Goma de borrar (28 page)

Read Goma de borrar Online

Authors: Josep Montalat

BOOK: Goma de borrar
2.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

Le hizo mucha ilusión volver a verla y pensó que realmente aquella chica era la persona que le convenía. En la cena de reencuentro le contó muy por encima lo del asesinato de Johan y luego hablaron de sus futuros proyectos. A Mamen sólo le quedaba un año de estudios y dijo que tenía muchas ganas de empezar a trabajar. Le preguntó a Cobre qué pensaba hacer una vez terminadas las vacaciones y a él que no le costaba mentir, sino que más bien le salía gratis, le dijo que en octubre iba a llevar la contabilidad y a ocuparse de algunas ventas en una inmobiliaria de Empuriabrava, de un alemán amigo de Gunter, aunque en realidad no sabía en qué iba a consistir su futuro laboral.

Sus clientes le pedían «material» y, a falta del holandés, compró algo de cocaína a Frank, que le hizo un buen precio, pero con aquella pésima calidad perdió muchas ventas.

Un lunes a media tarde, a finales de septiembre, mientras estaba tumbado en el sofá concentrado leyendo un Mortadelo y Filemón, recibió una llamada de Sindy, que anunciaba que estaba en Empuriabrava y pasaría a verlo. Cobre se puso muy nervioso. Todavía estaba en pijama. La noche anterior había salido y se había levantado tarde. Fue a ducharse con agua fría para despejarse, se vistió y se preparó una raya de cocaína talla XXL de su particular reserva. Al cabo de un rato, se presentó la holandesa a la puerta. Iba elegantemente vestida y la notó mejorada en su aspecto físico y más segura en su actitud, y esto le preocupó. La hizo pasar y sentarse.

—¿Quieres beber algo? —le preguntó, solícito.

—No gracias, acabo de tomar un café con leche —respondió Sindy mientras dejaba su bolso sobre un sillón.

—Ya, pero algo de alcohol te relajaría un poco —le propuso para prepararla.

—Bueno, ¿tienes cerveza? —le pidió la chica.

—¿No prefieres algo más fuerte? ¿Qué tal una copa de coñac? —sugirió él.

—No, una cerveza me va bien.

—Bueno, como quieras.

—¿Pasa algo? Te encuentro un poco raro —preguntó Sindy extrañada por su comportamiento.

—No, nada.

—¿Tienes la caja de Johan, no? —preguntó de nuevo la chica.

—Bueno. La caja la tiré para evitar dejar huellas —respondió él, yendo hacia la nevera del bar.

—¿Tienes todavía lo que había dentro, supongo? —le inquirió de lejos.

—Sí, sí. Tengo lo que había —dijo él desde la cocina.

Sindy se tranquilizó al oír la respuesta y se aposentó mejor en el sofá.

—¿Cómo te fue por Holanda? —le preguntó Cobre desde detrás de la barra, abriendo la cerveza.

Al principio lo pasé muy mal. Ya sabes que nuestro matrimonio no era ideal y que Johan me pegaba, pero lo he encontrado mucho a faltar, eran nueve años juntos, no sé... Mi hermana me ha ayudado mucho, me ha hecho salir y me ha presentado a gente...

—Ya —dijo Cobre, regresando al sofá y dándole la cerveza.

—Lo de los papeles también ha sido pesado... lo del testamento y esas cosas —iba explicando la chica—. Luego también los asuntos del banco... Todo lo llevaba Johan; yo no estaba muy al corriente. Ahora mismo el tema del dinero es un poco preocupante, en el banco ABN hay un crédito pendiente que se abrió para la compra de la casa de Empuriabrava, y falta por pagar una buena cantidad —siguió explicando mientras Cobre también se sentaba—. En otra cuenta que teníamos en Holanda no había casi nada y, bueno, aquí, en la cuenta de «La Caixa», hay muy poco. Hay un seguro de vida pero está pendiente del informe del médico de Figueres que hizo... ¿Cómo se llama en español eso que hacen los médicos cuando hay un muerto? —preguntó Sindy por la delicada operación médica de la que nunca nadie sale vivo.

—¿La autopsia?

—Sí, eso, la autopsia... el cobro está pendiente del informe de la autopsia. El seguro es de 60.000 florines. Pero ahora mismo lo que es dinero en efectivo, voy un poco corta... Menos mal que está la coca que tú guardas.

—¡Ah! ¿La coca que guardo? —dijo él, nervioso, dando un largo sorbo de su vodka bien cargado.

—Cobre, te noto extraño. ¿Pasa algo?

—Bueno... ¡ejem! —carraspeó—. Voy a buscarlo todo —dijo, levantándose.

Subió a su habitación y bajó con las cosas de Johan puestas en una bolsa de deporte. Sindy lo miraba un poco extrañada por su comportamiento.

—Esto es lo que había en el cajón de madera —dijo, poniendo la bolsa a su lado.

La holandesa se tranquilizó al ver las dos bolsas de plástico. Sacó una de ellas y la sostuvo en sus manos.

—Bueno. ¿Esto cuánto debe pesar? —se interesó la chica, sonriéndole.

—Entre las dos bolsas, un kilo setecientos.

—¿Un kilo setecientos? Mira, hasta pensaba que había menos. Si me ayudas a venderlo, te doy una cuarta parte. ¿Qué te parece?

—Te lo puedes quedar todo —respondió haciéndose pasar por el tonto del pueblo.

—No, Cobre. Tú me ayudaste a sacarla de la casa y guardarla. Es lo mínimo que puedo hacer.

—No, no te preocupes por mi, llévatelo todo tranquilamente —insistió, viéndose ya camuflado con una boina en la cabeza hecha con un pañuelo y cuatro nudos.

—¿Cuánto debe de valer esto? —preguntó Sindy.

—Qué quieres que te diga, la verdad...

—Un kilo setecientos son... mil setecientos gramos —empezó a calcular la chica—. A... pongamos ocho mil pesetas el gramo. O sea, unos ciento diez florines el gramo. —Sindy cogió un bolígrafo y un papel de su bolso e hizo una rápida multiplicación—. Son doscientos mil florines, unos trece millones de pesetas y pico —convirtió a la moneda del país.

—¡Ejem! —carraspeó Cobre—. No sé si se puede vender a este precio.

—Bueno, pongamos que se pueda vender a seis mil pesetas el gramo. Son ochenta y cinco florines el gramo. —Sindy volvió a hacer otro rápido cálculo en el papel que había dejado sobre la mesilla—. Da un total de unos ciento cuarenta mil florines, unos diez millones de pesetas y pico. No está nada mal tampoco, ¿no?

—Bueno... hay un pequeño inciso —le advirtió a la chica.

—¿Qué es inciso?

—Inciso quiere decir puntualización, observación, algo así —se explicó Cobre como pudo.

—¿Observación? ¿Qué observación?

—Bueno, que si observas bien, si lo miras con detalle, ves que lo que hay dentro de la bolsa... no es cocaína.

—¿Qué quieres decir que no es cocaína? —preguntó, extrañada.

—No es nada. Es algo para mezclar con la coca. No tiene valor.

La holandesa se lo quedó mirando con los ojos abiertos, sorprendida. Su expresión cambió de pronto.

—¿Me quieres joder? —dijo, abriendo ahora la bolsa que tenía en su mano.

—Ahora mismo no estaba pensando en eso precisamente —respondió Cobre, poniéndose en estado de alerta Defcon-3, esperando el inevitable chaparrón que le iba a caer.

Sindy puso su dedo mojado en saliva dentro de la bolsa, luego lo trasladó a la boca.

—¡Puafff! —exclamó con una mueca de asco—.
¿Ik kan mÿn ogen niet geloven?
(«¿Qué coño es esto?») —dijo en holandés—. ¡Cobre! ¿Dónde está la cocaína? —preguntó luego, visiblemente disgustada.

—Es lo que quería preguntarte yo a ti. Lo que hay aquí es lo que me llevé de tu casa —le dijo, mientras ella se le quedaba mirando enfurruñada sin decirle nada—. Te lo prometo, Sindy. Te acuerdas de que nosotros fuimos a por mi coche. Cuando regresamos, cogí lo que había allí, en el salón, y es esto... —añadió, compungido de tener que darle aquella noticia—... la auténtica cocaína debieron de llevársela los hombres que dispararon a Johan. Yo desde luego no la tengo. Te lo juro.

Sindy lo escuchó en silencio reprimiendo un evidente cabreo de cien pares de cojones y algunos ovarios sueltos y al fin habló, enfadada.

—Cobre, eres un cabrón. Confié en ti, y te iba a dar una cuarta parte de lo que sacásemos de esto y tú lo quieres todo. ¿No es eso?

—Sindy, por mi madre te juro que esto es lo que me llevé de tu casa... Yo también me quedé sorprendido... —dejó la frase sin acabar al verla levantarse— me quedé sorprendido cuando la probé —finalizó, mirándola.

La holandesa cogió la bolsa de deporte y se dirigió hacia la puerta, abriéndola. Luego se giró.

—Nunca pensé que me hicieras esto, Cobre —dijo, alzando un dedo amenazador—. Te creía un amigo. Me las vas a pagar y sé cómo.

—Sindy, te he dicho la verdad. Te lo juro, por mi madre —le respondió de pie, cuando ella ya iba a salir.

La chica no dijo nada más y, con un fuerte portazo, se fue. Él se encaminó hacia una de las ventanas. La vio subirse en el Porsche de Johan, y desapareció. Cobre se sentó en el sofá y de un solo trago, se bebió el resto del vodka. Encendió un cigarrillo y se lo fue fumando nervioso, pensando en lo sucedido. Estaba asustado. No conocía suficientemente a Sindy como para saber qué podía hacer o qué iba a hacer. Johan podía tener amigos peligrosos que quizás fuesen a por él. Estaba metido en un buen lío. Pensaba continuamente en que Gaspar le había advertido que no se metiera en aquel asunto. Se levantó y se preparó otro vodka bien cargado. Encendió otro cigarrillo mientras su mente no paraba de pensar. Se bebió con rapidez esta segunda bebida y se tumbó en el sofá. Al cabo de un rato su cerebro alcanzó la fase REM y se quedó dormido.

Despertó con un sobresalto. Alguien estaba llamando a la puerta. Se incorporó y fue a ver quién era. Miró por la mirilla y vio la cara deformada de Sindy pegada a ella. El timbre volvió a sonar. «¡Ding-dong! ¡Ding-dong!», y Cobre dio unos pasos atrás, aterrado.

—¡Jondia! —exclamó—. Debe de venir con alguien o con una pistola —pensó.

El timbre sonó de nuevo. «Ding-dong! ¡Ding-dong!» Y él se separó más de la puerta, quieto, mirándola fijamente. No sabía qué hacer. Estaba paralizado, muerto de miedo. El timbre había dejado de sonar. Se quedó un momento expectante mientras su cerebro decidía entre dos opciones: tener más agujeros de los necesarios en el cuerpo, o salir corriendo. Dedujo que le vendría bien hacer ejercicio, y decidió huir por el jardín. Levantó la persiana que daba acceso al exterior y de repente vio a Sindy fuera, con su batín de color fucsia. Lo asimiló con la típica imagen de las películas de terror.

—¡Aaaah! —gritó asustado, bajando la persiana de golpe.

—¡Abre, Cobre! Tengo la cocaína. No seas tonto, venga, abre —oyó que le decía la chica desde fuera.

Él dudó y permaneció quieto allí detrás, sin decir nada.

—Cobre, abre, no seas tonto —oyó que le repetía—. He encontrado la cocaína ¿Qué piensas? ¿Que voy a pegarte un tiro? Ji, ji, ji —acabó riéndose.

Su risa le tranquilizó y decidió levantar la persiana.

—La cocaína estaba en casa —le mostró Sindy, sonriendo, una bolsa de supermercado que sacó de dentro de la bolsa de deporte que se había llevado—. Estaba en el escondite de Johan, en la trampilla del suelo bajo la cama de la habitación de los invitados.

La mirada de Cobre se dirigió hacia la bolsa que la holandesa le mostraba.

—Lo siento. Perdóname por haber dudado de ti. Lo siento de veras —le dijo ella, abrazándolo.

Seguidamente la chica cogió la bolsa de deporte con una mano y con la otra a Cobre y se lo llevó hacia un sofá. Lo hizo sentar y se desprendió de su bata, quedándose desnuda. Empezó a besarlo y a quitarle los pantalones. Cobre también se sintió, de pronto, muy excitado y colaboró en desprenderse rápidamente del resto de su ropa. Al cabo de poco los dos estaban haciendo el amor sobre uno de los sofás con más desahogo que pasión.

Al terminar, la holandesa se cubrió de nuevo con el batín con que había llegado y los dos se fumaron unos cigarrillos. Cobre se levantó a por bebida. Al regresar, se sentó a su lado y cogió del interior de la bolsa de deportes el paquete de cocaína que llevaba una cinta azul y lo abrió.

—Te voy a dar la tercera parte si me ayudas a venderla —le propuso Sindy.

—Sí, claro que te ayudo —se ofreció él, viendo de nuevo dinero por medio, al tiempo que probaba la droga untando el dedo mojado en saliva.

—¿Es buena? —preguntó, observando cómo se pasaba la lengua por los labios.

—Sí, ésta es muy buena. La otra, la de la cinta roja, Johan la vendía más barata porque era de menor calidad. Debemos saber la pureza aproximada para poder darle un valor.

—¿Sabes cómo?

—Sí, Johan me enseñó. Ya verás, dame la balanza y las pinzas que hay en la bolsa.

Sindy se las dio y Cobre las puso sobre la mesa. Luego se levantó y fue a la cocina. Regresó con dos vasos y con una servilleta de papel. Uno de los vasos estaba vacío y en el otro había puesto agua fría de la nevera y unos cubitos de hielo flotando.

—¿Para qué son los vasos? —preguntó la holandesa, intrigada.

—Ya verás —dijo él, haciéndose el interesante.

Tomó un grumo de cocaína del paquete que estaba sobre la mesa y lo puso sobre el platillo de la balanza. Señaló un peso de 0,45 gramos. Luego puso el grumo dentro del vaso que contenía el agua helada. Sindy miraba intrigada cómo el terrón descendía dentro del transparente líquido. Cobre dejó que llegara hasta el fondo. Levantó el vaso y miró a través del vidrio. Señaló a la chica dos pequeños cristales.

—¿Ves? El grumo se ha convertido en dos pequeños trozos que parecen de cristal. Lo que ha desaparecido es la porquería que le ponen.

Luego quitó los cubitos y vació con cuidado parte del líquido en el otro vaso. Cuando apenas quedaba agua, cogió los dos cristales con las pinzas y los puso sobre la servilleta de papel para que se secasen. Cuando el papel de la servilleta hubo absorbido el agua, cogió de nuevo los dos cristales con las pinzas y los colocó sobre la balanza. Hizo observar a Sindy el peso que ahora señalaba: 0,34 gramos.

—¿Ves? Ha perdido 0,11gramos de su peso, o sea, un 25% de su peso no era coca. Con lo cual, la pureza es del 75%, más o menos.

—Caramba, esto no es muy buena noticia si ésta es la coca buena —dijo ella, no muy alegre por el resultado—. La otra debe de estar mucho más adulterada entonces.

—Sí, pero no te preocupes. Esto es lo mejor que puedes encontrar. Johan me dijo que era muy difícil encontrar cocaína con una pureza superior al 80%. Lo que circula por aquí no llega ni a la mitad de la calidad de la de la otra, de ésta del otro paquete. O sea que lo que normalmente se vende tiene una pureza máxima del 30%, si es que llega a eso.

—Y lo que le ponen es esto que te llevaste de casa, ¿no? — señaló la bolsa de deporte en la que se encontraban las dos bolsas con el aditivo.

Other books

Skin Deep by Jarratt, Laura
Sostiene Pereira by Antonio Tabucchi
Fully Restored by Delaney Williams
A Countess by Chance by Kate McKinley
The Chelsea Girl Murders by Sparkle Hayter
Come Little Children by Melhoff, D.
Put on Your Crown by Queen Latifah
First Kill by Jennifer Fallon