Un poco más tarde, Goniface había visto como la demoníaca invención volante intentaba un viraje demasiado cerrado. Pese a ello, no había logrado evitar el rayo azul del fulminador y había explotado, finalmente, en una llamarada incandescente, precipitándose sobre la Plaza. Pero al abandonar el Puesto Principal de Observación, vio que otro murciélago negro tomaba el relevo del caído.
La Central de Energía informaba de que todo iba bien. Las baterías atómicas que proporcionaban energía a todo el Santuario, producían fácilmente el exceso de potencia que requería la crisis. La moral de los sacerdotes del Cuarto Círculo que la custodiaban y la de su jefe de Séptimo Círculo, parecían buenas.
El Centro de Control de la Catedral, en el que los Fanáticos habían boicoteado el Gran Jubileo pocas horas antes, también parecía funcionar de forma satisfactoria.
En el Centro de Control del Santuario, muy cerca del Centro de Comunicaciones, había sucedido un incidente desagradable. Poseído de una extraña crisis mental, más sorprendente aún por el hecho de que al principio no mostrara ningún síntoma externo, el Maestro de Cerrojos y Puertas había empezado a activar y abrir todas las rejas de las principales entradas al Santuario. Su acto había pasado desapercibido fácilmente. Fue Goniface el primero en darse cuenta de la disposición reveladora de los indicadores en el panel de control de Cerrojos y Puertas. Cuando el sacerdote comprendió que había sido descubierto, balbuceó incoherentemente una extraña historia: Satanás le había amenazado con algo horrible y atroz si no obedecía determinadas órdenes. Al parecer no se trataba de un verdadero traidor, por lo que podía deducir de su confusa historia. Durante varias semanas se había visto asediado por extrañas manifestaciones que se le aparecían cuando se encontraba solo. Afirmaba que, desde muy niño, se había sentido aterrorizado por un miedo fantástico: bolas de fuego iban a quemarle el cráneo y a destruir su cerebro. Ese temor había sido una minúscula sombra y lo había olvidado en los últimos años, pero de repente, había empezado a ver pequeñas bolas de fuego que flotaban, moviéndose a su alrededor y que le hablaban con voz humana, amenazándole con quemarle el cerebro si no realizaba determinadas acciones.
Goniface ordenó que fuera sustituido por una persona competente, pero el incidente le dejó un regusto desagradable. Tipificaba demasiado bien la insidiosa estrategia de la Brujería. Los Fanáticos se habían movido libremente entre los sacerdotes leales y habían tenido acceso a los informes recopilados sobre prácticamente todos los miembros de la Jerarquía. Dos de los miembros del Control de Personal eran Fanáticos y por eso habían podido descubrir los secretos y los temores ocultos de cada sacerdote. El telesolidógrafo e instrumentos similares les habían permitido hacer realidad esos temores.
Sí, pensó Goniface, el miedo es el arma secreta de la Brujería y la única realmente peligrosa. Los demás peligros eran secundarios. El ataque contra los santuarios fracasaría, ya que la Jerarquía era muy superior desde el punto de vista militar. La rebelión de los fieles había causado una confusión considerable, pero ellos nunca lograrían invadir los santuarios al igual que una banda de monos no conseguiría conquistar una ciudad amurallada.
Pero el miedo, el miedo era un tema preocupante. Goniface escrutó los rostros que le rodeaban en busca de signos de temor. Era imposible que la Brujería atacara a todos los miembros de la Jerarquía utilizando un terror individualizado. Para ello habría sido necesaria una organización tan amplia como la de la misma Jerarquía. Debía existir un medio rápido y seguro para averiguar quiénes entre los sacerdotes eran víctimas de un ataque de ese tipo. Podría ponerse en práctica si se dispusiera del tiempo necesario, pero tendría que hacerse al día siguiente y antes de eso, la Jerarquía tenía que sobrevivir aquella noche.
Goniface despidió a su escolta y entró en el Centro de Comunicaciones a través de la galería. Una vez en la sala, no se sentó en seguida sino que aguardó un momento en el umbral de la puerta. Su retorno no fue advertido inmediatamente, a causa del incesante torbellino de actividad.
El Centro de Comunicaciones era como un cerebro. El nivel inferior estaba ocupado por múltiples paneles de comunicaciones ante cada uno de los cuales se hallaba un sacerdote. Otro grupo de sacerdotes coordinaba y verificaba las informaciones que provenían de la red mundial de santuarios. Esta información aparecía después en un mapamundi que ocupaba toda una pared ligeramente cóncava, situada en el lado opuesto de la galería. Desde ella, los miembros del Consejo Supremo examinaban el mapamundi, recibían información adicional de secretarios, mensajeros y pantallas individuales de televisión y después tomaban las decisiones. Cada arcipreste era responsable de un determinado sector de la Tierra. Las órdenes eran transmitidas inmediatamente a los sacerdotes del Estado Mayor del Centro de Comunicaciones que estaban sentados frente a la galería. Estos las comprobaban y las pasaban al grupo de sacerdotes que se encargaba de transmitir los mensajes.
El Consejo Supremo y el Estado Mayor del Centro de Comunicaciones cooperaban admirablemente y los roces eran mínimos. Algunos de los arciprestes formaban parte del Estado Mayor. Aquella noche, el hermano Jomald era el Jefe de Comunicaciones y, en ausencia de Goniface, ejercía la autoridad suprema.
Todo se realizaba en un silencio casi absoluto, gracias a un sutil código de gestos semejante a un lenguaje. También se utilizaban audífonos, transmisores y mensajes escritos y proyectados en el televisor, como en los viejos tiempos.
En el otro extremo de la amplia sala se agrupaban grandes pantallas de televisión, una por cada ciudad importante.
Sin embargo, era precisamente el gran mapamundi el que dominaba el Centro de Comunicaciones y le daba un carácter especial. Casi parecía tener vida, con aquellas luces de brillantes colores proyectadas desde el otro lado de una pared translúcida. Y, en efecto, si uno se fijaba con detalle en la región medio en sombras que cubría la mitad del mapa, se podía distinguir un leve movimiento. Aquella región del mapa representaba la noche. Lentamente, el límite delantero avanzaba cubriendo tierra y océanos y tragándose los puntos que representaban los Santuarios. Lentamente también, el límite posterior iba retirándose, dejando nuevos puntos a la luz. Megatheopolis, en el centro del mapa, se encontraba también en ese momento, en el centro de la deslizante alfombra de sombras.
La mayor parte de los puntos invadidos por las sombras eran de color escarlata. La mayoría de los que dejaban la zona oscura eran de color negro. Ello indicaba que esos santuarios habían dejado de comunicar, que habían sido abandonados o que habían caído en manos de la Brujería.
Más de la mitad de los puntos más pequeños que representaban los santuarios rurales, eran de color negro. Todos los puntos de mayor tamaño mantenían su color escarlata.
Goniface estudió el mapa con mayor atención y percibió los minúsculos símbolos en forma de alas de color azul que representaban los escuadrones de ángeles, los símbolos negros en forma de ala de murciélago que se habían improvisado para indicar los ingenios demoníacos y otros en forma de lobo gris que indicaban las regiones asediadas por proyecciones telesolidográficas y todos los demás pictogramas simbólicos indicados en el mapa.
Goniface frunció el ceño. Sin ningún género de dudas, la Brujería había ido avanzando y lo había hecho con rapidez. Le parecía notar una mejor coordinación en las fuerzas enemigas, un plan de campaña más unificado. Se aprovechaban inteligentemente de que el escaso número de escuadrillas de ángeles de la Jerarquía no podían patrullar en todas las ciudades.
Al día siguiente aterrizaría la nave procedente de Luciferópolís que transportaba cincuenta escuadrillas de ángeles y, además, un cierto número de arcángeles y serafines, de los que en ese momento no disponían. Pero eso sería a la mañana siguiente.
Goniface avanzó hacía el centro de la galería y ocupó su puesto, más bien molesto que halagado por el rumor que suscitaba su llegada. Todos eran demasiado conscientes de su presencia. Deberían estar más concentrados en el trabajo que hacían.
El Jefe de Comunicaciones ocupaba un asiento en la galería que estaba justo debajo de donde se sentaba el Jerarca del Mundo. Desde allí, el hermano Jomald empezó a darle cuenta de los acontecimientos más recientes. Pero Goniface, que sabía ya la mayoría de ellos por su inspección del gran mapa, le hizo una señal para que esperara. Después hizo una observación a los secretarios:
—Ordené que fueran a buscar a Deth. Debería estar aquí.
—Le estamos buscando por todas partes, pero no hemos podido contactar con él.
—¿Y Jarles, el sacerdote del Cuarto Círculo? —continuó—. También dije que fueran a buscarle.
—Lo estamos haciendo, Señor.
Sin embargo, Goniface tuvo que apartar aquellas preocupaciones de su mente. Ahora que su llegada había sido advertida, los arciprestes y los miembros del Estado Mayor se precipitaban hacia él para darle informes sobre los sectores que se hallaban en situación crítica y para pedirle su opinión. Los secretarios de Goniface estaban desbordados, tratando de seleccionar las informaciones para presentarlas al Jerarca del Mundo.
—Mesodelfos está invadido por la oscuridad. ¿Debemos destacar como refuerzos la mitad de las escuadrillas de ángeles de Arqueodelfia?
»Eleusis anuncia que ha descubierto y capturado un telesolidógrafo. ¿Deseáis conocer detalles sobre su construcción?
»Hierópolis: avería en las baterías eléctricas. ¿Podemos suministrarles energía desde algún otro punto, o enviamos técnicos para que supervisen las reparaciones?
» La Facultad del Sexto Círculo de Olimpia nos envía un mensaje urgente por el canal de comunicaciones privado. Advierten que el Personal de Control de Olimpia está siendo mentalmente influenciado por la Brujería. ¿Hay instrucciones?
»El Santuario Rural número 127, en el Sector del Asia del Este, informa sobre la misteriosa caída de dos ángeles. Dicen haber visto una enorme forma de murciélago. ¿Es necesario alertar a todos los ángeles del sector?
»La nave de apoyo de Luciferópolis ha establecido contacto. Llegarán aproximadamente al alba, hora de Megatheopolis. ¿Deben aterrizar en el enclave habitual?
Demasiadas noticias. Demasiadas peticiones de opinión. Una y otra vez, ya fuese dirigiéndose a la sala o a la pantalla del televisor, Goniface hacía un gesto breve con la mano, con la palma en alto, que significaba: «Actúe a discreción. Use su propio criterio.» Tendrían que haber sabido decidir por su cuenta y evitar pedir consejo sobre temas como aquéllos, pero el hecho de ser el Jerarca del Mundo provocaba que los demás estuvieran ansiosos de su aprobación. Incluso para un hombre tan eficiente como Jomald la situación resultaba difícil. Todos tenían una actitud servil ante Goniface y sus opiniones.
Sin embargo, contestó a la última pregunta:
—Ordenad a la nave de apoyo de Luciferópolis que aterrice a la vista de todos, detrás del Santuario de Megatheopolis, en el Brezal Condenado y que se preparen para proporcionar una ayuda inmediata.
Goniface se preguntaba si la Jerarquía estaría envejeciendo, al propio tiempo que otra parte de su mente estaba inmersa en el ajetreo del momento. ¿Perdía el clero su vigor, la austera fuerza de voluntad, la fría alegría de gobernar? Le parecía que, por todas partes, se podía detectar una tendencia anómala a la negligencia, a la debilidad y al escapismo; como si la mayoría de sus compañeros continuaran empujados tan sólo por la costumbre y la presión social. Con cierta perversidad de su parte, se sentía molesto por el hecho de que ya no percibía a su alrededor los odios y la amarga rivalidad de siempre. El Consejo Supremo ya no era como en los viejos tiempos, cuando cada arcipreste intentaba aumentar su prestigio y autoridad y cuando cada sesión se convertía en un duelo de inteligencias. Ya habían sido superados aquellos días de luchas feroces para acceder al poder que habían sido una de las principales fuerzas motrices de la Jerarquía. El líder de sus rivales, Frejeris, estaba fuera de juego, prácticamente como si estuviera muerto y sabía que incluso el más fuerte de los jefes Realistas, había abandonado sus planes para suplantarle. De modo que todos le aceptaban como superior. Estaba sentado en el trono del Jerarca del Mundo y nadie quería apoderarse de él.
Era extraño que fuera precisamente en Jarles, el agente traidor a su propia causa, en quien Goniface había notado por última vez una rapacidad y una voluntad parecidas a las suyas propias, aunque fuesen más rudas y algo ingenuas. Deseaba ver llegar a Jarles, sentir el efecto vigorizante de saber que un traidor frío y joven se hallaba ante él, a su lado, envidiándole. Quizá, después de aquella crisis, el hermano Dhomas pudiese crear nuevas personalidades de esa clase para reemplazar la vitalidad animal y el egoísmo sin piedad que la Jerarquía había perdido.
¡Quizá fuesen imaginaciones enfermizas! Y también ridículas y peligrosas durante la presente crisis en la que la disciplina y la obediencia eran esenciales. A pesar de todo, aquel asunto seguía preocupándole profundamente.
Goniface se dio cuenta de que el asiento que estaba a su izquierda, aquel que siempre había ocupado Sercival, estaba vacío. Con impaciencia hizo señales a otro arcipreste para que lo ocupara. Era contraproducente para la moral tener presente al enemigo que tan recientemente había sido descubierto entre ellos.
Y pese a todo, tan pronto como el arcipreste obedeció la orden, se preguntó si había hecho bien en darla. Algo en su mente le impelía a intentar transformar la gruesa cara de aquel hombre en las facciones de halcón del enjuto rostro de Sercival. Para él, el asiento seguía estando vacío…
¿Qué era lo que realmente perseguía Sercival—Asmodeo? Goniface habría dado cualquier cosa por haber podido oír una respuesta a su última pregunta. ¿Por qué había ayudado a Goniface a obtener el poder supremo? ¿Había llegado a prever ese sentimiento de inutilidad que se había apoderado de Goniface una vez conseguidos sus objetivos personales? ¿Y la decadencia estéril de aquella obediencia servil que empezaba a minar a los miembros de la Jerarquía?
Y sobre todo, ¿por qué Sercival había muerto manteniendo la estúpida pretensión de creer en lo sobrenatural? ¿Se trataba de un viejo senil y chocho, a pesar de todo? ¡Imposible! El líder de la Brujería había demostrado ser un hombre con sorprendente energía, audacia y recursos. Había que pensar que Sercival había actuado así para mantener el prestigio de la Brujería y que en sus últimos momentos había hecho un esfuerzo final para quebrantar el escepticismo del Consejo Supremo. Sin embargo, la experiencia de Goniface le decía que los hombres moribundos no hacían esa clase de cosas no, al menos, no lo hacían tan bien como Sercival.