Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (34 page)

Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online

Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
6.6Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Voy a preparar té —dijo Hermione con voz acongojada; sacó un hervidor y unas tazas de las profundidades de su bolso y fue a la cocina.

A Harry le sentó tan bien aquella taza de té caliente como el whisky de fuego que había bebido la noche que murió
Ojoloco
; era como si así quemara un poco el miedo que palpitaba en su pecho. Al cabo de un par de minutos, Ron interrumpió el silencio.

—¿Qué habrá sido de los Cattermole?

—Con un poco de suerte, habrán escapado —contestó Hermione asiendo su taza con ambas manos para calentárselas—. Si el señor Cattermole estaba atento, habrá transportado a su esposa mediante Aparición Conjunta y ahora estarán abandonando el país con sus hijos. Al menos eso le aconsejó Harry a ella.

—Espero que hayan conseguido huir —dijo Ron recostándose en las almohadas. El té también le estaba sentando de maravilla y había recobrado un poco el color—. Aunque, por cómo la gente me hablaba mientras lo suplantaba, no me dio la impresión de que Reg Cattermole fuera muy ingenioso. En fin, espero que lo hayan logrado. Si acaban los dos en Azkaban por nuestra culpa…

Harry echó un vistazo a Hermione, pero no llegó a formular la pregunta que tenía en la punta de la lengua: si el hecho de que la señora Cattermole no llevara encima una varita mágica le habría impedido aparecerse junto con su esposo. A Hermione la conmovió que Ron se preocupara por el destino de los Cattermole, y había tanta ternura en su expresión que Harry casi sintió como si la hubiera sorprendido besando a su amigo.

—Bueno, lo tienes, ¿no? —preguntó, en parte para recordarle a Hermione que él estaba presente.

—Si tengo ¿qué? —preguntó ella, un poco sobresaltada.

—¿Para qué hemos montado todo este tinglado, Hermione? ¡Me refiero al guardapelo! ¿Dónde está?

—¿Que tienes el guardapelo? —exclamó Ron incorporándose un poco—. ¡A mí nadie me cuenta nada! ¡Jo, podríais habérmelo dicho!

—Oye, que nos perseguían los
dementores
, ¿eh? —repuso Hermione—. Aquí está. —Lo sacó del bolsillo de su túnica y se lo dio a Ron.

Era más o menos del tamaño de un huevo de gallina. Una ornamentada «S», con piedrecitas verdes incrustadas, brillaba un poco bajo la difuminada luz que se filtraba por la lona de la tienda.

—¿No hay ninguna probabilidad de que alguien lo destruyera después de que se lo robaran a Kreacher? —preguntó Ron con optimismo—. O sea, ¿estamos seguros de que todavía es un
Horrocrux
?

—Creo que sí —respondió Hermione; lo cogió y lo examinó de cerca—. Si lo hubieran destruido mediante magia, se apreciaría alguna señal.

Se lo pasó a Harry que lo hizo girar entre los dedos. El guardapelo estaba perfecto, intacto. El muchacho recordó lo destrozado que había quedado el diario, y la piedra del anillo que también era un
Horrocrux
se había partido cuando Dumbledore lo destruyó.

—Supongo que Kreacher tiene razón —comentó Harry—: para destruir este chisme, primero tendremos que averiguar cómo se abre.

De pronto, mientras hablaba, tomó conciencia de lo que tenía en las manos y de lo que vivía tras aquellas puertecitas doradas, y, a pesar de lo mucho que les había costado encontrarlo, sintió un súbito impulso de lanzarlo lejos. Pero se dominó e intentó abrirlo con los dedos, y luego probó con el encantamiento que Hermione había utilizado para abrir la puerta del dormitorio de Regulus, aunque nada dio resultado. Se lo devolvió a sus amigos, y ambos hicieron todo cuanto se les ocurrió para abrirlo, pero con tan poco éxito como él.

—Pero ¿lo sentís? —preguntó Ron en voz baja, con el guardapelo encerrado en el puño.

—¿Qué quieres decir?

Ron le entregó el
Horrocrux
a Harry, que segundos después creyó comprender a qué se refería. ¿Era su propia sangre latiendo en sus venas lo que notaba, o algo que palpitaba en el interior del guardapelo, como una especie de pequeño corazón metálico?

—¿Qué vamos a hacer con él? —preguntó Hermione.

—Conservarlo hasta que averigüemos cómo destruirlo —contestó Harry y, muy a su pesar, se colgó la cadena del cuello y ocultó el guardapelo bajo la túnica, junto con el monedero que le había regalado Hagrid. A continuación se puso en pie, se desperezó y le dijo a Hermione—: Creo que deberíamos turnarnos para montar guardia fuera de la tienda, y también tendremos que conseguir comida. Tú no te muevas —se apresuró a añadir al ver que Ron intentaba incorporarse y su rostro adquiría un desagradable tono verdoso.

Tras colocar estratégicamente encima de la mesa el chivatoscopio que Hermione le había regalado por su cumpleaños, Harry y la joven pasaron el resto del día turnándose para vigilar el campamento. Sin embargo, el instrumento estuvo todo el rato quieto y silencioso, y ya fuera por los sortilegios protectores y los repelentes mágicos de
muggles
que Hermione había repartido por el claro del bosque, o porque la gente no solía ir por allí, la zona en que se habían instalado se mantuvo solitaria; lo único que vieron fueron algunos pájaros y varias ardillas. Al anochecer todo seguía igual; a las diez, cuando Harry fue a relevar a su compañera, encendió la varita y contempló un panorama desierto donde sólo unos murciélagos revoloteaban muy alto, cruzando el único trozo de cielo estrellado que se conseguía ver desde el protegido claro.

Harry tenía hambre y estaba un poco mareado. Hermione no llevaba nada para comer en su bolso mágico, porque dio por sentado que volverían a Grimmauld Place esa noche, así que sólo consiguieron cenar unas setas que ella había recogido entre los árboles más cercanos y cocinado en un cazo. Ron apenas las probó, pues tenía el estómago revuelto; en cambio, Harry se las acabó, pero únicamente para no desairar a su amiga.

El silencio que los rodeaba sólo era interrumpido de vez en cuando por extraños susurros y sonidos semejantes a crujidos de ramitas; Harry pensó que no los provocaban personas, sino animales, pero aun así aferraba la varita, preparado para cualquier eventualidad. Tenía el vientre revuelto por culpa de las correosas setas, y el nerviosismo no lo ayudaba a sentirse mejor.

Siempre había supuesto que cuando consiguieran recuperar el
Horrocrux
estaría eufórico, pero no era así. Lo único que experimentaba mientras escudriñaba la oscuridad, de la que su varita sólo iluminaba una pequeña parte, era preocupación por el futuro inmediato. Era como si llevara semanas, meses, quizá incluso años precipitándose hacia esa situación, y hubiera tenido que detenerse en seco porque se había terminado el camino.

Había otros
Horrocruxes
en algún sitio, pero él no tenía idea de dónde, ni siquiera conocía la forma de algunos de ellos. Entretanto, no sabía qué hacer para destruir el único que habían encontrado, el
Horrocrux
que en ese momento reposaba contra su pecho. Curiosamente, el guardapelo no le había absorbido el calor del cuerpo, y lo notaba tan frío como si acabara de sacarlo del agua helada. De vez en cuando pensaba, o quizá imaginaba, que percibía otro débil e irregular latido además del de su corazón.

Mientras montaba guardia a oscuras le pasaban indescriptibles premoniciones por la cabeza; intentó ahuyentarlas, alejarlas de sí, pero volvían, implacables. «Ninguno de los dos podrá vivir mientras el otro siga con vida.» Ron y Hermione, que hablaban en voz baja en la tienda, podían marcharse si querían, pero él no. Y tuvo la sensación, mientras intentaba dominar su miedo y agotamiento, de que el
Horrocrux
que le colgaba del cuello marcaba el tiempo que le quedaba…

«Qué idea tan estúpida —se dijo—; no pienses eso…»

Volvía a molestarle la cicatriz y temió que fuera por pensar esas cosas; intentó cambiar de canal y dirigir su mente por otros derroteros. Entonces se acordó del pobre Kreacher, que estaba esperándolos en la casa pero, en lugar de recibirlos a ellos, se habría topado con Yaxley. ¿Sabría permanecer callado o le contaría al
mortífago
todo lo que sabía? Harry quería creer que el concepto que el elfo tenía de él había cambiado en el último mes, y que a partir de entonces le sería fiel, pero ¿cómo asegurarlo? ¿Y si los
mortífagos
lo torturaban? Unas imágenes repugnantes se le colaron en la mente, e intentó apartarlas también, porque le era imposible ayudar a Kreacher. Hermione y él ya habían decidido no intentar llamarlo, porque ¿y si llegaba acompañado de alguien del ministerio? No estaban seguros de que a un elfo que se trasladara mediante Aparición no le pasara lo mismo que había provocado que Yaxley llegara a Grimmauld Place agarrado al dobladillo de la manga de Hermione.

Cada vez le dolía más la cicatriz. Lo abrumaba pensar cuántas cosas desconocían; Lupin tenía razón cuando les dijo que se enfrentaban a una magia inimaginable con la que jamás se habían encontrado. ¿Por qué Dumbledore no les había dado más explicaciones? ¿Tal vez creía que tendría tiempo, que viviría años, quizá siglos, como su amigo Nicolás Flamel? Si así era, se equivocaba: Snape se había encargado de ello; Snape, la serpiente dormida, que se había abalanzado sobre su presa en lo alto de la torre…

Y Dumbledore se había precipitado al vacío…

—Dámela, Gregorovitch.

Harry habló con una voz aguda, clara y fría mientras mantenía la varita en alto, sujeta por una mano blanca de largos dedos. El hombre al que apuntaba estaba suspendido en el aire cabeza abajo, sin cuerdas que lo amarraran, oscilando de un lado a otro, misteriosamente colgado y sujetándose el cuerpo con los brazos; la cara, deformada por el terror y congestionada por la sangre que le bajaba a la cabeza, quedaba a la misma altura que la de Harry; el pelo completamente blanco y la poblada barba le conferían el aspecto de un Papá Noel cautivo.

—¡No la tengo! ¡Ya no la tengo! ¡Me la robaron hace muchos años!

—No le mientas a lord Voldemort, Gregorovitch. Él lo sabe. Él siempre lo sabe.

El hombre tenía las pupilas dilatadas de miedo, y se fueron agrandando aún más hasta que su negrura engulló por completo a Harry…

Y a continuación el muchacho corría por un oscuro pasillo detrás del robusto y bajito Gregorovitch, que sostenía en alto un farol. El hombre irrumpió en una habitación al final del pasillo e iluminó lo que parecía un taller. Había virutas de madera y oro que brillaron en el oscilante charco de luz, mientras que un joven rubio estaba encaramado en el alféizar de la ventana, como un pájaro gigantesco. En el brevísimo instante en que el farol lo iluminó, Harry vio el gozo que reflejaba su atractivo rostro; entonces el joven lanzó un hechizo aturdidor con su varita y saltó ágilmente hacia atrás, fuera de la ventana, al mismo tiempo que soltaba una carcajada.

Y de nuevo Harry salió de aquellas pupilas negras como túneles, y vio la cara de Gregorovitch desencajada por el pánico.

—¿Quién era el ladrón, Gregorovitch? —preguntó la voz fría y aguda.

—¡No lo sé, nunca lo supe, era un muchacho… no… por favor…
POR FAVOR!

Se oyó un grito que se prolongó y se prolongó, y luego hubo un destello de luz verde.

—¡Harry!

El muchacho abrió los ojos jadeando y con un dolor punzante en la frente. Se había desmayado y caído contra el lateral de la tienda; y al resbalar por la lona, había quedado despatarrado en el suelo. Alzó la vista y se encontró con Hermione, cuya espesa melena tapaba el trocito de cielo que se vislumbraba entre el follaje de los árboles.

—Estaba soñando —dijo incorporándose a toda prisa e intentando afrontar la fulminante mirada de su amiga, poniendo cara de inocencia—. Lo siento, me he quedado dormido.

—¡Sé que ha sido la cicatriz! ¡Se te nota en la cara! ¡Estabas dentro de la mente de Vol…!

—¡No lo llames por su nombre! —gritó Ron desde el interior de la tienda.

—¡Vale! —replicó Hermione—. ¡Pues de Quien-tú-sabes!

—¡Yo no quería que sucediera! ¡Ha sido un sueño! ¿Tú controlas lo que sueñas, Hermione?

—Si hubieras aprendido a aplicar la
Oclumancia

Pero Harry no estaba para que lo riñeran; lo único que quería era comentar con alguien lo que acababa de ver.

—Ha encontrado a Gregorovitch, Hermione, y creo que lo ha matado, pero antes de matarlo le leyó la mente, y he visto que…

—Si tan cansado estás que te quedas dormido, será mejor que te releve —lo interrumpió ella con frialdad.

—¡Puedo terminar mi guardia!

—No, no puedes. Es evidente que estás agotado. Ve y échate un rato.

La chica, testaruda, se sentó en la entrada de la tienda y Harry, enfadado, se metió dentro para evitar una pelea.

Ron, todavía pálido, se asomó por el hueco de la litera inferior. Harry subió a la de arriba, se tumbó y se quedó contemplando el oscuro techo de lona. Al cabo de un rato, Ron, susurrando para que no lo oyera Hermione, acurrucada en la entrada, le preguntó:

—¿Qué estaba haciendo Quien-tú-sabes?

Harry entornó los ojos en un intento de recordar todos los detalles, y murmuró en la oscuridad:

—Ha encontrado a Gregorovitch; lo tenía atado y lo torturaba.

—¿Cómo va a hacerle Gregorovitch una varita nueva si está atado?

—No lo sé. Es muy raro, sí.

Cerró los ojos y pensó en lo que había visto y oído. Cuantas más cosas recordaba, menos sentido tenían. Voldemort no había mencionado la varita de Harry, ni el hecho de que la suya propia y la del muchacho poseyeran idénticos núcleos centrales; tampoco había dicho nada de que Gregorovitch tuviera que hacerle una varita nueva y más poderosa, capaz de vencer a la de Harry…

—Quería algo de Gregorovitch —continuó, sin abrir los ojos—, y le pidió que se lo diera, pero Gregorovitch dijo que se lo habían robado, y entonces… entonces… —Recordó cómo, desde la mente de Voldemort, había penetrado por los ojos de Gregorovitch hasta sus recuerdos—. Le leyó el pensamiento a Gregorovitch y vio cómo un tipo joven que estaba encaramado en el alféizar de una ventana le lanzaba una maldición y saltaba, perdiéndose de vista. Ese joven lo robó, él robó eso que Quien-tú-sabes anda buscando. Y… creo que he visto a ese tipo en algún sitio…

A Harry le habría gustado volver a ver, aunque sólo fuera brevemente, la risueña cara de aquel chico. Según Gregorovitch, el robo se había producido muchos años atrás. Así pues, ¿por qué le resultaba tan familiar el rostro del joven ladrón?

Los ruidos del bosque llegaban muy amortiguados al interior de la tienda; lo único que oía Harry era la respiración de Ron. Pasados unos minutos, éste susurró:

Other books

Cuentos frágiles by Manuel Gutiérrez Nájera
Fiery by Nikki Duncan
Resurrection by Curran, Tim
Ghostlight by Marion Zimmer Bradley
Isabel’s War by Lila Perl
Sugar Creek by Toni Blake
What Matters Most by Malori, Reana
Glimmer and other Stories by Nicola McDonagh