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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (223 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Media hora más tarde, Harry y Ron, que se habían vestido y habían desayunado muy deprisa, entraron en el salón: una estancia alargada de techo alto, que se hallaba en el primer piso, cuyas paredes eran de color verde oliva y estaban cubiertas de sucios tapices. De la alfombra se levantaban pequeñas nubes de polvo cada vez que alguien la pisaba, y las largas cortinas de terciopelo de color verde musgo zumbaban, como si en ellas se aglomeraran invisibles abejas. La señora Weasley, Hermione, Ginny, Fred y George estaban apiñados alrededor de ellas, y todos llevaban un pañuelo anudado en la parte de atrás de la cabeza, que les cubría la nariz y la boca y les daba un aire extraño. Cada uno llevaba en la mano una botella muy grande, que tenía un pitorro en el extremo, llena de un líquido negro.

—Tapaos la cara y coged un pulverizador —ordenó la señora Weasley a Harry y a Ron en cuanto los vio, señalando otras dos botellas de líquido negro que había sobre una mesa de patas muy finas—. Es
doxycida
. Nunca había visto una plaga como ésta. No sé qué ha estado haciendo ese elfo doméstico en los diez últimos años…

Aunque Hermione llevaba la cara tapada, Harry vio con claridad que le lanzaba una mirada llena de reproche a la señora Weasley.

—Kreacher es muy viejo, seguramente no podía…

—Te sorprendería ver de lo que es capaz Kreacher cuando le interesa, Hermione —afirmó Sirius, que acababa de entrar en el salón con una bolsa manchada de sangre llena de algo que parecían ratas muertas—. Vengo de dar de comer a Buckbeak —añadió al distinguir la mirada inquisitiva de Harry—. Lo tengo arriba, en la habitación de mi madre. Bueno, a ver… este escritorio… —Dejó la bolsa de las ratas encima de una butaca y se agachó para examinar el mueble; entonces Harry notó que el escritorio temblaba ligeramente—. Mira, Molly, estoy convencido de que es un
boggart
—comentó Sirius mirando por la cerradura—, pero quizá convendría que
Ojoloco
le echara un vistazo antes de soltarlo. Conociendo a mi madre, podría ser algo mucho peor.

—Tienes razón, Sirius —coincidió la señora Weasley.

Ambos hablaban en un tono muy educado y desenfadado que le dio a entender a Harry que ninguno de los dos había olvidado su discusión de la noche anterior.

En el piso de abajo sonó un fuerte campanazo, seguido de inmediato por el mismo estruendo de gritos y lamentos que Tonks había provocado la noche pasada al tropezar con el paragüero.

—¡Estoy harto de decirles que no toquen el timbre! —exclamó Sirius, exasperado, y salió a toda prisa del salón. Lo oyeron bajar precipitadamente la escalera, mientras los chillidos de la señora Black volvían a resonar por toda la casa.

—¡Manchas de deshonra, sucios mestizos, traidores a la sangre, hijos de la inmundicia!…

—Harry, cierra la puerta, por favor —le pidió la señora Weasley.

Harry se tomó todo el tiempo que pudo para cerrar la puerta del salón porque quería escuchar lo que estaba pasando abajo. Era evidente que Sirius había conseguido cerrar las cortinas y tapar el retrato de su madre, porque ésta dejó de gritar. Harry oyó que Sirius andaba por el vestíbulo, y luego, el tintineo de la cadenilla de la puerta de la calle y una voz grave que identificó como la de Kingsley Shacklebolt, que decía:

—Hestia acaba de relevarme, así que ahora tiene la capa de Moody. Me ha parecido oportuno comunicar a Dumbledore…

Harry notó los ojos de la señora Weasley clavados en su nuca, así que cerró con pesar la puerta del salón y se unió a la brigada de limpieza de
doxys
.

La señora Weasley estaba encorvada sobre la página correspondiente a las
doxys
de
Gilderoy Lockhart: guía de las plagas en el hogar,
que estaba abierto encima del sofá.

—Bueno, muchachos, tenéis que ir con cuidado porque las
doxys
muerden y sus dientes son venenosos. Aquí tengo una botella de antídoto, pero preferiría no tener que utilizarlo. —Se enderezó, se plantó delante de las cortinas e hizo señas a los demás para que se acercaran—. Cuando dé la orden, empezad a rociar las cortinas —dijo—. Ellas saldrán volando hacia nosotros, o eso espero, pero en los pulverizadores dice que con una sola rociada quedan paralizadas. Cuando estén inmovilizadas, ponedlas en este cubo. —Se apartó con cuidado de la línea de fuego de los demás y levantó su pulverizador—. ¿Preparados? ¡Disparad!

Harry sólo llevaba unos segundos pulverizando las cortinas cuando una
doxy
de tamaño considerable salió volando de un pliegue de la tela, agitando sus relucientes alas de escarabajo y enseñando los diminutos y afilados dientes. Tenía el cuerpo de hada cubierto de un tupido pelo negro y los cuatro pequeños puños apretados con furia. Harry le lanzó un chorro de
doxycida
en la cara. La
doxy
se quedó quieta en el aire y cayó produciendo un ruido sordo, sorprendentemente fuerte, sobre la raída alfombra. Harry la recogió y la echó al cubo.

—¿Se puede saber qué haces, Fred? —preguntó la señora Weasley con brusquedad—. ¡Rocía a ésa enseguida y métela en el cubo!

Harry se dio la vuelta. Fred tenía una
doxy
cogida entre el índice y el pulgar.

—Allá va —dijo Fred con entusiasmo, y roció a la
doxy
en la cara hasta que la criatura se desmayó; pero en cuanto la señora Weasley se volvió, Fred se guardó la
doxy
en el bolsillo y guiñó un ojo.

—Queremos hacer experimentos con veneno de
doxy
para elaborar nuestros Surtidos Saltaclases —dijo George a Harry por lo bajo.

Harry roció con habilidad a otras dos
doxys
que iban volando directamente hacia su nariz; luego se acercó a George y, sin despegar los labios, murmuró:

—¿Qué son los Surtidos Saltaclases?

—Una variedad de caramelos para ponerte enfermo —susurró George sin apartar la vista de la espalda de la señora Weasley—. No gravemente enfermo, claro, sino sólo lo suficiente para saltarte una clase cuando te interese. Fred y yo los hemos creado este verano. Son unos caramelos masticables de dos colores. Si te comes la mitad de color naranja de las pastillas vomitivas, vomitas. En cuanto te dejan salir de la clase para ir a la enfermería, te tragas la mitad morada…

—… «que te devuelve a tu estado de salud normal, permitiéndote realizar la actividad de ocio de tu elección durante una hora que, de otro modo, habrías dedicado a un infructuoso aburrimiento.» Bueno, eso es lo que hemos puesto en los anuncios —continuó Fred en voz baja; se había ido apartando poco a poco del campo visual de la señora Weasley y recogía unas cuantas
doxys
, que habían quedado esparcidas por el suelo, y se las guardaba en el bolsillo—. Pero todavía tenemos que perfeccionar el invento. De momento, nuestros controladores de calidad tienen problemas para parar de vomitar y comerse la parte morada.

—¿Controladores de calidad?

—Nosotros —aclaró Fred—. Vamos turnándonos. George probó los bombones desmayo; el turrón sangranarices lo probamos los dos…

—Mamá creía que nos habíamos batido en duelo —dijo George.

—Veo que la tienda de artículos de broma sigue funcionando —murmuró Harry fingiendo que colocaba bien el pitorro de su pulverizador.

—Bueno, todavía no hemos tenido ocasión de buscar un local —continuó diciendo Fred, bajando la voz aún más, mientras la señora Weasley se secaba la frente con el pañuelo antes de volver al ataque—, así que de momento lo tenemos organizado como un servicio de venta por correo. La semana pasada pusimos anuncios en
El Profeta.

—Y todo gracias a ti, Harry —añadió George—. Pero no temas, mamá no tiene ni idea. Ya no lee
El Profeta
porque dice mentiras sobre ti y sobre Dumbledore.

Harry sonrió. Había obligado a los gemelos Weasley a aceptar los mil galeones del premio en metálico del Torneo de los tres magos que había ganado, para ayudarlos a llevar a cabo su ambicioso plan de abrir una tienda de artículos de broma. De todos modos, le alegró saber que la señora Weasley no estaba al corriente de su colaboración, pues ella no creía que dirigir una tienda de artículos de broma fuera una carrera adecuada para dos de sus hijos.

La
desdoxyzación
de las cortinas les llevó casi toda la mañana. Ya era más de mediodía cuando la señora Weasley se quitó por fin el pañuelo protector y se dejó caer en una mullida butaca, pero dio un salto al tiempo que soltaba un grito de asco, pues se había sentado encima de la bolsa de ratas muertas. Las cortinas habían dejado de zumbar y colgaban mustias y húmedas después de la intensa pulverización. A los pies de las cortinas, las
doxys
inconscientes estaban amontonadas en el cubo, junto a un cuenco de huevos negros de
doxy
que
Crookshanks
olfateaba y a los que Fred y George lanzaban codiciosas miradas.

—Creo que de eso nos encargaremos después de comer —dijo la señora Weasley señalando las polvorientas vitrinas que había a ambos lados de la repisa de la chimenea.

Estaban llenas a rebosar de un extraño surtido de objetos: una colección de dagas oxidadas, garras, una piel de serpiente enroscada, varias cajas de plata sin lustre con inscripciones en idiomas que Harry no entendía, y lo más desagradable de todo: una ornamentada botella de cristal con un gran ópalo en el tapón, llena de algo que parecía sangre.

Volvió a sonar el timbre de la puerta, y todos miraron a la señora Weasley.

—Quedaos aquí —dijo ella con firmeza, y agarró la bolsa de ratas en el momento en que abajo empezaban a oírse de nuevo los bramidos de la señora Black—. Voy a traeros unos sándwiches.

Salió de la habitación y cerró con cuidado tras ella. A continuación, todos corrieron hacia la ventana para ver quién había en la puerta principal. Alcanzaron a ver la coronilla de una despeinada y rojiza cabeza y un montón de calderos en precario equilibrio.

—¡Mundungus! —exclamó Hermione—. ¿Para qué habrá traído esos calderos?

—Debe de buscar un lugar seguro donde guardarlos —dijo Harry—. ¿No era eso, recoger calderos robados, lo que estaba haciendo la noche que debía vigilarme?

—¡Sí, tienes razón! —respondió Fred. La puerta de la calle se abrió y Mundungus entró por ella con sus calderos y se perdió de vista—. ¡Vaya, a mamá no le va a hacer ninguna gracia!

Fred y George corrieron hacia la puerta y se quedaron junto a ella, escuchando con atención. La señora Black había dejado de gritar.

—Mundungus está hablando con Sirius y con Kingsley —dijo Fred en voz baja, concentrado y con el entrecejo fruncido—. No los oigo bien… ¿Qué os parece si probamos con las orejas extensibles?

—Quizá valga la pena intentarlo —admitió George—. Podría subir un momento y coger unas…

Pero en ese preciso instante estalló una sonora exclamación en el piso de abajo que hizo que las orejas extensibles resultaran superfluas. Se podía oír a la perfección lo que la señora Weasley estaba diciendo a grito pelado.

—¡Esto no es un escondrijo de artículos robados!

—Me encanta oír a mamá gritándole a otra persona —comentó Fred con una sonrisa de satisfacción en la cara, mientras abría un poco la puerta para dejar que la voz de la señora Weasley entrara mejor en el salón—. Para variar.

—… completamente irresponsable, como si no tuviéramos bastantes preocupaciones sin que tú traigas tus calderos robados a la casa…

—Los muy idiotas la están dejando coger carrerilla —dijo George haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Hay que atajarla enseguida porque si no se calienta y ya no hay quien la pare. Se moría de ganas de soltarle una buena reprimenda a Mundungus desde que desapareció, cuando se suponía que estaba siguiéndote, Harry. Y allá va la madre de Sirius otra vez.

La voz de la señora Weasley quedó apagada bajo una nueva sarta de chillidos e improperios de los retratos del vestíbulo.

George hizo ademán de cerrar la puerta para ahogar el ruido, pero, antes de que pudiera hacerlo, un elfo doméstico se coló en la habitación.

Iba desnudo, con la excepción de un trapo mugriento atado, como un taparrabos, alrededor de la cintura. Parecía muy viejo. Le sobraba piel por todas partes y, aunque era calvo como todos los elfos domésticos, le salían pelos blancos por las enormes orejas de murciélago. Tenía los ojos, de color verde claro, inyectados en sangre, y la carnosa nariz era grande y con forma de morro de cerdo.

El elfo no prestó la más mínima atención ni a Harry ni a los demás. Como si no los hubiera visto, entró arrastrando los pies, encorvado, caminando despacio y con obstinación, y fue hacia el fondo de la estancia sin dejar de murmurar por lo bajo con voz grave y áspera, como la de una rana toro.

—… apesta a alcantarilla y por si fuera poco es un delincuente, pero ella no es mucho mejor, una repugnante traidora a la sangre con unos críos que enredan la casa de mi ama, oh, mi pobre ama, si ella supiera, si supiera qué escoria han dejado entrar en la casa, qué le diría al viejo Kreacher, oh, qué vergüenza, sangre sucia, hombres lobo, traidores y ladrones, pobre viejo Kreacher, qué puede hacer él…

—¡Hola, Kreacher! —lo saludó Fred, casi gritando, y cerró la puerta haciendo mucho ruido.

El elfo doméstico se paró en seco, dejó de mascullar y dio un respingo muy exagerado y muy poco convincente.

—Kreacher no había visto al joven amo —se excusó; a continuación se giró y se inclinó ante Fred. Con los ojos clavados todavía en la alfombra, añadió en un tono perfectamente audible—: Un sucio mocoso y un traidor a su sangre, eso es lo que es.

—¿Cómo dices? —preguntó George—. No he oído eso último.

—Kreacher no ha dicho nada —respondió el elfo, y se inclinó ante George, añadiendo en voz baja pero muy clara—: Y ahí está su gemelo; un par de bestias anormales.

Harry no sabía si reír o no. El elfo se enderezó y los miró a todos con hostilidad; en apariencia convencido de que nadie podía oírlo, siguió murmurando:

—Y ahí está la sangre sucia, la muy descarada, ay, si mi ama lo supiera, oh, cómo lloraría; y hay un chico nuevo, Kreacher no sabe su nombre. ¿Qué hace aquí? Kreacher no lo sabe…

—Éste es Harry, Kreacher —dijo Hermione, titubeante—. Harry Potter.

Kreacher abrió mucho los ojos y se puso a farfullar más deprisa y con más rabia que antes:

—La sangre sucia le habla a Kreacher como si fuera su amigo; si el ama viera a Kreacher con esta gente, oh, ¿qué diría?

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