Harry Potter y el Misterio del Príncipe (52 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Sí, ya lo comprobaremos —repitió Hermione al tiempo que se levantaba y se desperezaba—. Pero te advierto, Harry, para que no te emociones mucho, que no creo que puedas entrar en la Sala de los Menesteres antes de saber con seguridad qué hay dentro. Y tampoco olvides —añadió mientras se colgaba la mochila de un hombro y lo miraba muy seria— que debes concentrarte en sonsacarle ese recuerdo a Slughorn. Buenas noches.

Harry la vio marchar y se sintió un tanto contrariado. En cuanto la puerta de los dormitorios de las chicas se cerró tras ella, le preguntó a Ron:

—¿Tú qué opinas?

—Que me encantaría desaparecerme como un elfo doméstico —respondió su amigo mirando el sitio donde Dobby se había esfumado—. Así tendría el examen de Aparición en el bote.

Harry no durmió bien esa noche. Pasó despierto lo que a él le parecieron horas, preguntándose para qué utilizaría Malfoy la Sala de los Menesteres y qué encontraría él allí cuando entrara al día siguiente, pues, pese a las advertencias de Hermione, estaba convencido de que si Malfoy había logrado ver el cuartel general del
ED
, él también podría ver… ¿qué? ¿Un lugar de reunión? ¿Un escondrijo? ¿Un almacén? ¿Un taller? Su mente trabajaba de manera febril y sus sueños, cuando al fin se quedó dormido, se vieron interrumpidos y perturbados por imágenes de Malfoy, que tan pronto se convertía en Slughorn como en Snape…

A la hora del desayuno Harry estaba impaciente. Tenía una hora libre antes de Defensa Contra las Artes Oscuras y pensaba dedicarla a entrar en la Sala de los Menesteres. Sin embargo, Hermione no mostraba ningún interés en sus planes, que él le estaba detallando en voz baja; eso lo fastidió porque contaba con que su amiga lo ayudaría.

—Escúchame —intentó hacerla entrar en razón. Se inclinó y puso una mano encima de
El Profeta
, que Hermione acababa de desatarle a una lechuza del correo, para impedir que lo abriera y se parapetara detrás del periódico—. No me he olvidado de Slughorn, pero aún no sé cómo sonsacarle ese recuerdo y hasta que se me ocurra alguna idea genial, ¿qué mal hay en averiguar qué se trae entre manos Malfoy?

—Ya te lo he dicho: tienes que centrarte en Slughorn —replicó Hermione—. No se trata de engañarlo ni de hechizarlo, porque eso lo habría hecho Dumbledore en un periquete. En lugar de perder el tiempo paseándote por delante de la Sala de los Menesteres deberías ir a verlo y empezar a apelar a su bondad. —Y tiró de
El Profeta
para sacarlo de debajo de la mano de Harry, lo desdobló y echó un vistazo a la primera página.

—¿Mencionan a alguien que…? —preguntó Ron.

—¡Sí! —exclamó Hermione, provocando que ambos amigos se atragantaran con el desayuno—. Pero tranquilos, no está muerto. ¡Es Mundungus; lo han detenido y enviado a Azkaban! Aquí dice que se hizo pasar por un
inferius
durante un intento de robo… Y ha desaparecido un tal Octavius Pepper… ¡Oh, qué espanto, también han detenido a un niño de nueve años por haber intentado asesinar a sus abuelos! Creen que estaba bajo la maldición
imperius

Terminaron de desayunar en silencio y después se marcharon en diferentes direcciones: Hermione a la clase de Runas Antiguas; Ron a la sala común, donde todavía tenía que acabar las conclusiones de la redacción sobre los
dementores
; y Harry al pasillo del séptimo piso y, en concreto, al tramo de pared que había enfrente del tapiz de Barnabás
el Chiflado
enseñando ballet a unos trols.

Tan pronto encontró un pasadizo vacío se puso la capa invisible, pero no habría hecho falta esa precaución: cuando llegó a su destino lo encontró desierto. No sabía si le sería más fácil entrar en la sala vacía o con Malfoy dentro, pero al menos su primer intento no se le complicaría con la presencia de Crabbe o Goyle haciéndose pasar por niñas.

Cerró los ojos y se acercó al sitio donde estaba camuflada la puerta. Sabía qué tenía que hacer, pues el año anterior había adquirido mucha práctica. Se concentró con todas sus fuerzas y pensó: «Necesito ver qué hace Malfoy ahí dentro. Necesito ver qué hace Malfoy ahí dentro. Necesito ver qué hace Malfoy ahí dentro.»

Pasó tres veces ante la puerta, y luego, con el corazón expectante, se paró y abrió los ojos, pero el trozo de pared seguía tal cual.

Se apoyó contra la pared e hizo fuerza con el hombro, por si acaso, pero la piedra, sólida como la de cualquier pared, no cedió ni un ápice.

—Muy bien —se dijo en voz alta—. Esto indica que no he formulado mi petición correctamente.

Reflexionó un momento y empezó de nuevo, cerrando los ojos y volviendo a concentrarse. «Necesito ver el sitio al que Malfoy va a escondidas. Necesito ver el sitio al que Malfoy va a escondidas…»

Luego pasó tres veces ante el sitio donde debía aparecer la puerta y abrió los ojos, esperanzado.

Allí no había ninguna puerta.

—¡Qué demonios ocurre! —rezongó, como si la pared pudiera oírlo—. ¡Pero si era una instrucción clarísima! Está bien, está bien…

Caviló unos minutos más antes de empezar a pasearse otra vez. «Necesito que te conviertas en el sitio en que te conviertes cuando te lo pide Draco Malfoy…»

Esta vez pasó las tres veces pero no abrió los ojos enseguida, sino que aguzó el oído, como si esperara escuchar cómo se materializaba la puerta. Pero sólo oyó un distante gorjeo de pájaros proveniente del jardín. Abrió los ojos.

Nada.

Soltó una palabrota y acto seguido oyó un grito de espanto. Se volvió y vio a un grupo de alumnos de primer año que daban media vuelta y echaban a correr por donde habían venido. Seguramente lo habían tomado por un fantasma malhablado.

A lo largo de la siguiente hora Harry probó todas las variaciones que se le ocurrieron de «Necesito ver qué hace Draco Malfoy ahí dentro», pero al final tuvo que admitir que quizá Hermione tuviese razón: la sala no quería abrirse para él. Frustrado y disgustado, se quitó la capa invisible, la guardó en la mochila y se fue deprisa a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.

—Llegas tarde otra vez, Potter —dijo Snape con frialdad al verlo entrar en el aula iluminada con velas—. Diez puntos menos para Gryffindor.

Harry lo miró con ceño y se dejó caer en el asiento junto a Ron; la mitad de la clase todavía estaba de pie sacando los libros y organizando sus cosas, así que no podía haber llegado mucho más tarde que los demás.

—Antes de empezar me entregaréis vuestras redacciones sobre los
dementores
—dijo Snape. Agitó su varita con un ademán indolente y veinticinco rollos de pergamino se elevaron, cruzaron el aula y aterrizaron en un pulcro montón sobre su mesa—. Espero por vuestro bien que sean mejores que las sandeces que leí sobre cómo resistirse a la maldición
imperius
. Y ahora, abrid los libros por la página… ¿Qué pasa, señor Finnigan?

—Profesor —dijo Seamus—, ¿podría explicarme cómo se distingue a un
inferius
de un fantasma? Porque en
El Profeta
hablaban de un
inferius

—No, no hablaban de ningún
inferius
—replicó Snape con hastío.

—Pero señor, me han dicho que…

—Si te hubieras tomado la molestia de leer el artículo en cuestión, Finnigan, sabrías que el presunto
inferius
en realidad era un asqueroso ratero llamado Mundungus Fletcher.

—Tenía entendido que Snape y Mundungus estaban en el mismo bando —susurró Harry a Ron y Hermione—. ¿No debería contrariarlo que hayan detenido a Mundungus?

—Pero al parecer Potter tiene mucho que decir sobre este asunto —comentó Snape señalando hacia el fondo del aula, con sus oscuros ojos clavados en Harry—. Preguntémosle cómo podemos distinguir a un
inferius
de un fantasma.

Toda la clase miró a Harry, que rápidamente intentó recordar lo que le había contado Dumbledore la noche que visitaron a Slughorn.

—Pues… bueno, los fantasmas son transparentes… —dijo.

—Estupendo —se burló Snape con una mueca despectiva—. Sí, veo que casi seis años de educación mágica han servido para algo en tu caso, Potter. «Los fantasmas son transparentes.»

Pansy Parkinson soltó una risita y varios alumnos se sonrieron. Harry respiró hondo y, aunque le hervía la sangre, prosiguió con calma:

—Sí, los fantasmas son transparentes, pero los
inferi
son cadáveres, ¿no? Por lo tanto, deben de ser sólidos…

—Eso podría habérnoslo aclarado un niño de cinco años —se mofó Snape—. El
inferius
es un cadáver reanimado mediante los hechizos de un mago tenebroso. No está vivo; el mago sólo lo utiliza como una marioneta para hacer lo que se le antoja. Un fantasma, como espero que todos sepáis a estas alturas, es la huella que deja un difunto en la tierra… Y por supuesto, como sabiamente ha dicho Potter, es «transparente».

—Hombre, si de distinguirlos se trata, la definición de Harry es la más clara —opinó Ron—. Si nos encontramos a uno en un callejón oscuro, nos limitamos a echarle un vistazo para ver si es sólido, y punto. No le preguntamos: «Disculpe, ¿es usted la huella de un difunto?»

Hubo una cascada de risas, acallada al instante por la gélida mirada que Snape dirigió a la clase.

—Otros diez puntos menos para Gryffindor —anunció—. No esperaba nada más sofisticado de ti, Ronald Weasley, el chico tan sólido que no puede aparecerse ni a un centímetro de distancia.

—¡No! —susurró Hermione sujetando a Harry por el brazo al ver que éste, furioso, iba a replicar—. ¡No tiene sentido, sólo conseguirás que te castigue otra vez!

—Abrid los libros por la página doscientos trece —ordenó Snape con una sonrisita de suficiencia—, y leed los dos primeros párrafos sobre la maldición
cruciatus

Ron estuvo muy apagado durante toda la clase. Cuando sonó el timbre, Lavender se acercó a los chicos (Hermione se había esfumado misteriosamente al verla aproximarse) y soltó improperios contra Snape por haberse burlado de los escasos progresos de Ron en Aparición, pero sólo consiguió fastidiar al muchacho, que se escabulló con la excusa de ir al lavabo con Harry.

—En el fondo, Snape tiene razón —admitió Ron tras contemplarse un minuto en un espejo resquebrajado—. No sé si vale la pena que me presente al examen. No le pillo el truco a la Aparición.

—Podrías apuntarte a las sesiones de práctica complementarias de Hogsmeade y tratar de mejorar un poco —propuso Harry—. Como mínimo será más interesante que intentar meterte en un estúpido aro. Y si tampoco así lo consigues, siempre puedes aplazar el examen y presentarte conmigo el verano que vie… ¡Myrtle! ¡Este lavabo es de chicos!

El fantasma de una niña salió volando del retrete de uno de los cubículos que tenían a la espalda y se quedó suspendido en el aire, mirándolos fijamente con unas gafas gruesas, blancuzcas y redondas.

—¡Ah, sois vosotros! —dijo con desánimo.

—¿A quién esperabas? —preguntó Ron mirándola por el espejo.

—A nadie —contestó Myrtle mientras se tocaba con aire taciturno un grano en la barbilla—. Dijo que vendría a verme otra vez, pero tú también me lo prometiste… —Le lanzó una mirada de reproche a Harry—. Y hace meses que no te veo el pelo. La verdad, he aprendido a no hacerme ilusiones con los chicos —suspiró.

—Creía que vivías en aquel lavabo de chicas —se disculpó Harry, que desde hacía años evitaba escrupulosamente entrar allí.

—Así es —repuso ella y se encogió de hombros, enfurruñada—, pero eso no significa que no pueda ir a otros sitios. Una vez salí y te vi dándote un baño, ¿no te acuerdas?

—Sí, me acuerdo muy bien.

—Creí que yo le gustaba —prosiguió la niña con tono lastimero—. Quizá si os marcharais él volvería a entrar… Tenemos tantas cosas en común… Estoy segura de que él se dio cuenta… —Y miró hacia la puerta, esperanzada.

—Cuando dices que tenéis mucho en común —intervino Ron, que empezaba a encontrar graciosa la conversación—, ¿te refieres a que él también vive en una cañería?

—No —contestó Myrtle, desafiante, y su voz resonó en el viejo lavabo revestido de azulejos—. ¡Quiero decir que es sensible, que la gente también se mete con él, que se siente solo, que no tiene a nadie con quien hablar y que no le da miedo expresar sus sentimientos ni llorar!

—¿Aquí ha habido un chico llorando? —preguntó Harry con curiosidad—. Sería un alumno de primero.

—¡No es asunto tuyo! —exclamó Myrtle con sus pequeños y llorosos ojos clavados en Ron, que ya no disimulaba su sonrisa—. Le prometí que no se lo diría a nadie y me llevaré el secreto a la…

—No irás a decir «a la tumba», ¿verdad? —bufó Ron—. A las cañerías, vale…

Myrtle soltó un grito de rabia y volvió a meterse en el retrete, provocando que el agua salpicara por los lados y mojara el suelo. Al parecer, mofándose de Myrtle, Ron se había animado un poco.

—Tienes razón —le dijo a Harry mientras se colgaba la mochila a la espalda—, me apuntaré a las sesiones de prácticas de Hogsmeade y luego ya decidiré si me presento al examen o no.

Así que el fin de semana siguiente, Ron fue al pueblo con Hermione y los demás alumnos de sexto que cumplían diecisiete años antes del examen, que tendría lugar al cabo de dos semanas. Harry sintió celos cuando los vio prepararse para partir; echaba de menos las excursiones a Hogsmeade, y además era un día de primavera particularmente bonito, uno de los primeros con un cielo despejado tras los meses invernales. Sin embargo, Harry había decidido emplear ese tiempo en volver a intentarlo en la Sala de los Menesteres.

—Sería mejor que fueras al despacho de Slughorn y trataras de sonsacarle ese recuerdo —refunfuñó Hermione en el vestíbulo cuando Harry les confió su plan.

—¡Ya lo he intentado! —se defendió Harry, molesto.

Y era verdad: se había quedado rezagado después de todas las clases de Pociones de esa semana con el propósito de abordar a Slughorn, pero éste siempre se marchaba precipitadamente de la mazmorra. En dos ocasiones había llamado a la puerta del despacho, pero el profesor no le abrió, a pesar de que la segunda vez Harry creyó oír un viejo gramófono que alguien se apresuró a apagar.

—No quiere hablar conmigo, Hermione. Sabe que quiero pillarlo otra vez a solas y no lo va a permitir.

—Pues deberías seguir intentándolo, ¿no crees?

La corta fila de estudiantes que esperaban para pasar ante Filch, que estaba realizando su habitual control con el sensor de ocultamiento, avanzó unos pasos, y Harry no contestó por si lo oía el conserje. Les deseó suerte a sus dos amigos y subió por la escalinata de mármol, decidido a emplear un par de horas en la Sala de los Menesteres, a pesar de lo que opinase Hermione.

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