Authors: Martín de Ambrosio
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Y, si no, siempre estarán «Sexólicos anónimos» si la clÃnica en la que se encierran estrellas como Michael Douglas o el propio Woods resultan, digamos, inaccesibles. Pero cuidado, con el sexo, como con el alcohol, nadie se cura del todo. Quien fue adicto algún tiempo, lo será toda la vida. Aunque lo tenga de algún modo controlado.
Es un modo de locura por exceso de sexo («exc-sexo»). Pero la carencia también provoca serios trastornos psicológicos-psiquiátricos. Lo estudió Sigmund Freud en ciertas mujeres a las que calificó de histéricas. Más acá en el tiempo, ha formado parte de una fuerte polémica en el ámbito de biólogos y de zoólogos que estudian los comportamientos humanos a la luz de la evolución. En aras de simplificar, existen dos corrientes que no casualmente puede transpolarse al mundo de la polÃtica: los que creen no sólo en la guerra de los sexos antes mentada, sino que además postulan el individualismo de los seres vivos (no sólo humanos sino de toda la cadena que comenzó con la primera celulita egoÃsta que logró reproducirse) y que admiten que sólo interesa la multiplicación de la propia semilla en forma de genes, versus los que muestran múltiples argumentos de la necesidad de cooperación, no sólo entre machos y hembras sino también al interior de las comunidades, y que sostienen que sin ayuda mutua nada se podrÃa y nada valdrÃa la pena. Uno de los que está en el primer grupo es el antropólogo norteamericano Michael Ghiglieri, quien en su libro
El lado oscuro del hombre
recopila evidencia de la forma que toma la pelea por dejar descendencia; y hasta menciona la violación como una estrategia más (desde luego, la condena pero dice que hay que aceptar esta herencia natural para poder combatirla con mejores armas). Pese a que los argumentos a veces apabullan, y como el análisis termina siendo bastante hobbesiano âderrapando al final con estridencia al abogar por la Ley del Talión para controlar a los violentosâ, una corriente más humanista desanda ese camino, sin olvidar el marco cientÃfico para razonar. Por ejemplo, el primatólogo holandés Frans de Waal, que da los contraejemplos de altruismo y de la empatÃa que exhibe el ser humano y que empiezan con el llanto de un bebé de un dÃa provocado por otro colega bebé que llora porque quiere leche (es decir, no llora por algo que le pasa a él sino por solidaridad, un gremialismo congénito que reÃte del Hugo Moyano bebé). E ironiza respecto de la casualidad que hizo que justo, en el mismo momento en que el mundo era dominado por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, los biólogos publicaban libros «técnicos» que apoyaban esas ideas de conservadurismo y liberalismo inaudito (con
El gen egoÃsta
de Richard Dawkins a la cabeza).
De Waal también matiza la idea de que somos violentos por naturaleza. En contacto con chimpancés y bonobos, señala que hemos tomado la violencia y la actitud de componer castas de unos y cierto desenfreno sexual cooperativista de otros (se insinúa que el hecho de que sean pacifistas tiene relación con que las hembras, orgásmicas, son las dominantes). Somos primates bipolares, escribe. «Somos como una cabeza de Jano, con una cara cruel y otra compasiva mirando en sentidos opuestos.»
Lo curioso del caso es que Ghiglieri y De Waal usan âbonobo más, chimpancé menosâ aproximadamente la misma evidencia. Se podrÃa decir que bajo el mismo paradigma de análisis biológico, evolutivo, darwineano, uno es más de izquierda y otro más de derecha (si es que aún son categorÃas que significan algo).
Mariano
Mariano me recibe en la cafeterÃa que está al lado de la guardia de la clÃnica en la que atiende. Es una clÃnica de un sindicato que vio mejores épocas de poderÃo, entre el primero y el segundo peronismo de Perón. Es una tarde de lunes y él está algo retrasado. Me pide disculpas y me dice que no tiene mucho tiempo, que debe volver a la guardia: faltó un compañero y la sala de espera está llena. Tiene el tiempo justo mientras espera unas placas que pidió. Hablamos y elogiamos un rato al amigo que tenemos en común. Mariano tiene 39 años, mide alrededor de un metro ochenta, tiene complexión fuerte y ojos claros; es médico, supongo que les debe caer muy bien a las chicas. Le explico qué libro quiero hacer. Uh, dice, hay historias a rolete, arranca. Lo libidinoso del asunto es pasar la noche afuera, dice. Dormir en casa todas las noches es distinto; tiene más chances de ser fiel alguien que duerme en su cama siempre. Sin dudas, y más allá de la personalidad de cada uno, me dice. Es el tema de que la ocasión hace al ladrón, dice. Obvio, me aclara, que estoy hablando del comportamiento en general, de la campana de Gauss, puede haber gente en los dos extremos que puede sobreponerse a las tentaciones. CompartÃs 24 horas o más con la misma gente, estás cansado, conocés personas atractivas, estás lejos de casa, mal dormido; pasó el dÃa y no tuviste relaciones. Todo eso crea el ambiente promiscuo. Porque hay que reconocerlo, es promiscuo todo. A veces pensás, dudás, no sabés bien qué hacer, pero le das para adelante. Hay mucha oferta. ¿De pacientes?, me animo a interrumpir. De todo, me dice, de pacientes, enfermeras, familiares, colegas, lo que quieras.
Pero, luego lo iré advirtiendo, Mariano ha hecho carrera sobre todo con las pacientes. Y comienza a enumerar; sólo en algunos casos va a explayarse en una primera persona del plural que hace sospechar que algunas de las historias que se adjudica pudieron haber correspondido a un compañero. Una chica, me dice, que venÃa para hacerse una cirugÃa laparoscópica (de esas en las que no hace falta «cortar» al paciente y alcanza con unos agujeros por donde pasa una cámara y los instrumentos: se opera a través de lo que se ve en la pantalla). O una chica internada por una urticaria, que pensamos que era sÃndrome de Schönlein-Henoch (una patologÃa autoinmune que produce una lesión rojiza, palpable, redondeada y suele afectar diversos órganos y producir hemorragias), y estábamos algo preocupados. Pero el enfermero, que era muy bicho y ya la habÃa visto, me dice entrá y revisala, con una sonrisita despreocupada. Yo pensé qué le pasa a éste. Pero fui y la mina tenÃa puesto un
baby-doll
debajo del camisón. ¡En un hospital público!, se escandaliza, pero un poco nomás. Yo entonces estaba separado y la cosa terminó en cualquier lado. No tenÃa nada. Ninguna enfermedad, digo. Hasta me hice pasar por dermatólogo, cualquiera, es muy difÃcil encontrar un especialista de lo que sea a esas horas de la madrugada; además los dermatólogos no hacen guardias, me aclara.
Siempre decimos que hasta las doce de la noche se hace medicina y después hasta las ocho de la mañana es cualquier cosa. Estamos atentos a pacientes que puedan tener algo agudo, desde ya, atendemos paros cardÃacos o emergencias, claro, pero no vas a pasarte de madrugada por los cuartos a ver qué tiene un paciente o pensarle una solución, un diagnóstico diferencial o un tratamiento. Todo ayuda a este ambiente que te decÃa, lo de la ocasión y el ladrón. Lo mismo calculo que le debe pasar al polÃtico que es ladrón, dice, se anima a la parábola, y maneja una caja. Hay que ser muy noble, muy de fierro para no meter la mano. Creo que arquitectos e ingenieros pasarÃan por lo mismo si trabajaran 24 horas seguidas en las mismas condiciones. Nosotros en esos casos contamos con toda la colaboración del paciente, no es que nos tiramos a la pileta a hacer barbaridades y ellos se sorprenden de nuestra osadÃa. Termina siendo una gran joda. Hay que ser Pinocho, ser de madera para no caer. Es el solo hecho de estar de guardia, de dormir ahÃ, me repite como si se disculpara, pero no, quiere describir apenas. Resulta que trabajaste un montón, hiciste todos los controles, efectuaste las recorridas de pacientes que tenÃas que hacer, no hay grandes inconvenientes y de repente te encontrás con una ñata asÃ, que te busca⦠No sé, quizá la culpa es del sistema, por ahà en un laburo de oficina de 8 a 20 no pasarÃa algo asÃ.
¿Y no existe, en vos o en otros, el miedo de que quizá les puedan hacer un juicio o de que los echen?, propongo. Te digo, me dice, como hombre lo pensás después. Las posibles consecuencias vienen después y eso que hicimos cualquier disparate. Como que uno está cada vez más frontal (
acerca de la «frontalización» de los médicos, ya mencionada por ejemplo por Amalia, ver capÃtulo correspondiente más adelante
) y se extienden los lÃmites. Yo tuve un impasse, me divorcié, asà que pude aprovechar mucho las oportunidades de sexo. Ahora colgué los botines de vuelta. Pero estuve cuatro años separado luego de que mi mujer se fuera con mi mejor amigo, me dice. Debió haber visto mi cara de estupor, de conmiseración, de compañerismo, gremialismo, incrédula solidaridad. Estuve a punto de levantarme, dar la vuelta a la mesa, esquivar a dos jubilados que tomaban café con leche con una medialuna y a una columna irrisoria que se interponÃa y abrazarlo.
Pero no lo hice y Mariano siguió. Como un boludo aposté a la familia, me dijo. Pero ahora me volvà a casar y es cierto que cuando estás en pareja no buscás tanto, ahora hago una guardia por semana y tengo ganas de dejarla, es una tentación que voy a perder. Mejor. Antes, cuando era residente, hacÃa cuatro guardias por semana, dormÃa más afuera que en casa. Es inexorable, cuatro años solo, una joda tras otra. Vos decÃas si pensaba que me iban a pescar. Qué sé yo. Llegué a hacer cosas increÃbles. En el ascensor por ejemplo. Dejarlo trabado entre el piso quinto y sexto para tener una relación sexual ahÃ, también con otra paciente, a las dos de la mañana cuando sabés que nadie lo va a llamar. Y yo me preguntaba, estas chicas, de qué vinieron a curarse a las dos de la matina. Son como cosas que pasan en las pelÃculas, todo lo que pasa en las pelÃculas es verdad. Eso lo aprendÃ. Mirá, yo no pensaba que mi ex mujer âde la que nunca, nunca en la charla dirá cómo se llamaba; de su actual sÃ; lo desgarra hasta recordar su nombre o eso pareceâ, que mi ex mujer me podÃa llegar a engañar asÃ, a llevar una doble vida. Y con mi amigo, dice. Un pibe que conocÃa de toda la vida, le baja el precio automáticamente Mariano. Es cierto que era una época en la que yo estaba mucho tiempo afuera, época de esfuerzos, de crecimiento económico, pero eso no es excusa para lo que hizo ella. Tuvimos dos nenas. Eso te marca. Eso me destruyó (siempre se refiere a su ex, no a sus hijas).
Ahora me volvà a casar y hace quince dÃas nació otro hijo (lo nombra). Tengo dos familias y ahora busco cómo hacer para ensamblarlas, vuelvo a apostar por eso, por la familia. Ah, te llevás bien con tu ex pese a todo lo que pasó, le digo yo, quizás en busca de romper no sé qué récord de ingenuidad o estupidez. No, no, me dice. Debà suponerlo, pienso; soy un tarado, me digo. Nos llevamos como el diablo, me hizo un juicio por alimentos y ahora que me volvà a casar y tuve un hijo está intratable con mi mujer actual. Además, fijate cómo es la vida, ese amigo mÃo de toda la vida la dejó. Asà que se quedó sin el pan y sin la torta.
En ese contexto de las guardias âbusca retomar el hilo y desprenderse de esa historia que no por contada muchas veces, objetivada en extraños, deja de apuñalarlo, eso pareceâ hay grandes oportunidades, ¿importa el lugar en donde estás o que exista la posibilidad de que te echen?, se pregunta él mismo. No, se responde. Lo he hecho en el auto en el playón del hospital y encerrado en el baño de la clÃnica. Conocés bastante bien los movimientos luego de un tiempo, sabés dónde hay cámaras de vigilancia y dónde no. Y ya te das cuenta cuando vienen a buscar eso y no están enfermas para nada. No te olvidés de que el sexo lo maneja la mujer, me dice. SÃ, le digo, condescendiente. El guardapolvo parece que las atrae por sà solo. Hacen cosas impensables. Y en lugares impensables.
A los lugares que ya te dije agregá una capilla de hospital público, en la capillita, ¿entendés?, en una capillita que tenÃamos en el hospital para que fuera la gente a rezar por sus enfermos, ahÃ, al lado de la virgen tuve sexo. También en la biblioteca; tenÃamos un duplicado de la llave de la biblioteca y entrábamos tres, cuatro de la mañana. Y lo hacÃan todos, no es que yo era la excepción, el más vivo de todos. Estuve desbordado, ahora no, te juro, me jura. Otro escenario era el aula de residentes, frente al servicio. AhÃ, en esa aula, tenÃamos un colchón guardado detrás del armario de la clase. Lo encontró un dÃa la jefa de enfermerÃa y lo tiró junto con el reservorio de profilácticos que habÃa. Nunca pudo saber de quién era, claro, era de todos, era
vox populi
ya.
Otra vez estaba teniendo relaciones con otra paciente en la cocina del quinto piso del hospital, bien entrada la noche, cuando oÃmos ruidos, dice, se ve que el cocinero se habÃa olvidado de algo y volvÃa, asà que tuvimos que subir un piso más hasta la azotea, la terraza misma. Decà que era un dÃa de verano, hacÃa calor, unos 25 grados, porque la chica estaba en pelotas. En bolas, esperando que el puto cocinero se fuera. No te digo, son cosas de pelÃcula.
Mariano cree que hay muchos cambios ahora, que no es como antes, que las chicas están dispuestas a todo. De pibe habÃa que remar como loco, dice, hablar y hablar. Hoy vas solo, no hay que explicar nada. Las chicas de quince años tienen más actividad sexual que yo, el mundo está hoy muy acelerado. Yo ya cambié, me dice, ahora cuando tengo guardia y está todo tranquilo a las doce de la noche estoy durmiendo; antes a esa hora estaba tomando un café para ver qué joda surgÃa. Ahora quiero evitar las miles de oportunidades que te da este laburo y que no te da otro.
Hay más. Otra vez llegó otra paciente. Estaba claro que no tenÃa nada. Pero venÃa de zona sur, de Lanús, y nosotros estábamos en el hospital de Haedo. A qué viene de la concha de la lora, si yo no le podÃa ofrecer nada, ni café. Sólo sexo de parado porque después me tenÃa que ir a seguir trabajando. Son cosas insólitas. Como que no hay control. Si lo pensás un poco, decÃs esto no puede pasar, es cualquier locura. Otra vez, tuve que esconder a una mina en el mismo armario de los colchones porque empezaba una clase y se tuvo que quedar asà cuarenta minutos oyéndola. Por suerte era un armario grande, estaba cómoda ahà adentro del ropero. Mariano no se lamenta ni se rÃe de la pobre chica; es aséptico en su descripción, no cabÃa otra, parece decir, no nos podÃan ver saliendo del aula con una mina, me dice.