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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (20 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Aquella fotografía número 25 estaba sirviendo para que los múltiples supervivientes recordasen algunos de los sucesos más trágicos vividos durante su encierro. Casi se podía respirar su angustia y su dolor.

Otra de las declarantes fue la polaca de 18 años Sala Schifferman que trabajaba en la cocina número 4 del campamento de las mujeres y que aseguró que un día en concreto —no recuerda si en el mes de enero o febrero de 1945—, algo trágico le ocurrió a una amiga suya por culpa de la demente
Aufseherin
.

«… una húngara a quien yo conocía por el nombre de Eva, de 18 de edad, se acercó a la cocina para comer algunas cáscaras de nabo que se encontraban en un montón fuera de la cocina. Esta niña vivía en el mismo bloque que yo, que era el bloque 203. Como ella estaba cogiendo las cortezas, Bothe vino de un lugar de trabajo cercano. Ella ordenó a una de las chicas de la cocina que trajera un gran trozo de madera y entonces comenzó a golpear a Eva con él. Después de los primeros golpes la chica se cayó. Yo y otras chicas de la cocina gritamos a Bothe que Eva era demasiado débil para soportar la paliza. Bothe replicó: "La golpearé hasta la muerte". A continuación Bothe le pegó a la chica en la cabeza y por todo el cuerpo. Después de unos diez minutos paró y Eva se quedó muy quieta, sangrando profusamente de la cabeza. Luego Bothe me ordenó a mí y a otras chicas que llevásemos el cuerpo a una habitación en el bloque al lado del hospital donde ponían todos los cadáveres. Definitivamente la chica fue asesinada por la paliza. Una interna que yo creo que era médico examinó el cuerpo y dijo que la chica estaba muerta. No sé el nombre de la doctora. No la he visto desde la llegada de los británicos».

Luba Triszinska, una judía rusa detenida y llevada a Belsen, describió a la Corte que los maltratos impartidos a las reclusas estaban a la orden del día. Ella había sido testigo de algunas de esas palizas que en ocasiones causaban la muerte de las víctimas. Entre las responsables que mencionó se encontraba Bothe, que por entonces se ocupaba de un Kommando de vegetales. «Las palizas a las que me refiero se las dieron con un palo pesado», recalcó Luba.

Hildegarde Lohbauer fue otra de las supervivientes de este campo de concentración que delató las artimañas de Bothe durante el juicio. De nacionalidad alemana, Lohbauer fue recluida en un centro de internamiento al negarse a trabajar en una fábrica de municiones. Estuvo en Auschwitz, Ravensbrück y finalmente en Bergen-Belsen hasta su liberación.

«Al principio yo fui una presa común, pero en los últimos dos años mi trabajo ha sido como
Arbeitsdienstführerin
(ayudante en jefe de la mano de obra), cuyo deber es reportar el número de personas especificadas por las autoridades del campo para los grupos de trabajo».

Este nuevo cargo le permitió relacionarse más directamente con sus supervisoras de las SS y conocerlas un poquito mejor. En innumerables ocasiones fue testigo del trato vejatorio a sus compañeras, de actuaciones severas carentes de razones ante las que Lohbauer no podía hacer nada. Si movía un dedo ella sería la siguiente víctima. No quería revivir lo que le sucedió en Auschwitz en 1943 cuando recibió 15 latigazos en la espalda por fumar. «El castigo fue llevado a cabo por dos compañeras de prisión, una de ellas me retuvo sobre un taburete de castigo, mientras que la otra me pegaba con una palo de madera maciza». Curiosamente, ella misma dilucidó que a veces y debido a su cargo como
Arbeitsdienst
también había pegado a las internas, pero solo con la mano y para mantener el orden. ¿Hasta qué punto se contagiaba este salvajismo?

La exrea afirmó además que pese a que el personal de las SS no podía llevar pistolas, en verdad sí lo hacían. «Los SS iban armados y creo que los disparos se llevaron a cabo en el exterior de las zonas de trabajo de Belsen y Auschwitz, aunque yo nunca fui testigo». Finalmente, Lohbauer señaló a Herta Bothe como una de las mujeres de las
Waffen-SS
que debía ser castigada por haber pegado y maltratado a los confinados. Lo había visto con sus propios ojos.

«Me preguntaron si había visto que estaban golpeando a los presos y dije "si", y me preguntaron cómo deberían ser castigados y mi respuesta fue "yo, como prisionera, realmente no puedo decir qué tipo de castigo deberían de haber infligido"».

Cada uno de estos testimonios y los que veremos más adelante de forma más extensa en relación con el proceso judicial de Belsen, nos dan una ligera idea de lo que en realidad Herta Bothe fue capaz de hacer durante su estancia en este campo de concentración. Podía negar lo que hizo —y así fue— pero las pruebas hablaban por sí solas. Su carrera como personal de estos campamentos de exterminio no fue otro que la de ayudar a aniquilar a los miles de confinados que se amotinaban en los barracones. ¿Para qué les interesaría a las SS la figura de Bothe si no era para esta faena? El Kommando de madera al que inicialmente ella hacía referencia no conllevaba en absoluto la crueldad que desplegó durante sus escasos 60 días en Belsen, sin mencionar el resto de homicidas actuaciones consumadas en sus destinos previos. Si durante sus paseos matutinos llevaba o no un arma de fuego podía ser hasta irrelevante. El cúmulo de víctimas y las declaraciones de los supervivientes serían lo que haría justicia posteriormente.

ARRESTO Y PROCESO JUDICIAL

El 15 de abril de 1945 el personal del campo de concentración de Bergen-Belsen con el comandante Kramer a la cabeza se rindió y el ejército británico procedió a la liberación. A su llegada se dieron de bruces con la tragedia personalizada. En montones, como si se tratasen de sacos de patatas, había 10.000 cuerpos sin enterrar y unos 40.000 prisioneros enfermos y moribundos. Unos días después 28.000 internos murieron. Ni los aliados pudieron hacer nada para salvarlos.

Una vez que el ejército inglés arrestó a todo el personal nazi, separando a las guardianas del resto, pudieron mirar de frente a las responsables de aquella barbarie. Herta Bothe, descrita por muchos como la mujer más grande que nadie había arrestado hasta el momento, permanecía con una media sonrisa en espera de conocer su futuro inmediato. Aquella mujer no solo sobresalía por su altura, sino porque era una de las pocas que usaba zapatos civiles normales y corrientes en comparación con el resto de
Aufseherinnen
—como Irma Grese— que vestían botas altas de cuero negro.

En las siguientes horas los británicos obligaron a los detenidos a arrojar los cadáveres de los cautivos muertos en fosas comunes al lado del campo principal. En cambio, Herta Bothe fue una de las pocas guardianas que se ofrecieron voluntariamente a ayudar, imagino que pensando que con ello purgaría sus pecados. Lejos de ello, fue llevada a juicio como criminal de guerra.

En alguna de las instantáneas incluidas en este volumen puede verse a la
Aufseherin
demacrada y con ojeras después de enterrar cerca de 30.000 cadáveres. Por entonces la
Sádica de Stutthof
recuerda que durante los días de la liberación, se sentía aterrorizada porque los aliados no les permitían usar guantes para enterrar a los difuntos. De hecho, temía contraer el tifus por la descomposición que presentaban los cuerpos.

Bothe explicaba que cuando trataba de levantar los cadáveres, estaban tan podridos, que los brazos y las piernas acababan por separarse del tronco. También recordaba cómo aquella extracción de cuerpos esqueléticos le causó dolor de espalda. Eran lo bastante pesados como para que tuviera que pararse a descansar cada cierto tiempo, algo que ella jamás permitió a quienes ahora estaba sepultando.

Pese a que las tropas británicas trajeron excavadoras para cooperar en el transporte de los cadáveres a las fosas comunes, la mayor parte del trabajo lo hicieron los exguardias del campo de forma manual. Aquel pudo ser el primer justo correctivo por las horribles condiciones en las que habían dejado el campamento.

Una vez que completaron los entierros masivos, Herta y el resto del personal fueron detenidos y llevados a la prisión de Celle. A partir de aquí arrancó la odisea judicial de los 45 responsables de Belsen con el comandante Josef Kramer a la cabeza. El 17 de septiembre de 1945 fue la fecha elegida para juzgar a estos criminales de guerra en la Corte de Lüneburg (Baja Sajonia).

NUEVOS TESTIMONIOS CONTRA BOTHE (Y A FAVOR)

La
Aufseherin
también sufrió lo que denominamos como traición entre los suyos. Es decir, sus propias camaradas, compañeras en el campo de concentración, detallaron sin ningún escrúpulo las andanzas de su supervisora. Ejemplo de ello fue el caso de Herta Ehlert, una vendedora alemana que decidió alistarse en las SS y que durante tres años recibió instrucción en Ravensbrück. Terminó en Belsen a principios de febrero de 1945.

Las condiciones con las que se encontró eran las peores que había visto nunca. Fue en aquel tiempo cuando conoció a Herta Bothe. De ella afirmó sin ningún miramiento que fue responsable de golpear a reclusos indefensos, además de mentir respecto a sus ocupaciones reales en el campamento. Una vez concluido el interrogatorio por parte del capitán Phillips, Ehlert ni siquiera quiso cruzar mirada alguna con la que había sido su superior, la número 37.

Dos hermanas, Ilse e Ida Forster, que se alistaron en las SS sobre el año 1944 y que trabajaron en las cocinas del campo de Belsen, narraron al Tribunal que normalmente tenían que abofetear a los prisioneros para

evitar que robasen comida o que cogieran más de la que les correspondía. Para ellas era normal esta clase de maltrato a los internos, pero en ningún caso sentían ninguna emoción cuando lo llevaban a cabo. De este modo habló de Ehlert, Volkenrath o Bothe, como algunas de las guardianas que ejecutaban estas acciones junto a ellas. Durante el interrogatorio efectuado por los diferentes abogados, tanto Ilse como Ida dudaron acerca del trabajo que tenía la
Aufseherin
Bothe. Mientras una decía que era la encargada del Kommando de los vegetales, la otra aseguraba que supervisaba el de madera.

Otra de las acusadas que se sentó en el banquillo junto a Herta Bothe fue Charlotte Klein, una asistente de laboratorio que el 1 de agosto de 1944 fue reclutada por las
Waffen-SS
para su formación en el campo de Ravensbrück. Tras cuatro días de instrucción fue enviada a Stutthof donde permaneció hasta mediados de septiembre de ese mismo año. Poco tiempo después, entre el 20 y el 26 de febrero, llegaron a Belsen en compañía de Bothe con un convoy de mujeres. Eran las famosas Marchas de la Muerte. Acababan de evacuar Bromberg Ost.

Ya la primera noche en Belsen Klein tuvo que encargarse de los baños para después hacer lo mismo con el Kommando de madera y en la tienda del pan. No obstante, poco después enfermó de tifus y permaneció en cama hasta el día de la liberación. La actitud de la acusada era distante mientras era cuestionada por el fiscal y los abogados. Como se suele decir, no soltaba prenda. De hecho, cuando el capitán Phillips le preguntó sobre Bothe, ella se limitó a decir que tan solo compartió habitación con ella en Belsen y que jamás la había visto llevar pistola. Este primer acto de camaradería llenaba con un pequeño halo de luz el sombrío destino que se iba tejiendo en torno a la
Sádica de Stutthof
. Por suerte para ella no fue el último.

Una enaltecida Gertrud Rheinholdt, reclutada por las
Waffen-SS
en julio de 1944, quiso dejar claro que sí había conocido a Herta Bothe. Lo hizo en el campo de concentración de Bromberg Ost y llegó con ella a Belsen entre el 20 y el 25 de febrero de 1945. Casualmente, también fueron compañeras de cuarto y tampoco —como ratificó Klein— la había visto portar armas o por lo menos no sabía si tenía una. Aquellas tres guardianas se habían convertido en buenas y viejas amigas, algo contra lo que el Tribunal no podía competir.

Llegó el turno de la protagonista. Herta Bothe debía declarar.

NEGACIÓN ABSOLUTA

El lunes 29 de octubre de 1945 y tras varios días escuchando los testimonios que avalaban su culpabilidad, Herta Bothe se subió al estrado y después de jurar toda la verdad y nada más que la verdad, comenzó una retahíla de insólitas «certezas». Era el momento de escuchar su defensa.

Durante varios minutos la guardiana aclaró cuáles fueron las tareas que cumplió en los diversos campos donde permaneció y las fechas en las que estuvo. Ahora bien, no mencionó fechoría alguna hasta que el capitán Phillips inició su turno de preguntas.

Negó que llevase pistola y por supuesto que disparase a dos jóvenes reclusas que porteaban comida. Según Bothe, el testigo que afirmó tal dato, Wilhelm Grunwald, mentía. También impugnó la declaración de Schifferman que la acusaba de haber matado con un palo a una niña llamada Eva, aunque reconoció haber pegado en alguna ocasión a algún confinado:

«Sí, con mis manos, porque robaban madera y otras cosas. Nunca he golpeado a nadie con un palo, un trozo de madera o una porra de goma.

(…) Nunca he pegado a prisioneros. Yo no tenía nada que ver con los internos».

Durante el turno de preguntas del coronel Backhouse, este cuestionó a la inculpada su instrucción en el campo de Ravensbrück en octubre de 1942. Incluso le preguntó qué es lo que había aprendido y si entre las tareas que la enseñaron se encontraba la de golpear a los presos de manera regular. La guardiana respondió con un tajante «No». De hecho cada vez que el letrado le cuestionaba su declaración en relación con los maltratos a reos, Herta continuaba rechazando cualquier implicación al respecto. Su severo talante no dejaba entrever ni una pizca de verdad en todo aquello, o por lo menos, la realidad que se había contado allí hasta el momento. No evidenció ni el más mínimo arrepentimiento o remordimiento cuando salió a la palestra el tema de la escasa alimentación que recibían los reclusos. Bothe se limitó a responder con un «yo no podía decir que era demasiado para ellos» a lo que el abogado siguió preguntándole…

«
P:
Yo sugiero que en uno de los días en los que usted pasaba por la cocina, vio a una chica coger algunas cáscaras de nabo, y que usted ordenó a las chicas de la cocina traer un palo o un trozo de madera y comenzó a pegarle con él. ¿No es así?
R:
No.

P:
¿No le gritaron las chicas en la cocina, diciéndole que parara, y usted dijo que la golpearía hasta la muerte, y entonces continuó pegándole hasta que finalmente murió?

R:
No, eso no es cierto.

P:
¿No le ordenó a algunas de las mujeres, incluyendo Schifferman, llevarse el cuerpo?

R:
No».

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