Harry Potter. La colección completa (373 page)

Read Harry Potter. La colección completa Online

Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
2.92Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Estaba esperando que volvieras —dijo McLaggen sin prestar atención a la varita de Harry—. Debo de haberme quedado dormido. Mira, vi cómo se llevaban a Weasley a la enfermería y no creo que pueda jugar en el partido de la semana que viene.

Harry tardó unos segundos en comprender lo que insinuaba McLaggen.

—Ah, ya… El partido de
quidditch
—dijo. Se guardó la varita en el cinturón de los vaqueros y, cansado, se mesó el pelo—. Es verdad, quizá no pueda jugar.

—Entonces me pondrás a mí de guardián, ¿no?

—Sí… supongo que sí. —No se le ocurría ningún argumento en contra; al fin y al cabo, después de Ron, McLaggen era el que había parado más lanzamientos el día de las pruebas.

—Estupendo. ¿Cuándo es el entrenamiento?

—¿Qué? ¡Ah, sí! Hay uno mañana por la noche.

—Perfecto. Oye, Potter, antes tendríamos que hablar un poco. Se me han ocurrido algunas ideas sobre estrategia que quizá te resulten útiles.

—Vale —dijo Harry sin entusiasmo—. Pero ya me las explicarás mañana porque ahora estoy muy cansado. Buenas noches…

La noticia de que habían envenenado a Ron se extendió como la pólvora al día siguiente, pero no causó tanta conmoción como la agresión sufrida por Katie. Por lo visto, la gente creía que podía tratarse de un accidente, dado que Ron se hallaba en el despacho del profesor de Pociones en el momento del envenenamiento; además, como le habían dado un antídoto de inmediato, en realidad no le había pasado nada grave. De hecho, a la mayoría de los estudiantes de Gryffindor les interesaba más el próximo partido de
quidditch
contra Hufflepuff, ya que muchos querían ver cómo castigaban a Zacharias Smith, que jugaba de cazador en el equipo de esa casa, a causa de los comentarios que había hecho por el megáfono mágico durante el partido inaugural contra Slytherin.

En cambio, a Harry nunca le había interesado menos el
quidditch
; estaba cada vez más obsesionado con Draco Malfoy. Examinaba el mapa del merodeador siempre que tenía ocasión y a veces daba rodeos hasta donde solía estar Malfoy, pero todavía no lo había sorprendido haciendo nada extraño. Sin embargo, seguían existiendo esos momentos inexplicables en que Malfoy desaparecía por completo del mapa.

Pero Harry no tenía mucho tiempo para darle vueltas a ese problema porque estaba muy ocupado con los entrenamientos de
quidditch
, los deberes y el hecho de que Cormac McLaggen y Lavender Brown lo seguían allá donde fuera.

Harry no sabía quién de los dos era más pesado porque McLaggen no paraba de lanzarle indirectas de que le convenía más tenerlo a él como guardián titular que a Ron, y afirmaba que cuando lo viera jugar varias veces seguidas acabaría convenciéndose; también le encantaba criticar a los otros jugadores y le proporcionaba detallados ejercicios de entrenamiento, de modo que en varias ocasiones Harry tuvo que recordarle quién era el capitán del equipo.

Por su parte, Lavender continuaba acercándosele con sigilo para hablarle de Ron, y Harry consideraba que eso era aún más agotador que las lecciones de
quidditch
de McLaggen. Al principio a Lavender le molestó mucho que nadie le hubiera informado de que Ron estaba en la enfermería («¡Hombre, soy su novia!»), pero por desgracia decidió perdonarle a Harry ese fallo de memoria y optó por mantener con él frecuentes y exhaustivas charlas acerca de los sentimientos de Ron, una experiencia sumamente desagradable a la que Harry habría renunciado de buen grado.

—Oye, ¿por qué no hablas con Ron de esto? —le sugirió Harry tras un interrogatorio particularmente extenso que lo abarcaba todo, desde lo que había dicho exactamente Ron acerca de su nueva túnica de gala hasta si Harry creía o no que su amigo consideraba «seria» su relación con ella.

—¡Lo haría si pudiera, pero cuando entro a verlo siempre está durmiendo! —se quejó Lavender.

—¿Ah, sí? —se asombró Harry, pues él lo encontraba completamente despierto todas las veces que subía a la enfermería, muy interesado en las noticias sobre la disputa entre Dumbledore y Snape y dispuesto a insultar a McLaggen en cuanto fuera posible.

—¿Sigue yendo a visitarlo Hermione Granger? —preguntó de pronto Lavender.

—Sí, me parece que sí. Es lo normal, ¿no? Son amigos —contestó Harry, un tanto incómodo.

—¿Amigos? No me hagas reír. ¡Ella pasó semanas sin dirigirle la palabra cuando Ron empezó a salir conmigo! Pero supongo que quiere hacer las paces con él ahora que se ha vuelto tan interesante…

—¿Crees que es interesante que te envenenen? En fin, lo siento, tengo que irme… Mira, ahí viene McLaggen para hablar de
quidditch
conmigo —añadió Harry sin despegarse de la pared, y, tras colarse por una puerta, echó a correr por el atajo que lo llevaría hasta el aula de Pociones, adonde, por fortuna, ni Lavender ni McLaggen podían seguirlo.

El día del partido de
quidditch
contra Hufflepuff, Harry pasó por la enfermería antes de ir al campo. Ron estaba muy nervioso; la señora Pomfrey no lo dejaba bajar a ver el partido porque creía que eso podía sobreexcitarlo.

—¿Qué tal va McLaggen? —preguntó. Al parecer no se acordaba de que ya le había hecho esa pregunta dos veces.

—Ya te lo he dicho —respondió Harry sin perder la paciencia—, no querría quedármelo aunque fuera un jugador de talla mundial. No para de decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer y se cree que jugaría mejor que los demás en cualquier posición. Estoy deseando librarme de él. Y hablando de librarse de pesados —añadió mientras se ponía en pie y cogía su Saeta de Fuego—, ¿quieres hacer el favor de no hacerte el dormido cuando Lavender viene a verte? Me está volviendo loco a mí también.

—Oh —dijo Ron, avergonzado—. Sí, vale.

—Si ya no quieres salir con ella, díselo.

—Ya… Es que… no es tan fácil, ¿sabes? —Hizo una pausa y añadió fingiendo indiferencia—: ¿Vendrá Hermione a verme antes del partido?

—No, ya ha bajado al campo con Ginny.

—Oh —repitió Ron, ahora apenado—. Vale. Buena suerte. Espero que machaques a McLag… quiero decir a Smith.

—Lo intentaré —dijo Harry, y se echó la escoba al hombro—. Volveré después del partido.

Se apresuró por los desiertos pasillos. No quedaba ni un estudiante en el colegio: todos estaban fuera, sentados ya en el estadio o dirigiéndose hacia él. Mientras Harry oteaba por las ventanas que encontraba a su paso, intentando calcular la fuerza del viento, oyó pasos y miró al frente. Era Malfoy, que caminaba hacia él acompañado por dos chicas que ponían morritos.

Al verlo, Malfoy se detuvo, pero luego soltó una risa forzada y siguió andando.

—¿Adónde vas? —le preguntó Harry.

—A ti te lo voy a decir. ¡Como si fuera asunto tuyo, Potter! —se burló Malfoy—. Date prisa, todo el mundo está esperando al «capitán elegido», al «niño que marcó» o como sea que te llamen últimamente.

A una de las chicas se le escapó una risita tonta. Harry la miró a los ojos y ella se ruborizó. Malfoy lo apartó de un empujón y prosiguió su camino; las dos muchachas lo siguieron al trote hasta que el grupo se perdió de vista tras un recodo.

Harry se quedó plantado mientras los veía desaparecer. Era desesperante: no tenía ningún margen de tiempo si quería llegar puntual al partido y, sin embargo, allí estaba Malfoy merodeando por los pasillos mientras el resto del colegio se encontraba fuera. Es decir, aquélla era la ocasión ideal para descubrir qué tramaba, y él iba a desperdiciarla. Pasaron los segundos sin que se oyese el vuelo de una mosca y Harry aún vacilaba; estaba como paralizado, mirando fijamente el sitio por donde Malfoy había desaparecido…

—¿Dónde estabas? —le preguntó Ginny cuando él entró a toda prisa en el vestuario. El equipo ya se había cambiado y estaba preparado: Coote y Peakes, los golpeadores, se daban en las piernas con los bates, impacientes.

—Me he encontrado a Malfoy —le confió Harry en voz baja mientras se ponía la túnica escarlata por la cabeza.

—¿Y qué?

—Pues que quería enterarme de qué hacía en el castillo con un par de amigas mientras todos los demás están aquí abajo.

—¿Tanta importancia tiene eso ahora?

—Bueno, desde aquí no creo que lo averigüe, ¿no? —repuso Harry agarrando su Saeta de Fuego y ajustándose las gafas—. ¡Vamos, chicos!

Y sin más salió al terreno de juego en medio de atronadores vítores y abucheos. Hacía poco viento y había algunas nubes por las que de vez en cuando asomaban deslumbrantes destellos de sol.

—¡Hace un tiempo engañoso! —advirtió McLaggen al equipo como si fuese su líder—. Coote, Peakes, volad por las zonas de sombra para que no os vean venir…

—McLaggen, el capitán soy yo, así que deja de darles instrucciones —terció Harry, enfadado—. ¡Sube a los postes de gol!

Cuando McLaggen se hubo alejado, Harry se volvió hacia Coote y Peakes y, de mala gana, les ordenó:

—Manteneos alejados de las zonas soleadas.

Luego le estrechó la mano al capitán de Hufflepuff, y, tan pronto la señora Hooch hizo sonar el silbato, dio una patada en el suelo y se remontó con la escoba hasta situarse por encima del resto de su equipo, volando alrededor del campo en busca de la
snitch
. Si conseguía atraparla pronto quizá pudiera volver al castillo, coger el mapa del merodeador y averiguar qué estaba haciendo Malfoy.

—Allá va Smith, de Hufflepuff, con la
quaffle
—informó una voz suave por los altavoces—. Smith hizo de comentarista en el último partido y Ginny Weasley chocó contra él (yo diría que a propósito, o al menos eso pareció). Smith se despachó a gusto con Gryffindor; espero que lo lamente ahora que tiene que jugar contra ellos… ¡Oh, mirad, ha perdido la
quaffle
! Se la ha arrebatado Ginny. Esta chica me cae bien, es muy simpática…

Harry miró hacia el estrado del comentarista. ¿A quién en su sano juicio se le habría ocurrido pedirle a Luna Lovegood que comentara el partido? Ni siquiera desde aquella altura se podía confundir su largo cabello rubio oscuro, ni el collar de corchos de cerveza de mantequilla. La profesora McGonagall, que estaba al lado de Luna, parecía un tanto incómoda, como si dudase que la muchacha fuera la más indicada para hacer de comentarista.

—… pero ahora ese gordo de Hufflepuff le ha quitado la
quaffle
a Ginny; no recuerdo su nombre, se llama Bibble o algo así… No, Buggins…

—¡Es Cadwallader! —la corrigió la profesora McGonagall a voz en grito, y provocó las risas del público.

Harry escudriñó alrededor buscando la
snitch
, pero no la vio por ninguna parte. Cadwallader marcó un tanto y McLaggen se puso a gritar criticando a Ginny por dejar que le arrebataran la
quaffle
. A consecuencia de su distracción no vio cómo la gran pelota roja pasaba a toda velocidad rozándole la oreja derecha.

—¡Haz el favor de estar atento a lo que haces y deja en paz a los demás, McLaggen! —bramó Harry dando media vuelta para mirar a su guardián.

—¡Pues tú no das muy buen ejemplo! —replicó McLaggen, furioso y con las mejillas encendidas.

—Y ahora Harry Potter se ha puesto a discutir con su guardián —dijo Luna con calma mientras los seguidores de Hufflepuff y Slytherin lanzaban vítores y silbidos desde las gradas—. No creo que eso lo ayude a encontrar la
snitch
, pero quizá sea una hábil estratagema…

Harry se dio la vuelta de nuevo, soltando improperios, y volvió a describir círculos por el campo escudriñando el cielo en busca de alguna señal de la pelotita dorada y con alas.

Ginny y Demelza marcaron un gol cada una, y los seguidores ataviados de rojo y dorado que ocupaban el sector de las gradas reservado a Gryffindor tuvieron algo de que alegrarse. Entonces Cadwallader volvió a marcar y consiguió el empate, pero Luna no pareció darse cuenta; por lo visto, no tenía el menor interés por algo tan trivial como el tanteo del partido y trataba de dirigir la atención del público hacia otras cosas, como las caprichosas formas de las nubes o la posibilidad de que Zacharias Smith, que hasta ese momento no había logrado conservar la
quaffle
más de un minuto, sufriera algo llamado «peste del perdedor».

—¡Setenta a cuarenta a favor de Hufflepuff! —gruñó la profesora McGonagall acercándose al megáfono de Luna.

—¿Ya? ¿Tanto? —se extrañó Luna—. ¡Oh, mirad! El guardián de Gryffindor le ha cogido el bate a un golpeador.

Harry giró en pleno vuelo. Era cierto: McLaggen, por algún motivo que sólo él conocía, le había quitado el bate a Peakes y estaba haciéndole una demostración de cómo golpear una
bludger
para darle a Cadwallader, que volaba hacia ellos.

—¿Quieres devolverle el bate y ponerte en los postes de gol? —gritó Harry lanzándose a toda velocidad hacia McLaggen, que en ese momento intentó golpear la
bludger
con todas sus fuerzas y… no acertó.

Harry sintió un dolor atroz, tremendo… Vio un destello de luz, oyó gritos en la lejanía y tuvo la sensación de que se precipitaba por un largo túnel…

Cuando volvió a abrir los ojos estaba acostado en una cama cálida y confortable. Lo primero que vio fue una lámpara que arrojaba un círculo de luz dorada sobre el techo en penumbra. Levantó con dificultad la cabeza. A su izquierda había un muchacho pelirrojo y pecoso que le sonaba de algo.

—Te agradezco que hayas venido a verme —le sonrió Ron.

Harry parpadeó y miró alrededor. ¡Claro, estaba en la enfermería! Miró por la ventana y vio un cielo añil con pinceladas de tonos carmesíes. El partido debía de haber terminado hacía horas… y ya no había posibilidad de pescar a Malfoy con las manos en la masa. Notó un peso extraño en la cabeza; levantó una mano y se tocó un rígido turbante de vendajes.

—¿Qué ha ocurrido?

—Fractura de cráneo —le informó la señora Pomfrey, que se acercó solícita y le hizo apoyar la cabeza en la almohada—. No tienes de qué preocuparte, te lo arreglé enseguida, pero esta noche te quedarás aquí. No conviene que hagas esfuerzos excesivos, al menos durante unas horas.

—No quiero pasar la noche aquí —protestó Harry. Se incorporó y retiró las mantas—. Quiero ir en busca de McLaggen y matarlo.

—Me temo que eso encaja en la categoría de «esfuerzos excesivos» —replicó la enfermera, empujándolo hacia la cama y amenazándolo con la varita—. Permanecerás aquí hasta que te dé el alta, Potter, y si te levantas llamaré al director.

Other books

B for Buster by Iain Lawrence
Powers by James A. Burton
Be My Guest by Caroline Clemmons
Sword of Camelot by Gilbert L. Morris
A Fox's Maid by Brandon Varnell
Emerald Germs of Ireland by Patrick McCabe