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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (40 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Presuntamente la tarea principal de la guardiana nazi estribaba en llevar a grupos de prisioneras de la puerta del campo a sus puestos de trabajo, vigilarlas durante su jornada laboral y traerlas de vuelta al campamento. También supervisó los grupos de trabajo en el vivero, la sastrería o la cocina de las SS.

El 10 de diciembre 1943 fue trasladada a Auschwitz-Birkenau donde tuvo mucho que ver en la ejecución de las penas a los reos. Danz era la responsable de informar sobre el número diario de confinados que entraban en Birkenau y de apuntar aquellos que fallecían. Su mano, digamos que participativa, le sirvió para ganarse el beneplácito de sus jefes y para que fuese condecorada por sus servicios. A lo largo de la Segunda Guerra Mundial muchas de estas guardianas tuvieron la suerte de ganarse esta medalla al mérito.

Poco después y gracias a ese pequeño impulso, la
Aufseherin
pasó a asumir las funciones de jefa del transporte de prisioneros de Auschwitz y a principios de enero de 1945 se convirtió en
Oberaufseherin
del campo de concentración de Malchow —su campo de Ravensbrück—. Ya tenía un nuevo cargo en su currículum.

Podemos decir que este centro de internamiento fue el súmum de su carrera profesional. Por el contrario, las condiciones sanitarias eran de lo más deplorable. Los reclusos, hacinados en el interior de los barracones, tenían una salud tan mala que muy pocos servían para trabajar en una fábrica de municiones de la zona.

Ante tal situación Luise determinó deshacerse de los más débiles. Ahí comenzó a asesinar a un número ilimitado de mujeres judías y durante tres meses, mantuvo la estrategia de matarlas de hambre. No contenta con esto les ordenaba salir desnudas en medio de la noche y permanecer de pie durante horas. A continuación se abalanzaba sobre algunas de ellas dándoles continuos puñetazos en la barbilla, golpes en todo el cuerpo o rodillazos en su estómago mientras emitía innumerables insultos. Sus víctimas acababan inconscientes
ipso facto
.

Aquella rabia impactaba cruelmente sobre las cientos de reas que soportaban los latigazos diarios y los castigos sinsentido de la temida Danz. Algunos de estos ataques fueron recogidos por investigadores merced al testimonio de sus supervivientes.

«Yo misma también he sido golpeada por ella. Esto sucedió durante el conteo de presos. En primer lugar ella me pegó con la mano en la cabeza, en la zona de la oreja izquierda. Cuando pregunté el por qué, ella dijo "por esto" y me pegó en el otro lado de la cabeza. A partir de ese momento tengo trastornos de equilibrio y miedo cuando intento moverme hacia abajo»
[55]
.

Poco antes de que las tropas soviéticas liberasen el campo de concentación de Malchow a principios de mayo de 1945, la superintendente trató de escapar en compañía de otras camaradas. Por suerte, fue pillada
in fraganti
en el momento de la huida.

Fue llevada a la cárcel de Cracovia (Polonia), donde un año después fue acusada ante el Tribunal de crímenes contra la humanidad cometidos durante la prestación de su servicio en los campamentos de internamiento. Durante el famoso
Primer Juicio de Auschwitz
, celebrado entre el 24 de noviembre y el 22 de diciembre de 1947, Danz y otros 39 antiguos miembros de las SS, comparecieron para dar explicaciones de sus actos. El Tribunal Supremo de Polonia condenó a la exguardiana nazi a cadena perpetua. Entre los delitos que se le imputaban estaba el de haber abusado física y moralmente de los prisioneros, además de despreciarlos, golpearlos, patearlos y privarlos de ropa y alimentos.

Tras la sentencia fue llevada a prisión donde estuvo hasta 1956, fecha en la que quedó en libertad por buena conducta. Nuevamente, una criminal nazi pisaba la calle sin haber cumplido la totalidad de su pena. Ni tan siquiera una parte.

Durante cuarenta años Luise Danz cambió de vida, intentó que nadie rastreara sus movimientos y jamás volvió a hablar sobre su paso por los campos de concentración nazis. Sin embargo, en 1996, el fiscal de la ciudad alemana de Meiningen decidió reabrir un antiguo caso y buscar a la exvigilante alemana. Quería demandarla por el asesinato que supuestamente había perpetrado contra una niña cuando era
Oberaufseherin
en el campamento de Malchow. Según los datos aportados por el letrado, esta había matado a golpes a la pequeña valiéndose de su poder y mando.

Después de un año de idas y venidas, los médicos germanos alegaron que la inculpada era demasiado anciana para soportar un nuevo procedimiento judicial y se retiraron todos los cargos. El Tribunal archivó el asunto.

Desde entonces, hablamos del año 1997, no se tiene constancia alguna de cuál es su paradero, de si llegó a casarse —tampoco se supo antes— o de si alguien descubrió su verdadero pasado. Fuentes fiables aseguran que Luise Danz sigue viva. Si así fuera, ahora contaría con 96 años.

Ewa Paradies

Mucho se ha hablado de la espiritualidad de los nazis, de cómo algunos de ellos se sintieron cercanos a la religión. Aunque es bien cierto que esto sería un sinsentido, porque los preceptos del nazismo no incluían la adoración a ningún dios, sino solamente al
Führer
. Sin embargo, individuos como Ewa Paradies tenían fe y antes de ser reclutados por las
Waffen-SS
cumplían los mandamientos de la religión cristiana protestante.

Esta mujer, que como veremos se convirtió en guardiana de uno de los campos de concentración, creció en una familia creyente alemana que se había instaurado en la ciudad polaca de Lauenburg —la actual Lebork—. Dicho municipio la vio nacer el 17 de diciembre de 1920. Allí pasó su infancia y parte de su juventud. Estudió en un colegio público de la zona hasta que en 1935 decidió dejarlo e iniciar su carrera laboral. Con todo y con eso son pocos los detalles que se recogen sobre las tareas en las que estuvo empleada. Lo único que podemos destacar es que trabajó en ciudades como Wuppertal, Erfurt y por supuesto Lauenburg. Se podría decir que llevaba una vida de lo más normal, si bien no se la conocen relaciones amorosas, hijos o familia cercana.

Como muchas mujeres criadas bajo el ala protectora del nacionalsocialismo, su mundo anterior carecía de total importancia por lo que normalmente borraban todas las «huellas» que habían dejado antes de enrolarse.

Con la llegada de Adolf Hitler al poder y la instauración del Tercer Reich en Alemania sembrando de terror y horror no solo el país germano, sino ante todo sus adyacentes, Ewa Paradies determinó que era necesario dejar atrás su rutinario devenir y ayudar al nuevo gobierno. Fue en agosto de 1944 cuando la muchacha se inscribió en uno de los grupos femeninos de las SS que precisamente estaba captando partidarios para trabajar en alguno de sus centros de internamiento. Próximo destino: Stutthof SK.III, ubicado en el antiguo territorio de la ciudad libre de Danzig y a unos 34 kilómetros al este de Gdansk (Polonia).

Durante dos meses Paradies recibió la formación pertinente y la instrucción necesaria para poder controlar, vigilar y supervisar un campamento de presos. Fueron largas horas de entrenamiento, de disciplina, pero sobre todo de explícitas informaciones referentes a cómo debía «sujetar» a sus reclusos para que la respetasen. Golpear, dar patadas, azotar o realizar cualquier tipo de maltrato físico o verbal acabó siendo el
modus operandi
de todas las féminas que conformaron el personal del centro de Stutthof.

Tras sesenta días de fuerte adiestramiento Paradies fue nombrada
Aufseherin
y reasignada en octubre de 1944 a uno de los campos satélites que tenía Stutthof: Bromberg-Ost. Aquel
Konzentrationslager
tenía poco tiempo de vida —tan solo un mes— y albergaba estrictamente a mujeres. Desde la fecha de su inauguración, el 12 de septiembre de 1944, millares de internas eran trasladadas diariamente hasta su nuevo hogar. Las 30 primeras mujeres que pisaron el campamento se toparon con siete guardianas pertenecientes a la
Schutzstaffel
, vestidas de uniforme y con un ademán de lo más insolente y altivo. Entre ellas, despuntaba la
Oberaufseherin
Johanna Wisotzki y subordinadas de la talla de Ewa Paradies. Esta, junto con Herta Bothe o Gerda Steinhoff, se ocuparon de hacer de aquella cárcel un verdadero calvario de sangre y muerte.

En cuanto amanecía arribaban más prisioneras a Bromberg-Ost, momento que Paradies aprovechaba para seleccionar las que no le eran del todo útiles para trabajar. Aquellas selecciones no tenían ninguna lógica, pero el disfrute que obtenía viendo cómo acababan en la cámara de gas, le aportaba una sensación única.

Durante los pases de revista a primerísima hora de la mañana la vigilante se dedicaba a golpear en la cara y el cuerpo de las reas. En los días de nieve le fascinaba echar agua fría sobre los desnudos cuerpos de unas mujeres que intentaban sobrellevar como podían aquel tiempo invernal. Si finalmente alguna de las confinadas caía sobre el terreno debido al frío, Paradies le azotaba con un látigo hasta dejarla sin conocimiento. Nadie movía un músculo. Si alguien se atrevía a hacer la menor réplica, habría sido castigada de la misma forma. La criminal nazi no sabía lo que era la piedad ni la había conocido. De ahí, que poco a poco fuese creciendo su mala fama por ser una de las guardianas más crueles de todo Bromberg-Ost.

Ewa Paradies se había transformado en una especie de eslabón indispensable para sus superiores, así que después de permanecer tres meses en el mencionado subcampo, decidieron traerla de vuelta al campo principal de Stutthof. Desde comienzos de 1945 y hasta su huida en abril de ese mismo año la
Aufseherin
se dedicó —bajo mandato de sus jefes— a seleccionar a los llamados prisioneros «no útiles» y que tenían que morir en las cámaras de gas. Complementó dicha tarea con una no tan distinta y que consistía en vejar, sacrificar y maltratar a los presos que se habían atrevido a desafiarla. Pero Paradies no estaba dispuesta a ver cómo el campamento de exterminio era liberado por los aliados y, por tanto, apresada por el enemigo. Así que, aprovechando que tenía que acompañar un convoy de reclusas de Stutthof al subcampo de Lauenburg, decidió escapar.

Un mes después y coincidiendo prácticamente con la llegada del ejército ruso al recinto de Stutthof, Ewa fue arrestada por oficiales polacos en Lebork —su ciudad natal—. Fue trasladada de inmediato a la prisión de Danzig junto al resto de sus camaradas. Un año después se procedió a la celebración del juicio.

El 25 de abril de 1945 se inaugura el «Juicio de Stutthof» en la ciudad de Danzig, donde Ewa Paradies y otros doce acusados serían juzgados ante un tribunal penal especial del conjunto soviético/polaco.

Durante la vista numerosos testigos señalaron a la guardiana como la responsable de multitud de abusos físicos cometidos contra los prisioneros. Uno de los supervivientes aseguró ante la Corte:

«Ella obligó a desnudarse a un grupo de reclusas en pleno invierno. Después, ella vertió agua helada sobre ellas. Si se movían, entonces ella [Paradies] las golpeaba».

A pesar de estas y otras tantas declaraciones, los inculpados hacían caso omiso de lo que ocurría en la sala. Pasaban el tiempo mofándose del talante de todo aquel que se subía al estrado. Mostraban una auténtica desvergüenza ante el sufrimiento que habían causado a sus internos.

Cuando el 31 de mayo de 1946 el Ministerio Público condena con la pena de muerte a Paradies por los crímenes de guerra perpetrados, ella se derrumba y comienza a llorar. Suplica entre sollozos que le perdonen la vida. Implora clemencia, algo que jamás tuvo para con sus inferiores.

Las apelaciones fueron rechazadas por el presidente polaco. Una vez dictada sentencia, se procedió a completar el ajusticiamiento.

A las cinco de la tarde del 4 de julio Ewa Paradies y diez de sus compañeros del campo de concentración de Stutthof llegan a Biskupia Górka cerca de Gdansk. Allí se celebraría su ahorcamiento ante miles de personas —seis hombres y cuatro mujeres—.

A la hora indicada el verdugo le colocó la soga alrededor del cuello mientras conversaba con un sacerdote. Se subió a una silla y poco después se escuchó el sonido de la horca con su cuerpo suspendido en el aire. Fue una caída corta.

Los allí presentes pudieron ver con claridad la muerte en el rostro de la guardiana. No llevaba capucha.

Ruth Elfriede Hildner

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