensamente que todos ellos. Sabía que no podrías resistirlo. Te supero.

Demostrablemente cierto, ay, al menos en ese momento. Miles combatió una oleada de desesperación. El chico era bueno, demasiado bueno… lo tenía todo, hasta la tensión que irradiaba a gritos de cada músculo de su cuerpo.
Twang
. ¿O era inducido? ¿Producían tensiones distintas los mismos gestos? ¿Cómo sería, tras aquellos ojos…?

Miles observó el uniforme dendarii. Su propia insignia le hizo un guiño malévolo mientras el clon caminaba.

—¿Pero superas al almirante Naismith?

El clon sonrió, orgulloso.

—He sacado a tus soldados de la cárcel esta mañana. Algo que tú no habías logrado hacer, evidentemente.

—¿Danio? —croó Miles, fascinado. «No, no, di que no es así…»

—Ha vuelto al servicio —asintió incisivamente el clon.

Miles reprimió un gemido.

El clon se detuvo, miró a Miles con intensidad, perdida parte de su determinación.

—Hablando del almirante Naismith… ¿te acuestas con esa mujer?

«¿Qué clase de vida había llevado aquel chico? —se preguntó de nuevo Miles—. Secreta, siempre vigilado, constantemente educado a la fuerza, contacto permitido sólo con unas cuantas personas seleccionadas… casi enclaustrado. ¿Habían pensado los komarreses en incluir eso en su entrenamiento, o era un muchacho virgen de diecisiete años? En ese caso, debía de estar obsesionado por el sexo…»

—Quinn —dijo Miles— es seis años mayor que yo. Enormemente experimentada. Y exigente. Acostumbrada a un alto grado de exquisitez en los compañeros que elige. ¿Estás iniciado en las prácticas de los cultos amorosos Deeva Tau tal como se practican en la Estación Kline? —era una apuesta segura, pensó Miles, ya que se lo acababa de inventar—. ¿Estás familiarizado con los Siete Caminos Secretos del Placer Femenino? Después de haber llegado al clímax cuatro o cinco veces, ella suele dejarte tranquilo…

El clon dio una vuelta a su alrededor, con aspecto claramente inquieto.

—Estás mintiendo. Creo.

—Tal vez —Miles sonrió mostrándole los dientes, deseando que su improvisada fantasía fuera real—. Piensa a qué te arriesgarías para averiguarlo.

El clon lo miró con mala cara. Él le devolvió la mirada.

—¿Se parten tus huesos como los míos? —preguntó Miles de pronto. Horrible idea. Supongamos que, por cada golpe que hubiera sufrido, le hubieran roto los huesos a ese muchacho. Supongamos que por cada error de cálculo de Miles, el clon lo hubiera pagado con creces… razones de sobra para odiar…

—No.

Miles ocultó su suspiro de alivio. Así que las lecturas de los sensores médicos no encajarían exactamente.

—Debe ser un plan a corto plazo, ¿no?

—Tengo que estar en la cima dentro de seis meses.

—Eso había entendido. ¿Y qué flota espacial sembrará el caos en Barrayar, tras su salida del agujero de gusano, cuando Komarr vuelva a levantarse? —Miles habló con ligereza, tratando de parecer sólo casualmente interesado en este fragmento vital de información.

—Íbamos a llamar a los cetagandanos. Eso se ha anulado.

Sus peores temores…

—¿Anulado? Me encanta, ¿pero por qué, en un plan singularmente insensato, habéis recobrado el sentido en esa parte?

—Encontramos algo mejor, más a la mano. —El clon sonrió extrañamente—. Una fuerza militar independiente, altamente experimentada en el bloqueo espacial, sin ningún desafortunado lazo con otros vecinos planetarios que pudieran sentirse tentados de añadir sus fuerzas a la acción. Y parece que personal y ferozmente leales a mi más pequeño capricho. Los mercenarios dendarii.

Miles trató de abalanzarse hacia la garganta del clon. Éste retrocedió. Como estaba firmemente atado, Miles cayó hacia delante con silla y todo, aplastándose dolorosamente la cara contra la alfombra.

—¡No, no, no! —farfulló, pataleando, tratando de soltarse—. ¡Imbécil! ¡Sería una masacre…!

Los dos guardias komarreses entraron corriendo por la puerta.

—¿Qué, qué ha pasado?

—Nada. —El clon, pálido, se asomó desde detrás de la comuconsola donde se había refugiado—. Se cayó. Ponedlo derecho, ¿queréis?

—Se cayó o fue empujado —murmuró uno de los komarreses mientras enderezaban la silla entre los dos. Miles la acompañó a la fuerza. El guardia se quedó mirando su cara con interés. Una cálida humedad, que se enfriaba rápidamente, manaba haciéndole cosquillas en el labio superior y el bigote de tres días. ¿Hemorragia nasal? Miró, bizco, y la lamió. Tranquilo. Tranquilo. El clon nunca llegaría tan lejos con los dendarii. Sin embargo, su futuro fracaso sería de poco consuelo para un Miles muerto.

—¿Necesitas, ah, alguna ayuda? —preguntó al clon el mayor de los dos komarreses—. Hay una especie de técnica de la tortura, ya sabes. Para conseguir el máximo dolor con el mínimo daño. Yo tenía un tío que me contó lo que solían hacer los matones de Seguridad de Barrayar… siempre que la pentarrápida fuera inútil.

—No necesita ayuda —replicó Miles, en el mismo momento en que el clon empezaba a decir:

—No necesito ayuda.

Entonces los dos se detuvieron y se miraron mutuamente. Miles recuperó cierta seguridad junto con su respiración, el clon estaba ligeramente sorprendido.

De no ser por la clara marca de la maldita barba de días, aquél sería el momento ideal para empezar a gritar que Vorkosigan lo había asaltado y se había cambiado de ropa con él, que era el clon ¿o acaso no podían notar la diferencia y desatarlo, cretinos? Una oportunidad perdida, lástima.

El clon se enderezó, tratando de recuperar algo de dignidad.

—Dejadnos, por favor. Cuando os necesite, os llamaré.

—O tal vez lo haga yo —observó alegremente Miles.

El clon se lo quedó mirando. Los dos komarreses salieron sin dejar de mirar atrás, dubitativos.

—Es una idea estúpida —empezó a decir Miles inmediatamente después de que se quedaran solos—. Tienes que comprender que los dendarii son un grupo de élite, grande, pero según los baremos planetarios una fuerza pequeña. «Pequeña», ¿entiendes lo que es «pequeña»? Lo pequeño se utiliza para operaciones encubiertas, golpear y huir, sustraer información. No para enfrentamientos abiertos en un campo espacial determinado con todos los recursos y voluntad de un planeta desarrollado apoyando al enemigo. ¡No tienes ningún sentido de la economía de la guerra! Juro por Dios que no estás pensando más allá de los seis primeros meses. Aunque no es que lo necesites… morirás antes de que acabe el año, espero.

La sonrisa del clon fue fina como una cuchilla.

—Los dendarii, como yo mismo, están previstos como un sacrificio. Después de todo, los mercenarios muertos no tienen que cobrar. —Hizo una pausa y miró dubitativo a Miles—. ¿Hasta dónde piensas tú por adelantado?

—Últimamente, unos veinte años —admitió Miles, sombrío. Y mucho bien que le hacía. Mira al capitán Galeni. En su mente Miles lo veía ya como el mejor virrey que Komarr iba a tener… su muerte no significaría la pérdida de un oficial imperial menor de dudosos orígenes, sino la del primer eslabón de una cadena de millares de vidas que luchaban por un futuro menos atormentado. Un futuro en el que el teniente Miles Vorkosigan se habría convertido en el conde Miles Vorkosigan y necesitaría amigos de pro en puestos de poder. Si lograba que Galeni saliera de todo aquel lío con vida, y cuerdo…

—Admito —añadió Miles— que cuando tenía tu edad no miraba nunca más allá de un cuarto de hora.

El clon hizo una mueca.

—Hace un siglo, ¿no?

—Eso parece. Siempre he pensado que es mejor vivir rápido, si quiero hacerlo todo.

—Muy previsor por tu parte. A ver cuántas cosas consigues hacer en las próximas veinticuatro horas. Tengo orden de embarcar para entonces. Y llegados a ese punto te volverás… redundante.

Tan pronto… No quedaba tiempo para experimentos. No quedaba tiempo más que para acertar, una vez.

Miles tragó saliva.

—La muerte del primer ministro debe entrar en los planes, o la desestabilización del Gobierno barrayarés no se producirá, aunque el emperador Gregor sea asesinado. Así que dime —añadió cuidadosamente—, ¿qué destino habéis planeado Galen y tú para nuestro padre?

El clon echó la cabeza hacia atrás.

—Oh, no, eso sí que no. Tú no eres mi hermano, y el Carnicero de Komarr nunca ha sido un padre para mí.

—¿Qué hay de nuestra madre?

—No tengo ninguna. Salí de un replicador.

—Y yo también —observó Miles—, antes de que los médicos acabaran. Que yo sepa, para ella nunca significó ninguna diferencia. Siendo betana, está libre de los prejuicios contra los nacimientos tecnológicos. A ella no le importa cómo llegas, sino sólo lo que haces después de llegar. Me temo que tener una madre es un destino que no puedes evitar, desde el momento en que descubra tu existencia.

El clon espantó el fantasma de la condesa Vorkosigan.

—Un factor nulo. Ella no es nada en la política de Barrayar.

—¿Ah, sí? —murmuró Miles, luego controló su lengua. No había tiempo—. ¿Y sin embargo continúas, sabiendo que Ser Galen pretende traicionarte y matarte?

—Cuando sea emperador de Barrayar… nos encargaremos de Ser Galen.

—Si pretendes traicionarlo de todas formas, ¿por qué esperar?

El clon ladeó la cabeza.

—¿Eh?

—Hay otra alternativa para ti —Miles habló con voz calmada, persuasiva—. Déjame ir ahora. Y ven conmigo. De vuelta a Barrayar. Eres mi hermano… te guste o no. Es un hecho biológico y nunca desaparecerá. De todas formas, nadie elige a sus parientes, sean clones o no. Quiero decir, si tuvieras la oportunidad, ¿escogerías a Ivan Vorpatril por primo?

El clon soltó una risita, pero no interrumpió. Empezaba a parecer levemente fascinado.

—Pero lo es. Y es exactamente tan primo tuyo como mío. ¿Te has dado cuenta de que tienes un nombre? —le preguntó Miles de pronto—. Ésa es otra cosa que no eliges en Barrayar. Hijo segundo… eso es lo que tú eres, mi gemelo retrasado seis años. El hijo segundo recibe los segundos nombres de sus abuelos paternos y maternos, igual que al primer hijo le tocan los primeros. Eso te convierte en Mark Pierre. Lo siento por lo de Pierre. El abuelo siempre lo odió. En Barrayar eres lord Mark Pierre Vorkosigan, por derecho propio.

Habló cada vez más rápido, inspirado por los ojos sorprendidos del clon.

—¿Qué has soñado alguna vez ser? Mamá se encargará de que recibas toda la educación que quieras. Los betanos le dan mucha importancia a la educación. ¿Has soñado con escapar… qué tal ser el piloto estelar Mark Vorkosigan? ¿Comercio? ¿Agricultura? Tenemos un negocio vinícola en la familia, desde las uvas a la exportación… ¿te interesa la ciencia? Podrías ir a vivir con tu abuela Naismith a la Colonia Beta, estudiar en las mejores academias de investigación. También tienes unos tíos, ¿te das cuenta? Dos primos y un primo segundo. Si la atrasada Barrayar no te atrae, hay toda una vida nueva esperando en la Colonia Beta, para la cual Barrayar y todos sus problemas no son más que una arruga en el horizonte de sucesos. Tu origen clónico no será novedad suficiente para que merezca la pena mencionarlo allí. La vida que quieras. La galaxia al alcance de tus dedos. Elección… libertad… pide, y es tuyo.

Tuvo que detenerse para respirar. El clon estaba lívido.

—Mientes —siseó—. La Seguridad de Barrayar nunca me dejaría vivir.

No era, ay, un miedo irracional.

—Pero imagínate por un minuto que es, que pudiera ser real. Sería tuyo. Mi palabra como Vorkosigan. Mi protección como lord Vorkosigan contra todo el que se oponga, incluida Seguridad Imperial —Miles tragó saliva mientras hacía esta promesa—. Galen te ofrece la muerte en bandeja de plata. Yo puedo conseguirte vida. Puedo conseguirla por tu propio bien…

¿Era esto sabotaje informativo? Su idea era preparar la caída del clon, si podía… «¿Qué le has hecho a tu hermano pequeño?»

El clon echó atrás la cabeza y se echó a reír, un brusco ladrido histérico.

—¡Dios mío, mírate! Prisionero, atado a una silla, a horas escasas de la muerte… —hizo ante Miles una amplia, irónica reverencia—. Oh, noble señor, me siento abrumado por tu generosidad. Pero no creo que tu protección valga un pimiento ahora mismo.

Avanzó hacia Miles, situándose más cerca de lo que se había aventurado hasta entonces.

Other books

Gallant Scoundrel by Brenda Hiatt
Margaret St. Clair by The Dolphins of Altair
Golden Change by Lynn B. Davidson
Bring On the Dusk by M. L. Buchman
A Lady of High Regard by Tracie Peterson
The Curse Girl by Kate Avery Ellison
Thankful for You by Cindy Spencer Pape