Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (54 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—Harry…

—Vamos, Hermione, ¿por qué te empeñas en no admitirlo? ¡Vol…

—¡¡No, Harry!!

—… demort va tras la Varita de Saúco!

—¡Ese nombre es tabú! —bramó Ron, y se puso en pie al mismo tiempo que un fuerte «¡crac!» sonaba fuera de la tienda—. Te lo dije, Harry, te lo dije, ya no podemos pronunciarlo. Tenemos que volver a rodearnos de protección. ¡Rápido! Así es como encuentran…

Pero no terminó la frase, y Harry entendió por qué: el chivatoscopio se había encendido y giraba encima de la mesa. Oyeron voces, más y más cerca, voces ásperas y ansiosas… Ron sacó el desiluminador del bolsillo, lo accionó y se apagaron las luces.

—¡Salid de ahí con las manos arriba! —gritó una voz bronca en la oscuridad—. ¡Sabemos que estáis ahí dentro! ¡Hay un montón de varitas apuntándoos y no nos importa a quién maldigamos!

23
La Mansión Malfoy

Harry se giró y miró a sus dos amigos, meras siluetas en la oscuridad. Hermione lo apuntaba a la cara con la varita, en vez de dirigirla contra los intrusos. Hubo un estallido, un destello de luz blanca, y el muchacho se dobló por la cintura, dolorido y cegado. Al llevarse las manos a la cara, notó que ésta se le hinchaba rápidamente, al mismo tiempo que unos pasos pesados lo rodeaban.

—¡Levántate, desgraciado!

Unas manos lo arrastraron con rudeza por el suelo y, antes de que pudiera defenderse, alguien le registró los bolsillos y le quitó la varita de endrino. Harry se tapaba la dolorida cara con las manos y la notaba irreconocible al tacto: tensa, hinchada y abultada como si hubiera sufrido alguna virulenta reacción alérgica. Los ojos se le habían reducido a dos rendijas por las que apenas lograba ver, y como las gafas se le habían caído cuando lo sacaron a empujones de la tienda, lo único que distinguía era las borrosas siluetas de cuatro o cinco personas que arrastraban también a la fuerza a Ron y Hermione.

—¡Suéltela! —gritó Ron. Y de inmediato se oyó el sonido de un puñetazo; Ron gruñó de dolor y Hermione chilló:

—¡No! ¡Déjenlo! ¡Déjenlo!

—A tu novio le va a pasar algo mucho peor si está en mi lista —le advirtió aquella voz bronca, horriblemente familiar—. Vaya muchacha tan deliciosa… Qué maravilla… Me encanta la piel tan suave…

A Harry se le revolvió el estómago. Había reconocido la voz: era la de Fenrir Greyback, el hombre lobo al que permitían llevar la túnica de los
mortífagos
a cambio de sus feroces servicios.

—¡Registrad la tienda! —ordenó otra voz.

Tiraron a Harry al suelo, boca abajo. El muchacho oyó un ruido sordo y dedujo que Ron había caído a su lado. Se oyeron pasos y golpes; los hombres registraban la tienda, revolviéndolo todo y volcando las sillas.

—Y ahora, veamos a quién hemos pillado —se regodeó Greyback, y le dio la vuelta a Harry. Una varita mágica le iluminó la cara, y Greyback se carcajeó y bromeó—: Voy a necesitar cerveza de mantequilla para tragarme a éste… ¿Qué te ha pasado, patito feo? —Harry no contestó—. Te he hecho una pregunta —espetó Greyback, y le dio un golpe en el estómago que le hizo doblarse de dolor.

—Me han picado unos insectos —masculló Harry.

—Sí, eso parece —dijo otra voz.

—¿Cómo te llamas? —gruñó el hombre lobo.

—Dudley —contestó Harry.

—¿Y tu nombre de pila?

—Vernon. Vernon Dudley.

—Busca en la lista, Scabior —ordenó Greyback, y se movió para examinar a Ron—. ¿Y tú quién eres, pelirrojo?

—Stan Shunpike.

—¡Y un cuerno! —protestó Scabior—. Conocemos a Stan; ha hecho algún que otro trabajito para nosotros.

Se oyó otro puñetazo.

—Me llamo Bardy —balbuceó Ron, y Harry dedujo que tenía la boca ensangrentada—. Bardy Weasley.

—Ajá, ¿un Weasley? —se sorprendió Greyback—. Entonces, aunque no seas un sangre sucia, estás emparentado con traidores a la sangre. Bien, por último, veamos a vuestra preciosa cautiva… —El gusto con que lo dijo hizo que a Harry se le pusieran los pelos de punta.

—Tranquilo, Greyback —le advirtió Scabior mientras los otros reían.

—No te preocupes, todavía no voy a hincarle el diente. Comprobemos si es más ágil que Barny para recordar su nombre. ¿Cómo te llamas, monada?

—Penélope Clearwater —contestó Hermione. Lo dijo con miedo pero sonó convincente.

—¿Qué Estatus de Sangre tienes?

—Sangre mestiza.

—Será fácil comprobarlo —opinó Scabior—. Pero los tres parecen tener edad de estar todavía en Hogwarts.

—Nos hemos escapado —soltó Ron.

—¿Que os habéis escapado, pelirrojo? —masculló Scabior—. ¿Para qué, para ir de acampada? Y no se os ocurrió nada mejor que hacer, para reíros un poco, que utilizar el nombre del Señor Tenebroso, ¿no?

—No nos estábamos riendo —se defendió Ron—. Fue un accidente.

—¿Un accidente, pelirrojo? —Más risas y burlas.

—¿Sabes a quiénes les gustaba utilizar el nombre del Señor Tenebroso, Weasley? —gruñó Greyback—. A los de la Orden del Fénix. ¿Te suena de algo?

—No.

—Pues bien, como no le muestran el respeto debido al Señor Tenebroso, hemos prohibido pronunciar su nombre, y de esa forma hemos descubierto a algunos miembros de la Orden. Bien, ya veremos. ¡Atadlos con los otros dos prisioneros!

Alguien levantó a Harry del suelo tirándole del pelo, lo arrastró un corto trecho, lo sentó y lo ató de espaldas a otras personas. El chico apenas distinguía nada entre los hinchados párpados. Cuando el que los había atado se apartó de ellos, Harry les susurró a los otros prisioneros:

—¿Alguien conserva su varita?

—No —respondieron Ron y Hermione, uno a cada lado de él.

—Ha sido culpa mía. He pronunciado el nombre. Lo siento…

—Eh, ¿eres Harry?

Esa otra voz era conocida y provenía justo de detrás de Harry, de la persona que habían atado a la izquierda de Hermione.

—¡No me digas que eres Dean!

—¡Hola, amigo! ¡Si descubren a quién han atrapado…! Son Carroñeros y sólo buscan a alumnos que han hecho novillos para cobrar la recompensa.

—No está nada mal el botín, para una sola noche, ¿eh? —iba diciendo Greyback; alguien calzado con botas tachonadas pasó cerca de Harry y luego se oyeron más golpes en el interior de la tienda—. Un sangre sucia, un duende fugitivo y tres novilleros. ¿Has buscado ya sus nombres en la lista, Scabior?

—Sí. Aquí no aparece ningún Vernon Dudley.

—Interesante —dijo el hombre lobo—. Muy interesante.

Y se agachó al lado de Harry, que distinguió, a través de las finísimas rendijas que separaban sus hinchados párpados, una cara cubierta de enmarañado pelo gris, con bigotes, afilados dientes marrones y llagas en las comisuras de la boca. Greyback olía igual que en lo alto de la torre donde murió Dumbledore: a mugre, sudor y sangre.

—Así que no te buscan, ¿eh, Vernon? ¿O figuras en esa lista con otro nombre? ¿En qué casa de Hogwarts estabas?

—En Slytherin —contestó Harry sin vacilar.

—Qué curioso. Todos creen que eso es lo que queremos oír —se burló Scabior desde la oscuridad—. Pero nadie es capaz de decirnos dónde está la sala común.

—Se halla en las mazmorras y se entra por la pared —dijo Harry—. Está llena de cráneos y cosas así, y como queda debajo del lago, la luz tiene un tono verdoso.

Hubo un súbito silencio.

—Vaya, vaya, parece que esta vez hemos capturado a un verdadero Slytherin —dijo Scabior al fin—. Bien hecho, Vernon, porque no hay muchos sangre sucia en esa casa. ¿Quién es tu padre?

—Trabaja en el ministerio —mintió Harry. Sabía que la historia que se estaba inventando se derrumbaría a la mínima investigación, pero sólo disponía de tiempo hasta que su cara recuperara el aspecto normal, porque entonces acabaría el juego. Así que añadió—: En el Departamento de Accidentes y Catástrofes en el Mundo de la Magia.

—¿Sabes qué, Greyback? —murmuró Scabior—. Me parece que es verdad que ahí trabaja un tal Dudley.

Harry apenas podía respirar. ¿Saldría del atolladero de pura chiripa?

—Vaya, vaya —dijo el hombre lobo. Harry detectó un minúsculo deje de temor en esa voz insensible, y comprendió que Greyback estaba preguntándose si sería verdad que había atrapado al hijo de un funcionario del ministerio. El corazón del chico latía a cien contra las cuerdas que le aprisionaban el pecho; no le habría sorprendido que Greyback se hubiera percatado de ello—. Si nos estás diciendo la verdad, patito feo, no te importará que te llevemos al ministerio, ¿verdad? Espero que tu padre nos recompense por haberte recogido.

—Pero si usted nos deja… —balbuceó Harry con la boca seca.

—¡Eh! —gritó alguien dentro de la tienda—. ¡Mira esto, Greyback!

Una oscura silueta se acercó rápidamente hacia ellos, y Harry vio un destello plateado a la luz de las varitas. Habían encontrado la espada de Gryffindor.

—¡Muuuuy bonita! —dijo Greyback con admiración, y la cogió de las manos de su compañero—. Ya lo creo, bonita de verdad. Parece obra de duendes. ¿De dónde habéis sacado esto?

—Es de mi padre —continuó mintiendo Harry, y confió, contra todo pronóstico, en que estuviera demasiado oscuro para que Greyback viera el nombre grabado justo debajo de la empuñadura—. La cogimos prestada para cortar leña.

—¡Un momento, Greyback! —exclamó Scabior—. ¡Mira qué dice aquí, en
El Profeta
!

La cicatriz de Harry, muy tensa en la dilatada frente, le ardió con furia y el muchacho vio, con mayor claridad que lo que estaba pasando alrededor, un edificio altísimo, una lúgubre e imponente fortaleza negra como el azabache, y de pronto los pensamientos de Voldemort recuperaron la nitidez: se deslizaba hacia ese gigantesco edificio con determinación y euforia contenida…

Tan cerca… tan cerca ya…

Haciendo un esfuerzo monumental, Harry cerró la mente a los pensamientos de Voldemort y trató de concentrarse en que estaba allí, atado a Ron, Hermione, Dean y Griphook en la oscuridad, escuchando a Greyback y Scabior.

—«Hermione Granger —iba leyendo este último—, la sangre sucia que según todos los indicios viaja con Harry Potter.»

Hubo un momento de silencio. A Harry le punzaba la cicatriz, pero se empeñó en mantenerse en el presente y no entrar en la mente de Voldemort. Oyó el crujido de las botas de Greyback cuando éste se agachó frente a Hermione.

—¿Sabes qué, muchachita? La chica de esta fotografía se parece mucho a ti.

—¡No soy yo! ¡No lo soy! —El aterrado chillido de Hermione equivalió a una confesión.

—«… que según todos los indicios viaja con Harry Potter» —repitió Greyback con calma.

Una extraña quietud se apoderó de la escena. Pese a que su cicatriz estaba alcanzando cotas de dolor insospechadas, Harry luchó con denuedo contra la atracción de los pensamientos de Voldemort; nunca había sido tan importante que se mantuviera absolutamente consciente.

—Bueno, esto cambia las cosas, ¿no? —susurró Greyback.

Todos callaron. Harry percibió cómo los Carroñeros, inmóviles, los observaban, y notó también el temblor del brazo de Hermione contra el suyo. Greyback se enderezó, dio un par de pasos hacia Harry, volvió a agacharse y examinó minuciosamente sus deformes facciones.

—¿Qué tienes en la frente, Vernon? —preguntó en voz baja, y presionó con un mugriento dedo la tensa cicatriz.

Harry olió su fétido aliento.

—¡No me toque! —gritó, porque creyó que no soportaría el dolor.

—Creía que llevabas gafas, Potter —dijo Greyback.

—¡Las he encontrado! —alardeó un Carroñero que estaba un poco más lejos—. Había unas gafas en la tienda, Greyback. Espera…

Y unos segundos más tarde se las colocaron a Harry. Los Carroñeros se acercaron y lo observaron atentamente.

—¡Es él! —bramó Greyback—. ¡Hemos atrapado a Potter!

Atónitos y sin dar crédito a lo que habían logrado, los miembros de la banda retrocedieron unos pasos. Harry, que seguía esforzándose por mantenerse consciente pese al insoportable dolor de cabeza, no supo qué decir; mientras tanto, unas visiones fragmentadas le atravesaban la mente…

… se deslizaba alrededor de los altos muros de la fortaleza…

No, él era Harry, estaba atado y sin varita, y corría un grave peligro…

… miraba hacia arriba, hacia la ventana más alta, hacia la torre más alta…

Él era Harry, y los Carroñeros cuchicheaban intentando decidir qué hacían con él…

… había llegado el momento de volar…

—¿… al ministerio?

—¡Al cuerno con el ministerio! —gruñó Greyback—. Se pondrán ellos la medalla y a nosotros no nos reconocerán ningún mérito. Propongo que se lo llevemos directamente a Quien-vosotros-sabéis.

—¿Qué pretendes hacer? ¿Le avisarás, o lo harás venir aquí? —preguntó Scabior, muerto de miedo.

—No, yo no tengo… Dicen que utiliza la casa de los Malfoy como cuartel general. Lo llevaremos allí.

Harry creía saber por qué Greyback no podía avisar a Voldemort, pues, aunque al hombre lobo le permitían llevar túnica de
mortífago
cuando a ellos les interesaba, tan sólo los componentes del círculo más allegado a Voldemort tenían grabada la Marca Tenebrosa para comunicarse entre ellos. Pero a Greyback no le habían concedido ese honor.

La cicatriz de Harry seguía pulsando dolorosamente…

… y se elevó en la oscuridad, y voló derecho hacia la ventana más alta de la torre…

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