Harry Potter. La colección completa (355 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡Dámelo!

—¡No lo hagas, Harry! —suplicó Hermione mientras Mundungus se ponía cada vez más morado.

Se oyó un estallido y las manos de Harry se soltaron del cuello de Mundungus. Resollando y farfullando, el hombre recogió la maleta del suelo y entonces… ¡crac!, se desapareció.

—¡Vuelve, ladrón de…!

—No pierdas el tiempo, Harry. —Tonks había aparecido de la nada, con el desvaído cabello mojado por la aguanieve—. Mundungus ya debe de estar en Londres. De nada te servirá gritar.

—¡Ha robado las cosas de Sirius! ¡Las ha robado!

—Sí, pero de cualquier modo —repuso Tonks, impasible ante esa revelación— deberíais resguardaros del frío.

La bruja se quedó fuera y los tres amigos entraron en Las Tres Escobas. Una vez dentro, Harry explotó:

—¡Esa sabandija ha robado las cosas de Sirius!

—Ya lo sé, Harry, pero no grites, por favor. Nos están mirando —susurró Hermione—. Siéntate. Voy a buscarte algo de beber.

Harry seguía echando chispas cuando, minutos más tarde, su amiga volvió a la mesa con tres botellas de cerveza de mantequilla.

—¿No puede la Orden controlar a Mundungus? —preguntó Harry, esforzándose por no levantar la voz—. ¿No pueden impedir, como mínimo, que robe todo lo que encuentre cuando va al cuartel general?

—¡Chist! Más bajo —insistió Hermione. Un par de magos sentados cerca de ellos miraban a Harry con gran interés, y Zabini se apoyaba contra una columna no lejos de allí—. Yo también estaría enfadada, Harry; ya sé que eso que ha robado es tuyo…

El muchacho se atragantó con la cerveza de mantequilla; se le había olvidado que era el nuevo propietario del número 12 de Grimmauld Place.

—¡Es verdad, todo lo que hay allí es mío! —exclamó quedamente—. ¡Por eso no se alegró de verme!… Se lo contaré a Dumbledore; él es el único a quien Mundungus teme.

—Buena idea —susurró Hermione, aliviada de que Harry se sosegara—. ¿Qué miras, Ron?

—Nada —contestó éste desviando rápidamente la vista de la barra, pero Harry se dio cuenta de que intentaba localizar a la curvilínea y atractiva camarera, la señora Rosmerta, por quien Ron sentía debilidad desde hacía tiempo.

—Creo que «nada» ha ido a la parte de atrás a buscar más whisky de fuego —ironizó Hermione.

Ron ignoró la pulla y se puso a beber su cerveza de mantequilla a pequeños sorbos, sumido en lo que sin duda consideraba un silencio digno. Por su parte, Harry pensaba en Sirius y en que éste, de cualquier modo, detestaba aquellas copas de plata. Hermione tamborileaba con los dedos en la mesa y su mirada iba de la barra a Ron una y otra vez.

Tan pronto Harry apuró el último sorbo de cerveza, Hermione propuso regresar al colegio. Los dos chicos asintieron; la excursión había sido un fracaso y el tiempo empeoraba. Volvieron a ceñirse las capas, enrollarse las bufandas y ponerse los guantes; luego salieron del pub detrás de Katie Bell y de una amiga suya y enfilaron la calle principal.

Mientras avanzaba con dificultad por la nieve semiderretida que cubría el camino de Hogwarts, Harry pensó en Ginny, con quien no se habían encontrado. Supuso que habría ido con Dean al salón de té de Madame Pudipié; lo más probable es que pasaran la tarde bien calentitos, guarecidos en el refugio de las parejas felices. Con gesto ceñudo, agachó la cabeza para protegerse de los remolinos de aguanieve y siguió avanzando trabajosamente.

Tardó un rato en darse cuenta de que las voces de Katie Bell y su amiga, que el viento arrastraba hasta él, se oían más fuertes y chillonas. Harry escudriñó sus figuras, que apenas lograba distinguir. Las dos chicas discutían acerca de un paquete que Katie llevaba.

—¡No es asunto tuyo, Leanne! —exclamó Katie, antes de que ambas desaparecieran tras un recodo del camino.

Fuertes ráfagas de aguanieve golpeaban a Harry y le empañaban las gafas. Al doblar el recodo fue a secárselas, pero en ese preciso instante vio que Leanne intentaba quitarle a Katie el paquete, ésta trataba de recuperarlo y en el forcejeo el paquete caía al suelo.

De inmediato, Katie se elevó por los aires, pero no como había hecho Ron (cómicamente suspendido por un tobillo), sino con gracilidad y con los brazos extendidos, como a punto de echar a volar. Sin embargo, en su postura había algo extraño, algo estremecedor… La ventisca le alborotaba el cabello y tenía los ojos cerrados y el rostro inexpresivo. Harry, Ron, Hermione y Leanne se detuvieron en seco, estupefactos.

Entonces, cuando estaba a casi dos metros del suelo, Katie soltó un chillido aterrador y abrió los ojos. Sin duda lo que veía o sentía le producía una tremenda angustia. No paraba de chillar. Leanne empezó a gritar también, y la agarró por los tobillos intentando bajarla al suelo. Los demás se precipitaron a ayudarla, y cuando lograron cogerla por las piernas Katie se les vino encima. Los dos chicos consiguieron atraparla, pero Katie se retorcía violentamente y apenas lograban sujetarla. La tumbaron en el suelo, donde la muchacha siguió revolcándose y chillando, como si no reconociera a nadie.

Harry miró alrededor; el lugar parecía desierto.

—¡No os mováis de aquí! —ordenó en medio del viento huracanado—. ¡Voy a pedir ayuda!

Corrió hacia el colegio; nunca había visto a nadie comportarse como acababa de hacerlo Katie, y no sabía cuál podía ser la causa; dobló a toda velocidad una curva del camino y chocó contra lo que parecía un oso enorme erguido sobre las patas traseras.

—¡Hagrid! —gritó jadeando mientras se desenredaba del seto en que había caído al rebotar.

—¡Harry! —exclamó el guardabosques, que tenía aguanieve en las cejas y la barba y llevaba puesto su raído abrigo de piel de castor—. Vengo de visitar a Grawp, no te imaginas cuánto ha…

—Hagrid, hay una persona herida, le han echado una maldición o algo así…

—¿Qué? —dijo Hagrid agachándose para oír mejor, pues el viento rugía con fuerza.

—¡Le han echado una maldición!

—¿Una maldición? ¿A quién? No habrá sido a Ron o Hermione…

—No, a ellos no, a Katie Bell. Vamos, deprisa…

Ambos avanzaron presurosos por el camino. Katie seguía retorciéndose y chillando en el suelo mientras Ron, Hermione y Leanne intentaban calmarla.

—¡Apartaos! —ordenó el guardabosques—. ¡Dejadme verla!

—¡Le ha pasado algo! —sollozó Leanne—. No sé qué…

Hagrid miró a Katie y luego, sin decir palabra, se agachó, la levantó en brazos y echó a correr hacia el castillo. A los pocos segundos, los desgarradores gritos de Katie se habían apagado y sólo se oía el bramido del viento.

Hermione abrazó a la compungida amiga de Katie.

—Te llamas Leanne, ¿verdad?

La chica asintió con la cabeza.

—¿Ha pasado de repente o…?

—Ha ocurrido cuando se abrió el paquete —gimoteó Leanne, y señaló el empapado envoltorio de papel marrón que había en el suelo; se había abierto un poco y dejaba entrever un destello verdoso.

Ron se agachó para tocarlo, pero Harry le sujetó el brazo.

—¡Ni se te ocurra tocarlo! —le advirtió, y se agachó a su vez junto al paquete: un ornamentado collar de ópalos asomaba por el envoltorio—. Lo he visto antes —comentó—. Fue expuesto en Borgin y Burkes hace mucho tiempo y la etiqueta ponía que estaba maldito. Katie debe de haberlo tocado. —Miró a Leanne, que había empezado a temblar—. ¿Cómo llegó a manos de Katie?

—Por eso discutíamos. Volvió del lavabo de Las Tres Escobas trayendo el paquete y dijo que era una sorpresa para alguien de Hogwarts y que tenía que entregárselo. Cuando lo dijo estaba muy rara… ¡Oh, no! ¡Ahora lo entiendo! ¡Le han echado una maldición
imperius
, y no me di cuenta! —Rompió a sollozar de nuevo.

Hermione le dio unas palmaditas de consuelo.

—¿No te dijo quién se lo había dado, Leanne?

—No… no quiso contármelo… Y yo le dije que no fuera estúpida y que no lo llevara al colegio, pero ella se negaba a escucharme y… y entonces intenté quitárselo… y… y… —Emitió un gemido de desesperación.

—Será mejor que vayamos a Hogwarts —propuso Hermione sin dejar de abrazar a la desdichada chica—. Así sabremos cómo se encuentra Katie. Vamos…

Harry vaciló un momento, se quitó la bufanda del cuello e, ignorando la exclamación de asombro de Ron, envolvió con ella el collar y lo levantó con mucho cuidado.

—Se lo enseñaremos a la señora Pomfrey —dijo.

Mientras seguían a Hermione y Leanne por el camino, Harry no paraba de pensar, y cuando entraron en el jardín del castillo ya no pudo contenerse:

—Malfoy sabe que existe este collar. Estaba en una vitrina de Borgin y Burkes hace cuatro años; vi cómo lo examinaba mientras me escondía de él y de su padre. ¡Seguramente era lo que quería comprar el día que lo seguimos! ¡Se acordó del collar y fue a buscarlo!

—No sé, Harry… —repuso Ron, poco convencido—. A Borgin y Burkes va mucha gente… ¿Y no dice esa chica que Katie lo encontró en el lavabo de señoras?

—Dice que volvió con él del lavabo, pero eso no significa necesariamente que lo encontrara allí.

—¡McGonagall a la vista! —anunció Ron.

Harry levantó la cabeza y vio a la profesora bajar a toda prisa los escalones de piedra del castillo, azotada por las ráfagas de aguanieve. Se acercó a ellos presurosa.

—Hagrid dice que habéis visto lo ocurrido. ¡Subid enseguida a mi despacho, por favor! ¿Qué es eso que llevas, Potter?

—Es la cosa que tocó Katie.

—¡Cielos! —dijo la profesora con espanto mientras cogía el envuelto collar de las manos de Harry—. ¡No, no, Filch, están conmigo! —se apresuró a aclarar al ver que el conserje cruzaba el vestíbulo hacia ellos, con gesto de avidez y sensor de ocultamiento en ristre—. ¡Lleve inmediatamente esto al profesor Snape, pero sobre todo no lo toque, no retire la bufanda!

Harry y los demás siguieron a la profesora por la escalera y entraron en su despacho. Las ventanas salpicadas de aguanieve vibraban y en la habitación hacía mucho frío, pese a que la chimenea estaba encendida. Tras cerrar la puerta, McGonagall se ubicó detrás de su mesa, de cara a Harry, Ron, Hermione y Leanne, que no paraba de sollozar.

—¿Y bien? —dijo con brusquedad—. ¿Qué ha sucedido?

Con voz entrecortada y haciendo pausas para dominar el llanto, Leanne contó que Katie había vuelto del lavabo de Las Tres Escobas con un paquete en las manos, que a ella le había parecido un poco raro y que habían discutido sobre la conveniencia de prestarse a entregar objetos desconocidos, de modo que al final la discusión había culminado en un forcejeo y el paquete se había abierto. Al llegar a ese punto, Leanne estaba tan abrumada que no hubo manera de sonsacarle una palabra más.

—Está bien —dijo la profesora, comprensiva—. Leanne, sube a la enfermería, y que la señora Pomfrey te dé algo para el susto.

Cuando la muchacha abandonó el despacho, McGonagall se volvió hacia los otros tres.

—¿Qué ocurrió cuando Katie tocó el collar?

—Se elevó por los aires —contestó Harry adelantándose a sus amigos—. Luego se puso a chillar y al final se desplomó. Profesora, ¿puedo hablar con el profesor Dumbledore, por favor?

—El director se ha marchado y no volverá hasta el lunes, Potter.

—¿Que se ha marchado?

—¡Sí, Potter, se ha marchado! —repitió la profesora con tono cortante—. Pero cualquier cosa que tengas que decir relacionada con este desagradable incidente puedes confiármela a mí.

Harry vaciló una fracción de segundo. Aquella profesora no invitaba a que le hicieran confidencias; Dumbledore, pese a ser más intimidante que ella en muchos aspectos, parecía menos inclinado a menospreciar las teorías de los demás, por descabelladas que fueran. Pero aquello era un asunto de vida o muerte, y no era momento para preocuparse por si se iban a reír de él. Así que inspiró hondo y dijo:

—Creo que Draco Malfoy le dio ese collar a Katie, profesora.

Ron, a un lado de Harry, se frotó la nariz con gesto de bochorno; Hermione, al otro lado, arrastró los pies como si deseara poner distancias.

—Ésa es una acusación muy grave, Potter —manifestó la profesora McGonagall tras un momento tenso—. ¿Tienes alguna prueba?

—No, pero… —Y le contó que habían seguido a Malfoy hasta Borgin y Burkes y la conversación que le habían oído mantener con Borgin.

Cuando hubo terminado, McGonagall parecía un tanto desconcertada.

—¿Malfoy llevó algo a Borgin y Burkes para que se lo repararan?

—No, profesora, sólo quería que Borgin le explicara cómo reparar esa cosa. No la llevaba consigo. Pero no se trata de eso; lo que importa es que ese mismo día compró algo en la tienda, y creo que era ese collar.

—¿Visteis a Malfoy salir de la tienda con un paquete parecido?

—No, profesora, él le dijo a Borgin que se lo guardara en la tienda…

—En realidad —lo interrumpió Hermione—, Borgin le preguntó si quería llevárselo, y Malfoy contestó que no…

—¡Pues claro, porque no quería tocarlo! —saltó Harry.

—Lo que dijo fue: «¿Cómo voy a ir por la calle con eso?» —le recordó Hermione.

—Hombre, habría quedado como un imbécil con un collar puesto —intervino Ron.

—¡Ron! —se desesperó Hermione—. ¡Se lo habría llevado envuelto para no tocarlo, y no le habría costado esconderlo debajo de la capa para que nadie lo viera! Yo creo que esa cosa que reservó en Borgin y Burkes hacía ruido o abultaba mucho; debía de ser algo que habría llamado la atención por la calle. Y de cualquier modo —insistió, adelantándose a las objeciones de Harry—, yo le pregunté a Borgin acerca del collar, ¿no os acordáis? Lo vi en la tienda cuando entré para averiguar qué le había pedido Malfoy que le guardara. Y Borgin se limitó a decirme el precio, pero no me dijo que ya estuviera vendido ni nada parecido…

—Ya, pero fuiste muy poco sutil y él se dio cuenta de tus intenciones. Es lógico que no te dijera nada… Además, Malfoy pudo enviar a alguien a buscarlo más tarde…

—¡Ya basta! —se impuso la profesora cuando Hermione, enfadada, se disponía a replicar—. Potter, te agradezco que me hayas contado esto, pero no es posible acusar al señor Malfoy únicamente porque visitó la tienda donde tal vez se comprara ese collar. Podríamos acusar de lo mismo a centenares de personas.

—Eso mismo dije yo —murmuró Ron.

—Además, este año hemos instalado rigurosas medidas de seguridad. Dudo mucho que ese collar haya entrado en este colegio sin nuestro conocimiento.

—Pero…

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