Harry Potter. La colección completa (376 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Le he traído flores —dijo con voz queda, y creó un ramo de rosas de la nada.

—¡Qué pillín! ¡No hacía ninguna falta! —repuso la anciana Hepzibah con voz chillona, pero Harry se fijó en que había un jarrón vacío dispuesto en la mesita más cercana—. Me mimas demasiado, Tom. Pero siéntate, siéntate. ¿Dónde está Hokey? Ah, aquí…

La elfina apareció presurosa con una bandeja de pastelitos que dejó al alcance de su ama.

—Sírvete tú mismo, Tom —ofreció Hepzibah—, sé que te encantan mis pasteles. Cuéntame, ¿cómo estás? Te veo pálido. En esa tienda te hacen trabajar demasiado, te lo he dicho cien veces… —Voldemort sonrió como un autómata y Hepzibah compuso una sonrisa tonta—. Y bien, ¿a qué se debe tu visita esta vez? —preguntó pestañeando con coquetería.

—El señor Burke quiere mejorar su oferta por esa armadura fabricada por duendes —contestó Voldemort—. Le ofrece quinientos galeones. Dice que es una suma más que razonable…

—¡Espera, espera! No tan deprisa, o pensaré que sólo vienes a verme por mis alhajas —repuso Hepzibah haciendo pucheros.

—Me envían aquí por ellas —repuso Voldemort con calma—. Señora, yo sólo soy un pobre dependiente que hace lo que le mandan. El señor Burke quiere que le pregunte…

—¡Uy, el señor Burke! ¡Tonterías! —lo cortó Hepzibah con un floreo de la mano—. ¡Voy a enseñarte una cosa que nunca le he mostrado al señor Burke! ¿Sabes guardar un secreto, Tom? ¿Me prometes que no le dirás que lo tengo? ¡Él no me dejaría en paz si supiera que te lo he enseñado, pero no pienso vendérselo a Burke ni a nadie! Pero tú, Tom, seguro que lo valorarás por su historia y no por los galeones que podrías conseguir con él…

—Será un placer ver cualquier cosa que la señora Hepzibah tenga a bien enseñarme —replicó el joven sin alterar el tono, y Hepzibah soltó otra risita ingenua.

—Le pedí a Hokey que lo trajera… ¿Dónde estás, Hokey? Quiero enseñarle al señor Ryddle nuestro tesoro más valioso. Mira, ya que estamos en ello, trae los dos…

—Aquí tiene, señora —dijo la estridente voz de la elfina, y Harry vio dos cajas de piel, una encima de otra, que cruzaban la habitación como por voluntad propia, aunque sabía que la diminuta elfina las sostenía encima de la cabeza mientras se abría paso entre mesas, pufs y taburetes.

—Eso es —dijo Hepzibah con jovialidad, y cogió las cajas, se las puso sobre el regazo y se dispuso abrir la primera—. Me parece que esto te va a gustar, Tom… ¡Si mi familia supiera que te la he enseñado…! Están deseando apropiársela.

La mujer abrió la tapa. Harry se acercó un poco y distinguió lo que parecía una pequeña copa de oro con dos asas finamente cinceladas.

—A ver si sabes qué es, Tom. Cógela y examínala —susurró Hepzibah.

Voldemort tendió su mano de largos dedos e, introduciendo el índice por un asa, levantó la copa con cuidado de su mullido envoltorio de seda. A Harry le pareció percibir un destello rojo en los oscuros ojos de Voldemort. Curiosamente, su expresión de codicia se reflejaba en el rostro de Hepzibah, cuyos diminutos ojos estaban clavados en las hermosas facciones del joven.

—Un tejón —murmuró Voldemort al examinar el grabado de la copa—. Eso significa que pertenecía a…

—¡Helga Hufflepuff, como tú bien sabes porque eres un chico muy inteligente! —exclamó Hepzibah. Se inclinó hacia delante con un crujido de corsés y le pellizcó la hundida mejilla—. ¿Nunca te he dicho que soy descendiente suya? Esta copa lleva años pasando de padres a hijos. ¿Verdad que es preciosa? Además, dicen que posee poderes asombrosos, pero eso nunca lo he comprobado porque siempre la he tenido guardada aquí, a salvo…

Recuperó la copa, sostenida por el largo dedo índice de Voldemort, y la devolvió con cuidado a su caja, esforzándose en colocarla en su posición original, de modo que no reparó en la sombra que cruzó el semblante del joven al quedarse sin la copa.

—A ver —prosiguió Hepzibah con alegría—, ¿dónde está Hokey? ¡Ah, sí, aquí estás! Esta ya puedes llevártela…

La elfina, obediente, la cogió y Hepzibah dirigió su atención a la otra caja, bastante más plana.

—Me parece que esto te va a gustar aún más, Tom —susurró—. Acércate un poco, querido, para que puedas ver… Burke sabe que lo tengo, desde luego. Se lo compré a él y creo que no me equivoco si digo que le encantaría recuperarlo el día que yo me vaya…

Deslizó el delgado y afiligranado cierre y abrió la caja. Sobre el liso terciopelo encarnado había un voluminoso guardapelo de oro.

Esta vez Voldemort tendió la mano antes de que lo invitaran a hacerlo, cogió el guardapelo, lo acercó a la luz y lo examinó con gran atención.

—La marca de Slytherin —murmuró con embeleso mientras la luz arrancaba destellos a una ornamentada «S».

—¡Exacto! —confirmó Hepzibah, complacida por el interés del joven—. Me costó una fortuna, pero no podía dejar escapar semejante tesoro; tenía que conseguirlo para mi colección. Al parecer, Burke se lo compró a una andrajosa que seguramente lo había robado, aunque no tenía ni idea de su verdadero valor…

Esta vez no hubo ninguna duda: los ojos de Voldemort lanzaron un destello rojo al escuchar aquellas palabras, y Harry vio cómo apretaba con fuerza el puño con que asía la cadena del guardapelo.

—Supongo que Burke le pagó una miseria, pero ya lo ves… ¿Verdad que es precioso? Y también se le atribuyen todo tipo de poderes, aunque yo me limito a tenerlo bien guardadito aquí…

Estiró el brazo para recuperar el guardapelo. Por un instante Harry pensó que Voldemort no lo soltaría, pero la cadena se le deslizó entre los dedos y finalmente la joya volvió a reposar en el terciopelo rojo.

—¡Ya lo has visto, querido Tom, y espero que te haya gustado! —Hepzibah lo miró a los ojos, radiante, pero de pronto su sonrisa flaqueó—. ¿Te encuentras bien, querido?

—Sí, sí —dijo Voldemort con un hilo de voz—. Sí, estoy perfectamente…

—Pero me ha parecido… —replicó la mujer con un fugaz matiz de inquietud—. Bueno, habrá sido un efecto óptico. —Harry dedujo que ella también había vislumbrado aquel destello rojo en los ojos de Voldemort—. Toma, Hokey, llévate estas cajas y guárdalas bajo llave… y haz los sortilegios de siempre.

—Tenemos que irnos, Harry —anunció Dumbledore con voz queda, y en tanto la pequeña elfina se alejaba con las cajas, el anciano profesor volvió a agarrar a Harry por el brazo y juntos se elevaron, se sumieron en aquella misteriosa negrura y regresaron al despacho del director.

—Hepzibah Smith murió dos días después de esa breve escena —explicó Dumbledore mientras volvía a su asiento e indicaba a Harry que se sentara también—. El ministerio condenó a Hokey por el envenenamiento accidental del chocolate de su ama.

—¡No puedo creerlo! —exclamó Harry, indignado.

—Veo que somos de la misma opinión. Ciertamente, hay varias coincidencias entre esa muerte y la de los Ryddle. En ambos casos culparon a otra persona, a alguien que recordaba con claridad haber causado la muerte…

—¿Hokey confesó?

—Recordaba haber puesto algo en el chocolate de su ama que resultó no ser azúcar, sino un veneno mortal poco conocido. Y llegaron a la conclusión de que la elfina no lo había puesto a propósito, sino que como era muy anciana y muy despistada…

—¡Voldemort modificó su memoria, igual que hizo con Morfin!

—Sí, ésa es la conclusión a la que llegué yo también. Pero, como en el caso de Morfin, el ministerio estaba predispuesto a sospechar de Hokey…

—… porque era una elfina doméstica —terminó Harry. Pocas veces había estado más de acuerdo con la sociedad que había creado Hermione, la
PEDDO
.

—Exacto —confirmó Dumbledore—. Era muy mayor y como admitió haber puesto algo en la bebida, nadie del ministerio se molestó en seguir investigando. Igual que en el caso de Morfin, cuando di con ella y conseguí extraerle ese recuerdo, la elfina estaba a punto de morir; pero, como comprenderás, lo único que demuestra su recuerdo es que Voldemort conocía la existencia de la copa y el guardapelo.

«Cuando condenaron a Hokey, la familia de Hepzibah ya sabía que faltaban dos de los más preciados tesoros de la anciana bruja. Tardaron un tiempo en averiguarlo porque la mujer tenía muchos escondites; siempre había guardado celosamente su colección. Pero, antes de que los parientes comprobaran que la copa y el guardapelo habían desaparecido, el dependiente que trabajaba en Borgin y Burkes, aquel joven que había visitado a menudo a Hepzibah y la había conquistado con sus encantos, dejó su empleo y se marchó. Los dueños de la tienda ignoraban adónde había ido y estaban tan asombrados como todo el mundo de su marcha. Y durante mucho tiempo nadie volvió a ver ni oír hablar de Tom Ryddle.

»Y ahora, Harry, si no te importa, me gustaría detenerme una vez más para dirigir tu atención hacia ciertos aspectos de nuestra historia. Voldemort había cometido otro asesinato; ignoro si fue el primero desde que matara a los Ryddle, pero creo que sí. Esta vez, como habrás observado, no mató por venganza, sino para obtener un beneficio. Quería poseer los dos fabulosos tesoros que le había enseñado aquella pobre y obsesionada anciana. Primero robaba a los otros niños del orfanato, luego le sustrajo el anillo a su tío Morfin y después se apropió de la copa y el guardapelo de Hepzibah.

—Pero qué raro que lo arriesgara todo —dijo Harry frunciendo el entrecejo— y dejara su empleo sólo por esos…

—Quizá tú lo encuentres raro, pero Voldemort no —aclaró Dumbledore—. Espero que entiendas, en su debido momento, qué significaban con exactitud para él esos objetos, pero admitirás que no es difícil imaginar que, como mínimo, considerara que el guardapelo era suyo por legítimo derecho.

—El guardapelo quizá sí, pero ¿por qué se llevó también la copa?

—Porque había pertenecido a una de las fundadoras de Hogwarts. Creo que Voldemort conservaba un fuerte vínculo con el colegio y no pudo resistirse a un objeto tan importante de su historia. Y si no me equivoco, también había otros motivos… Espero poder mostrártelos a su debido tiempo.

»Y ahora voy a enseñarte el último recuerdo, al menos hasta que consigas sonsacarle ese otro al profesor Slughorn. Entre el recuerdo de Hokey y éste hay un período de diez años acerca de los cuales sólo podemos especular…

Harry se puso de pie otra vez mientras Dumbledore vaciaba el último recuerdo en el
pensadero
.

—¿De quién es este recuerdo? —preguntó el muchacho.

—Mío.

Y Harry se sumergió detrás del anciano profesor en el movedizo líquido plateado y aterrizó en el mismo despacho del que acababa de salir:
Fawkes
dormía apaciblemente en su percha y sentado a la mesa se hallaba Dumbledore, cuyo aspecto era muy parecido al del Dumbledore que estaba de pie al lado de Harry, aunque tenía ambas manos intactas y quizá menos arrugas en el rostro. La única diferencia entre el despacho del presente y ese otro era que en el del pasado estaba nevando; unos azulados copos caían tras la ventana, destacándose contra la oscuridad, y se acumulaban en el alféizar.

Daba la impresión de que el Dumbledore más joven esperaba que ocurriera algo, y, en efecto, poco después llamaron a la puerta y el director dijo: «Pase.»

A Harry se le escapó un grito ahogado al ver entrar a Voldemort. Sus facciones no eran las mismas que el muchacho había visto surgir del gran caldero de piedra casi dos años atrás: no recordaban tanto a una serpiente, los ojos todavía no se habían vuelto rojos y la cara aún no parecía una máscara; sin embargo, aquél ya no era el atractivo Tom Ryddle. Era como si el rostro se le hubiera quemado y desdibujado: sus rasgos tenían un extraño aspecto, ceroso y deforme, y el blanco de los ojos estaba enrojecido, aunque las pupilas aún no se habían convertido en las finas rendijas que Harry había visto en otras ocasiones. Llevaba una larga capa negra y tenía el semblante tan blanco como la nieve que le relucía sobre los hombros.

El Dumbledore que estaba sentado a la mesa no dio muestras de sorpresa. Resultaba evidente que la visita estaba concertada.

—Buenas noches, Tom —saludó Dumbledore—. ¿Quieres sentarte, por favor?

—Gracias —respondió Voldemort, y ocupó el asiento que le señalaba, el mismo del que Harry acababa de levantarse en el presente—. Me enteré de que lo habían nombrado director —dijo con una voz ligeramente más alta y fría que antes—. Una loable elección.

—Me alegro de que la apruebes —replicó Dumbledore con una sonrisa—. ¿Te apetece beber algo?

—Sí, gracias. Vengo de muy lejos.

Dumbledore se levantó y fue hasta el armario donde ahora guardaba el
pensadero
, pero que entonces era una especie de mueble-bar. Tras ofrecer a Voldemort una copa de vino y llenar otra para él, volvió a sentarse.

—Y bien, Tom… ¿a qué debo el honor de tu visita?

Voldemort no contestó enseguida, sino que antes bebió un sorbo de vino.

—Ya no me llaman «Tom» —puntualizó—. Ahora me conocen como…

—Ya sé cómo te conocen —lo interrumpió Dumbledore sonriendo con cordialidad—. Pero para mí siempre serás Tom Ryddle. Me temo que ésa es una de las cosas más fastidiosas de los viejos profesores: que nunca llegan a olvidar los años de juventud de sus pupilos.

Alzó su copa como si brindara con Voldemort, cuyo semblante permanecía inexpresivo. Sin embargo, Harry notó que la atmósfera de la habitación cambiaba de forma sutil: la negativa de Dumbledore a utilizar el nombre que Voldemort había elegido significaba que no le permitía dictar los términos de la reunión, y Harry se percató de que él así lo había interpretado.

—Me sorprende que usted haya permanecido tanto tiempo aquí —dijo Voldemort tras una breve pausa—. Siempre me pregunté por qué un mago de su categoría nunca había querido abandonar el colegio.

—Verás —repuso Dumbledore sin dejar de sonreír—, para un mago de mi categoría no hay nada más importante que transmitir la sabiduría ancestral y ayudar a aguzar la mente de los jóvenes. Si no recuerdo mal, en una ocasión tú también sentiste el atractivo de la docencia.

—Y todavía lo siento —dijo Voldemort—. Sólo me preguntaba por qué usted… por qué un mago al que el ministerio le pide tan a menudo consejo y al que en dos ocasiones, creo, le han ofrecido el cargo de ministro…

—De hecho ya van tres veces —precisó Dumbledore—. Pero el ministerio nunca me atrajo como carrera profesional. Ésa es otra cosa que tenemos en común.

Voldemort inclinó la cabeza, sin sonreír, y bebió otro sorbo de vino. Dumbledore no interrumpió el silencio sino que esperó, con gesto de tranquila expectación, a que su interlocutor hablara primero.

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