Harry Potter. La colección completa (353 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Buckbeak
, el enorme
hipogrifo
gris, estaba amarrado delante de la cabaña de Hagrid. Al ver acercarse a los muchachos, hizo un ruido seco con su pico afilado y giró la descomunal cabeza hacia ellos.

—¡Oh, cielos! —dijo Hermione con nerviosismo—. Todavía da un poco de miedo, ¿verdad?

—No digas tonterías. ¡Pero si has montado en él! —le recordó Ron.

Harry se adelantó y le hizo una reverencia mirándolo a los ojos y sin parpadear. Unos segundos después,
Buckbeak
le devolvió la reverencia.

—¿Cómo estás? —susurró Harry, y se acercó al animal para acariciarle la plumífera cabeza—. ¿Lo echas de menos? Pero aquí, con Hagrid, estás bien, ¿verdad?

—¡Eh, cuidado!

Hagrid salió dando zancadas por detrás de la cabaña; llevaba puesto un gran delantal con estampado de flores y cargaba un saco de patatas.
Fang
, su enorme perro jabalinero que le seguía los pasos, soltó un ladrido atronador y se abalanzó hacia los jóvenes.

—¡Apartaos de él! ¡Os va a dejar sin de…! Ah, sois vosotros.

Fang
saltaba sobre Hermione y Ron intentando lamerles las orejas. Hagrid los observó un momento y luego se dirigió hacia su cabaña dando largas zancadas. Entró y cerró la puerta.

—¡Ay, madre! —se lamentó Hermione, compungida.

—No te preocupes —la tranquilizó Harry. Fue hasta la puerta y llamó con los nudillos—. ¡Hagrid! ¡Abre, queremos hablar contigo! —No se oía nada en el interior—. ¡O abres o derribamos la puerta! —amenazó, y sacó su varita.

—¡Harry! —dijo Hermione—. No puedes…

—¡Claro que puedo! Apartaos…

Pero antes de que dijera nada más, la puerta se abrió de par en par, como él sabía que ocurriría, y apareció Hagrid, que se lo quedó mirando con fiereza, pese al cómico aspecto que ofrecía con su delantal de flores.

—¡Estás hablando con un profesor! —rugió—. ¡Con un profesor, Potter! ¿Cómo te atreves a amenazar con derribar mi puerta?

—Lo siento, señor —respondió Harry poniendo énfasis en la última palabra, y se guardó la varita en el bolsillo interior de la túnica.

Hagrid estaba pasmado.

—¿Desde cuándo me llamas «señor»?

—¿Y desde cuándo me llamas «Potter»?

—¡Vaya, qué listo! —gruñó Hagrid—. Muy gracioso. Intentas tomarme el pelo, ¿eh? Muy bonito. Pasa, pedazo de mocoso desagradecido… —Sin dejar de refunfuñar, se apartó para que entraran. Hermione lo hizo pegada a Harry, con cara de susto—. ¿Y bien? —gruñó Hagrid mientras los tres amigos se sentaban a la enorme mesa de madera;
Fang
apoyó la cabeza en las rodillas de Harry y le babeó la túnica—. ¿Qué pasa? ¿Sentís lástima por mí? ¿Creéis que estoy triste o algo así?

—No —contestó Harry sin vacilar—. Sólo queríamos verte.

—¡Te hemos echado de menos! —dijo Hermione.

—¿Que me habéis echado de menos? —se burló Hagrid—. Sí, claro.

Sacudió la cabeza y fue a preparar té en una gran tetera de cobre. Luego llevó a la mesa tres tazas del tamaño de cubos, llenas de un té color caoba, y un plato de pastelitos de pasas. Harry estaba tan hambriento que hasta se sentía capaz de comer algo cocinado por Hagrid, así que cogió uno.

—Mira, Hagrid —dijo Hermione con vacilación cuando el guardabosques por fin volvió a sentarse y se puso a pelar patatas con brutalidad, como si aquellos tubérculos lo hubiesen ofendido gravemente—, nosotros queríamos seguir estudiando Cuidado de Criaturas Mágicas pero…

Hagrid soltó un bufido. A Harry le pareció que unos cuantos mocos iban a parar a las patatas y se alegró de no tener que quedarse a comer.

—¡Es verdad! —insistió Hermione—. ¡Pero no teníamos más horas libres!

—Ya. Claro —masculló Hagrid.

Se oyó un extraño sonido similar a un eructo y todos miraron alrededor; Hermione soltó un gritito y Ron se levantó de un brinco y se trasladó a la otra punta de la mesa para apartarse del barril que acababan de descubrir en un rincón. Estaba lleno de unas cosas que parecían gusanos de un palmo de largo; eran viscosas, blancas y se retorcían.

—¿Qué es eso, Hagrid? —preguntó Harry intentando parecer interesado en lugar de asqueado, pero dejó su pastelito en el plato.

—Larvas gigantes.

—¿Y en qué se convierten? —preguntó Ron con aprensión.

—No se convierten en nada. Son para alimentar a
Aragog
. —Y sin previo aviso, rompió a llorar.

—¡Oh, Hagrid! —exclamó Hermione, y, bordeando la mesa por el lado más largo para evitar el barril de gusanos, le rodeó los temblorosos hombros—. ¿Qué te pasa?

—Es… él… —dijo entre sollozos; sus ojos, negros como el azabache, derramaban gruesas lágrimas mientras se enjugaba con el delantal—. Es…
Aragog
… Creo que se está muriendo. El verano pasado enfermó y no mejora. No sé qué voy a hacer si… si… Llevamos tanto tiempo juntos…

Hermione le dio unas palmaditas en la espalda, pero no encontraba palabras para consolarlo; Harry supuso que los sentimientos de su amiga debían de ser confusos. El sabía que Hagrid le había regalado un osito de peluche a una cría de dragón, y también lo había visto canturrearle a escorpiones gigantes provistos de ventosas y aguijones, e intentar razonar con su hermanastro, un gigante brutal. Pero la gigantesca araña parlante,
Aragog
, que vivía en la espesura del Bosque Prohibido y de la que Ron había escapado de milagro cuatro años atrás, era quizá el más incomprensible de los monstruosos caprichos del guardabosques.

—¿Podemos hacer algo para ayudarte? —ofreció Hermione.

—Me temo que no, Hermione —gimoteó Hagrid, intentando detener el caudal de lágrimas—. Verás, el resto de la tribu… la familia de
Aragog
… se están poniendo muy raros ahora que él está enfermo… un poco nerviosos…

—Sí, creo recordar que ya vimos esa faceta suya —comentó Ron en voz baja.

—Tal como están las cosas, no me parece oportuno que se acerque a la colonia nadie que no sea yo —concluyó Hagrid. Se sonó con el delantal, levantó la cabeza y agregó—: Pero gracias por el ofrecimiento, Hermione, eres muy amable.

Al final el ambiente se suavizó bastante. Aunque ni Harry ni Ron mostraron el menor entusiasmo por llevarle gusanos gigantes a una araña asesina y glotona, Hagrid parecía dar por descontado que les habría encantado hacerlo y volvió a ser el de siempre.

—Sí, ya sabía yo que os costaría mucho incluir mi asignatura en vuestros horarios —dijo mientras les servía más té—. Aunque si hubierais pedido giratiempos…

—No podíamos pedirlos —explicó Hermione—. El verano pasado destrozamos todos los que se guardaban en el ministerio. Se publicó en
El Profeta
.

—Ah, vaya… —se resignó Hagrid—. No podíais hacerlo… Perdonad que haya estado… Bueno, es que estoy preocupado por
Aragog
, y creí que como la profesora Grubbly-Plank os había dado clases…

Entonces los tres amigos mintieron y afirmaron categóricamente que la profesora Grubbly-Plank, que había sustituido a Hagrid varias veces, era una pésima educadora. El resultado fue que al anochecer, cuando se despidieron de Hagrid, se lo veía bastante animado.

—Me muero de hambre —dijo Harry cuando enfilaron a buen paso el oscuro y desierto camino de regreso; había dejado definitivamente el pastelito en el plato después de notar cómo una muela le crujía de forma sospechosa—. Y esta noche debo cumplir el castigo con Snape, así que no tendré mucho tiempo para cenar.

Al llegar al castillo vieron que Cormac McLaggen iba a entrar en el Gran Comedor, pero tuvo que intentarlo dos veces para pasar por la puerta, pues la primera vez rebotó contra el marco. Ron soltó una risotada, regodeándose, y entró con pasos exagerados detrás de McLaggen. Sin embargo, Harry retuvo a Hermione.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Lo he estado pensando —contestó él en voz baja—, y yo diría que a McLaggen le han hecho un encantamiento
confundus
. Y estaba justo delante de donde tú te habías sentado.

—De acuerdo, fui yo —confesó ella ruborizándose—. ¡Pero tendrías que haber oído cómo hablaba de Ron y Ginny! Además, tiene muy mal genio, ya viste cómo reaccionó cuando no lo elegiste. No te interesa tener a alguien así en el equipo.

—No —admitió Harry—. No, supongo que tienes razón. Pero ¿no crees que ha sido un proceder deshonesto, Hermione? Recuerda que eres prefecta.

—¡Va, cállate! —le espetó ella mientras él sonreía.

—¿Qué hacéis? —preguntó Ron, que había regresado sobre sus pasos y los miraba con desconfianza.

—Nada —contestaron ellos al unísono, y lo acompañaron dentro.

El olor a rosbif hizo que a Harry le rugiera el estómago, pero tan sólo habían dado tres pasos en dirección a la mesa de Gryffindor cuando el profesor Slughorn se plantó delante de ellos.

—¡Harry! ¡Me alegro de encontrarte! —dijo con voz tronante y tono cordial, retorciéndose las puntas del bigote de morsa e hinchando la enorme barriga—. ¡Necesitaba pillarte antes de la cena! ¿Qué me dices de venir a picar algo a mis aposentos? Vamos a celebrar una pequeña fiesta; sólo seremos unas cuantas jóvenes promesas y yo. Vendrán McLaggen, Zabini, la encantadora Melinda Bobbin… ¿La conoces? Su familia tiene una gran cadena de boticas. Y por supuesto, espero que la señorita Granger me honre también con su presencia. —Y le dedicó una leve reverencia a Hermione. Era como si Ron fuera invisible; ni siquiera lo miró.

—No puedo ir, profesor —se excusó Harry—. Tengo un castigo con el profesor Snape.

—¡No me digas! —exclamó Slughorn componiendo una cómica mueca de disgusto—. ¡Vaya, pues yo contaba contigo, Harry! ¿Sabes qué? Voy a hablar con Severus y le expondré la situación. Estoy seguro de que lograré que aplace el castigo. ¡Descuida, nos vemos luego!

Y salió precipitadamente del Gran Comedor.

—No lo logrará —dijo Harry en cuanto Slughorn se hubo alejado—. Este castigo ya se ha aplazado una vez; Snape lo hizo por Dumbledore, pero no lo hará por nadie más.

—Ostras, ojalá puedas venir. ¡No me apetece nada ir sola! —se quejó Hermione con aprensión, y Harry comprendió que estaba pensando en McLaggen.

—No creo que estés sola, supongo que también habrá invitado a Ginny —apuntó Ron, a quien no le había sentado nada bien que Slughorn lo ignorara.

Después de la cena regresaron a la torre de Gryffindor. La sala común estaba abarrotada, pues la mayoría de la gente había terminado de cenar, pero los tres amigos encontraron una mesa libre. Ron, que estaba de mal humor desde el encuentro con Slughorn, se cruzó de brazos y se quedó contemplando el techo con ceño, y Hermione cogió un ejemplar de
El Profeta Vespertino
que alguien había dejado encima de una silla y se puso a hojearlo.

—¿Alguna novedad? —preguntó Harry.

—Pues no… Mira, Ron, aquí está tu padre… ¡No, no le ha pasado nada! —se apresuró a añadir, pues el chico la miró con cara de susto—. Sólo dice que ha ido a investigar la casa de los Malfoy: «Este segundo registro de la residencia del
mortífago
no parece haber dado ningún resultado. Arthur Weasley, de la Oficina para la Detección y Confiscación de Hechizos Defensivos y Objetos Protectores Falsos, declaró que su equipo había actuado tras recibir el soplo de un confidente.»

—¡Toma, el mío! —saltó Harry—. En King's Cross le hablé de Draco y de su interés en que Borgin le arreglara una cosa. Bueno, si esa cosa no está en casa de los Malfoy, Draco debe de haberla traído a Hogwarts…

—¿Te refieres a que la trajo de contrabando? —repuso Hermione bajando el periódico—. Imposible. Nos registraron a todos cuando llegamos, ¿recuerdas?

—¿Sí? —se extrañó Harry—. Pues a mí no me registró nadie.

—No, claro, a ti no porque llegaste tarde. Filch nos repasó uno por uno con sensores de ocultamiento cuando llegamos al vestíbulo. Habría detectado cualquier objeto tenebroso; me consta que a Crabbe le confiscaron una cabeza reducida. Es imposible que Malfoy entrara en el colegio con algo peligroso.

Harry, frustrado, se quedó contemplando cómo Ginny Weasley jugaba con
Arnold
, su
micropuff
, mientras buscaba la forma de rebatir la objeción.

—Entonces se lo habrá enviado alguien con una lechuza —dijo al cabo—. Su madre, por ejemplo.

—También revisan a las lechuzas —replicó Hermione—. Filch nos lo dijo mientras nos pasaba esos sensores de ocultamiento por todas partes.

Esta vez Harry se quedó sin réplica. No parecía posible que Malfoy hubiera introducido en el colegio ningún objeto peligroso ni tenebroso. Miró a Ron, que estaba con los brazos cruzados observando a Lavender Brown.

—¿Se te ocurre alguna manera de que Malfoy…?

—Déjalo ya, Harry —le cortó su amigo con malos modos.

—Oye, que yo no tengo la culpa de que Slughorn nos haya invitado a Hermione y a mí a esa estúpida fiesta. Ninguno de los dos quería ir, ¿vale?

—Vale, pero como a mí no me han invitado a ninguna fiesta, creo que voy a acostarme.

Y se marchó con paso decidido, dejándolos plantados. En ese momento Demelza Robins, la nueva cazadora, se acercó a la mesa.

—¡Hola, Harry! —saludó—. Tengo un mensaje para ti.

—¿Del profesor Slughorn? —preguntó él, enderezándose.

—No, del profesor Snape —dijo Demelza. Harry se llevó un chasco—. Dice que te espera en su despacho a las ocho y media y que le tiene sin cuidado las fiestas a que te hayan invitado. También quiere que sepas que tendrás que separar los
gusarajos
podridos de los buenos para utilizarlos en la clase de Pociones, y… que no hace falta que lleves guantes protectores.

—Muy bien —se resignó Harry—. Gracias, Demelza.

12
Plata y ópalos

¿Dónde estaba Dumbledore y qué hacía? Durante las semanas siguientes, Harry sólo vio al director de Hogwarts en dos ocasiones. Ya casi nunca se presentaba a las horas de las comidas, y el muchacho creía que Hermione tenía razón al pensar que cada vez se ausentaba del colegio varios días seguidos. ¿Habría olvidado Dumbledore que tenía que darle clases particulares? El anciano profesor le había dicho que esas clases estaban relacionadas con la profecía, lo que había animado y reconfortado a Harry; sin embargo, ahora la sensación era de ligero abandono.

A mediados de octubre tuvo lugar la primera excursión del curso a Hogsmeade. Harry había puesto en duda que esas excursiones continuaran realizándose, dado que las medidas de seguridad se habían endurecido mucho, pero le alegró saber que no se habían suspendido; siempre sentaba bien salir del castillo unas horas.

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