Gothika (29 page)

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Authors: Clara Tahoces

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: Gothika
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Alejo se contuvo.

Tenía gracia que dijera eso precisamente él. ¿Dónde se había metido cuando no tenía ni para pagar el recibo de la luz? Si no hubiera sido por su tío Marcial, más de una vez se habría visto incapaz de hacer frente a los pagos de la casa. Por fortuna esa época había quedado atrás y ahora no necesitaba de la ayuda de nadie para poder mantenerse.

—¿Por qué no te casas con esa niña rica con la que sales? —prosiguió— ¿Cómo se llamaba? ¿Sara? ¿Sonia?

—Silvia, padre. Silvia Salvatierra. Y no es rica.

—Comparada contigo, como si fuera la baronesa Thyssen. Además, es una buena chica, me gusta para ti. Lo que no sé es qué ha podido ver en alguien como tú.

—Padre, no he venido a discutir. Me dijo el tío que se había hecho unas pruebas médicas y quería saber cómo está.

—¡Tonterías! Tu tío siempre exagera. Pero ya que has venido te diré que estoy como un roble. Estoy mejor que tú y que él juntos.

—Me alegra saberlo.

—No. De momento no iré a hacer compañía a tu madre. —Dijo levantándose y tomando una foto de ella que había sobre el aparador de la sala. Después, añadió:

—La pobre, que en gloria esté, sufrió mucho.

Apenas había pronunciado estas palabras cuando comenzó a toser violentamente. Se puso como un tomate y su rostro se congestionó. No paró de hacerlo hasta que Alejo, asustado, le trajo un vaso de agua de la cocina. Después, el viejo extrajo un pañuelo del bolsillo de su chaqueta raída y escupió con rabia sobre él.

—¡Maldito tabaco! ¿Tú fumas?

—Ya sabe que no, padre.

—¡Bien hecho! Eso —dijo señalando un paquete de tabaco que estaba sobre la mesa-camilla— es una trampa, un veneno mortal. ¡Ni se te ocurra probarlo!

Después se sentó en su butaca y comenzó a hablar sobre cosas intrascendentes. Al poco tiempo se quedó dormido, con la cabeza ladeada cayéndole sobre el hombro derecho. Alejo no quiso despertarlo. Los músculos del rostro se habían relajado tanto que hasta parecía feliz. Así que el aspirante a escritor le dejó una nota de despedida y se marchó.

40

Ana se reclinó en el sofá y espiró profundamente.

Estaba preocupada. Y mucho.

Sopesaba las posibilidades que existían de haberse quedado embarazada de Alejo.

Desde luego, no era algo probable, pero tampoco imposible. Y, en caso de estarlo, no se trataría de su primer embarazo.

Sí. Ya había pasado por ello con anterioridad y la experiencia de la maternidad era, con diferencia, el más doloroso de todos sus recuerdos.

El embarazo vampírico era un fenómeno atípico y desconocido incluso para los propios vampiros. Ni siquiera Ana, que ya había protagonizado uno, sabía en qué consistía el proceso por el cual una mujer-vampiro era capaz de acceder a una capacidad, la de concebir, reservada en principio sólo a las mujeres vivas. Pero lo cierto es que los embarazos vampíricos se producían de vez en cuando a lo largo de la vida de algunas no-muertas, si bien la mayoría no conseguían llegar a completarse.

El primer embarazo —recordaba Ana mientras se acariciaba el vientre intentando dilucidar si había vida allí dentro— fue algo nuevo para ella, un proceso misterioso sobre el cual, al igual que sucedía con todo lo concerniente a los no-muertos, apenas existían referencias escritas fiables, sólo leyendas y fábulas sacadas del imaginario popular. Ni siquiera la literatura de terror consagrada a los vampiros, salvando algunas excepciones, se había ocupado del incómodo asunto. Cinematográficamente hablando, existían algunas películas como
La hija de Drácula
(1936), de Lambert Hillyer, una secuela del filme de la Universal
Drácula
(1933) en la que se daba continuación a la figura del enigmático conde transilvano a través de las andanzas de su hija, la condesa Mary Zaleska. Sin embargo, en la película no había forma humana de saber de dónde le había salido al vampiro aquella enigmática hija, ya entradita en años.

Los primeros síntomas, a decir de la experiencia de Analisa, fueron unos fortísimos dolores abdominales que la paralizaron por completo, así como una necesidad perentoria de obtener mayores dosis de sangre. La no-muerta se vio obligada a cazar con mayor profusión para calmar las molestias que la aquejaban noche y día.

Durante ese primer embarazo la joven pensó que todos esos síntomas eran nuevas exigencias de la
bestia,
que por algún motivo había despertado de su letargo tornándose aún más despótica con su frágil y castigado cuerpo. Sin embargo, sólo el tiempo la hizo comprender que llevaba «algo» dentro, una criatura que tenía vida propia e incluso capacidad para pensar. Esto lo sabía porque la no-muerta podía acceder a sus pensamientos. Lo que ignoraba por aquel entonces es que aquel bebé también poseía la facultad de llegar a los suyos.

Ese primer embarazo la aterró.

Lo recordaba a la perfección. Se había producido mucho después de la muerte de su amigo Jeromín, al que, pese al paso del tiempo, no había podido olvidar.

¿Cómo iba a traer al mundo una criatura de la cual no sabía nada?, se preguntaba Analisa por aquel tiempo. Lo desconocía todo, excepto que el padre era un humano con el que había mantenido relaciones sexuales.

Sí, Analisa había copulado con un hombre vivo. Aquel verbo sonaba frío. Pero se trataba sólo de eso: de un acto de copulación. Hasta los vampiros tienen necesidades sexuales. La sangre y el sexo siempre han estado íntimamente relacionados y la ingestión de sangre a veces les proporcionaba sensaciones parecidas a prolongados orgasmos. No siempre, claro, pero en ocasiones sí. Y los no-muertos, como es de suponer, querían conservar algunas sensaciones humanas placenteras, como la de enamorarse o los placeres del sexo.

Lo primero, debido a sus condiciones de vida, era muy difícil de alcanzar. Y Analisa lo sabía. Ella, por ejemplo, se negaba a compartir su vida con sus conquistas amorosas. Temía terminar haciéndoles daño, así que se limitaba a obtener placer sexual de sus amantes para luego abandonarlos sin pudor. De hecho, muchas veces las circunstancias la obligaban a acabar con ellos. El placer que obtenía casi nunca era satisfactorio del todo y hallar la persona propicia para sus devaneos sexuales no siempre era sencillo.

Ana se revolvió en el cómodo sofá de su residencia madrileña. Sus viejos recuerdos habían aflorado sin ella proponérselo. Resonaban aún en su mente las inquietudes que se habían adueñado de ella por aquel entonces. Se había preguntado —al igual que lo hacía ahora— si aquel niño sería normal o si, por el contrario, tendría capacidades vampíricas adscritas a su diminuta naturaleza. Por mucho que algunos de sus súbditos y acompañantes se lo hubieran rogado, Analisa siempre se había negado a convertir a nadie en lo que ella era. Creía que ése era un castigo demasiado severo, por no decir una maldición que nadie, por muy mal que hubiera actuado en la vida, merecía sufrir.

Quienes aspiraban a convertirse en vampiros, como era el caso de Violeta, su actual «invitada», eran simple y llanamente unos ignorantes que desconocían lo que de verdad significaba pertenecer a la legión de los no-muertos. De otro modo, habrían rogado al Creador —si es que éste existía— no verse en aquel trance jamás. Y Analisa, por paradójico que pudiera resultar, era una gran creyente. Estaba convencida de la existencia de una Jerarquía Vampírica dependiente de un Ser Universal creador de todos los seres no-muertos que pueblan la Tierra. Dicha jerarquía —creía la no-muerta— tenía que estar dividida en niveles en los que la antigüedad del vampiro era un grado.

Durante su largo periplo por este mundo jamás había tenido ocasión de toparse cara a cara con otros vampiros, exceptuando a la inefable Emersinda, a la cual, por motivos obvios, no podía considerar su Madre Universal, sino una víctima más de la Castigadora Eterna. Pero Emersinda —pensaba Analisa— tuvo que haber sido convertida por alguien o por algo. Y, por lógica, esa Madre Universal tenía que haber propiciado la capacidad de la maternidad quizá en algunas no-muertas, pero no en todas.

A falta de otra hipótesis más convincente, la joven necesitaba explicar de algún modo su primer embarazo. Y no se le ocurrió nada mejor que aceptarlo como un designio de carácter divino. La explicación no podía ser más simple: si todas las mujeres no-muertas hubieran tenido la facultad de procrear, la raza humana estaría extinguida por completo.

Así de sencillo y así de complejo, ya que en caso de ser cierta su teoría surgía una pregunta aún más abrumadora: ¿por qué había sido «tocada» ella con ese don y no, por ejemplo, su tía? Claro, que sobre el auténtico pasado de Emersinda lo desconocía todo. Sólo sabía lo que ella había querido revelarle, lo cual, viniendo de un personaje como aquél, podía ser una gran mascarada. Emersinda bien pudo haber tenido hijos y después comérselos.

En cualquier caso, Analisa decidió aceptar su insólita situación como quien acepta un regalo divino, o tal vez un castigo. Aunque esto no siempre fue así. Al principio, antes de llegar a esta conclusión, intentó interrumpir su primer embarazo en varias ocasiones.

Quiso hacerlo, sí, por el bien del niño.

Sonaba monstruoso, pero no se le ocurría otra solución para afrontar una circunstancia como aquélla.

Traer al mundo una criatura entrañaba una gran responsabilidad y ella ni siquiera sabía cómo sería aquel bebé. ¿Y si nacía con la condena eterna agregada a su naturaleza? No podía permitir que su bebé sufriera ese calvario. Antes —pensó en aquel entonces— era partidaria de sacrificarlo. Ella no había tenido oportunidad de elegir, pero si alguien le hubiera explicado lo que iba a pasarle después de su traumática conversión, habría preferido morir antes que verse transformada en una asesina.

Pero también cabía la posibilidad de que el niño fuera normal. En ese caso, su preocupación era aún más fundada, ya que temía que la
bestia
le exigiera algún día que se lo diera para satisfacer sus depravados apetitos. Y aquélla sería una carga demasiado difícil de soportar durante toda una eternidad.

Por suerte o por desgracia, la decisión no dependía de ella.

Cada vez que había intentado interrumpir el embarazo, el feto —de algún modo que Analisa no podía comprender— se había dado cuenta y había obrado en consecuencia para evitar ser destruido. Le enviaba terribles dolores de cabeza que paralizaban por completo cualquier actuación que pudiera dañarlo. Existía una comunicación de carácter telepático entre la madre y el feto. Ésa era la única explicación plausible. Desde luego, Analisa sabía lo que el bebé sentía en cada momento, así que no tenía nada de extraño que éste también pudiera sentir que lo amenazaba un peligro como el que suponía que alguien quisiera acabar con su incipiente vida.

Todo aquello resultaba muy inquietante, ya que si el bebé disponía de capacidades tales como la telepatía era porque estaba destinado a nacer vampiro y porque había desarrollado un fuerte sentido de supervivencia antes siquiera de haber visto la luz.

En ese instante Violeta apareció en la sala de estar interrumpiendo sus pensamientos. Había pasado buena parte de la tarde en su habitación dibujando.

—Acércate —le ordenó la no-muerta con voz lánguida.

Violeta obedeció. Entre sus manos llevaba su cuaderno de dibujo.

—¿Has dibujado mucho, Darky querida?

—Sólo el retrato de una mujer mayor.

Ana tomó el cuaderno y pasó las páginas con fingido interés. Violeta no dibujaba mal, pero a la no-muerta la aburrían sus creaciones monotemáticas. Aquella chiquilla —pensaba la vampira— estaba obsesionada con la muerte hasta extremos enfermizos. Ataúdes, lápidas, nichos y esqueletos eran sus motivos favoritos. Sin embargo, tal y como ya había anunciado, en la última página había dibujado el retrato de una anciana.

La no-muerta observó aquel dibujo unos instantes. Después, se encolerizó repentinamente, arrancó la hoja con furia, agarró a Violeta por el pelo y le puso el dibujo frente a ella a tan sólo un centímetro de su rostro.

—¿Quién es? ¡Di! ¿Dónde la has conocido?

Violeta se asustó. Nunca la había visto en ese estado. Ni siquiera cuando la castigaba por su desobediencia se había mostrado tan agresiva.

—¡Contesta! ¡No te quedes callada como una puta! ¡Quiero saber dónde la has conocido ahora mismo!

Ana estaba fuera de sí.

—No sé de qué me hablas. No es nadie —respondió Violeta aterrada—. ¿Se puede saber qué te pasa? No entiendo nada. ¿Qué he hecho mal?

—¡Lo sabes perfectamente! No intentes tomarme por estúpida o lo pasarás mal. Aún no has probado un ápice de mi poder. ¡Contesta a mi pregunta! —dijo restregándole el dibujo por la cara—. ¡Habla de una vez! ¿Dónde la has conocido?

Los ojos de Ana habían cambiado de color. Ahora eran carbones incandescentes a punto de salirse de sus órbitas. Violeta intentó desasirse, pero la vampira se lo impidió clavándole las uñas en el cuero cabelludo.

Violeta no entendía qué estaba pasando por la cabeza de la no-muerta. Aquella mujer era una sádica y estaba rematadamente trastornada.

—¡Te juro por mi madre que no la conozco de nada! —dijo al fin—. Sólo es una mujer que aparece en mis sueños de vez en cuando. ¡No es real! ¡No existe!

Ana se estremeció y soltó a la joven como quien arroja un saco de patatas al suelo.

—¿Qué es lo que has dicho? ¿Esta mujer se aparece en tus sueños? ¿Es eso lo que has dicho?

—Sí —repuso Violeta sollozando —. No sé por qué me tratas así. Intento portarme bien y complacerte en todo y tú, tú... —dijo balbuceando—... sólo me demuestras desprecio.

Violeta se dio cuenta de que la no-muerta ni siquiera la escuchaba. Ésta se había levantado, había cogido el dibujo y lo había roto en mil pedazos. Después, abandonó la casa dando un sonoro portazo.

La mujer que se aparecía en sueños a Violeta y cuyo rostro había quedado plasmado en su dibujo era Emersinda.

41

—¿Mama?

—Dime, cariño.

—¿Puedo?

—Ya te he dicho que no.

—¿Y por qué no?

—Porque hay gente mala afuera.

—Pero están los niños. Puedo oírlos desde aquí.

—Es eso precisamente lo que me preocupa. Debes alejarte de ellos. ¿Lo entiendes, Mariana?

—Sólo quiero jugar.

—Los niños son chismosos, curiosos y entrometidos. Y sin proponérselo pueden resultar dañinos.

—Yo también soy una niña y no soy así.

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