— emAj, ne. No así como así. Sus padres y sus abuelos llevan mucho tiempo al servicio de la rama amala a que pertenece Estrabón, y supongo que su descontento podría agravarse, haciéndose disensión y rebelión abierta, pero harían falta agitadores tan sutiles como sacerdotes, muchos y quizá durante años.
—Empero —dije pensativa—, si se pudiese eliminar a Estrabón… y se quedasen sin jefe a quien guardar lealtad…
Odwulfo me miró como lo había hecho Estrabón cuando le insinué que amputase los dedos a la sirvienta, y me replicó: —Swanilda, he oído hablar de las amazonas, pero no pensé nunca que conocería a una. ¿Es que te propones matarle tú? ¿Una débil joven contra un fuerte y viejo guerrero, y en su propio palacio, dentro de la ciudad y en sus propios territorios?
—Si lo hiciese yo, u otra persona, y las tropas se quedaran sin cabeza visible. ¿Crees que aceptarían por rey a Teodorico?
—¿Y qué quieres que te diga? Yo soy un simple soldado. Desde luego que se crearía una tremenda confusión y malestar entre las tropas. Pero no olvides, Swanilda, que el mando pasaría a su hijo Rekitakh.
—Creo que ni al mismo Estrabón le gustaría ver a sus soldados al mando de un rey con cara de pez
—musité—. Odwulfo, si has conseguido que no te descubran, ¿crees que podrías aguantar un poco más?
—Creo que sí, emja. Para un soldado es una situación molesta no estar con una emturma, no asistir al pase de lista ni tener servicios; pero me he acostumbrado y voy por todas partes con algo grande y visible: una viga para desbastar, un montón de lanzas para afilar, una silla de montar para arreglar y, así, los oficiales que me ven creen que estoy al servicio de otro oficial.
—Pues sigue haciendo eso y no te dejes ver. Se me está ocurriendo una idea y si la pongo en práctica te necesitaré. Muy pronto, llegará un destacamento de tropas de Estrabón con unos centenares de prisioneros de guerra hérulos; cuando estén aquí, haz que te vuelvan a asignar esta guardia y te explicaré
mi plan. Y te aseguro, Odwulfo, que volverás a sentirte soldado.
Por entonces, Estrabón se encontra casi de continuo airado y de un humor de perros, y, además, borracho, y sus ojos de rana enrojecidos eran más horribles que nunca. Y todo porque el emoptio Ocer no aparecía. Y, naturalmente, la emprendía conmigo como blanco de sus furias; por lo que llegué a temer seriamente que me golpease de mala manera y me hiriese al extremo de impedirme llevar a cabo lo que planeaba. Una noche bramó embriagado:
—¡Qué dedos ni nada! ¡Creo que te recortaré el emkunte y se lo enviaré al desgraciado de tu hermano!
¿Crees que Teodorico reconocerá que es el de su hermana?
—Lo dudo —repliqué con la mayor frialdad que pude y añadí una mentira que se me ocurrió—. Tú
deberías reconocerlo mejor que nadie, pero a veces no es así.
—¿Qué?
—La otra noche estabas tan bebido que, con la habitación a oscuras, te puse a Camilla en mi cama.
— em¡Liufs Guth! —exclamó, tratando de clavar su ojos en Camilla, que en aquel momento hacía algo en el cuarto—. ¿Esa puta tan fea? Ya decía yo que esa noche —replicó, encajando el juego e inventándose también una mentira—, aunque no decías una palabra, mostrabas más animación y colaboración que de ordinario—. Vamos a ver si aún lo hace —bramó, asiendo a Camilla por la muñeca—. Quédate tú también, puta, y observa a ver si aprendes cómo se comporta una mujer de verdad en la cama.
La verdad es que sentí algo de remordimiento por someter a la sirvienta a semejante humillación y apuro; pero tampoco lo sentía tanto, pues quizá fuese la única experiencia sexual en toda su vida, y por una vez, a Dios gracias, no la soportaba yo.
Cuando Estrabón concluyó, se quedó tumbado boca arriba en el lecho, sin aliento, y la desnuda Camilla, llena de emmúxa y embdélugma, salió tambaleante. Cuando Estrabón pudo volver a hablar, yo abordé
otro tema, calculado expresamente para no provocarle otro arrebato de mal humor.
—Muchas veces, te oigo llamar emnauthing a mi hermano, aunque he oído la palabra a los que hablan el antiguo idioma, no sé exactamente qué quiere decir.
Él cogió el jarro de vino que había traído y dio un buen trago antes de contestar.
—No me extraña, eres mujer y emnauthing es una palabra de hombres.
—Supongo que no será un elogio. Así que, si es un insulto, dime qué quiere decir.
—¿Conoces la palabra em«tetzte», niu?
— emJa. Significa inútil.
—Bien, pues emnauthing significa lo mismo, sólo que es mucho más ofensivo. Se deriva de la letra rúnica emnauths, la que se representa con dos trazos cruzados. ¿Conoces el alfabeto rúnico, emniu?
—Naturalmente. emNauths representa el sonido «n» y quiere decir miseria.
—Pues eso: un emnauthing es un hombre peor que inútil. Quiere decir que es desgraciado, insignificante, cobarde, vil, digno de desprecio. Y si un hombre llama emnauthing a otro, éste debe luchar con el que se lo dice… hasta la muerte. Y si no lo hace, se le destierra de los demás y todos le esquivan, su nación, su tribu, su emgau, su emsibja y hasta sus familiares. Es como si no fuese un ser humano. Es tan… tan emnauthing, que si alguien, por lo que sea, le mata, la ley tradicional de los godos no castiga al asesino.
—¿Y has llamado emnauthing a mi hermano a la cara?
—Aún no. Aunque somos primos lejanos, nunca nos hemos visto. Pero ya nos veremos, y te prometo que le miraré cara a cara —¿de qué te ríes, puta?— y en voz alta y delante de todos diré que Teodorico es un emnauthing. Y al mismo tiempo clavaré un aspa emnauthing.
—¿Qué es eso?
—Dos ramas cruzadas como si fuesen la letra emnauths. Al proferir el insulto, se clava en el suelo en el sitio del encuentro, y acarrea maleficio si lucha contigo en ese mismo momento, después, o se niega a luchar. O incluso si te vence. Es muy parecido a un eminsandjis o maldición de un emhaliuruns malvado.
—¿Ah, sí? Entonces… si yo te llamo emnauthing ahora… y voy a buscar unas varas para hacer un aspa emnauthing…
—No te tomes la molestia, puta —replicó él, riendo—. No intentes estropear amenazándome lo a gusto que estoy. Ya te he dicho que es un desafío entre hombres. Por tu futuro bienestar, te recomiendo que ceses en semejantes comentarios insolentes, puta, a no ser que desarrolles un emsvans en consonancia con tu tan poco femenina falta de respeto hacia la superioridad masculina.
—Tienes razón —dije yo con voz meliflua—, eso haré.
—Bien…, bien… —musitó él, con voz somnolienta, sin advertir mi aviesa sonrisa. Durante los dos o tres días siguientes me dediqué a hacer de criada para la sirvienta; la pobre criatura había quedado acobardada y profundamente afectada y permanecía acostada en su catre sin dejar de llorar. Estuve sentándome a la cabecera, musitándole palabras de consuelo y de afecto, dándole algún bocado cuando le apetecía.
Así, logramos establecer una comunicación rudimentaria con gestos y muecas, y, finalmente, me dio a entender que estaba postrada no por dolor o debilidad, ni por disgusto. Al contrario, lloraba de alegría por haber sido brevemente «esposa» del rey Thiudareikhs Triarius y permanecía tumbada e inmóvil para no se le saliera de la emkoilía la pegajosa embdélugma de Estrabón porque ansiaba con todo su corazón que su emvirile spérmata se abriese paso hasta el emhystéra y, aun siendo una pobre criada, llegar a ser madre de un príncipe bastardo. Cuando Estrabón acudió de nuevo a mis aposentos, estaba casi al borde de la apoplejía para ser capaz de molestarme, y menos a Camilla; se personó únicamente para echar espumarajos y agitar sus horripilantes ojos, despotricando: —¡Mi paciencia está llegando a su fin! Mi fiel emoptio Ocer no habría osado dejarme esperar sin saber a qué atenerme. Tiene que ser una artimaña del emnauthing de tu hermano lo que le hace demorarse. ¡Te juro por todos los dioses, por tu cruz y tu martillo y las excreciones de tu Virgen María, que sólo aguardaré dos días más! Esta noche llegan esos prisioneros hérulos, y estoy decidido a que mañana lamenten amargamente no haber perecido en combate. Una vez que me haya ocupado de ellos, si aún no hay noticias de Singidunum, te juro que voy a…
—Tengo una idea respecto a esos prisioneros —dije yo antes de que volviese a amenazarme con extirparme mis partes pudendas.
—¿Cómo dices?
—¿O es que ya has decidido su destino? ¿Las fieras? ¿La túnica? em¿El patibulum?
— emNe, ne —contestó inquieto—. Son medios demasiado suaves para saciar mi sed de sangre.
—Pues deja que te sugiera algo realmente horroroso —añadí, fingiendo fruición—. Cuando llegamos a la ciudad, creo que vi un anfiteatro.
— emJa, grande y estupendo, de mármol blanco de Paros. Pero si vas a decirme que haga juegos de gladiadores, cállate. Esos combates cuerpo a cuerpo son más aburridos que… —Un combate tremebundo
—dije—. Esos subditos suscitaron tu ira porque quisieron que sus tribus se matasen entre sí, em¿niu? Pues deja que lo hagan. Todos a la vez. Incítalos. Arma a las seis centurias con espada y sin escudo y que salgan a la arena. Trescientos de una tribu contra trescientos de otra. Y para mayor incentivo, concede la libertad al último superviviente de los dos bandos. Un combate así será un espectáculo digno de Calígula y Nerón. Seguro que les llega la sangre hasta los tobillos.
Estrabón meneó la cabeza admirativamente y sus ojos casi se le salieron de las órbitas.
—Espero sinceramente —musitó con voz ronca— que Ocer llegue a tiempo para impedir que tenga que mutilarte, Amalamena. Sería una pena estropear a la única mujer que he conocido que comparte tantos gustos conmigo. Dije que eras un rapaz, un emhaliruruns, y bien que lo eres. Calígula y Nerón, en el Walis-Halla, el Avalonnis, o donde estén, volverían a morir de envidia al verte a mi lado.
—Pues muéstrame tu agradecimiento y déjame que vea el espectáculo contigo —dije.
—Es que… —musitó, frunciendo el ceño.
—No he salido nunca de aquí desde que me encerraste, y no has dejado que viniera nadie más que el capellán de la guarnición, un domingo. Y me ha dicho que, mancillada como estoy, no tengo esperanza alguna de salvación cristiana. Así que, deja que me condene irremisiblemente. Vamos, Triarius, no niegues a un ave de rapiña la oportunidad de asistir a una matanza. ¿Vas a negarle a una emhulariuns la oportunidad de refocilarse viendo cómo se hace realidad su maleficio?
—Es cierto —replicó él con risa sarcástica—. Pero te llevaré con grilletes encadenada a un guardián. Espero que disfrutes con el espectáculo, mujer, y no hablo en vano cuando digo que la próxima sangre que se derrame será la tuya.
Al cambiar la guardia aquella tarde, el relevo que nos trajo la bandeja con la cena a mí y a Camilla era, como yo esperaba, Odwulfo. Me dijo que los hérulos cautivos ya habían llegado, que serían unos trescientos de cada tribu y que los habían conducido a los cubiles subterráneos del anfiteatro; les acompañaban varios centenares de mujeres y niños, que ya habían sido repartidos casi todos entre los mercaderes de esclavos sirios que había en la ciudad.
—Menos las mujeres más guapas y las niñas de edad nubil. Como puedes imaginarte, la guarnición se lo está pasando en grande.
—¿Y se embriagan?
— emAj, no sabes cómo. A mí me miran con cierto recelo porque no voy por ahí tambaleándome y vomitando.
—¿Y los cautivos están encolerizados por el trato que dan a sus mujeres e hijos?
—Probablemente no más de lo que yo estaría después de perder una batalla y ser capturado —
contestó Odwulfo, encogiéndose de hombros—. Es lo que se espera.
— emJa, supongo que sí —dije yo—. De todos modos, me gustaría que a esos hérulos se les soliviantase lo más posible. ¿No podrías introducirte entre ellos?
—Swanilda, esta noche puedo hacer lo que quieras. Toda la guarnición está borracha y entregada a excesos.
—Pues haz eso. Haz correr el rumor entre los prisioneros de que los soldados de Estrabón están violando a sus mujeres y sus hijas a la manera… franca y griega.
—¡No se lo creerán! —respondió Odwulfo asombrado—. Nadie creerá que los ostrogodos sean capaces de tal atrocidad. —Pues haz que se lo crean. Piensa que son ostrogodos muy borrachos que han perdido la decencia y la contención.
—Hablas peor que un soldado —comentó él, encogiéndose otra vez de hombros—. Haré lo que pueda, pero ¿para qué? Le expliqué lo del espectáculo que se iba a celebrar al día siguiente, y con qué
artes lo había logrado de Estrabón. Odwulfo profirió varias veces exclamaciones de admiración y volvió a decir que tenía una inclinación amazónica a la atrocidad; empero se mostró de acuerdo cuando añadí lo que quería que dijera a los hérulos confinados en el anfiteatro.
—Por el martillo de Tor —musitó—, sí que eres ingeniosa. No sé si nos servirá de algo, pero merecerá la pena verlo. —Cuando hayas agitado y provocado debidamente a los cautivos, explicándoles lo que deben hacer, y cuando ya sea de noche y los soldados de la guarnición sigan ebrios, quiero que recojas la armadura y el caballo del mariscal Thorn. Yo y Estrabón estaremos sentados mañana en la tribuna central del anfiteatro a nivel de la arena. Ten el caballo y la armadura escondida cerca de la entrada de esa tribuna.
—Yo creí que la armadura la guardábamos como simple recuerdo. ¿Es que vas a ponértela?
—El emsaio Thorn no era mucho más grande que yo —dije con toda naturalidad— y creo que me vendrá bien. Y él me enseñó a cabalgar en su caballo con esas cuerdas para los pies. No olvides, Odwulfo, que no hace tanto tiempo que las mujeres ostrogodas eran buenas guerreras.
—Sí…, pero una mujer, criada de una princesa… —Espero no haberme reblandecido abyectamente. Haz lo que te digo. Y otra cosa: mañana, Estrabón elegirá seguramente a un guardián de confianza para encadenarme a él, pero procura estar lo más cerca posible mío.
—Pierde cuidado. Mañana todos estarán con la cabeza pesada y no tendré dificultades para acercarme. Swandila, recemos porque nuestro plan salga bien; porque si no logramos escapar, no saldremos con vida.
A la mañana siguiente, me vestí y adorné con los mejores atavíos de Veleda y me arreglé con los cosméticos y joyas que había traído de Novae, incluido el sujetador de filigrana de bronce que había comprado años antes en el lugar de los Ecos. Quería que Estrabón me viese por última vez como una mujer totalmente femenina y nada temible, para que no cambiase de idea de llevarme con él al anfiteatro. Camilla no me ayudó a vestirme, pues, como llevaba haciendo varios días, no cesaba de manosearse entristecida sus enormes senos a ver si aparecía la leche materna; y, claro, sólo lograba extraer la