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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

Herejes de Dune (4 page)

BOOK: Herejes de Dune
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Luego aparecieron las Reverendas Madres con sus fornidos ayudantes. Simplemente habían estado aguardando hasta tener la completa seguridad, hasta asegurarse de que los cazadores no sabían que se trataba de una Bene Gesserit… una planeada descendiente de los Atreides.

Odrade vio que le era entregada una gran cantidad de dinero a su madre adoptiva. La mujer arrojó el dinero al suelo. Pero no se alzó ninguna voz, ninguna objeción. Los adultos que interpretaban la escena sabían dónde estaba el poder.

Recordando aquellas comprimidas emociones, Odrade podía ver todavía a la mujer sentada en una silla de respaldo recto junto a la ventana que daba a la calle, donde empezó a agitarse hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás. Ningún sonido salió de ella.

Las Reverendas Madres utilizaron la Voz y su considerable astucia más el humo de hierbas anestesiantes y su imponente presencia para llevar a Odrade al vehículo de superficie que les aguardaba.

—Será sólo por poco tiempo. Tu auténtica madre nos ha enviado.

Odrade captó las mentiras, pero la curiosidad la empujaba.
Mi auténtica madre.

Su última visión de la mujer que había sido su única madre conocida fue la de aquella figura en la ventana agitándose hacia adelante y hacia atrás, con una expresión desolada en su rostro, abrazándose con sus propios brazos.

Más tarde, cuando Odrade habló de regresar junto a la mujer, aquella memoria–visión fue incorporada a una lección esencial Bene Gesserit.

—El amor conduce a la miseria. El amor es una fuerza muy antigua, que sirvió a sus propósitos en su día pero que ya no resulta esencial para la supervivencia de la especie. Recuerda ese error de las mujeres, el dolor.

Hasta muy pasados los diez años, Odrade se estabilizó soñando despierta.
Realmente
iba a volver después de convertirse en una auténtica Reverenda Madre. Volvería y encontraría de nuevo a aquella amante mujer, la encontraría pese a que no tenía más nombres de ella que «mamá» y «Sibia». Odrade recordó las risas de los amigos adultos que habían llamado a la mujer «Sibia».
Mamá Sibia.

Sus Hermanas, sin embargo, detectaron esos sueños y buscaron su fuente. Eso también fue incorporado en una lección.

—Soñar despierta es el primer despertar de lo que llamamos simulflujo. Es una herramienta esencial del pensamiento racional. Con ella puedes aclarar tu mente para pensar mejor.
Simulflujo.

Odrade centró su atención en Taraza, en la mesa de la estancia matutina. El trauma de la infancia debía ser cuidadosamente situado en un lugar reconstruido de la memoria. Todo aquello había ocurrido muy lejos en Gammu, el planeta que el pueblo de Dan había reedificado después de los Tiempos de Hambruna y la Dispersión. El pueblo de Dan… Caladan en aquellos días. Odrade se aferró firmemente en el pensamiento racional, utilizando la actitud de las Otras Memorias que habían fluido en su consciencia durante la agonía de la especia cuando se había convertido realmente en una Reverenda Madre completa.

Simulflujo… el filtro de la consciencia… Otras Memorias.

Eran unas herramientas poderosas las que le había proporcionado la Hermandad. Unas herramientas peligrosas. Todas aquellas otras vidas yacían justo detrás de la cortina de la consciencia, herramientas para la supervivencia, no una forma de satisfacer una curiosidad casual.

Taraza dijo, traduciendo del material que se deslizaba ante sus ojos:

—Profundizaste demasiado en tus Otras Memorias. Eso drena las energías mejor conservadas.

Los ojos completamente azules de la Madre Superiora lanzaron una penetrante mirada a Odrade.

—A veces has llegado hasta el borde mismo de la tolerancia de la carne. Eso puede conducirte a una muerte prematura.

—Soy cuidadosa con la especia, Madre.

—¡Y debes serlo! ¡Un cuerpo puede tomar tan sólo una determinada cantidad de melange, puede bucear tan sólo hasta un cierto límite en su pasado!

—¿Has encontrado mi grieta? —preguntó Odrade.

—¡Gammu! —Una sola palabra, pero toda una arenga.

Odrade supo. El inevitable trauma de aquellos años perdidos en Gammu. Eran una distracción que debía ser desenraizada y convertida en algo racionalmente aceptable.

—Pero soy enviada a Rakis —dijo Odrade.

—Y veo que recuerdas los aforismos de la moderación. ¡Recuerda quién eres!

Una vez más, Taraza se inclinó hacia su display.

Soy Odrade
, pensó Odrade.

En las escuelas Bene Gesserit, donde los nombres de pila tendían a desaparecer, las listas se pasaban por el apellido. Amigos y conocidos adquirían la costumbre de utilizar el nombre por el que se pasaba lista. Aprendían muy pronto que compartir un secreto o unos nombres privados era una antigua forma de atrapar a una persona en afectos.

Taraza, tres clases por delante de Odrade, había sido asignada a «llevar adelante a la joven», una deliberada asociación maquinada por unas vigilantes maestras.

«Llevar adelante» significaba un cierto dominio sobre la persona más joven, pero también incorporaba una mayor relación. Taraza, con acceso a los informes privados de su pupila, empezó a llamar a la joven «Dar». Odrade respondió llamando a Taraza «Tar». Los dos nombres adquirieron una cierta pegajosidad… Dar y Tar. Incluso después de que las Reverendas Madres los oyeran y las reprendieran, ocasionalmente seguían cayendo en ello aunque sólo fuera por simple diversión.

Odrade, mirando ahora a Taraza, dijo:

—Dar y Tar.

Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Taraza.

—¿Qué hay en mis informes que tú ya no conozcas más de siete veces? —preguntó Odrade.

Taraza se reclinó en su asiento y aguardó a que la silla–perro se ajustara por sí misma a la nueva posición. Apoyó sus manos unidas en el sobre de la mesa y miró a la otra mujer.

No mucho más joven que yo, realmente,
pensó Taraza.

Desde la escuela, sin embargo, Taraza había pensado en Odrade como en alguien perteneciente por completo a un grupo más joven en edad, creando así entre ellas un abismo que ningún paso de los años podía cerrar.

—Ve con cuidado al principio, Dar —dijo Taraza.

—Este proyecto está ya mucho más allá de su principio —dijo Odrade.

—Pero tu parte en él empieza ahora. Y estamos iniciando un nuevo principio como nunca antes habíamos intentado.

—¿Voy a saber ahora todo lo relativo a la finalidad de este ghola?

—No.

Así, simplemente. Toda la evidencia de una disputa a alto nivel y la «necesidad de saber» borradas con una simple palabra. Pero Odrade comprendió. Había un encabezamiento organizativo en la original Casa Capitular de la Bene Gesserit, que había resistido con tan sólo cambios mínimos sin importancia a lo largo de los milenios. Las divisiones Bene Gesserit eran cortadas con resistentes barreras verticales y horizontales, separándolas en grupos aislados que convergían en un solo mando únicamente allá, en la cúspide. Los deberes (que eran calificados como «papeles asignados») eran realizados dentro de celdas separadas. Las participantes activas en el interior de una celda no conocían a sus contemporáneas en el interior de otras celdas paralelas.

Pero sé que la Reverenda Madre Lucilla se halla en una celda paralela,
pensó Odrade.
Es la respuesta lógica.

Reconoció la necesidad. Era un antiguo diseño copiado de las sociedades secretas revolucionarias. Las Bene Gesserit siempre se habían visto a sí mismas como revolucionarias permanentes. Era una revolución lo que tan sólo se había amortiguado en la época del Tirano, Leto II.

Amortiguado, pero no desviado o detenido,
se recordó Odrade.

—En lo que vas a hacer —dijo Taraza—, dime si captas alguna amenaza inmediata contra la Hermandad.

Era una de las peticiones
peculiares
de Taraza, que Odrade había aprendido a responder mediante un instinto sin palabras, que luego podía ser traducido en palabras. Rápidamente, dijo:

—Si fracasamos en actuar, será peor.

—Razonamos que ahí podía estar el peligro —dijo Taraza. Habló con una voz seca y remota. A Taraza no le gustaba solicitar aquel talento en Odrade. La otra mujer más joven poseía un instinto presciente para detectar amenazas contra la Hermandad. Era algo que procedía de la influencia salvaje de su línea genética, por supuesto… los Atreides con sus peligrosos talentos. Había una marca especial en el archivo genético de Odrade: «Cuidadoso examen de todos sus descendientes». Dos de esos descendientes habían sido eliminados discretamente.

No hubiera debido despertar el talento de Odrade ahora, ni siquiera por un momento,
pensó Taraza. Pero a veces la tentación era muy grande.

Taraza cerró el proyector en el sobre de su mesa y contempló la superficie vacía mientras hablaba.

—Incluso aunque encontraras un perfecto progenitor, no procrearás sin nuestro permiso mientras permanezcas alejada de nosotras.

—El error de mi madre natural —dijo Odrade.

—¡El error de tu madre natural fue ser reconocida mientras estaba procreando!

Odrade había oído aquello antes. Existía aquel elemento en la línea que los Atreides que requería el más cuidadoso control de las mujeres procreadoras. El talento salvaje, por supuesto. Lo sabía todo acerca del talento salvaje, esa fuerza genética que había producido al Kwisatz Haderach y al Tirano. ¿Qué estaban buscando ahora las mujeres procreadoras, sin embargo? ¿Era su enfoque negativo en su mayor parte? ¡No más nacimientos peligrosos! Nunca había visto a ninguno de sus bebés después de haberlos dado a luz, lo cual no resultaba necesariamente curioso dentro de la Hermandad. Y ella nunca había visto ninguno de los informes de su propio archivo genético. Aquí también, la Hermandad operaba con una cuidadosa separación de poderes.

¡Y esas anteriores prohibiciones respecto a mis Otras Memorias!

Había encontrado los espacios en blanco en su memoria y los había abierto. Era probable que tan sólo Taraza y quizá otras dos consejeras (Bellonda, muy probablemente, y alguna otra vieja Reverenda Madre) compartieran el más sensitivo acceso a esa información procreadora.

¿Habían jurado realmente Taraza y las otras morir antes que revelar información reservada a un extraño? Existía, después de todo, un preciso ritual de sucesión que hacía que una Reverenda Madre clave muriera apartada de sus Hermanas sin ninguna posibilidad de transmitirles sus vidas encapsuladas. El ritual había sido puesto en práctica muchas veces durante el reinado del Tirano. ¡Un terrible período! ¡Sabiendo que las células revolucionarias de las Hermanas resultaban transparentes para él! ¡Monstruo! Sabía que sus Hermanas nunca se habían dejado engañar, y sabían que Leto no había destruido a la Bene Gesserit únicamente debido a alguna lealtad profundamente enterrada en él hacia su abuela, Dama Jessica.

¿Estáis vos aquí, Jessica?

Odrade sintió una agitación dentro de ella, muy lejos. El fracaso de una Reverenda Madre: «¡Permitió enamorarse!» Algo tan pequeño, y sin embargo, qué grandes consecuencias. Tres mil quinientos años de tiranía.

La Senda de Oro. ¿Infinita? ¿Y los megatrillones perdidos en la Dispersión? ¿Qué amenaza representaban esos Perdidos que ahora estaban regresando?

Como si leyera la mente de Odrade, lo cual parecía hacer a veces, Taraza dijo:

—Los de la Dispersión están ahí afuera… simplemente aguardando para saltar.

Odrade había oído las discusiones: peligro por un lado y por el otro, algo magnéticamente atractivo. Tantas magnificas incógnitas. La Hermandad, con sus talentos agudizados por la melange a lo largo de milenios… ¿qué podían no hacer con tales recursos humanos no bloqueados? ¡Pensad en los incontables genes de ahí afuera! ¡Pensad en los talentos potenciales flotando libres en universos donde podían perderse eternamente!

—Es el no saber lo que conjura los más grandes terrores —dijo Odrade.

—Y las más grandes ambiciones —dijo Taraza.

—Entonces, ¿voy a ir a Rakis?

—A su debido tiempo. Te encuentro adecuada para la tarea.

—O de otro modo no me la hubieras asignado.

Había un antiguo intercambio entre ellas, que iba directamente hasta sus días escolares. Taraza se dio cuenta, sin embargo, de que no había brotado conscientemente. Demasiados recuerdos las unían a las dos: Dar y Tar. ¡Había que vigilar aquello!

—Recuerda dónde están tus lealtades —dijo Taraza.

Capítulo III

La existencia de no–naves plantea la posibilidad de destruir planetas enteros sin represalias. Un objeto grande, un asteroide o algo equivalente, puede ser enviado contra el planeta. O la gente puede ser lanzada la una contra la otra mediante subversión sexual, y luego puede ser armada para destruirse a sí misma. Esas Honoradas Matres aparecen para favorecer esta última técnica.

Análisis de la Bene Gesserit

Desde su posición en el patio e incluso cuando parecía no hacerlo, Duncan Idaho mantuvo su atención fija en las dos observadoras encima suyo. Estaba también Patrin, por supuesto, pero Patrin no contaba. Eran las Reverendas Madres al otro lado de Patrin, las que no dejaban de observar. Viendo a Lucilla, pensó:
Esa es la nueva
. Este pensamiento lo llenó con una oleada de excitación, que eliminó con un renovado ejercicio.

Completó los primeros tres esquemas del juego de adiestramiento que Miles Teg había ordenado, vagamente consciente de que Patrin informaría de lo bien que lo había hecho. A Duncan le gustaban Teg y el viejo Patrin, y tenía la impresión de que el sentimiento era recíproco. Aquella nueva Reverenda Madre, sin embargo… su presencia sugería cambios interesantes. Por un lado, era más joven que las otras.

Además, aquella nueva no intentaba ocultar los ojos que eran un primer indicio de su pertenencia a la Bene Gesserit. Su primera mirada a Schwangyu lo había enfrentado con unos ojos ocultos tras unas lentillas de contacto que simulaban pupilas de no adicto con un blanco ligeramente surcado de venillas rojas. Había oído a uno de los acólitos del Alcázar decir que las lentillas de Schwangyu corregían también «una debilidad astigmática que ha sido aceptada en su línea genética como una razonable concesión ante las otras cualidades que transmitirá a su descendencia».

Por aquel entonces, la mayor parte de esas observaciones eran ininteligibles para Duncan, pero había buscado las referencias en la biblioteca del Alcázar, referencias a la vez escasas y fuertemente limitadas en contenido. La propia Schwangyu había bloqueado todas sus preguntas sobre el tema, pero el comportamiento subsiguiente de sus maestros le había dicho que aquello la había puesto furiosa. De una forma típica, había descargado su furia sobre otros.

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