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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

Harry Potter. La colección completa (360 page)

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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Esa noche Harry volvió a quedarse largo rato despierto en la oscuridad. No quería perder el partido del día siguiente; no sólo era su primer partido como capitán, sino que además estaba decidido a derrotar a Draco Malfoy en
quidditch
aunque todavía no pudiera demostrar lo que sospechaba de él. Sin embargo, si Ron jugaba como en los últimos entrenamientos, las posibilidades de ganar eran escasas.

Ojalá pudiera lograr que Ron se sobrepusiera, diera lo mejor de sí mismo y estuviera inspirado ese día… Y la respuesta le llegó en un repentino y glorioso golpe de inspiración.

Al día siguiente, como era habitual en esas ocasiones, a la hora del desayuno reinaba un ambiente de gran agitación: los alumnos de Slytherin silbaban y abucheaban ruidosamente cada vez que un jugador del equipo de Gryffindor entraba en el Gran Comedor. Harry echó un vistazo al techo y vio un despejado cielo azul celeste: un buen presagio.

La abigarrada mesa de Gryffindor, que se veía como una masa compacta roja y dorada, prorrumpió en aplausos cuando Ron y Harry entraron. Harry sonrió y saludó con una mano; Ron compuso una mueca y meneó la cabeza.

—¡Ánimo, Ron! —gritó Lavender—. ¡Sé que vas a jugar muy bien!

Él no le hizo caso.

—¿Te sirvo té? —le ofreció Harry—. ¿Café? ¿Zumo de calabaza?

—Lo que quieras —respondió un desanimado Ron, y se puso a mordisquear una tostada.

Pasados unos minutos llegó Hermione; estaba tan harta del desagradable comportamiento de Ron que no había bajado con ellos a desayunar. Se paró a su lado mientras buscaba un sitio en la mesa.

—¿Qué tal estáis? —les preguntó, y contempló la nuca de Ron.

—Muy bien —contestó Harry, que en ese momento intentaba hacerle beber un vaso de zumo de calabaza a su amigo—. Venga, bébete esto.

A regañadientes, Ron cogió el vaso y ya se lo llevaba a los labios, cuando de pronto Hermione exclamó:

—¡No lo bebas!

Ambos la miraron.

—¿Por qué? —preguntó Ron.

Hermione miró de hito en hito a Harry, como si no diese crédito a sus ojos.

—Le has puesto algo en la bebida —lo acusó.

—¡Pero qué dices! —repuso Harry.

—Ya me has oído. Te he visto. Le has puesto algo en la bebida. ¡Mira, todavía tienes la botella en la mano!

—No sé de qué me hablas —repuso Harry, guardándose rápidamente la botellita en el bolsillo.

—¡Hazme caso, Ron, no te lo bebas! —insistió Hermione, muy alterada, pero él levantó el vaso, lo vació de un trago y dijo:

—Deja ya de mangonear.

Ella, escandalizada, se inclinó para susurrarle a Harry:

—Deberían expulsarte por esto. ¡No me esperaba una cosa así de ti!

—Mira quién habla —le susurró él—. ¿Has hecho algún
confundus
últimamente?

Echando chispas, Hermione dio media vuelta y fue a buscar un asiento lejos de ellos. Harry no se sintió culpable. Hermione nunca había entendido la importancia del
quidditch
. Luego miró a Ron, que en ese momento se relamía, y comentó:

—Ya casi es la hora.

La hierba helada crujía bajo sus pies mientras se dirigían hacia el estadio.

—Qué suerte que haga tan buen tiempo, ¿verdad? —observó Harry.

—Sí —admitió Ron, que estaba pálido.

Ginny y Demelza ya se habían puesto las túnicas de
quidditch
y esperaban en el vestuario.

—Las condiciones parecen ideales —comentó Ginny ignorando a Ron—. ¿Y sabéis qué? A uno de los cazadores de Slytherin, Vaisey, lo golpearon con una
bludger
en la cabeza durante el entrenamiento de ayer y no podrá jugar. ¡Y por si fuera poco, Malfoy también está enfermo!

—¿Qué? —se extrañó Harry—. ¿Que está enfermo? ¿Qué tiene?

—No lo sé, pero para nosotros es mejor —repuso ella, muy contenta—. Lo sustituirá Harper; va a mi curso y es un inútil.

Harry esbozó una vaga sonrisa, pero mientras se ponía la túnica escarlata no pensaba en el
quidditch
. En otra ocasión Malfoy ya había dicho que no podía jugar porque estaba lesionado, pero entonces se había asegurado de que cambiaran la fecha del partido y lo pusieran un día que convenía a los de Slytherin. ¿Por qué ahora no le importaba que lo sustituyeran? ¿Estaba enfermo de verdad o sólo fingía?

—Qué sospechoso lo de Malfoy, ¿no? —le comentó a Ron—. Me huele a chamusquina.

—Yo lo llamo suerte. —Ron parecía un poco más animado—. Y Vaisey tampoco jugará, y es su mejor goleador; no me hacía ninguna gracia que… ¡Eh! —exclamó de pronto, mirando fijamente a Harry, y dejó de ponerse los guantes de guardián.

—¿Qué pasa?

—Tú… —Bajó la voz; parecía asustado y al mismo tiempo emocionado—. El desayuno… Mi zumo de calabaza… ¿No habrás…?

Harry arqueó las cejas, pero se limitó a decir:

—El partido empieza dentro de cinco minutos, será mejor que te calces las botas.

Salieron al campo en medio de apoteósicos gritos de ánimo y abucheos. Uno de los extremos del estadio era una masa roja y dorada; el otro, un mar verde y plateado. Muchos alumnos de Hufflepuff y Ravenclaw habían tomado también partido: en medio de los gritos y aplausos, Harry distinguió con claridad el rugido del célebre sombrero con cabeza de león de Luna Lovegood.

Harry se dirigió hacia la señora Hooch, que hacía de árbitro y ya estaba preparada para soltar las pelotas de la caja.

—Estrechaos la mano, capitanes —indicó, y el nuevo capitán de Slytherin, Urquhart, le trituró los dedos a Harry—. Montad en las escobas. Atentos al silbato. Tres… dos… uno…

Tan pronto sonó el silbato, Harry y los demás se impulsaron con una fuerte patada en el helado suelo y echaron a volar.

Harry recorrió el perímetro del campo buscando la
snitch
sin dejar de vigilar a Harper, que volaba en zigzag muy por debajo de él. Entonces sonó una voz muy diferente de la del comentarista de siempre:

—Bueno, allá van, y creo que a todos nos ha sorprendido el equipo que ha formado Potter este año. Muchos creían que Ronald Weasley, después de su irregular actuación el año pasado, quedaría descartado, pero, claro, siempre ayuda tener una buena amistad con el capitán…

Esas palabras fueron recibidas con burlas y aplausos en las gradas ocupadas por los simpatizantes de Slytherin. Harry volvió la cabeza hacia el estrado del comentarista y vio a un chico rubio, alto, delgaducho y de nariz respingona, hablando por el megáfono mágico que hasta entonces siempre utilizaba Lee Jordán; Harry reconoció a Zacharias Smith, un jugador de Hufflepuff que no le caía nada bien.

—Ahí va el primer ataque de Slytherin. Urquhart cruza el campo como una centella y… —a Harry se le encogió el estómago— ¡paradón de Weasley! Bueno, supongo que todos tenemos suerte alguna vez…

—Así es, Smith, él también tiene suerte a veces —masculló Harry con una sonrisa burlona mientras descendía en picado entre los cazadores, mirando en busca de la escurridiza
snitch
.

A la media hora de partido Gryffindor ganaba sesenta a cero, Ron había hecho varias paradas espectaculares, algunas por los pelos, y Ginny había marcado cuatro de los seis tantos de Gryffindor. Eso obligó a Zacharias a dejar de preguntarse en voz alta si los hermanos Weasley sólo estaban en el equipo porque le caían bien a Harry, y empezó a meterse con Peakes y Coote.

—Ya os habréis fijado en que Coote no tiene la planta del típico golpeador —comentó con altivez—; por lo general suelen tener un poco más de músculo…

—¡Lánzale una
bludger
, a ver si se calla! —le gritó Harry a Coote cuando pasó por su lado, pero éste, con una sonrisa, decidió apuntar con la
bludger
a Harper, que en ese momento se cruzaba con ellos. Harry se alegró al oír un ruido sordo que indicaba que la
bludger
había acertado.

A Gryffindor todo le salía bien. Marcaban un gol tras otro, y Ron paraba los lanzamientos con una facilidad asombrosa. Estaba tan contento que incluso sonreía, y cuando el público celebró una parada particularmente buena entonando con entusiasmo el viejo tema «A Weasley vamos a coronar», él, desde lo alto, simuló dirigirlos agitando una batuta imaginaria.

—Hoy se cree que es alguien especial, ¿verdad? —dijo una voz insidiosa, y Harry casi se cayó de la escoba cuando Harper lo embistió con deliberada fuerza—. Ese amigote tuyo traidor a la sangre…

En ese momento la señora Hooch estaba de espaldas, y aunque los simpatizantes de Gryffindor protestaron enardecidos en las gradas, cuando ella se dio la vuelta Harper ya había salido disparado. Harry, con el hombro dolorido, se lanzó en su persecución decidido a embestirlo.

—¡Me parece que Harper, de Slytherin, ha encontrado la
snitch
! —anunció Zacharias Smith por el megáfono—. ¡Sí, ha descubierto algo que Potter no ha visto!

Harry pensó que Smith era un idiota rematado. ¿No se había dado cuenta de que habían chocado? Pero un instante después comprendió que Zacharias tenía razón: Harper no había salido disparado hacia arriba en cualquier dirección, sino que había localizado la
snitch
, que volaba a toda velocidad por encima de ellos despidiendo intensos destellos que destacaban contra el cielo azul.

Harry aceleró, angustiado. El viento le silbaba en los oídos y no le permitía escuchar los comentarios de Smith ni el griterío del público, pero Harper todavía iba delante de él, y Gryffindor sólo llevaba una ventaja de cien puntos. Si Harper llegaba antes que Harry, Gryffindor habría perdido. Y el jugador de Slytherin estaba a sólo unos palmos de la
snitch
, con el brazo estirado…

—¡Eh, Harper! —gritó Harry a la desesperada—. ¿Cuánto te ha pagado Malfoy para que jugaras en su lugar?

No supo qué lo impulsó a decir eso, pero Harper perdió la concentración y, al intentar coger la
snitch
, la pelota se le escapó entre los dedos y pasó de largo. Entonces Harry estiró un brazo y atrapó la diminuta pelota alada.

—¡Sí! —gritó Harry, y descendió en picado, con la
snitch
en la mano y el brazo en alto.

Cuando el público se dio cuenta de lo que había pasado, se alzó una ovación que casi ahogó el sonido del silbato que señalaba el final del partido.

—¿Adónde vas, Ginny? —gritó Harry, que había quedado atrapado en el aire en medio del efusivo abrazo de sus compañeros; pero Ginny pasó como una flecha y fue a estrellarse estrepitosamente contra el estrado del comentarista.

En medio de los gritos y las risas del público, el equipo de Gryffindor aterrizó junto a los restos de madera bajo los que Zacharias había quedado sepultado. Harry oyó que Ginny, risueña y despreocupada, le decía a la enfurecida profesora McGonagall: «Lo siento, profesora, se me olvidó frenar.»

Sonriendo, Harry se separó del resto del equipo y abrazó brevemente a Ginny. Luego, esquivando la mirada de la muchacha, le dio una palmada en la espalda al alborozado Ron. Olvidadas ya todas sus desavenencias, los jugadores de Gryffindor abandonaban el campo cogidos del brazo, lanzando los puños al aire y saludando a su afición.

En el vestuario reinó una atmósfera de júbilo.

—¡Seamus dice que hay fiesta en la sala común! —anunció Dean, eufórico—. ¡Vamos! ¡Ginny, Demelza!

Ron y Harry se quedaron los últimos, y cuando se disponían a salir apareció Hermione. Retorcía su bufanda de Gryffindor y parecía disgustada pero decidida.

—Quiero hablar un momento contigo, Harry. —Respiró hondo y añadió—: No debiste hacerlo. Ya oíste a Slughorn, es ilegal.

—¿Qué piensas hacer? ¿Delatarnos? —saltó Ron.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Harry, y se volvió para colgar su túnica, de modo que sus amigos no vieran que sonreía.

—¡Sabes muy bien de qué estamos hablando! —chilló Hermione—. ¡Le pusiste poción de la suerte en el zumo del desayuno!
¡
Felix Felicis!

—No es verdad —negó Harry.

—¡Sí, Harry, y por eso todo salió tan bien! ¡Por eso no pudieron jugar los mejores de Slytherin y por eso Ron lo ha parado todo!

—¡No le puse poción en el zumo! —insistió Harry con una sonrisa de oreja a oreja. Metió una mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó la botellita que Hermione le había visto en la mano esa mañana. Estaba llena de poción dorada y el tapón de corcho seguía sellado con cera—. Quería que Ron se lo creyera, así que fingí ponérsela cuando tú estabas mirando. Has parado los lanzamientos porque te sentías con suerte —le explicó a su amigo—. Pero lo has hecho tú sólito. —Volvió a guardarse la poción.

—¿Seguro que no había nada en el zumo de calabaza? —preguntó Ron, perplejo—. Hace muy buen tiempo y Vaisey no ha podido jugar… ¿De verdad no me has dado poción de la suerte?

Harry negó con la cabeza. Ron lo miró un instante y luego miró a Hermione.

—¡«Esta mañana le has puesto
Felix Felicis
en el zumo a Ron, por eso lo ha parado todo!» —la imitó en son de burla—. ¡Pues mira! ¡Resulta que sé parar lanzamientos sin ayuda de nadie, Hermione!

—Yo nunca he dicho que no sepas… ¡Ron, tú también pensabas que te la habías tomado!

Pero Ron ya se había marchado con la escoba al hombro.

—Vaya… —dijo Harry en medio de un tenso silencio; no había previsto que pudiera salirle el tiro por la culata—. ¿Qué, vamos a la fiesta?

—¡Ve tú! —le soltó Hermione conteniendo las lágrimas—. Estoy harta de Ron, no sé qué se supone que he hecho mal…

Y también salió precipitadamente del vestuario.

Harry cruzó sin prisa los abarrotados jardines en dirección al castillo. Muchos alumnos lo felicitaban al pasar, pero él se sentía decepcionado. Se había hecho ilusiones de que si Ron lo hacía bien, Hermione y él volverían a ser amigos de inmediato. No se le ocurría cómo explicarle a Hermione que la verdadera razón del terco enfado de Ron era que ella se había besado con Viktor Krum, y menos cuando de eso hacía bastante tiempo.

Cuando entró en la sala común no vio a su amiga, pero la fiesta en honor del equipo de Gryffindor estaba en pleno apogeo. Su llegada fue recibida con renovados vítores y aplausos, y pronto se vio rodeado por una multitud que lo felicitaba. Tuvo que librarse de los hermanos Creevey, que pretendían que hiciera un detallado análisis del partido, y de un numeroso grupo de niñas que lo rodearon y se rieron hasta de sus comentarios menos graciosos sin dejar de hacerle caídas de ojos, de modo que tardó un rato en empezar a buscar a Ron. Al fin también consiguió zafarse de Romilda Vane, quien no paraba de insinuarle que le encantaría ir con él a la fiesta de Navidad de Slughorn.

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