Harry Potter y el Misterio del Príncipe (22 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—Señor, todavía no nos ha dicho qué hay en ése —dijo Ernie Macmillan señalando el pequeño caldero negro que había en la mesa de Slughorn. La poción que contenía salpicaba alegremente; tenía el color del oro fundido y unas gruesas gotas saltaban como peces dorados por encima de la superficie, aunque no se había derramado ni una partícula.

—¡Aja! —asintió Slughorn. Harry intuyó que al profesor no se le había olvidado esa poción, sino que había esperado a que algún alumno le preguntara para lograr un efecto más impactante—. Sí. Esa. Bueno, ésa, damas y caballeros, es una poción muy curiosa llamada
Felix Felicis
. No tengo ninguna duda, señorita Granger —añadió dándose la vuelta, risueño, y mirando a Hermione, que había soltado un gritito de asombro—, de que sabes qué efecto produce el
Felix Felicis
.

—¡Es suerte líquida! —respondió ella con emoción—. ¡Te hace afortunado!

La clase entera se enderezó un poco en los asientos. Harry ya sólo veía la parte de atrás del lacio cabello rubio de Malfoy, que por fin le dedicaba a Slughorn toda su atención.

—Muy bien. Otros diez puntos para Gryffindor. Sí, el
Felix Felicis
es una poción muy interesante —prosiguió el profesor—. Dificilísima de preparar y de desastrosos efectos si no se hace bien. Sin embargo, si se elabora de manera correcta, como es el caso de ésta, el que la beba coronará con éxito todos sus empeños, al menos mientras duren los efectos de la poción.

—¿Por qué no la bebe todo el mundo siempre, señor? —preguntó Terry Boot.

—Porque su consumo excesivo produce atolondramiento, temeridad y un peligroso exceso de confianza. Ya sabes, todos los excesos son malos… Consumida en grandes cantidades resulta altamente tóxica, pero ingerida con moderación y sólo de forma ocasional…

—¿Usted la ha probado alguna vez, señor? —preguntó Michael Corner.

—Dos veces en la vida —reconoció Slughorn—. Una vez cuando tenía veinticuatro años, y otra a los cincuenta y siete. Dos cucharadas grandes con el desayuno. Dos días perfectos. —Se quedó con la mirada perdida, con aire soñador. Harry pensó que tanto si hacía teatro como si no, estaba logrando la reacción que buscaba—. Y eso —dijo tras regresar a la tierra— es lo que os ofreceré como premio al finalizar la clase de hoy.

Todos guardaron silencio, y durante unos instantes el sonido de cada burbuja y cada salpicadura de las pociones bullentes se multiplicó por diez.

—Una botellita de
Felix Felicis
—añadió Slughorn, y se sacó del bolsillo una minúscula botella de cristal con tapón de corcho que enseñó a sus alumnos—. Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte. Desde el amanecer hasta el ocaso, tendréis éxito en cualquier cosa que os propongáis. Ahora bien, debo advertiros que el
Felix Felicis
es una sustancia prohibida en las competiciones organizadas, como por ejemplo eventos deportivos, exámenes o elecciones. De modo que el ganador sólo podrá utilizarla un día normal. ¡Pero verá cómo éste se convierte en un día extraordinario!

»Veamos —continuó Slughorn, adoptando un tono más enérgico—, ¿cómo podéis ganar mi fabuloso premio? Pues bien, abriendo el libro
Elaboración de pociones avanzadas
por la página diez. Nos queda poco más de una hora, tiempo suficiente para que obtengáis una muestra decente del Filtro de Muertos en Vida. Ya sé que hasta ahora nunca habíais preparado nada tan complicado, y desde luego no espero resultados perfectos, pero el que lo haga mejor se llevará al pequeño
Felix
. ¡Adelante!

Se oyeron chirridos y golpes metálicos cuando los alumnos arrastraron sus calderos y empezaron a añadir pesas a las balanzas, pero no intercambiaron ni una palabra. La concentración que reinaba en el aula era casi tangible. Harry vio a Malfoy hojear febrilmente su ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
; era evidente que se había propuesto conseguir ese día de suerte. Harry se apresuró a abrir el maltratado libro que Slughorn le había prestado.

Le fastidió comprobar que su anterior propietario había escrito notas en las páginas, de modo que los márgenes estaban tan negros como las partes impresas. Acercando la vista a la página para descifrar los ingredientes (pues incluso allí había anotaciones y aparecían tachadas algunas palabras), fue hasta el armario del material para coger rápidamente lo que necesitaba. Cuando volvía presuroso hacia su caldero, vio a Malfoy cortando raíces de valeriana a toda prisa.

Cada alumno echaba vistazos alrededor para ver qué hacía el resto de la clase; eso era la gran ventaja y el gran inconveniente de las clases de Pociones: resultaba difícil que unos no espiaran el trabajo de los otros. Al cabo de diez minutos, el aula se había llenado de un vapor azulado. Como siempre, Hermione llevaba la delantera. Su poción ya se había convertido en «un líquido homogéneo de color grosella negra», como el libro describía la etapa intermedia ideal.

Después de trocear las raíces que había cogido, Harry volvió a inclinarse sobre el libro. Resultaba muy incómodo descifrar las indicaciones que daban los estúpidos garabatos de su anterior dueño, que por algún motivo había tachado «cortar el grano de sopóforo». En su lugar había anotado una instrucción alternativa: «aplastar con la hoja de una daga de plata; se obtiene más jugo que cortando».

—Señor, seguro que conoció usted a mi abuelo, Abraxas Malfoy.

Harry levantó la cabeza; Slughorn pasaba en ese momento por la mesa de Slytherin.

—Así es —asintió Slughorn sin mirar a Malfoy—. Sentí mucho enterarme de su muerte, aunque no fue nada inesperado, por supuesto: viruela de dragón a su edad…

Y siguió caminando. Harry se inclinó de nuevo sobre su caldero y sonrió. Malfoy se había llevado un chasco, pues esperaba que lo trataran como a él o a Zabini, o quizá confiaba en gozar de un trato preferente como el que siempre había recibido de Snape. Al parecer, Malfoy tendría que valerse únicamente de su talento para ganar la botella de
Felix Felicis
.

A Harry le estaba costando mucho cortar su grano de sopóforo. Así que miró a Hermione y le pidió prestado su cuchillo de plata.

Ella asintió sin apartar los ojos de su poción, que todavía tenía un color morado oscuro, aunque según el libro ya debería haberse vuelto de un lila más claro.

Harry aplastó el reseco grano con la hoja de la daga y se sorprendió al ver que, de inmediato, éste exudaba tal cantidad de jugo que parecía mentira que lo hubiera contenido. Lo metió deprisa en el caldero y observó, fascinado, cómo la poción adquiría al instante el tono exacto de lila descrito en el libro.

Se le pasó de golpe el enfado con el anterior propietario y leyó la siguiente línea de instrucciones. Según el libro, la poción debía removerse en sentido contrario a las agujas del reloj hasta que se volviera transparente como el agua. Sin embargo, según el comentario añadido por aquel desconocido, debía removerse una vez en el sentido de las agujas del reloj después de cada siete veces en sentido contrario. ¿Y si acertaba de nuevo?

Harry removió la poción en sentido contrario a las agujas del reloj siete veces, contuvo el aliento y removió una vez en el sentido de las agujas del reloj. El efecto fue inmediato: la poción se tornó rosa claro.

—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Hermione, que tenía las mejillas encendidas y el cabello cada vez más encrespado a causa de los vapores que rezumaba su caldero; su poción todavía presentaba un color morado intenso.

—Remueve una vez en el sentido de las agujas del reloj…

—¡No, no, el libro dice que hay que remover en sentido contrario a las agujas del reloj! —se empeñó ella.

Harry se encogió de hombros y siguió con lo suyo. Siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj, una en el sentido de las agujas del reloj, pausa; siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj…

Al otro lado de la mesa, Ron maldecía por lo bajo; su poción parecía regaliz líquido. Harry miró alrededor y comprobó que ninguna poción se había vuelto tan clara como la suya. Estaba eufórico, algo que nunca le había pasado en esa mazmorra.

—¡Tiempo! —anunció Slughorn—. ¡Parad de remover, por favor!

A continuación se paseó despacio entre las mesas mirando en el interior de los calderos. No hacía ningún comentario, pero de vez en cuando agitaba un poco alguna poción, o la olfateaba. Al fin llegó a la mesa de Harry, Ron, Hermione y Ernie. Sonrió con indulgencia al ver la sustancia parecida al alquitrán que había obtenido Ron, pasó por alto el brebaje azul marino de Ernie y al ver la poción de Hermione asintió en señal de aprobación. Entonces vio la de Harry, y una expresión de júbilo le iluminó el rostro.

—¡He aquí el ganador, sin duda! —exclamó para que lo oyeran todos—. ¡Excelente, Harry, excelente! ¡Caramba, es evidente que has heredado el talento de tu madre! Lily tenía muy buena mano para las pociones. Así pues, aquí tienes: una botella de
Felix Felicis
, ¡y empléala bien!

Harry se guardó la botellita de líquido dorado en el bolsillo interior de la túnica; sentía una extraña mezcla de satisfacción ante las miradas rabiosas de los alumnos de Slytherin y de culpa ante la visible decepción de Hermione. Ron estaba sencillamente atónito.

—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó ella cuando salieron de la mazmorra.

—Supongo que he tenido suerte —contestó Harry porque Malfoy estaba cerca y podía oírlos.

Pero a la hora de comer, una vez instalados en la mesa de Gryffindor, Harry se sintió lo bastante a salvo de indiscreciones para contarles la verdad a sus amigos. La mirada de Hermione se iba endureciendo a cada palabra que pronunciaba Harry.

—Supongo que no pensarás que he hecho trampas —concluyó el muchacho, exasperado por la cara con que lo miraba su amiga.

—Hombre, tampoco puede decirse que hayas hecho el trabajo tú solo —repuso ella con frialdad.

—Lo único que hizo fue seguir unas instrucciones distintas de las que seguiste tú —razonó Ron—. El resultado habría podido ser catastrófico, ¿no? Pero Harry se arriesgó y le salió bien. —Exhaló un suspiro—. Slughorn habría podido darme a mí ese libro, pero no, a mí me dio uno sin ninguna anotación. Eso sí, creo que alguien le vomitó encima en la página cincuenta y dos…

—Un momento —dijo una voz cerca del oído de Harry, y el muchacho percibió una vaharada del perfume floral que había olido en la mazmorra de Slughorn. Era Ginny, que se unía a ellos—. ¿He oído bien? ¿Has seguido las instrucciones anotadas por alguien en un libro, Harry?

Ginny parecía enfadada y alarmada. Harry enseguida supo en qué estaba pensando.

—Descuida —la tranquilizó, bajando la voz—. No tiene nada que ver con… el diario de Ryddle. Sólo se trata de un viejo libro de texto en el que alguien hizo unos garabatos.

—Pero tú has hecho lo que ponía el libro, ¿no?

—Sólo probé algunos consejos anotados en los márgenes. En serio, Ginny, no hay nada de raro en…

—Ginny tiene razón —coincidió Hermione volviendo a animarse—. Tenemos que comprobar que no sea nada raro. Quién sabe, esas extrañas instrucciones…

—¡Eh! —protestó Harry al ver que su amiga le sacaba el viejo ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
de la mochila y levantaba la varita.


¡Specialis revelio!
—exclamó Hermione, y golpeó la cubierta del libro con la punta de la varita.

No pasó nada. El libro siguió allí, igual de viejo, sucio y sobado que antes, sin alterarse lo más mínimo.

—¿Has terminado? —dijo Harry, molesto—. ¿O quieres esperar por si se pone a dar volteretas?

—Parece normal —admitió ella, pero siguió observándolo con recelo—. Es decir, parece… un libro de texto normal y corriente.

—Estupendo. Entonces me lo llevo —repuso él, agarrándolo, pero el libro se le escurrió y fue a parar abierto al suelo.

Harry se agachó para recogerlo y vio algo anotado en la última página. Tenía la misma caligrafía pequeña y apretada de las instrucciones gracias a las cuales había ganado la botella de
Felix Felicis
, que ya había guardado dentro de un calcetín que, a su vez, había escondido en su baúl. La anotación rezaba:

Este libro es propiedad del Príncipe Mestizo.

10
La casa de los Gaunt

En las clases de Pociones del resto de la semana, Harry siguió poniendo en práctica los consejos del Príncipe Mestizo siempre que diferían de las instrucciones de Libatius Borage, de modo que en la cuarta clase Slughorn ya deliraba sobre las habilidades de Harry y aseguraba que pocas veces había tenido un alumno de tanto talento.

Esas alabanzas no les hacían ninguna gracia a Ron y Hermione. Pese a que Harry les había ofrecido compartir su libro, a Ron le costaba mucho descifrar la caligrafía del misterioso príncipe y Harry no podía leerle en voz alta todo el rato, porque habría levantado sospechas. Por su parte, Hermione se mantuvo firme y siguió trabajando con lo que ella denominaba «instrucciones oficiales», pero cada vez estaba más malhumorada porque éstas daban peores resultados que las del príncipe.

De vez en cuando, Harry se preguntaba quién habría sido ese personaje. Aunque la cantidad de deberes que les mandaban le impedía leer de cabo a rabo su ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
, lo había ojeado lo suficiente para comprobar que apenas quedaba una página que no contuviese anotaciones al margen. Pero no todas estaban relacionadas con la elaboración de pociones, sino que algunas parecían hechizos inventados por el propio príncipe.

—O por «ella» —puntualizó Hermione después de oír cómo Harry le exponía esas ideas a Ron en la sala común, el sábado después de la cena—. A lo mejor era una chica. Creo que la letra parece más de chica que de chico.

—Firma «el Príncipe Mestizo» —le recordó Harry—. ¿Cuántas chicas conoces que sean «príncipes»?

Hermione no supo cómo rebatir ese argumento, así que se limitó a fruncir el entrecejo y retirar su redacción «Los principios de la rematerialización» del alcance de Ron, que intentaba leerla al revés.

Harry miró la hora en su reloj y guardó el misterioso libro en su mochila.

—Son las ocho menos cinco, tengo que irme o llegaré tarde a mi cita con Dumbledore.

—¡Oh! —exclamó Hermione, agrandando los ojos—. ¡Buena suerte! Te esperaremos levantados, estamos ansiosos por saber qué quiere enseñarte.

—Que te vaya bien —dijo Ron, y los dos se quedaron mirando cómo Harry salía por el hueco del retrato.

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