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Authors: Bryan W. Addis

Heliconia - Primavera (13 page)

BOOK: Heliconia - Primavera
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Creo, padre, que me comprendías, a pesar de tus extrañas maneras. Sabes qué clase de arcilla soy. Sabes que aspiro al bien, pero que no puedo elevarme de mi propia y oscura naturaleza. Sin embargo, no me has traicionado. Y yo tampoco te clavé el cuchillo, ¿verdad?… Has de tratar de mejorarte, Yuli, eres un sacerdote, al fin y al cabo… ¿Lo soy? Quizá, cuando salgamos de aquí, si salimos. Y además, esta muchacha maravillosa… No, no soy un sacerdote, padre; bendito seas, nunca lo seré, pero lo intenté y tú me ayudaste. Que la suerte te acompañe… siempre…

—Arriba —dijo, poniéndose de pie y ayudando a la muchacha a incorporarse. Iskador le apoyó suavemente una mano en el hombro, en la oscuridad. Y no se quejó por la fatiga, como hicieron Usilk y el Marcado.

Más tarde durmieron, apretujados al pie de una cuesta pedregosa, Iskador entre Yuli y Usilk. Los miedos de la noche llegaron a ellos: imaginaban en la oscuridad que el gusano de Wutra se acercaba con las mandíbulas abiertas entre los viscosos bigotes.

—Dormiremos con una luz encendida —dijo Yuli. Hacía frío y se abrazó a Iskador, y se durmió con la mejilla apoyada contra la túnica de cuero.

Cuando despertaron, comieron frugalmente los alimentos que llevaban. El camino se hizo mucho más difícil. Hubo un deslizamiento y cayeron por un barranco. Durante horas se arrastraron sobre el vientre, llamándose a gritos para no perder contacto en la profunda noche subterránea. Un viento glacial soplaba en el estrecho túnel por donde iban, y les cubría de nieve los cabellos.

—Volvamos atrás —dijo el Marcado, cuando por fin pudieron ponerse de pie, agazapados y sin aliento—. Prefiero la prisión. —Nadie le respondió, y él no volvió a repetirlo. No podían regresar. Siguieron adelante en silencio, abrumados por la gran presencia de la montaña.

Yuli se había perdido. El deslizamiento había trastocado sus planes. No sabía dónde estaba, de acuerdo con el mapa del viejo sacerdote, y sin las franjas murales se sentía tan desarmado como los demás. Un ruido susurrante empezó a crecer. Colores malignos imposibles de identificar le flotaban ante los ojos, parecía que estuviese atravesando un muro de roca sólida. Respiraba entrecortadamente. Decidieron descansar.

Habían ido hacia abajo durante horas. Reemprendieron la marcha; Yuli extendía una mano hacia un costado y llevaba la otra sobre la frente, para no golpearse contra la roca, como le había ocurrido en varias ocasiones. Iskador venía detrás aferrada al hábito. Yuli se sentía tan fatigado que el contacto era sólo una molestia.

Aturdido, empezó a creer que los enfermizos colores que veía cambiaban junto con la respiración de él. Y sin embargo, eso no podía ser del todo cierto, porque una luminosidad crecía firmemente. Continuó el avance, siempre hacia abajo, apretando y aflojando los párpados. Sin duda estaba volviéndose ciego: apenas distinguía una luz lechosa. Al volverse, vio el rostro de Iskador como en un sueño, o mejor como en una pesadilla, porque los ojos miraban ávidamente, y la boca estaba entreabierta en el disco espectral de la cara.

Cuando él la miró, parecía que ella despertaba de pronto. Se detuvo, agarrándose a él para sostenerse, y Usilk y Marcado tropezaron contra ellos.

—Hay luz adelante —dijo Yuli.


¡Luz!¡Puedo ver otra vez! —Usilk tomó a Yuli por los hombros. —Nos has sacado de la montaña, sucio monje. ¡Estamos a salvo, somos libres!

Rió con fuerza y corrió hacia adelante, con los brazos abiertos como para abrazar la fuente de la luz. Felices, los demás lo siguieron, tropezando por el suelo desigual, envueltos en una luz que nunca había existido antes, excepto en algunos desconocidos mares del sur donde los témpanos flotaban y chocaban entre sí.

El suelo se niveló y el techo desapareció. Había charcas de agua en el camino, que se elevaba y se estrechaba. Avanzaron chapoteando. La luz no aumentó, pero ahora todo temblaba alrededor con un terrible estruendo.

Depronto se encontraron al final del camino, en un saliente, rodeados de ruido y luz.

—Los ojos de Akha —murmuró Marcado, mordiéndose el puño.

Un abismo se abría allí, como una garganta que llevaba al vientre de la tierra. Las fauces estaban algo más arriba. De ellas se despeñaba un río que se hundía en la garganta. El agua caía con violencia justo debajo del saliente. Y era la causa del estruendo. El agua, blanca aun donde no había espuma, volaba entre los sombríos verdes y azules de la pared. Aunque de allí provenía la escasa luz que tanto los había alegrado, las rocas de más atrás parecían también iluminadas, envueltas en espesos remolinos blancos, rojos y amarillos.

Mucho antes de que terminaran de contemplar este espectáculo, y de mirar sus propias imágenes blancuzcas, el agua los había empapado.

—Ésta no es la salida —dijo Iskador—. Es una vía muerta. ¿Qué hacemos, Yuli?

Yuli señaló con serenidad el extremo opuesto del saliente de roca.

—Pasaremos por ese puente —dijo.

Fueron con cautela hasta el puente. Cubrían el suelo unas algas verdes y resbaladizas. El puente parecía gris y antiguo. Estaba hecho de trozos de piedra arrancados de las rocas vecinas. Un arco ascendía y se interrumpía. La estructura se había derrumbado. A través de la luz lechosa, se podía ver el muñón del otro extremo. Había habido un puente, tiempo atrás.

Durante un rato observaron el abismo, sin mirarse entre sí. Iskador fue la primera que se movió. Se inclinó, puso la bolsa en el suelo, preparó el arco. Sacó un dardo, como los que Yuli había visto en el torneo, y le ató un hilo. Sin una palabra, Iskador avanzó hasta el saliente de roca, afirmó un pie en el borde, y alzó el arco; echó al mismo tiempo los brazos hacia atrás, tendiéndolo casi sin esfuerzo, y soltó la flecha.

La flecha atravesó la luz cargada de espuma. Llegó al cenit por encima de un peñasco, rebotó contra la pared, y cayó a los pies de Iskador.-Brillante —dijo Usilk, palmeándole el hombro—. Y ahora ¿qué hacemos?.

Por toda respuesta, Iskador ató una cuerda al extremo del hilo y volvió a disparar el dardo. Pronto la cuerda corrió sobre el saliente y la punta llegó a los pies de ella. En otra cuerda hizo un nudo corredizo, y también la envió por encima del saliente. Entonces pasó el extremo de la cuerda por el nudo, y la estiró.

—¿Quieres ir primero, ya que eres el jefe? —le preguntó a Yuli, ofreciéndole la cuerda.

El miró los ojos hundidos de ella, asombrado ante la sutileza de la artimaña y la economía de esa sutileza. No sólo le había dicho a Usilk que él no era el jefe, sino que además le decía a Yuli que demostrase que lo era. Yuli reflexionó, lo consideró acertado, tomó la soga, y se dispuso a aceptar el desafío.

Era alarmante, pero no demasiado peligroso, pensó. Podía atravesar el abismo con un movimiento de péndulo, y luego, apoyando los pies en la roca vertical, trepar hasta la altura del saliente de donde caía la cascada. Por lo que podía ver, había suficiente espacio para trepar sin que el agua lo arrastrase. Qué harían luego, sólo podría saberlo cuando estuviese arriba. Ciertamente no mostraría miedo ante los dos prisioneros ni ante Iskador.

Se dejó caer con demasiada prisa a través del abismo, con la mente distraída en parte por la muchacha. Golpeó torpemente contra la pared opuesta, el pie izquierdo le resbaló en las viscosas algas verdes, dio con el hombro contra la roca, giró entre la espuma, y soltó la cuerda. Al instante siguiente caía al abismo.

Entre el rugido del agua llegó el grito único de los demás. Era la primera vez que habían hecho algo verdaderamente juntos.

Yuli tocó una roca y se aferró a ella desesperado. Dobló las rodillas y afirmó los dedos de los pies.

Había caído sólo unos dos metros, sobre un saliente rocoso de la pared, aunque el golpe lo había sacudido de pies a cabeza. El lugar era mínimo, pero suficiente. Jadeando, se acurrucó en una incómoda postura, con el mentón casi a la altura de las botas, tratando de no moverse.

Miró hacia abajo con ansiedad y vio una piedra azul, preguntándose si iba a morir. La imagen de la piedra no se hizo más nítida. Tuvo la impresión de que si se inclinaba sobre el abismo podría recogerla. Pero de repente entendió la verdad: no estaba viendo una piedra cercana, sino un objeto azul, muy abajo. El vértigo se apoderó de él y lo paralizó. Hijo de las llanuras, no tenía defensas, contra una experiencia semejante.

Cerró los ojos, y permaneció aferrado a la roca. Sólo los gritos de Usilk, que parecían muy lejanos, le obligaron a mirar de nuevo.

Muy lejos, abajo, había otro mundo. La fisura entre las rocas lo mostraba como una especie de telescopio. Yuli creía ver una escena pequeña y extrañamente iluminada dentro de una caverna enorme. Lo que había tomado por una piedra azul era un lago, o quizás un mar, porque sólo veía un fragmento de algo cuyo verdadero tamaño no podía conocer. En la costa del lago, había unos granos de arena, que quizá eran edificios de alguna especie. Se quedó ensimismado, mirando insensatamente hacia abajo.

Algo lo rozó. No podía moverse. Alguien le hablaba, y le apretaba los brazos. Se incorporó sin fuerzas y se sentó apoyando la espalda contra las rocas, y se abrazó a los hombros de su salvador. Una cara contusa, con la nariz y una mejilla lastimadas y un ojo cerrado negro y verde, apareció ante él.

—Sostente con fuerza. Subimos.

Se apretó contra Usilk, que subió lentamente y por fin consiguió izarlo por encima del saliente rocoso de donde caía la cascada. Usilk se echó en el suelo cuan largo era, jadeando y gimiendo. Yuli miró hacia abajo: Marcado e Iskador apenas se veían del otro lado del abismo, con las caras vueltas hacia arriba. Examinó otra vez la fisura entre las rocas, pero la visión de aquel otro mundo había desaparecido, eclipsada por la espuma. Le temblaban los miembros. Logró dominarse y ayudar a los demás a subir.

En silencio, se estrecharon unos a otros, agradecidos.

En silencio, emprendieron la marcha entre las grandes rocas que rodeaban el torrente.

En silencio continuaron. Yuli no habló de ese otro mundo que había creído ver. Pero pensó nuevamente en el padre Sifans. ¿No podía ser una fortaleza secreta de los Apropiadores que se había aparecido un momento entre las rocas? Fuera lo que fuera, no dijo nada.

La cavidad de la montaña parecía infinita. Sin luz, los cuatro se adelantaban temiendo tropezar en las fisuras del suelo. Cuando les parecía que era de noche, buscaban un nicho adecuado para dormir, y se apretujaban buscando calor y compañía.

En cierta ocasión, después de trepar durante horas por el lecho sembrado de cantos rodados de un río desaparecido mucho antes, encontraron un nicho alto casi como ellos donde pudieron descansar del viento helado que había soplado durante toda la jornada.

Yuli se durmió inmediatamente. Fue despertado por Iskador que lo sacudía. Los otros dos hombres estaban sentados y murmuraban, temerosos.

—¿Oyes? —preguntó Iskador.

—¿Oyes? —preguntaron Usilk y Marcado.

Yuli escuchó el viento que suspiraba en el cauce seco y un goteo distante y luego oyó lo que les atemorizaba. Un ruido de algo que raspaba o que se deslizaba rápidamente contra los muros rocosos.

—¡El gusano de Wutra! —dijo Iskador.

Yuli la asió con firmeza.

—Es sólo una historia que se cuenta —dijo. Pero sintió un frío terrible y echó mano a la daga.

—Aquí estamos seguros —dijo Marcado—si no hacemos ruido.

Solo les cabía esperar que tuviera razón. Era evidente que algo se aproximaba. Acurrucados, miraban con nerviosidad el túnel. Marcado y Usilk esgrimían los bastones que habían robado a los guardianes de Castigo; Iskador tenía su arco.

El ruido crecía, y parecía llegar junto con el viento. Ahora se oía también un rumor de rocas arrojadas con violencia a los lados. El viento se apagó, bloqueado quizás. Un olor los asaltó.

Era un olor pesado, a peces podridos, a excrementos, a queso rancio. Una niebla verdosa invadía el túnel. La leyenda decía que los gusanos de Wutra eran silenciosos, pero esto, fuera lo que fuese, se acercaba ahora estrepitosamente.

Movido más bien por el terror que por el valor, Yuli se asomó a mirar.

Allí estaba, aproximándose con rapidez. Apenas se le veían las facciones, detrás de la nebulosa verde que empujaba hacia adelante. Cuatro ojos, dos arriba y dos abajo, y bigotes y colmillos gigantescos. Yuli echó atrás la cabeza, con horror y náuseas. El gusano se acercaba, inexorable.

En el momento siguiente, los cuatro pudieron verle la cara de perfil. Los ojos brillaban enloquecidos. Las rígidas púas del bigote rozaron los abrigos de pieles. Luego un cuerpo hediondo, de escamas azules, pasó ondulando, cubriéndolos de polvo.

Había millas de cuerpo. Al fin, apretados unos contra otros, miraron, asomándose. Al comienzo del túnel del río seco había una caverna algo mayor, por donde ellos habían pasado. Allí ocurría en ese momento una conmoción: la gran luminiscencia ondulaba, visible aún.

El gusano los había descubierto. Pesadamente, se daba la vuelta para arremeter contra ellos. Iskador sofocó un grito cuando comprendió lo que ocurría.

—Piedras, pronto —dijo Yuli. Había allí unas piedras sueltas que podían tirar. Se volvió hacia el fondo del nicho, alargó la mano contra el gusano y tocó algo velludo. Retrocedió. Golpeó la ruedecilla del pedernal. Una chispa brotó y se apagó, pero todos alcanzaron a ver íos restos enmohecidos de un hombre, del que sólo quedaban los huesos y las pieles en que se había envuelto. Y una especie de arma. Yuli encendió una segunda chispa.

—¡Un peludo muerto! —exclamó Usilk, en la jerga de los prisioneros.

Usilk tenía razón. El cráneo largo y los cuernos eran inconfundibles. Junto al cuerpo del phagor había un bastón que terminaba en una punta metálica curva. Akha había acudido a ayudar a los amenazados por Wutra. Tanto Usilk como Yuli tendieron k mano al astil del arma.

—Para mí. Yo he usado estas cosas —dijo Yuli, quedándose con el arma. De pronto regresaba a la vida de antes. Recordó cómo había enfrentado en el desierto a un yelk que cargaba contra él.

El gusano de Wutra retornaba. Otra vez el estrépito. Más luz verde pálida. Yuli y Usilk se aventuraron a asomarse rápidamente. Pero el monstruo no se movió. Podían verle el borrón de la cabeza. Se había vuelto y miraba hacia ellos, pero no avanzaba.

Aguardaba.

Miraron nuevamente, pero en la otra dirección.

Un segundo gusano se acercaba por donde había venido el primero. Dos gusanos… De pronto, en la imaginación de Yuli, en todo el sistema de cavernas bullían los gusanos.

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