Guardianas nazis (18 page)

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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

BOOK: Guardianas nazis
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Los funcionarios de Auschwitz estaban acusados de pertenecer a una asociación criminal con el objetivo común de cometer asesinatos en masa. Y aunque veinticuatro fueron condenados a morir en la horca —entre ellos Rudolf Hoss, Liebehenschel y Mandel—, la Corte salvó la vida de los procesados con una conducta menos implacable. Tres de los cuarenta y uno recibieron cadena perpetua, siete estuvieron en prisión entre tres y diez años, y uno fue absuelto.

Sin embargo, antes de que la Corte dictase sentencia muchas fueron las versiones escuchadas, algunas con verdadero asombro y otras con auténtico pavor. En su defensa, el abogado de María Mandel, aunque sí reconoció el cargo oficial que poseía la inculpada durante su estancia en Auschwitz-Birkenau,
SS-Lagerführerin
, terminó por cuestionar de manera tajante la participación de su cliente en las selecciones a la cámara de gas. Se basó en los documentos conseguidos del centro de internamiento, así como en las declaraciones de los testigos, donde señalaba a los médicos de las SS como los únicos responsables de tales encargos. Asimismo, la defensa siguió insistiendo que los casos de ciertas guardianas eran diferentes al resto, ya que eran «personas sencillas de inteligencia limitada, que obedecían ciegamente y llevaban a cabo las órdenes de sus superiores» (Juicio del Personal de Auschwitz-Birkenau, carrete número 15, volumen 84).

Cuando llegó el turno de María Mandel, la supervisora quiso dejar claro que ella había tratado a las prisioneras de manera justa y que solo había golpeado a quienes habían violado la «disciplina» vigente en el campo.

«Yo no tenía ni látigo ni perro. Cumpliendo con mi servicio en Auschwitz me vi obstaculizada por la terrible severidad de Hoss, dependía totalmente del comandante y yo no podía impartir ninguna pena.

Maria Mandel-Lagerführerin del campo femenino:

¡Estimado Tribunal Superior! Es la primera vez en mi vida que se me acusa de algo ante el juez. De la selección se encargaban los médicos y el comandante del campo. El Bloque 25 ya existía antes de mi llegada. Los enfermos que allí se ubicaban han sido seleccionados por médicos para la acción del Sonder-behandlung. El día 1 de septiembre de 1943 desde Berlín ha llegado el Oberscharführer Hössler y yo le he cedido todas mis responsabilidades de jefa del Campo femenino. Hasta su retirada yo trabajaba en el despacho. Hossler ha sido retirado de su puesto por su crueldad. Yo no tenía ni látigo ni perro. Mi servicio en Auschwitz ha sido más difícil por la crueldad de Hossler. Yo dependía totalmente del comandante y no pude penar a nadie».

Sus palabras también crearon cierto revuelo cuando la procesada se dirigió a la superviviente Bertha Falk y le dijo: «Entiendo que usted sueña con una patria, pero recuerde que no hay vida para los que no se rinden». Al pronunciar aquellas palabras, una fuerte emoción embargó los rostros de los inculpados y sus defensores. Se consideraban inocentes, los damnificados de un sistema a quien señalaban como el único culpable del atroz exterminio. Mandel y el resto de los convictos creían ser simples ruedas, meras piezas de un engranaje mayor conducido por Adolf Hitler. Las víctimas que sufrieron aquella mole de odio y crimen, lloraban desconsoladamente. Quizá aquí se cumpliría la máxima del Líder alemán cuando decretaba: «las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña». ¿Verdugos o víctimas?

Llega el último día del juicio. El 22 de diciembre de 1947. Ante una gran expectación, el presidente del Tribunal, el Dr. Alfred Eimer, inicia la lectura de la sentencia a los acusados. Son las 9,40 a.m. y fiscales y abogados defensores ya ocupan sus asientos. En la sala reina un silencio unánime mientras los prisioneros muestran un gran nerviosismo. Los acusados principales: Arthur Liebehenschel, Hans Aumeier, Maximiliano Grabner, Karl Mockel llevan uniformes militares, mientras que María Mandel lleva un abrigo marrón desabrochado y mira de forma inexpresiva hacia delante. Algunos observan con ansiedad a los jueces. La sala está repleta de curiosos y medios de comunicación que no quieren perderse la lectura de la sentencia. Incluyo a continuación la información que escribió el periódico
Echo Krakowa
sobre aquel día tan crucial:

«Con puntualidad, a las 9:50, el juez Eimer empieza a leer la sentencia, que está traducida simultáneamente a varios idiomas. Los acusados, con auriculares puestos, están de pie. Pasan los minutos y ellos se quedan a la espera. Sus caras, demuestran síntomas de una enorme tensión y nervios —informaba el diario
Echo Krakowa
del día 24 de diciembre 1947—.

La cara de Liebenschl parece una máscara. Está pálido, con los labios apretados y los ojos cerrados durante toda la lectura de la sentencia.

María Mandel tiene un aspecto diferente. Está intentando controlar sus emociones con todas sus fuerzas pero no lo consigue. La mujer que con un gesto de la mano condenaba las prisioneras del campo a la muerte, ahora respira muy rápido, le tiembla el rostro y tiene rubores en la cara.

¿Y qué pasa con Aumeier? ¿El asesino principal de Auschwitz? Durante todo el proceso estuvo muy atrevido y audaz y ahora también está de pie, con la cabeza levantada, escuchando la sentencia sin mover ni un músculo de la cara.

Grabner es su antítesis. Está desesperado. Cabeza gacha, brazos encogidos que demuestran una apatía total de este verdugo de Auschwitz, tan activo en su tiempo.

Orlovsky y Bogusch no se controlan, no pueden parar las lágrimas.

El Dr. Jerzy Ludwikowski de Wisnicz estuvo presente en el dictamen de la sentencia. Se acuerda de una sala muy grande. Para una parte del público había sillas, el resto estaba de pie. No pudo ver de cerca a los acusados, porque estaba más lejos y de pie, pero se acuerda de la tensión que había en la sala. Hacía calor y bochorno, el juez seguía leyendo la larga sentencia para concluir dictando la pena».

Durante la lectura del veredicto de más de cien páginas el tribunal permitió a los reos que permanecieran sentados para explicar entre otras cosas que la legislación de Nuremberg también se reflejaba en la legislación polaca; que se trataba de un decreto sobre el castigo de los criminales de guerra nazis en manos de organizaciones criminales, de organizaciones con delitos por crímenes de guerra, por crímenes contra la paz y contra la humanidad.

Los jueces de Auschwitz corroboraron que los dictámenes más altos, incluida la pena de muerte, sería para aquellos que dieron las órdenes destinadas al exterminio y la destrucción de los presos hasta causarles directamente la muerte. Por el contrario, los obedientes «siervos» tendrían un futuro más alentador.

La lectura de la sentencia duró todo el día y al finalizar, los presos fueron trasladados a la cárcel de Montelupich (Cracovia), prisión que durante la Segunda Guerra Mundial ya había sido utilizada por la GESTAPO para encarcelar a presos políticos, miembros de las SS y del Servicio de Seguridad (SD) culpables de alta traición, espías británicos y soviéticos, o soldados que habían desertado de las
Waffen-SS
. Al finalizar la contienda, Montelupich se reformó en prisión soviética donde la NKVD (Policía Secreta de la Unión Soviética) torturaba y asesinaba a soldados polacos del Ejército Nacional.

Una vez que los funcionarios nazis fueron llegando al centro penitenciario cracoviano, sus abogados defensores iniciaron una serie de medidas de clemencia para librarles de la muerte. De hecho, enviaron cartas escritas en lápiz y en lengua alemana pidiendo al entonces presidente polaco, Bolesiaw Beirut, que perdonase la vida de estos cautivos. La más completa fue la petición del
SS-Oberscharführer
(suboficial) Maximilian Grabner con siete páginas; el
SS-Obersturmbannführer
(Teniente Coronel) Arthur Liebehenschel y la
SS-Lagerführerin
María Mandel con dos páginas; y por último, el
Lagerführer
(Líder del Campo) Hans Aumeier con una. Todos los manifiestos tenían los mismos argumentos, mantenían su absoluta inocencia y aseguraban no haber cometido los asesinatos que tristemente se les imputaban.

Pero los días fueron pasando y sus clemencias no obtenían respuesta alguna. El nerviosismo comenzaba a inundar las celdas de los verdugos nazis.

EL DÍA DE LA EJECUCIÓN

Un día antes de que María Mandel fuese ejecutada la entonces supervisora de Auschwitz tuvo la oportunidad de «purgar sus pecados» en el baño común de la prisión. Esa mañana Mandel y su compañera Therese Brandl se encontraban en las duchas cuando se percataron de una cara que les resultaba del todo familiar. Se trataba de la exsuperviviente Stanislawa Rachwalowa, reclusa de Auschwitz que particularmente había sufrido las agresiones y vejaciones de la afamada bestia nazi. Pese a su liberación al final de la guerra, volvió a ser encarcelada por sus actividades contra el comunismo y enviada a prisión, la misma donde dormían sus verdugos.

La joven polaca jamás se imaginó que algo así podría ocurrirle, más bien soñaba con ver a sus carceleros detenidos y degradados esperando su condena con miedo y desesperación, tanta como la que había sentido ella tras las rejas de Birkenau.

La situación fue muy inquietante porque de repente Stanislawa observa que Mandel se dirige hacia ella. Volvían a encontrarse cara a cara después de tanto tiempo. Pero la polaca estaba aterrorizada, sin saber qué hacer, desnuda y mojada. Durante esos instantes rememoró los castigos más severos que la supervisora le propinó en un pasado. Sin embargo, Mandel la miró con el rostro bañado en lágrimas y con un sentimiento absoluto de humillación dijo lentamente y con claridad: «Ich bitte um Verzeihung» (Le ruego que me perdone). Entonces, el rencor y el odio que Stanisiawa pudiese tener hacia ella se esfumó completamente al responderle: «Ich verzeihe In Haftlingsnahme» (Le perdono en nombre de los prisioneros). Esto hizo que Mandel se pusiese de rodillas y comenzase a besarle la mano. Tras el agradable incidente todas regresaron a sus respectivas celdas, pero antes de perderse de vista Mandel volvió la cabeza y sonriendo dijo en perfecto polaco: «Dzinkuje» (Gracias). Fue la última vez que víctima y verdugo se vieron.

El 24 de enero de 1948 a las 7:09 de la mañana, María Mandel fue llevada a la sala de ejecución junto con otros cuatro confinados. En la estancia se prepararon cinco nudos corredizos pero la primera en ser ejecutada fue la supervisora. La
Bestia
había caído en su propia trampa, la de la muerte, aquella a la que tantas veces había desafiado en nombre de otros. Sus últimas palabras antes de ser ahorcada fueron: «¡Viva Polonia!».

Quince minutos después su cuerpo y el de sus camaradas fueron examinados, declarados muertos y enviados a la Escuela de Medicina de la Universidad de Cracovia. Allí los estudiantes se toparon con el cadáver de una mujer rubia de 36 años de edad, de 1,65 m, 60 kilos de peso y con marcas en su cuello.

Herta Bothe. La sádica de Stutthof

«Qué quiere decir, ¿que cometí un error?, no… no estoy segura

de lo que debería responder, ¿cometí un error? No. El error fue

el campo de concentración, pero yo tenía que hacerlo, de otra

forma yo habría sido puesta ahí. Ese sí fue mi error.»

Herta Bothe

Los rasgos marcados de su cara, su pesada mandíbula y su mirada desafiante caracterizaron a otra de las guardianas más aterradoras que ha dado la historia del Tercer Reich. Herta Bothe, exenfermera reconvertida en
Aufseherin
en Stutthof, Ravensbrück y Bergen Belsen, fue descrita como una «supervisora despiadada», ruidosa y arrogante que irrumpía repentinamente en el
Judenältester
(el campamento judío) emitiendo teatrales y calculados gritos a sus prisioneras cada vez que estas no realizaban correctamente sus tareas. Me refiero a lavar los platos o incluso a hacer la cama. Si tales quehaceres no se habían hecho con el suficiente cuidado, Bothe abofeteaba duramente y sin miramientos a las «responsables» de aquel desaguisado. Su único objetivo era intimidar, atormentar y humillar a una población recluida entre cuatro paredes.

Numerosos testigos aseguraron durante el juicio que
La sádica de Stutthof
—así denominada entre sus camaradas— maltrataba sin ninguna piedad a los reclusos hasta el punto de dispararles a bocajarro. Día tras día y sin motivo alguno Bothe castigaba impunemente a unos siete u ocho internos mediante la privación de comida. Les retiraba el pan, el agua o cualquier alimento que pudiesen ingerir. Sus visitas no tenían otro propósito que el de causar la consternación, la humillación y como no, la muerte.

Durante el juicio de Belsen celebrado en septiembre de 1945, Herta Bothe negó todos los cargos que se le imputaban y aunque los testimonios ratificaban que ella había sido responsable de numerosas muertes violentas, simplemente fue condenada a diez años de prisión por usar su pistola contra los confinados. Para remate y como un acto de indulgencia por parte del Gobierno Británico, Herta fue liberada el 22 de diciembre de 1951.

La ciudad alemana de Teterow, en el distrito de Mecklenburg al noroeste del país, vio nacer el 8 de enero de 1921 a Herta Bothe, una de las mujeres más relevantes de los
Konzentrazionslager
nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Si bien la mayoría de las guardianas de las
Waffen-SS
apenas sabían leer o escribir, Bothe se caracterizó no solo por trabajar desde una edad muy temprana, sino por su especial interés en ayudar al prójimo. Su incansable vehemencia hizo que en 1938 y a la edad de 17 años compaginase diferentes tareas. Por un lado, Herta se dedicaba a ayudar a su padre en la pequeña tienda de maderas que tenía en su pueblo natal, un negocio relevante en aquella época; y por otro, bregaba temporalmente en fábricas además de ejercer como enfermera en un hospital industrial. Su conducta para con los demás era prácticamente ejemplar. Desgraciadamente, este cambió poco tiempo después.

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