Mientras tanto, como las esferas rocosas que una vez habían sido galaxias no podían ya influir físicamente en sus compañeras, y no había mentes que mantuviesen un contacto telepático, cada una de ellas era en verdad un universo independiente. Y como había cesado todo cambio, había cesado también el tiempo propio de cada uno de estos universos estériles.
Como éste era aparentemente el fin, eterno, estático, volví una vez más mi fatigada atención al momento supremo que era en verdad mi presente, o también mi pasado inmediato. Y auxiliado por el maduro poder de mi mente traté de ver con más claridad lo que había estado presente en mí en aquel pasado inmediato. Pues en aquel instante en que yo había visto la estrella resplandeciente que era el Hacedor de Estrellas, yo había vislumbrado, en ese mismo esplendor, unos raros y vivientes panoramas, como si en las profundidades del pasado hipercósmico y también del futuro hipercósmico, y, sin embargo, coexistentes con la eternidad, se extendiesen infinitos cosmos sucesivos.
E
l caminante que se pasea por una región montañosa, envuelta en nieblas, y que avanza apoyándose en una roca y luego en otra, puede encontrarse de pronto, a la luz del sol y al borde mismo de un precipicio. Allá abajo hay valles y colinas, llanuras, ríos, intrincadas ciudades, el mar con todas sus islas; y allá arriba está el Sol. Del mismo modo, en el momento supremo de mi experiencia cósmica, salí de las nieblas de mi finitud para encontrarme con un cosmos y otro cosmos, y con la luz misma que no sólo ilumina sino que también es dadora de vida. Luego, inmediatamente, la niebla se cerró sobre mi otra vez.
Yo no podría describir exactamente esa rara visión, inconcebible para cualquier mente finita, aun de estatura cósmica. Yo, pequeño individuo humano, estoy ahora infinitamente alejado de ese instante, que desconcertó a la misma mente que yo era entonces. Sin embargo, si no dijese nada de la culminación de mi aventura, traicionaría el espíritu del todo. El lenguaje humano y el pensamiento humano son por naturaleza incapaces de alcanzar la verdad metafísica, pero es indispensable que intente aquí expresar algo, aunque sólo sea por medio de metáforas.
Todo lo que puedo hacer es anotar, dentro de los límites de mis poderes humanos, algo del tumultuoso desorden que provocó en mi imaginación cósmica aquélla rara visión, cuando ya la intolerable lucidez me había cegado, y yo trataba de recordar a tientas lo que había ocurrido. Pues en mi ceguera la visión se me aparecía como un fantástico reflejo de mí mismo, un eco, un símbolo, un mito, un sueño sin razón, tosco y falso y, sin embargo, comprendía yo, no sin significado. Este pobre mito, esta mera parábola es lo que trataré de narrar aquí, tal como lo recuerdo en mi estado humano. Más no puedo hacer. Pero aun esto no podrá ser cumplido apropiadamente. No una vez sino muchas he escrito una descripción de mi sueño, y luego la he destruido, como totalmente inadecuada. Con una impresión de fracaso total balbucearé aquí sólo unas pocas de sus características más inteligibles. Mi mito reproduce sobre todo muy inadecuadamente uno de los aspectos de la visión real.
El momento supremo de mi experiencia como mente cósmica encerró en sí mismo la eternidad, y dentro de esa eternidad había múltiples secuencias temporales, distintas unas de otras. Pues aunque en la eternidad todo el tiempo está presente, y el espíritu infinito, siendo perfecto, ha de contener en sí mismo la realización plena de todas las posibles creaciones, esto sólo es posible cuando en su modo temporal, creador y finito, el espíritu infinito y absoluto concibe y lleva a cabo la totalidad de las vastas series de creaciones. En beneficio de la creación el espíritu eterno e infinito encierra al tiempo en su eternidad, contiene en sí mismo las prolongadas secuencias de las creaciones.
En mi sueño el mismo Hacedor de Estrellas, como espíritu eterno y absoluto, contemplaba intemporalmente todas sus obras; pero como modo creador y finito del espíritu absoluto corporizaba sus creaciones una tras otra en una secuencia temporal que correspondía a su propia aventura y a su propio crecimiento. Y cada una de sus obras, los cosmos, tenía, además, su tiempo peculiar de modo tal que el Hacedor de Estrellas podía ver toda la secuencia de acontecimientos de un cosmos no sólo desde dentro del tiempo cósmico sino también externamente, desde el tiempo adecuado a su propia vida, un tiempo en el que coexistían todas las edades cósmicas.
De acuerdo con ese sueño raro o mito que se posesionó de mi mente, en su estado creador y finito el Hacedor de Estrellas era en verdad un espíritu que se desarrollaba y despertaba. Que ocurriera así, y que al mismo tiempo él fuese eternamente perfecto es inconcebible desde el punto de vista humano; pero mi mente, abrumada con una visión sobrehumana, no encontró otro modo de expresar el mito de la creación.
Eternamente, y así me dijo mi sueño, el Hacedor de Estrellas es perfecto y absoluto; sin embargo, en los comienzos del tiempo que corresponde a su modo creador era una deidad infantil, inquieta, ansiosa, poderosa, pero sin una voluntad clara. Era dueño de todo el poder creador. Podía crear universos con los más variados atributos físicos y mentales. Sólo la lógica lo limitaba. Podía ordenar, por ejemplo, las leyes naturales más sorprendentes, pero no podía hacer que dos más dos sumasen cinco. En su fase primera estaba limitado también por su inmadurez. Se encontraba todavía en la etapa infantil. Aunque la fuente inconstante de su mente creadora, exploradora y consciente no fuese sino su propia esencia eterna, el Hacedor de Estrellas no era al principio sino un vago anhelo de creatividad.
El Hacedor probó sus poderes desde un principio. Objetivó parte de su propia sustancia inconsciente, como materia para su creación, y la modeló con un propósito consciente. Así, una y otra vez, fue creando sus juguetes: los cosmos.
Pero la propia sustancia inconsciente del Hacedor de Estrellas creador no era sino el espíritu eterno, el Hacedor de Estrellas mismo en su aspecto eterno y perfecto. Así ocurrió que en estas fases primeras, cada vez que el Hacedor sacaba de sus propias profundidades la materia prima de un cosmos, esta materia no era nunca informe sino plena de determinadas potencialidades: lógicas, físicas, biológicas, psicológicas. A veces estas potencialidades se resistían a los propósitos conscientes del joven Hacedor de Estrellas. El Hacedor no podía en ciertas ocasiones acomodarlas a sus fines, y menos aún realizarlas plenamente. Se me ocurrió que esta idiosincrasia del medio lo obligaba a alterar a menudo sus planes, pero que también le sugería una y otra vez más fértiles concepciones. Una y otra vez, de acuerdo con mi mito, el Hacedor de Estrellas aprendía algo de su criatura, y así superaba a su criatura y anhelaba trabajar en un plan más amplio. Una y otra vez apartaba un cosmos terminado y evocaba en sí mismo una nueva creación.
Muchas veces, en la primera parte de mi sueño, me pregunté qué pretendería alcanzar el Hacedor con sus creaciones. No pude dejar de pensar que este propósito no era al principio muy claro. Él mismo lo había ido descubriendo gradualmente, y muy a menudo, me pareció, su obra era una búsqueda, y su meta algo confuso. Pero ya en su madurez su voluntad era la de crear tan plenamente como fuese posible, realizar enteramente la potencialidad de su medio, idear obras de creciente sutileza, y de una creciente diversidad armónica. A medida que este propósito se hizo más claro, me pareció que incluía también la voluntad de crear universos que alcanzaran un nivel único de conciencia y expresión. Pues la percepción y la voluntad de las criaturas eran aparentemente el instrumento con que el Hacedor mismo, cosmos tras cosmos, despertaba a una mayor lucidez.
Fue así que, a través de sucesivas criaturas, el Hacedor de Estrellas avanzó de etapa en etapa desde el estado infantil de la divinidad a su madurez.
Fue así que en la eternidad el Hacedor de Estrellas llegó a ser lo que ya era en el principio, la raíz y coronamiento de todas las cosas.
En el modo típicamente irracional de los sueños, este sueño-mito representó el espíritu eterno como siendo a la vez causa y resultado de la multitud infinita de los existentes finitos. De algún modo ininteligible todas las cosas finitas, aunque fuesen en algún sentido imaginaciones del espíritu absoluto, eran también esenciales para la existencia misma de ese espíritu. Separado de ellas, no tenía ser. Pero no puedo decir si esta oscura relación representaba alguna verdad importante o era meramente un sueño trivial.
D
e acuerdo con el mito o sueño fantástico que evocó mi mente luego de aquel momento supremo de experiencia, el cosmos particular que llegué a confundir conmigo, no fue, en la vasta serie de creaciones, ni uno de los primeros ni uno de los últimos. Era, en cierto modo, la primera creación madura del Hacedor de Estrellas, pero comparada con creaciones posteriores parecía en muchos aspectos una obra de juventud.
Aunque las primeras creaciones expresaban la naturaleza del Hacedor de Estrellas en su fase inmatura, en su mayor parte se apartan totalmente de la dirección del pensamiento humano, y por lo tanto no puedo describirlas ahora. No me dejaron mucho más que una vaga impresión de la multiplicidad y diversidad de las obras del Hacedor de Estrellas. Sin embargo, aun en ellas hay unos pocos aspectos inteligibles para los hombres y que pueden ser recogidos aquí.
El primer cosmos apareció en mi sueño como algo sorprendentemente simple. El Hacedor de Estrellas niño, atormentado —así me pareció a mí— por su potencia inexpresada, concibió y objetivó en sí mismo dos cualidades. Con ellas creó el primer cosmos, un ritmo temporal, compuesto de sonido y silencio. De este primer ritmo sonoro, premonitorio de mil creaciones, desarrolló con un celo infantil pero divino, una música vacilante, de cambiante complejidad. Luego contemplando la forma simple de su criatura, concibió la posibilidad de una creación más sutil. Así la primera de todas las criaturas engendró en su creador una necesidad que ella misma no hubiese podido satisfacer. Por tanto, el Hacedor de Estrellas niño consideró que el primer cosmos era obra terminada. Contemplando desde afuera el tiempo que ese cosmos había engendrado, aprehendió todo su ciclo como presente, un presente, que fluía sin embargo. Y cuando hubo valorado serenamente su obra, dejó de prestarle atención y meditó en una segunda creación.
Desde entonces de la ferviente imaginación del Hacedor de Estrellas brotó un cosmos tras otro, cada uno más complejo y sutil que el anterior. En algunas de las primeras creaciones sólo se preocupó, aparentemente, por el aspecto físico de la sustancia que había objetivado en sí mismo. No advertía sus posibilidades psíquicas. Uno de esos cosmos primeros, sin embargo, era de una estructura física que podía interpretarse como vida e individualidad, características ajenas realmente a ese mundo. Pero quizá no. En una creación ulterior hubo, sí, verdadera vida, la que apareció de pronto del modo más extraño. Éste era un cosmos que el Hacedor de Estrellas sentía físicamente, así como los hombres sienten a veces la música. Era en sí una compleja secuencia de diversos tonos e intensidades. El Hacedor de Estrellas niño jugaba complacido con este mundo, inventando infinitas melodías y contrapuntos. Pero antes que hubiera agotado todas las sutilezas de estructura de esta música matemática y fría; antes de haber creado más mundos sin vida, más criaturas musicales, fue evidente que algunas de las otras creaciones estaban manifestando signos de vida propios, que se resistían a los propósitos conscientes del Hacedor de Estrellas. Los temas musicales comenzaron a ordenarse de acuerdo con cánones ajenos a los dictados por el Hacedor. Me pareció que el Hacedor los observaba con intenso interés, y que esos temas le impulsaron a nuevas concepciones, que las criaturas eran incapaces de realizar. Decidió entonces dar por terminado este cosmos, pero de un modo nuevo, y dispuso que el último estado del cosmos fuera una fase que llevaba inmediatamente al primero. El final quedó así atado al comienzo de modo que el tiempo cósmico formaba ahora un círculo infinito. Luego de considerar esta obra desde afuera, desde su propio tiempo, la hizo a un lado y meditó en una nueva creación.
Para el cosmos siguiente el Hacedor proyectó conscientemente algo de su propio conocimiento y voluntad, ordenando que ciertas estructuras y ritmos fuesen los cuerpos visibles de mentes perceptivas. Aparentemente estas criaturas estaban destinadas a trabajar juntas produciendo así la armonía que el Hacedor había concebido para este cosmos. Pero cada una de ellas, en cambio, trató de modelar la totalidad del cosmos de acuerdo con su propia forma. Las criaturas lucharon desesperadamente, convencidas de la rectitud de sus propósitos. Y así conocieron el dolor. Esto, pareció, era algo que el Hacedor de Estrellas no había experimentado ni concebido jamás. Asombrado, con un sorprendido interés, y (creí) con una satisfacción casi diabólica, observó las penas y sufrimientos de las primeras criaturas vivientes, hasta que las guerras y los crímenes hicieron de este cosmos un caos.
Desde entonces el Hacedor de Estrellas no olvidó nunca que sus criaturas eran capaces de una vida propia. Me pareció, sin embargo, que algunas de sus primeras experiencias en el campo de la creación vital fueron curiosamente deformes, y que a veces, aparentemente disgustado con el mundo biológico, volvía durante un tiempo a las fantasías meramente físicas.
Sólo puedo describir brevemente las miríadas de primeras creaciones. Baste decir que brotaron una tras otra de la imaginación aún infantil, aunque divina, como burbujas brillantes pero triviales, de animado color, con toda clase de sutilezas físicas, amores y odios líricos y a menudo trágicos, y los anhelos, aspiraciones y empresas comunes de las primeras creaciones conscientes y experimentales del Hacedor de Estrellas.
Muchos de estos primeros universos no nacieron en el espacio, aunque no fueron por eso menos físicos. Y de éstos, no pocos pertenecieron al tipo «musical». En ellos el espacio estaba curiosamente representado por una dimensión que correspondía al tono musical, con muy variadas diferencias tonales. Estas criaturas se aparecían unas a otras como figuras y ritmos complejos de caracteres de tono. Movían sus cuerpos en una dimensión musical y a veces en otras dimensiones inconcebibles para el hombre. El cuerpo de la criatura era una figura tonal aproximadamente constante, con grados de flexibilidad y capacidad de cambio similares de algún modo a los del cuerpo humano. Atravesaban también otros cuerpos vivientes en la dimensión del tono como se entrecruzan las ondas de un lago. Pero aunque estos cuerpos eran capaces de deslizarse a través de otros, podían alterar y aun dañar los tejidos tonales de los demás. Algunos en verdad vivían devorando a sus semejantes, pues los más complejos necesitaban integrar a sus propias estructuras vitales las estructuras más simples que fluían directamente del poder creador del Hacedor de Estrellas. Las criaturas inteligentes manejaban así para sus propios fines elementos arrancados al ambiente tonal fijo, construyendo artefactos de estructura tonal. Algunos de estos artefactos servían como herramientas para una más eficiente consecución de las actividades «agrícolas», que aumentaban los recursos de alimentos naturales. Estos universos fuera del espacio, aunque incomparablemente más simples y más reducidos que nuestro propio cosmos, eran bastante ricos como para producir sociedades capaces no sólo de desarrollar una «agricultura» sino también una «industria», y aun un arte puro que combinaba las características de la canción, la poesía y la danza. La filosofía, de un tipo que podríamos llamar pitagórico, apareció por vez primera en un cosmos de esta especie «musical».