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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (204 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¿Y qué hizo Colagusano después de que atacaron ustedes a Moody? —preguntó Dumbledore.

—Se volvió para seguir cuidando a mi señor en mi casa y vigilando a mi padre.

—Pero su padre escapó —observó Dumbledore.

—Sí. Después de algún tiempo empezó a resistirse a la maldición
imperius
tal como había hecho yo. Había momentos en los que se daba cuenta de lo que ocurría. Mi señor pensó que ya no era seguro dejar que mi padre saliera de casa, así que lo obligó a enviar cartas diciendo que estaba enfermo. Sin embargo, Colagusano fue un poco negligente, y no lo vigiló bien. De forma que mi padre pudo escapar. Mi señor adivinó que se dirigiría a Hogwarts. Efectivamente, el propósito de mi padre era contárselo todo a Dumbledore, confesar. Venía dispuesto a admitir que me había sacado de Azkaban.

»Mi señor me envió noticia de la fuga de mi padre. Me dijo que lo detuviera costara lo que costara. Yo esperé, atento: utilicé el mapa que le había pedido a Harry Potter. El mapa que había estado a punto de echarlo todo a perder.

—¿Mapa? —preguntó rápidamente Dumbledore—, ¿qué mapa es ése?

—El mapa de Hogwarts de Potter. Potter me vio en él, una noche, robando ingredientes para la poción
multijugos
del despacho de Snape. Como tengo el mismo nombre que mi padre, pensó que se trataba de él. Le dije que mi padre odiaba a los magos tenebrosos, y Potter creyó que iba tras Snape. Esa noche le pedí a Potter su mapa.

»Durante una semana esperé a que mi padre llegara a Hogwarts. Al fin, una noche, el mapa me lo mostró entrando en los terrenos del castillo. Me puse la capa invisible y bajé a su encuentro. Iba por el borde del bosque. Entonces llegaron Potter y Krum. Aguardé. No podía hacerle daño a Potter porque mi señor lo necesitaba, pero cuando fue a buscar a Dumbledore aproveché para aturdir a Krum. Y maté a mi padre.

—¡Nooooo! —gimió Winky—. ¡Amo Barty, amo Barty!, ¿qué está diciendo?

—Usted mató a su padre —dijo Dumbledore, en el mismo tono suave—. ¿Qué hizo con el cuerpo?

—Lo llevé al bosque y lo cubrí con la capa invisible. Llevaba conmigo el mapa: vi en él a Potter entrar corriendo en el castillo y tropezarse con Snape, y luego a Dumbledore con ellos. Entonces Potter sacó del castillo a Dumbledore. Yo volví a salir del bosque, di un rodeo y fui a su encuentro como si llegara del castillo. Le dije a Dumbledore que Snape me había indicado adónde iban.

»Dumbledore me pidió que fuera en busca de mi padre, así que volví junto a su cadáver, miré el mapa y, cuando todo el mundo se hubo ido, lo transformé en un hueso... y lo enterré cubierto con la capa invisible en el trozo de tierra recién cavada delante de la cabaña de Hagrid.

Entonces se hizo un silencio total salvo por los continuados sollozos de Winky.

Luego dijo Dumbledore:

—Y esta noche...

—Me ofrecí a llevar la Copa del torneo al laberinto antes de la cena —musitó Barty Crouch—. La transformé en un
traslador
. El plan de mi señor ha funcionado: ha recobrado sus antiguos poderes y me cubrirá de más honores de los que pueda soñar un mago.

La sonrisa demente volvió a transformar sus rasgos, y la cabeza cayó inerte sobre un hombro mientras Winky sollozaba y se lamentaba a su lado.

36
Caminos separados

Dumbledore se levantó y miró un momento a Barty Crouch con desagrado. Luego alzó otra vez la varita e hizo salir de ella unas cuerdas que lo dejaron firmemente atado. Se dirigió entonces a la profesora McGonagall.

—Minerva, ¿te podrías quedar vigilándolo mientras subo con Harry?

—Desde luego —respondió ella. Daba la impresión de que sentía náuseas, como si acabara de ver vomitar a alguien. Sin embargo, cuando sacó la varita y apuntó con ella a Barty Crouch, su mano estaba completamente firme.

—Severus, por favor, dile a la señora Pomfrey que venga —indicó Dumbledore—. Hay que llevar a Alastor Moody a la enfermería. Luego baja a los terrenos, busca a Cornelius Fudge y tráelo acá. Supongo que querrá oír personalmente a Crouch. Si quiere algo de mí, dile que estaré en la enfermería dentro de media hora.

Snape asintió en silencio y salió del despacho.

—Harry... —llamó Dumbledore con suavidad.

Harry se levantó y volvió a tambalearse. El dolor de la pierna, que no había notado mientras escuchaba a Crouch, acababa de regresar con toda su intensidad. También se dio cuenta de que temblaba. Dumbledore lo cogió del brazo y lo ayudó a salir al oscuro corredor.

—Antes que nada, quiero que vengas a mi despacho, Harry —le dijo en voz baja, mientras se encaminaban hacia el pasadizo—. Sirius nos está esperando allí.

Harry asintió con la cabeza. Lo invadían una especie de aturdimiento y una sensación de total irrealidad, pero no hizo caso: estaba contento de encontrarse así. No quería pensar en nada de lo que había sucedido después de tocar la Copa de los tres magos. No quería repasar los recuerdos, demasiado frescos y tan claros como si fueran fotografías, que cruzaban por su mente:
Ojoloco
Moody dentro del baúl, Colagusano desplomado en el suelo y agarrándose el muñón del brazo, Voldemort surgiendo del caldero entre vapores, Cedric... muerto, Cedric pidiéndole que lo llevara con sus padres...

—Profesor —murmuró—, ¿dónde están los señores Diggory?

—Están con la profesora Sprout —dijo Dumbledore. Su voz, tan impasible durante todo el interrogatorio de Barty Crouch, tembló levemente por vez primera—. Es la jefa de la casa de Cedric, y es quien mejor lo conocía.

Llegaron ante la gárgola de piedra. Dumbledore pronunció la contraseña, se hizo a un lado, y él y Harry subieron por la escalera de caracol móvil hasta la puerta de roble. Dumbledore la abrió.

Sirius se encontraba allí, de pie. Tenía la cara tan pálida y demacrada como cuando había escapado de Azkaban. Cruzó en dos zancadas el despacho.

—¿Estás bien, Harry? Lo sabía, sabía que pasaría algo así. ¿Qué ha ocurrido?

Las manos le temblaban al ayudar a Harry a sentarse en una silla, delante del escritorio.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, más apremiante.

Dumbledore comenzó a contarle a Sirius todo lo que había dicho Barty Crouch. Harry sólo escuchaba a medias. Estaba tan agotado que le dolía hasta el último hueso, y lo único que quería era quedarse allí sentado, que no lo molestaran durante horas y horas, hasta que se durmiera y no tuviera que pensar ni sentir nada más.

Oyó un suave batir de alas.
Fawkes
, el fénix, había abandonado la percha y se había ido a posar sobre su rodilla.

—Hola,
Fawkes
—lo saludó Harry en voz baja. Acarició sus hermosas plumas de color oro y escarlata.
Fawkes
abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándolo. Había algo reconfortante en su cálido peso.

Dumbledore dejó de hablar. Sentado al escritorio, miraba fijamente a Harry, pero éste evitaba sus ojos. Se disponía a interrogarlo. Le haría revivirlo todo.

—Necesito saber qué sucedió después de que tocaste el
traslador
en el laberinto, Harry —le dijo.

—Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? —se apresuró a observar Sirius. Le había puesto a Harry una mano en el hombro—. Dejémoslo dormir. Que descanse.

Lo embargó un sentimiento de gratitud hacia Sirius, pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia él. Muy a desgana, Harry levantó la cabeza y encontró aquellos ojos azules.

—Harry, si pensara que te haría algún bien induciéndote al sueño por medio de un encantamiento y permitiendo que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría —dijo Dumbledore con amabilidad—. Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te ruego que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.

El fénix soltó una nota suave y trémula. Tembló en el aire, y Harry sintió como si una gota de líquido caliente se le deslizara por la garganta hasta el estómago, calentándolo y tonificándolo.

Respiró hondo y comenzó a hablar. Conforme lo hacía, parecían alzarse ante sus ojos las imágenes de todo cuanto había pasado aquella noche: vio la chispeante superficie de la poción que había revivido a Voldemort, vio a los
mortífagos
apareciéndose entre las tumbas, vio el cuerpo de Cedric tendido en el suelo a corta distancia de la Copa.

En una o dos ocasiones, Sirius hizo ademán de decir algo, sin dejar de aferrar con la mano el hombro de Harry, pero Dumbledore lo detuvo con un gesto, y Harry se alegró, porque, habiendo comenzado, era más fácil seguir. Hasta se sentía aliviado: era casi como si se estuviera sacando un veneno de dentro. Seguir hablando le costaba toda la entereza que era capaz de reunir, pero le parecía que, en cuanto hubiera acabado, se sentiría mejor.

Sin embargo, cuando Harry contó que Colagusano le había hecho un corte en el brazo con la daga, Sirius dejó escapar una exclamación vehemente, y Dumbledore se levantó tan de golpe que Harry se asustó. Rodeó el escritorio y le pidió que extendiera el brazo. Harry les mostró a ambos el lugar en que le había rasgado la túnica, y el corte que tenía debajo.

—Dijo que mi sangre lo haría más fuerte que la de cualquier otro —explicó Harry—. Dijo que la protección que me otorgó mi madre... iría también a él. Y tenía razón: pudo tocarme sin hacerse daño, me tocó en la cara.

Por un breve instante, Harry creyó ver una expresión de triunfo en los ojos de Dumbledore. Pero un segundo después estuvo seguro de habérselo imaginado, porque, cuando Dumbledore volvió a su silla tras el escritorio, parecía más viejo y más débil de lo que Harry lo había visto nunca.

—Muy bien —dijo, volviéndose a sentar—. Voldemort ha superado esa barrera. Prosigue, Harry, por favor.

Harry continuó: explicó cómo había salido Voldemort del caldero, y les repitió todo cuanto recordaba de su discurso a los
mortífagos
. Luego relató cómo Voldemort lo había desatado, le había devuelto su varita y se había preparado para batirse.

Cuando llegó a la parte en que el rayo dorado de luz había conectado su varita con la de Voldemort, se notó la garganta obstruida. Intentó seguir hablando, pero el recuerdo de lo que había surgido de la varita de Voldemort le anegaba la mente. Podía ver a Cedric saliendo de ella, ver al viejo, a Bertha Jorkins... a su madre... a su padre...

Se alegró de que Sirius rompiera el silencio.

—¿Se conectaron las varitas? —dijo, mirando primero a Harry y luego a Dumbledore—. ¿Por qué?

Harry volvió a levantar la vista hacia Dumbledore, que parecía impresionado.


Priori incantatem
—musitó.

Sus ojos miraron los de Harry, y fue casi como si hubieran quedado conectados por un repentino rayo de comprensión.

—¿El efecto de encantamiento invertido? —preguntó Sirius.

—Exactamente —contestó Dumbledore—. La varita de Harry y la de Voldemort tienen el mismo núcleo. Cada una de ellas contiene una pluma de la cola del mismo fénix. De ese fénix, de hecho —añadió señalando al pájaro de color oro y escarlata que estaba tranquilamente posado sobre una rodilla de Harry.

—¿La pluma de mi varita proviene de
Fawkes
? —exclamó Harry sorprendido.

—Sí —respondió Dumbledore—. En cuanto saliste de su tienda hace cuatro años, el señor Ollivander me escribió para decir que tú habías comprado la segunda varita.

—Entonces, ¿qué sucede cuando una varita se encuentra con su hermana? —quiso saber Sirius.

—Que no funcionan correctamente la una contra la otra —explicó Dumbledore—. Sin embargo, si los dueños de las varitas las obligan a combatir... tendrá lugar un efecto muy extraño: una de las varitas obligará a la otra a vomitar los encantamientos que ha llevado a cabo... en sentido inverso, primero el más reciente, luego los que lo precedieron...

Miró interrogativamente a Harry, y éste asintió con la cabeza.

—Lo cual significa —añadió Dumbledore pensativamente, fijando los ojos en la cara de Harry— que tuvo que reaparecer Cedric de alguna manera.

Harry volvió a asentir.

—¿Volvió a la vida? —preguntó Sirius.

—Ningún encantamiento puede resucitar a un muerto —dijo Dumbledore apesadumbrado—. Todo lo que pudo haber fue alguna especie de eco. Saldría de la varita una sombra del Cedric vivo. ¿Me equivoco, Harry?

—Me habló —dijo Harry, y de repente volvió a temblar—. Me habló el... el fantasma de Cedric, o lo que fuera.

—Un eco que conservaba la apariencia y el carácter de Cedric —explicó Dumbledore—. Adivino que luego aparecieron otras formas: víctimas menos recientes de la varita de Voldemort...

—Un viejo —dijo Harry, todavía con un nudo en la garganta—. Y Bertha Jorkins. Y...

—¿Tus padres? —preguntó Dumbledore en voz baja.

—Sí —contestó Harry.

Sirius apretó tanto a Harry en el hombro que casi le hacía daño.

—Los últimos asesinatos que la varita llevó a cabo —dijo Dumbledore, asintiendo con la cabeza—, en orden inverso. Naturalmente, habrían seguido apareciendo otros si hubieras mantenido la conexión. Muy bien, Harry: esos ecos... esas sombras... ¿qué hicieron?

Harry describió cómo las figuras que habían salido de la varita habían deambulado por el borde de la red dorada, cómo le dio la impresión de que Voldemort les tenía miedo, cómo la sombra de su padre le había indicado qué hacer y la de Cedric, su último deseo.

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